La alegr¨ªa de crecer
El actor Alberto San Juan dudaba de sus cualidades para dedicarse el teatro
Alberto San Juan es uno de esos actores al que le oyes pensar. Puede que desde la primera fila de butacas su pensamiento sea percibido antes que sus palabras. Hay otros actores, los llamados de tripa, como Willy Toledo, que solo act¨²an y su actuaci¨®n equivale al pensamiento. Alberto San Juan y Willy Toledo son el yin y el yang de la escena espa?ola. Hasta hace poco era imposible imaginarlos separados. Comenzaron a actuar juntos en el teatro del colegio en un espect¨¢culo de improvisaci¨®n, y en el mundo del teatro uno representa la ardua conquista del l¨ªmite y, el otro, la atracci¨®n del abismo. Apolo y Dionisos.
Alberto San Juan naci¨® en Madrid en 1968. Fue el a?o en que la cultura rompi¨® las viejas cadenas. La revoluci¨®n del Mayo Franc¨¦s solo conquist¨®, como ¨²nico trofeo, una forma irreversible de desobedecer a los padres. Los j¨®venes de entonces dijeron a sus mayores: a partir de ahora la historia la vamos a hacer a nuestra manera. Fui muy amigo del padre de Alberto San Juan, el dibujante M¨¢ximo, e imagino sus discusiones de sobremesa. Fueron muchas, dice el actor: ¡°Sobre si un padre y un hijo pueden ser amigos o no. ?l pensaba que no y yo que s¨ª. Sobre si un padre ha de compartir sus secretos con su hijo. ?l pensaba que no y yo que s¨ª. Sobre si es posible construir una sociedad comunista democr¨¢tica y si yo era ingenuo por pensar que s¨ª se puede. Sobre si ¨¦l era un hombre bueno que merec¨ªa que yo le amase. ?l lo pon¨ªa en duda. Yo siempre le he amado¡±. Parece que en este caso los papeles estaban cambiados, pero es que el talento y la rebeld¨ªa de Alberto San Juan se alimenta del miedo, del deseo y la duda.
Un d¨ªa Alberto San Juan le pidi¨® dinero a su padre para ir a Cuba a recoger bananas
En esa casa grande de la colonia de El Viso donde se crio, su primer recuerdo posee todo el aroma de Rilke. ¡°Al poco de llegar al chalet sal¨ª al jard¨ªn y me pinch¨¦ con un rosal. Pens¨¦: ¡®Tengo 4 a?os, mi color favorito es el azul y me acabo de pinchar con un rosal¡¯, y, ante tal constataci¨®n, sent¨ª un extra?o placer¡±. Estas palabras necesitan que haya debajo un div¨¢n.
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Alberto San Juan alcanz¨® oficialmente el uso de raz¨®n en 1975, con la muerte de Franco como sacramento de la eucarist¨ªa. Lleg¨® a las turbulencias de la pubertad con el golpe de Tejero, en 1981, y ensay¨® los primeros sue?os de juventud con los socialistas en el Gobierno. Tejero, pistola en mano, hab¨ªa gritado: ¡°Quieto todo el mundo, que nadie se mueva¡±. Y como reacci¨®n a esta par¨¢lisis, unas tribus urbanas con la carne traspasada con imperdibles iniciaron la movida. En aquel cruce de caminos de los a?os ochenta una ruta llevaba a Rockola y otra a La Habana de Fidel Castro, una a la droga y otra a la conciencia revolucionaria; en ambos casos se trataba de sacarle las tripas al sistema, bien visti¨¦ndose con bata de felpa como Almod¨®var o esculpi¨¦ndose el pecho con una estampa del Che Guevara.
Estudi¨® Periodismo porque a los 17 a?os le avergonzaba decir que quer¨ªa actuar
Alberto San Juan fue ni?o hasta muy tarde y se qued¨® en casa, mirando por la ventana c¨®mo sus hermanos, que eran punkis, sal¨ªan a comerse la noche; en cambio, ¨¦l un d¨ªa le pidi¨® dinero a su padre para alistarse en las brigadas que iban a Cuba a recoger bananas y el padre se lo neg¨®: ¡°Para ir a Oxford, lo que quieras; para los sue?os revolucionarios, nada¡±. Con el dinero que le prest¨® un amigo pudo cumplir el rito y desde Cuba por ah¨ª todo seguido hasta parar un 15 de mayo en la Puerta del Sol, con la rabia y el desencanto incluidos.
Estudi¨® Periodismo porque a los 17 a?os le daba verg¨¹enza decir que quer¨ªa ser actor. Trabaj¨® un par de a?os en Diario 16, pero la neurosis le devoraba al tener que alternar el periodismo con las lecciones de teatro. Dudaba si en realidad ten¨ªa alguna cualidad para ese oficio. Un d¨ªa, pasados ya los 25 a?os, volv¨ªa a casa desde la escuela hundido por una nueva cr¨ªtica feroz que le hab¨ªa inferido su profesora. Estaba tan abatido que se sent¨® en el bordillo de una calle desierta, se tumb¨® de espaldas en la acera y se qued¨® mirando al cielo frente a este dilema: ten¨ªa la misma capacidad expresiva de un muerto, seg¨²n le dijo su maestra, y salir al escenario le provocaba pesadillas ?Qu¨¦ hacer? Desde el total des¨¢nimo, decidi¨® seguir. Por primera vez en su vida, eligi¨® conscientemente el deseo frente al miedo. Pocos a?os antes, le hab¨ªa ocurrido al rev¨¦s. Le dio a un gran amigo el tel¨¦fono de la que era su gran amor, su primer amor. Al d¨ªa siguiente ya eran un tr¨ªo, del que un tiempo despu¨¦s saldr¨ªa huyendo para evitar la verg¨¹enza de ser expulsado. El miedo que se impuso al deseo lo salv¨® esta vez. La alegr¨ªa de crecer, desde la radicalidad de sus dudas y sus miedos, es la sensaci¨®n que transmite Alberto San Juan, un referente esencial en la escena espa?ola.
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