Un camino secreto
Jo?o Gilberto transform¨® un cuarto de ba?o en el laboratorio en el que invent¨® una manera nueva de cantar y tocar
En el lugar m¨¢s inesperado puede llegarle a alguien una iluminaci¨®n que le cambie la vida. Para Jo?o Gilberto ese lugar fue el cuarto de ba?o de la casa de su hermana, donde se hab¨ªa refugiado despu¨¦s de una temporada de sucesivos infortunios en R¨ªo de Janeiro. A Jo?o Gilberto, que tuvo siempre un aspecto m¨¢s de funcionario digno, cumplidor y reservado que de artista, unos amigos le hab¨ªan buscado una plaza de poco esfuerzo en la burocracia del Congreso de los Diputados, pero al poco tiempo dej¨® de ir a la oficina y lo despidieron, y se vio en la calle, haciendo todo tipo de trabajos menesterosos, incluido el de payaso en fiestas privadas. En sus fotos de juventud, con el pelo ya escaso, con el aire de mansedumbre p¨¢lida, con el traje de funcionario sin lustre, Jo?o Gilberto ya parece una persona precozmente encaminada al infortunio. Jo?o Gilberto era ese muchacho que viaja desde su provincia a la capital para hacerse una carrera de artista, pero que no sabe qu¨¦ quiere todav¨ªa ni cu¨¢l es su talento, ni ha encontrado su propia voz, y se halla perdido en el mundo, arrojado de un lado a otro, andando a media ma?ana con las manos en los bolsillos vac¨ªos por una ciudad donde no conoce a nadie y donde todo es inalcanzable.
En tales casos, la persistencia puede ser suicida. M¨¢s vale retirarse, plegar velas, ponerse temporalmente a salvo en un refugio familiar. Lejos de R¨ªo, de los estudios de grabaci¨®n en los que no hab¨ªa hecho nada que valiera la pena, de los clubes de m¨²sica en los que pagaban mal y donde el p¨²blico no prestaba atenci¨®n, de la penuria y la amenaza cierta del hambre, Jo?o Gilberto se encontr¨® recogido en casa de su hermana, y m¨¢s exactamente en su cuarto de ba?o, donde hab¨ªa descubierto unas condiciones ac¨²sticas incomparables. Las superficies lisas, los azulejos, el hermetismo del encierro, favorec¨ªan la nitidez y la pureza de los sonidos menos poderosos. En el estilo de canto en la m¨²sica popular de la ¨¦poca prevalec¨ªan las voces opulentas, el melodrama del bolero, los desbordamientos sentimentales. En los teatros y en los clubes hab¨ªa mucho ruido, y los m¨²sicos ten¨ªan que hacer m¨¢s ruido a¨²n para ser escuchados. Ese era el mundo estrepitoso donde el joven Jo?o Gilberto no hab¨ªa podido encontrar su sitio. Era una persona solitaria tan incapaz de hacer aspavientos como de levantar mucho la voz. Su sitio, ahora lo descubr¨ªa, era ese cuarto de ba?o en el que pod¨ªa encerrarse durante varias horas al d¨ªa con la guitarra, percibiendo cada matiz en el sonido y en la vibraci¨®n de las cuerdas y en la emisi¨®n de su voz. A?os despu¨¦s dijo en una entrevista que al cantar pensaba en un espacio despejado y abierto, en una hoja de papel en blanco, y que necesitaba una quietud extrema para producir los sonidos que escuchaba en su imaginaci¨®n. El antiguo payaso sin ¨¦xito, el funcionario falso de traje y corbata a un paso de la pura indigencia, era ahora un recluso, un monje en la celda as¨¦ptica del cuarto de ba?o, el investigador en un laboratorio que estaba inventando una manera nueva de cantar y de tocar la guitarra: despojamiento y concentraci¨®n al mismo tiempo; una ¡°guitarra tartamuda¡± que parece tantear someti¨¦ndose a una ascesis de todo lo superfluo y es capaz de contener la complejidad r¨ªtmica de una banda de tambores de baile; una voz que casi se reduce a un murmullo, que es casi habla y a la vez canto flexible y mel¨®dico, y que convierte en golpes de percusi¨®n los acentos naturales de las s¨ªlabas.
Un m¨²sico como Jo?o Gilberto no alza la voz para imponerla a los otros ni sube el volumen para competir con el estr¨¦pito ambiental
Se ha escrito mucho sobre la posible influencia de Chet Baker, tan popular en los primeros cincuenta, en los cantantes de bossa nova. Quiz¨¢, m¨¢s que una voz concreta, lo que lleg¨® a Brasil fue una atm¨®sfera que Chet Baker hizo popular porque cantaba baladas con una desnudez expresiva que le ven¨ªa marcada por las limitaciones de su propia voz, y porque era blanco y en aquella ¨¦poca joven y atractivo. Pero esa atm¨®sfera, esa po¨¦tica del despojamiento, de la falta de ¨¦nfasis, la linealidad sin vibrato y sin exhibicionismo, ven¨ªa de la manera de tocar la trompeta de Miles Davis, y m¨¢s atr¨¢s de otro m¨²sico, Lester Young, en el que yo advierto semejanzas de car¨¢cter y de inclinaci¨®n est¨¦tica con Jo?o Gilberto. En el jazz, desde Louis ?Armstrong, se hab¨ªan celebrado mucho las proezas de virtuosismo y de pura energ¨ªa f¨ªsica. Fue Lester Young, un hombre tan retra¨ªdo y solitario, tan huidizo como Jo?o Gilberto, quien invent¨® una manera de tocar el saxo que prescind¨ªa del exhibicionismo t¨¦cnico y se aproximaba al sigilo de la voz hablada. Lester Young, amigo ¨ªntimo de Billie Holiday, la acompa?¨® muchas veces, y al escucharlos se nota la influencia del saxo en la voz de ella, y la de la manera que ella tiene de decir las canciones se contagia al sonido del saxo. Los dos fueron raros, ¨²nicos, infinitamente fr¨¢giles. Influyeron a muchos, pero anduvieron solos por caminos que a nadie m¨¢s que a ellos les pertenec¨ªan.
En el diario P¨²blico de Lisboa, Nuno Pacheco escribe que Jo?o Gilberto encontr¨® ¡°un camino del que solo ¨¦l sab¨ªa el secreto¡±. Es un camino interior que ¨¦l segu¨ªa, como Lester y Billie Holiday, a la vista del p¨²blico, en la exposici¨®n inevitable de los conciertos. Pero, aunque tocara ante miles de personas, Jo?o Gilberto lo hac¨ªa como si estuviera solo, en una silla peque?a y no muy c¨®moda, atento a su propia voz y a los sonidos de su guitarra, como si continuara encerrado en el cuarto de ba?o de su hermana, como si tocara y cantara tan bajo porque lo hac¨ªa para escucharse a s¨ª mismo, no por egolatr¨ªa, sino para controlar exactamente la pureza y la integridad de su arte. Por talante personal, por convicci¨®n est¨¦tica, un m¨²sico como Jo?o Gilberto no alza la voz para imponerla a los otros ni sube el volumen para competir con el estr¨¦pito ambiental y con la sordera. Lo que tiene que decir ha de ser dicho en voz baja, as¨ª que es a nosotros a quienes nos corresponde esforzarnos al m¨¢ximo. El esfuerzo de cada uno se conjura con el de todos los dem¨¢s para crear un gran silencio propicio, que convierte en espacio ¨ªntimo el s¨®tano de un club o la concavidad inmensa de un gran auditorio. La demanda, el ofrecimiento de Jo?o Gilberto, son como los del poeta o el novelista al lector: ¡°Lo ¨²nico que te pido es toda tu atenci¨®n¡±.
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