Barbara Hannigan toma la batuta
La soprano canadiense se rodea de un grupo de j¨®venes cantantes internacionales para su irrupci¨®n definitiva en la direcci¨®n de orquesta
No hay instrumentistas ni cantantes eternos. El virtuosismo juvenil se apaga y desdibuja poco a poco, la voz envejece y se aja irremediablemente y, salvo naturalezas portentosas (como las recientemente comentadas aqu¨ª hace poco de Menahem Pressler o Montserrat Torrent), el paso de los a?os impone a las carreras musicales un l¨ªmite, y este suele llegar m¨¢s pronto que tarde. El mayor n¨²mero de excepciones se concentra en la direcci¨®n de orquesta, ya que quienes la practican no viven con el permanente temor a desafinar, ni a calar una nota, ni a marrar una escala, un arpegio o un agudo. Sus riesgos y responsabilidades son otros y, curiosamente, el tiempo corre a su favor. La suya es una carrera de fondo, en la que la experiencia y la madurez priman, y mucho, sobre las habilidades f¨ªsicas o la destreza t¨¦cnica. Cantantes e instrumentistas mueren en sus casas; los directores lo hacen sobre el podio.
Barbara Hannigan lleva casi un cuarto de siglo cantando al m¨¢ximo nivel en todo el mundo, y su especialidad no es precisamente el repertorio convencional, sino las creaciones contempor¨¢neas, muchas concebidas espec¨ªficamente para ella y para su voz camale¨®nica. La canadiense ha frecuentado durante toda su carrera las tesituras inclementes, las dificultades diab¨®licas, los personajes que reh¨²yen las sopranos que anhelan una carrera art¨ªstica larga (Lulu, la Marie de Die Soldaten o el jefe de la polic¨ªa secreta, Gepopo, de Le Grand Macabre) y se siente c¨®moda en su papel de musa de compositores como George Benjamin, Michael Jarrell o Hans Abrahamsen. De los dos primeros ha estrenado sendas nuevas ¨®peras este mismo a?o (Lessons in Love and Violence en la Royal Opera House de Londres y B¨¦r¨¦nice en la ?pera de Par¨ªs) y ha convertido el ciclo de canciones let me tell you del tercero en una de las obras vocales contempor¨¢neas m¨¢s interpretadas de los ¨²ltimos a?os. Hannigan protagonizar¨¢ tambi¨¦n el a?o que viene en Copenhague el estreno de la primera ¨®pera del compositor dan¨¦s, La reina de las nieves, basada en el cuento hom¨®nimo de Hans Christian Andersen.
The Rake¡¯s Progress
M¨²sica de Igor Stravinski. Con Aphrodite Patoulidou, William Morgan, John Taylor Ward y Kate Howden, entre otros. Orquesta Sinf¨®nica de Gotemburgo. Direcci¨®n musical: Barbara Hannigan. Direcci¨®n de escena: Linus Fellbom. Konserthus, 12 de diciembre.
Pero este ritmo de estrenos y desaf¨ªos t¨¦cnicos resulta inconcebible en un futuro ya no muy lejano, por lo que Hannigan lleva tiempo form¨¢ndose y dando pasos para reconvertirse en directora de orquesta, algo cada vez m¨¢s habitual entre sus colegas instrumentistas. Recordemos, por ejemplo, los casos de dos violinistas: Jaap van Zweden, que ocupar¨¢ a partir de la pr¨®xima temporada la titularidad de la Filarm¨®nica de Nueva York, nada menos, y Nikolaj Znaider, que acaba de ser nombrado director musical de la Orquesta Nacional de Lyon a partir de 2020. Entre las mujeres, Han-na Chang ha dado tambi¨¦n el salto del violonchelo al podio y ha empezado a cimentar su carrera aqu¨ª en Escandinavia. Egregios cantantes han compatibilizado asimismo en ocasiones ambas tareas (Dietrich Fischer-Dieskau o Pl¨¢cido Domingo), si bien nunca han logrado igualar, batuta en mano, su propia excelencia en el nuevo cometido. Hannigan tiene por ello un reto may¨²sculo ante s¨ª, pero, a diferencia de muchos colegas, lleva a?os prepar¨¢ndose para esta metamorfosis, estudiando con uno de los profesores m¨¢s reconocidos, el finland¨¦s Jorma Panula, y poni¨¦ndose a prueba en territorios que conoce muy bien, como cuando ha cantado y dirigido simult¨¢neamente Mysteries of the Macabre, tres arias de coloratura de la ¨®pera de Ligeti arregladas por Elgar Howarth. Lo ha hecho con diversas agrupaciones, ataviada con minifalda y peluca negras y botas altas con largos tacones, entre ellas con la Orquesta Sinf¨®nica de Gotemburgo, que la ha nombrado su principal directora invitada a partir de su pr¨®xima temporada y con la que ahora ha decidido dar un importante salto cualitativo al dirigir la ¨®pera The Rake¡¯s Progress de Igor Stravinski.
Pero Hannigan se ha arrogado tambi¨¦n la responsabilidad de elegir ella personalmente a todos los cantantes, seleccionados en audiciones celebradas en diversas ciudades europeas y de los que se ha convertido en mentora dentro de un programa de apoyo a j¨®venes artistas bautizado con el nombre de Equilibrium. Tras este estreno en Gotemburgo, The Rake¡¯s Progress podr¨¢ o¨ªrse en los pr¨®ximos meses en Bruselas, M¨²nich, Par¨ªs, ?msterdam, Dortmund, Dresde, Hamburgo, Aldeburgh y en el Festival de Ojai en California, con diferentes orquestas y con los cantantes de su reci¨¦n creado plantel plurinacional reparti¨¦ndose los papeles a lo largo de esta extensa gira.
El lugar elegido para el pistoletazo de salida no ha sido el teatro de ¨®pera de Gotemburgo, sino su sala de conciertos, la Konserthus, un extraordinario edificio dise?ado por Nils Einar Eriksson e inaugurado en 1935. Con un interior enteramente revestido de madera, se trata de una sala, si no exactamente resonante, s¨ª con una ac¨²stica de una ins¨®lita viveza, que parece casi amplificar los sonidos, aun los producidos por un solo instrumento. Y por aqu¨ª surgieron los primeros problemas, ya que la orquesta y Hannigan se sit¨²an en el escenario por detr¨¢s de los cantantes, sin contacto visual directo entre aquellas y estos, que cuentan con la sola referencia de dos lejanos monitores de televisi¨®n situados bastante lejos de ellos, en medio del patio de butacas, para poder ver los gestos de Hannigan. No puede hablarse realmente de descoordinaci¨®n, ya que todo parece archiensayado, pero s¨ª de una ausencia de interacci¨®n real y, sobre todo, de muchos momentos en los que la orquesta apenas deja o¨ªr a las voces. Una secci¨®n de cuerda a¨²n menos numerosa habr¨ªa quiz¨¢s aliviado este problema, pero lo mejor habr¨ªa sido situar a la orquesta delante y dejar que los cantantes actuaran por detr¨¢s de ella, sobre una tarima, lo que redundar¨ªa en una percepci¨®n sonora m¨¢s justa y un mejor control de los planos din¨¢micos por parte de Hannigan.
La direcci¨®n de la canadiense fue muy solvente t¨¦cnicamente, aunque m¨¢s tendente al control r¨ªtmico, la articulaci¨®n precisa y el trazo corto que a acompa?ar y arropar a los cantantes y a dejar que la m¨²sica fluyera con libertad y espontaneidad. Fue, en ese sentido, una prestaci¨®n orquestal poco flexible, poco moldeable, demasiado apegada a la letra y desprovista de la imprescindible teatralidad. Esc¨¦nicamente, en una sala de conciertos convencional, Linus Fellbom no contaba con grandes recursos aparte de jugar con la iluminaci¨®n (su verdadera especialidad) y de valerse de sencillos elementos de atrezo. Antes de comenzar la ¨®pera, la propia Hannigan aparece en escena accionando una m¨¢quina de humo alrededor de un gran contenedor de madera cuyas letras identificativas remiten al t¨ªtulo de la ¨®pera. Nada m¨¢s comenzar la m¨²sica, caen de golpe las cuatro paredes de la caja y encontramos en el interior de su estructura met¨¢lica a Tom Rakewell, el futuro libertino, en pijama. Tres horas despu¨¦s, al acabar la obra, con la raz¨®n perdida, la caja vuelve a cerrarse, y con ella la ¨®pera y su trama, con el desdichado Tom atrapado en su interior. Hay grandes momentos teatrales, como cuando Nick Shadow (el alt¨ªsimo y afilado John Taylor Ward) semeja ser un reloj, haciendo retroceder el tiempo con sus brazos estirados convertidos en manecillas, mientras canta los soberbios versos de Auden y Kallman: ¡°Mira. El tiempo es tuyo. / A tu placer sirvan las horas de reojo. / No temas. Disfruta. Arrepentirte puedes a tu antojo¡±. Con muy pocos medios, convirtiendo puntualmente a los cantantes en utileros, Fellbom sac¨® tambi¨¦n un gran partido de las escenas del burdel y el cementerio, muy eficazmente iluminadas, y de la subasta, con el coro perfectamente integrado en la disparatada acci¨®n.
William Morgan fue un Rakewell entregado e hiperactivo, pero su canto no siempre estuvo a la altura de sus buenas intenciones. Su voz no posee demasiados registros y, aunque hizo cre¨ªbles las dos grandes transformaciones de su personaje, no consigui¨® transmitir la emoci¨®n que debe dimanar casi espont¨¢neamente de su triste sino. Aphrodite Patoulidou es una cantante de gran personalidad y que no se arredra ante nada: su temible escena final del primer acto (el regalo envenenado de Stravinski a Elisabeth Schwarzkopf, la soprano que estren¨® el papel en Venecia) fue cantada con arrojo y seguridad, mucho mejor que su nana del tercer acto, en la que a su Anne Trulove le faltaron lirismo y conmiseraci¨®n, aunque en este momento en concreto Hannigan, que ha cantado muy bien este mismo personaje, tampoco le ayud¨® mucho desde el podio. La soprano griega, que har¨ªa bien en mejorar su dicci¨®n inglesa, cantar¨¢ dentro de unas semanas el personaje de Belinda (Dido y Eneas) en el Teatro Real y ser¨¢ una buena oportunidad para seguir los pasos de una cantante con una proyecci¨®n indudable. Las actuaciones m¨¢s completas de la tarde ?musical y esc¨¦nicamente¨C fueron las de John Taylor Ward como Nick Shadow y Kate Howden como Bab¨¢ la Turca. El primero s¨ª hizo gala de una dicci¨®n impecable y no carg¨® las tintas de su diab¨®lico personaje, m¨¢s artero que siniestro, mientras que la segunda posee probablemente la voz de m¨¢s calidad de todo el reparto y supo llenar de entidad y grandes detalles musicales a la mujer barbuda.
Erik Rosenius fue un Trulove simplemente correcto y una Mother Goose (cantando en un feo falsete) muy desacertada. Puestos a introducir travestismos no previstos por Stravinski, tiene mucho m¨¢s sentido confiar el papel de Bab¨¢ la Turca a un contratenor, como hizo Simon McBurney en su desternillante producci¨®n de Aix-en-Provence, pero un Rosenius desubicado con su vestido negro escotado y su bigote fue el principal borr¨®n de la representaci¨®n. Excelente, en cambio, Ziad Nehme en su breve papel como Sellem, y magn¨ªficas todas las intervenciones corales, que fueron decisivas para que la interpretaci¨®n alzara el vuelo notoriamente a lo largo del tercer acto.
Hannigan ha puesto la primera piedra de lo que ella misma sabe que ser¨¢ un largo camino, muy diferente del que ha transitado hasta ahora, y este The Rake¡¯s Progress casi experimental para todos los implicados tiene tambi¨¦n todos los visos de ser, de alguna manera, una work in progress. El "proyecto", como lo denomina la propia soprano, evolucionar¨¢ no poco a buen seguro con los cambios de cantantes, de orquesta, de ac¨²stica y con el rodaje natural del espect¨¢culo. Tan importante como el resultado final en cada caso es todo el proceso previo de selecci¨®n y formaci¨®n de los j¨®venes cantantes por parte de Hannigan en su doble condici¨®n de mentora y directora musical, que ser¨¢ el tema de un documental, Taking Risks (Correr riesgos), que se estrenar¨¢ aqu¨ª, en Gotemburgo, el pr¨®ximo 26 de mayo, en el marco de la primera edici¨®n del Festival Point, que busca hacerse un hueco en las grandes convocatorias musicales previas al frenes¨ª estival, que suele revestirse de una virulencia especial en Escandinavia. Algo se mueve en Gotemburgo y habr¨¢ que seguir atentos a lo que aqu¨ª se cueza.
Babelia
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