El poder de la pulserita en Varadero
El equipo de animaci¨®n es el alma del hotel, verdaderos Rolls Royce del entretenimiento, que lo mismo te imparten yoga, que te ense?an lengua espa?ola
Sent¨ªa el poder en mi mu?eca, un fulgor que saciar¨ªa todas mis apetencias y deseos, una pulsera de pl¨¢stico que me permitir¨ªa pedirme lo que me diera la gana. La deliciosa pi?a colada. El chispeante Bloody Mary. El inevitable mojito. El cielo se adornaba de ex¨®ticas formaciones nubosas y el agua era tan cristalina que parec¨ªa que no exist¨ªa. Alguien se acerc¨® a ofrecerme una brocheta de mango reci¨¦n cortado. Y gratis.
Despu¨¦s de tres semanas de viaje mochilero por la isla de Cuba, traslad¨¢ndome de aqu¨ª para all¨¢ en Chevrolets de los a?os 50 (los llaman almendrones o m¨¢quinas) y aloj¨¢ndome con amabil¨ªsimas familias cubanas que me daban papaya para desayunar y frijoles para cenar, decid¨ª recalar en un resort de los de pulserita, todo incluido, para abandonarme a las bajas pasiones.
Varadero, donde se encuentran estos sitios, est¨¢ en Cuba pero es m¨¢s bien otro lugar, dise?ado exclusivamente para explotar el turismo como principal alternativa econ¨®mica de la isla. Alrededor de la largu¨ªsima playa (de m¨¢s de 20 kil¨®metros), que los nativos califican como la segunda mejor del mundo (nunca supieron decirme cu¨¢l es la primera), se alinean los resorts uno tras otro, algunos de ellos de conocidas empresas espa?olas que tienen un acuerdo con el gobierno cubano para explotarlos durante un tiempo limitado. El m¨ªo era un enorme edificio con aspecto de pir¨¢mide azteca que surg¨ªa entre la flora tropical.
Al entrar me alucin¨® el enorme espacio central por el que ca¨ªa un jard¨ªn colgante y me alucin¨® tambi¨¦n el hilo musical, donde sonaba Julio Iglesias. Todo incitaba al relax, el aire acondicionado, la perezosa voz del truhan y del se?or. Fue en ese momento cuando tom¨¦ posesi¨®n del objeto m¨¢gico que me conducir¨ªa a la felicidad: la pulserita.
Quiso la suerte que todas las habitaciones est¨¢ndar estuvieran ocupadas y me hicieran un upgrade gratuito a una suite con cama de dos metros, sal¨®n, dos ba?os, vistas al mar, un lugar m¨¢s grande que mi piso de Lavapi¨¦s, y mejor puesto. Es curioso c¨®mo en los hoteles vivimos de forma m¨¢s lujosa que en nuestro propio hogar, nos tratan como reyes, y que, entre tanto oropel y cisne de hielo, proliferen tantas personas en ba?ador y chanclas.
En la salida a la selv¨¢tica piscina se vende parte de la infinita bibliograf¨ªa que sobre Fidel Castro y Che Guevara se publica en este pa¨ªs. Estos lugares, estos hoteles todo incluido, se me antojan el verdadero para¨ªso socialista, y no la precariedad y la desesperanza que se respira ah¨ª fuera. Aqu¨ª, previo pago de una habitaci¨®n, todos somos iguales porque todos podemos aspirar al mismo buffet libre, sin diferencia de clase. La comida de los hoteles es mucho m¨¢s variada y de mayor calidad que en el resto de la isla donde lo que se come es, b¨¢sicamente, arroz y frijoles y, con un poco de suerte, pollo. En los puestos callejeros venden bocadillos de mayonesa, a secas, o de un jam¨®n que m¨¢s bien es chopped. En el hotel, por supuesto, hay de todo para el turista extranjero: pocos cubanos pueden pagarlo. Muchos de estos turistas apenas salen del resort (tampoco hay mucho que hacer fuera, solo otros resorts) y los hay que vienen desde su pa¨ªs, pacen aqu¨ª y regresan sin haber visto nada m¨¢s de la mayor de las Antillas.
La pulserita en vez de la hoz y del martillo: dentro de esta regulada comunidad del placer, sin embargo, tambi¨¦n se valora al individuo, como se observa, por ejemplo, en el spa donde te cubren de lodos ardientes, te amasan el m¨²sculo con ca?as de bamb¨² y te masajean bien fuerte para que te des cuenta de que existes, de que eres un ser ¨²nico entre la multitud tur¨ªstica.
Es curioso, tambi¨¦n, c¨®mo ante la abundancia hasta los m¨¢s ricos se ponen nerviosos y llenan sus platos de la forma m¨¢s inveros¨ªmil con las mezclas gastron¨®micas m¨¢s raras: arroz con espagueti, cerdo con pescado, huevos fritos con guayaba y guisantes, hasta formar verdaderas cordilleras de alimento. Una cosa buena de convivir durante desayuno, comida y cena con los mismos cientos de personas es que acabas conoci¨¦ndolos de vista y especulando con sus vidas: surge la curiosidad y el cotilleo. Por ejemplo, un servidor lo pet¨® fuertemente bailando en una de las fiestas nocturnas de la playa del hotel: al d¨ªa siguiente, al desayuno, not¨¦ una mirada de profundo respeto y reverencia en toda la fauna del resort. Comprob¨¦ as¨ª que hab¨ªa dislocado mi cuerpo hasta estar a punto de romper el bungalow.
El resort me parece uno de esos no lugares de los que habla el soci¨®logo Marc Aug¨¦, como los aeropuertos o los cruceros, una peque?a ciudad cerrada sobre s¨ª misma, donde hay restaurantes, tiendas, frondosos jardines, pianobares, gimnasios o salas de juego. Fuera podr¨ªa haberse producido una cat¨¢strofe nuclear: aqu¨ª echamos la siesta bajo la palmera con un novel¨®n abierto sobre la tripa. Son espacios con los que resulta dif¨ªcil establecer una conexi¨®n emocional: pasamos por aqu¨ª y luego borran toda constancia de nuestro paso, menos la de Instagram.
Pero lo mejor del resort, adem¨¢s de la barra libre, son las actividades del equipo de animaci¨®n. Ah¨ª pude experimentar nuevas vocaciones como el tiro con rifle, el buceo, la salsa, el tiro con arco (prob¨¦ a tirar con los ojos cerrados, como los maestros zen, sin ning¨²n ¨¦xito) o el Aqua Zumba, adem¨¢s de otros entretenimientos m¨¢s imaginativos que llaman crazy games: uno de ellos semejaba a las legendarias zamburguesas del programa Humor Amarillo.
El equipo de animaci¨®n es el alma del hotel, verdaderos Rolls Royce del entretenimiento, que lo mismo te imparten yoga, que te ense?an lengua espa?ola, que te animan a mover el bullate en la pista de baile. Seg¨²n me cont¨® uno, son todos licenciados en Historia del Arte o Filosof¨ªa, y los de mantenimiento son arquitectos o ingenieros, porque en Cuba sobra la formaci¨®n, aunque luego no sepan qu¨¦ hacer con ella y el gobierno pague sueldos m¨ªseros, incluso en estos hoteles lujosos y paradis¨ªacos.
En el resort, aunque muy suavemente, se nota el paso del tiempo. Unas caras vienen y otras se van, mientras unos hacen el check out, llega carne nueva del aeropuerto. Los empleados se despiden efusivamente de algunos turistas con los que han hecho buenas migas. La vida misma: llega el d¨ªa inevitable en el que quien se marcha soy yo. Al volver a Madrid levanto el pu?o en la poller¨ªa, en el men¨² del d¨ªa, en el discopub hipster, no porque me haya hecho revolucionario, sino porque quiero seguir utilizando el poder de mi pulsera. Pero aqu¨ª nadie me hace caso.?
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