Virginia Woolf, en Londres
Fue la primera en narrar con voces superpuestas, las mismas que o¨ªa y vulneraban su mente bipolar. Despu¨¦s de romper todas las barreras de la moral victoriana un d¨ªa llen¨® de piedras los bolsillos del abrigo y se ahog¨® en el r¨ªo Ouse
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Mi hotel estaba situado en Bloomsbury, un barrio lleno de librer¨ªas y tiendas de anticuarios, de plazoletas con jardines privados, a unos pasos del Museo Brit¨¢nico y del 46 de Gordon Square, la casa donde vivi¨® Virginia Woolf. En mi primer viaje a Londres aprend¨ª que los ingleses para llamarte hijo de perra bajan la voz, que los generales acuden al cuartel de paisano con paraguas, que este pueblo se las ha arreglado hist¨®ricamente para vivir a costa del resto de los mortales, que sus ladrones, si bien no ganan en simpat¨ªa a los italianos, son, en cambio, los m¨¢s elegantes del planeta, que si un brit¨¢nico, ¨¦l o ella, sale guapo de f¨¢brica, lo sigue siendo hasta la v¨ªspera de su muerte, que sus arist¨®cratas se distinguen por masticar un pudin sin mover los labios. ?Qui¨¦n en el fondo no desear¨ªa haber recibido una herencia sucia muy cuantiosa purificada por cuatro generaciones que te permitiera ser esnob, exc¨¦ntrico, divertido e ingresar en la aristocracia de la inteligencia como sucedi¨® con la familia de Virginia Woolf?
Uno de sus antepasados, un tal William Stephen, al final del siglo XVIII, hizo una gran fortuna en las Antillas. Compraba a la baja esclavos enfermizos, los curaba y los revend¨ªa al alza a buen precio. Gracias a este detalle piadoso uno de sus descendientes, Leslie Stephen, cien a?os despu¨¦s, ya pudo ser un hombre honorable, cr¨ªtico e historiador de gran reputaci¨®n, padre de cuatro hijos de renombre: Vanessa, pintora posimpresionista; Adrian, m¨¦dico; Virginia, escritora, y Thoby, que pese a haber muerto muy joven de tifus, aun tuvo tiempo de fundar, con algunos amigos de la universidad, una sociedad esot¨¦rica llamada Los Ap¨®stoles de Cambridge, conocida despu¨¦s como el grupo de Bloomsbury.
El primer d¨ªa, como es l¨®gico, me dirig¨ª al vecino Museo Brit¨¢nico para admirar este inmenso latrocinio convertido en un fondo de cultura universal. Darse una vuelta por Great Russell Street era la forma m¨¢s pr¨¢ctica de visitar Mesopotamia, de ir a Grecia, de recorrer Egipto en una sola ma?ana. Los brit¨¢nicos han arramblado con todo en sus colonias, templos, dioses, ¨ªdolos, esculturas, tumbas, momias, papiros, mastabas. Si no se han tra¨ªdo las pir¨¢mides simplemente es porque pesan demasiado.
No comprendo c¨®mo los brit¨¢nicos no han erigido a¨²n en el vest¨ªbulo del Museo Brit¨¢nico un monumento a la reina Victoria, como la primera perista de la historia, que compraba el producto de la rapi?a de sus colonizadores y aventureros.
Por la tarde me di una vuelta por Gordon Square,solo por el placer de contemplar la casa de Virginia Woolf donde en su d¨ªa entraban y sal¨ªan los fil¨®sofos Bertrand Russell y Ludwig Wittgenstein, el cr¨ªtico de arte Clive Bell, que se casar¨ªa con su hermana Vanessa, el economista John Maynard Keynes, el escritor Gerald Brenan, el novelista E. M. Forster, la escritora Katherine Mansfield y los pintores Dora Carrington y Duncan Grant.
All¨ª, en una habitaci¨®n propia, Virginia Woolf, a quien todos llamaban la Cabra, comenz¨® a elaborar una literatura desestructurada y a regurgitar el fluido de la propia conciencia como los rumiantes. Virginia Woolf fue la primera en narrar con voces superpuestas, las mismas que o¨ªa y vulneraban su mente bipolar. Despu¨¦s de romper todas las barreras de la moral victoriana un d¨ªa llen¨® de piedras los bolsillos del abrigo y se ahog¨® en el r¨ªo Ouse.
Por lo dem¨¢s, esta gente se dedicaba a cazar lepid¨®pteros en los jardines de sus casas de campo con ropa vaporosa y sombreros blandos; a viajar por todo el mundo con muchos ba¨²les forrados de loneta para contemplar ruinas cl¨¢sicas entre ni?os andrajosos, lo que les permit¨ªa ser a la vez estetas y compasivos; luego, bajo un humo de pipa con sabor a chocolate, en el 46 de Gordon Square, discut¨ªan de psicoan¨¢lisis, de teor¨ªa cu¨¢ntica, de los fabianos y jugaban a ser esp¨ªas. Uno de ellos, Anthony Blunt, asesor de arte de la reina, descubierto como esp¨ªa de los sovi¨¦ticos, cuando en 1979, sentado ante el tribunal, el fiscal le pregunt¨®: "?Es usted consciente de que ha sido traidor a la patria?". Como si se tratara de otro de sus juegos, contest¨®: "Me temo que s¨ª". Muerto Thoby, los m¨¢s talentosos del grupo se dispersaron pronto. Solo qued¨® un ret¨¦n de mediocres que debi¨® la posteridad al genio de Virginia. Pese a todo, ?a qui¨¦n no le hubiera gustado disfrazarse de sult¨¢n en alguna de sus fiestas?
Sobre la firma
