Robert Johnson: el caso del ¡®bluesman¡¯ que nunca muri¨®
El 'New York Times' oficializa la defunci¨®n del m¨²sico, que falleci¨® hace 81 a?os
Ayer, el New York Times public¨® la necrol¨®gica del m¨²sico Robert Johnson¡ que muri¨® en 1938. Con una nota previa de disculpa: el bluesman se les hab¨ªa olvidado en sus recuperaciones de personajes cuyo ¨®bito pas¨® inadvertido para el peri¨®dico. Justicia po¨¦tica, sin duda: estamos ante un creador extremadamente influyente en la segunda mitad del siglo XX pero cuya mitolog¨ªa casi ha eclipsado su inmenso arte.
Lo recordar¨¢n, sin duda. El chaval de Mississippi que no ten¨ªa demasiado talento hasta que, tras una ausencia de seis meses, reapareci¨® seguro como cantante y poderoso como guitarrista, el fruto ¨Ccoincidieron algunos espectadores- de un pacto con el Diablo, que acept¨® su alma a cambio de la destreza en su oficio. Como m¨²sico ambulante, ejerci¨® de seductor all¨ª d¨®nde par¨®. Se supone que, en agosto de 1938, el marido de una de sus conquistas se veng¨® envenen¨¢ndole. Todo est¨¢ difuminado en la neblina del pasado: hay tres diferentes tumbas donde aseguran que est¨¢n enterrados sus restos.
A falta de datos incontrovertibles, las cr¨®nicas suelen desplazar el foco hac¨ªa su descubrimiento por la generaci¨®n de los sesenta. Primero, fueron los folkies: en Bringing it all back home (1965), Bob Dylan mostraba la portada de su primera recopilaci¨®n, King of the Delta blues singers. Poco despu¨¦s, empezaron a grabar sus canciones los Rolling Stones (Love in Vain) y Eric Clapton (Crossroads).
Lo de ¡°sus canciones¡± necesita puntualizaci¨®n. En Cr¨®nica, su libro autobiogr¨¢fico, Dylan recuerda discutir con uno de sus mentores, Dave Van Ronk, que aseguraba que Johnson ten¨ªa mucho de plagiario. Efectivamente, casi todos los versos ¨Cy buena parte de las m¨²sicas- que aparecen en las grabaciones del bluesman ya circulaban por el delta del Misisipi y, es m¨¢s, estaban disponibles en discos. La famosa desaparici¨®n de medio a?o estuvo seguramente dedicada a la escucha obsesiva de aquellas pizarras que giraban a 78 rpm.
Eso m¨¢s abundantes horas de ensayo. Como guitarrista, Robert adquiri¨® habilidades vertiginosas: todav¨ªa es frecuente el comentario de que all¨ª suenan un par de guitarras; traspon¨ªa frases de piano y suger¨ªa el pulso del contrabajo. Estaba anticipando la gran metamorfosis del blues, ocurrida durante la d¨¦cada siguiente en Chicago, cuando sus coet¨¢neos de Mississippi electrificaron las guitarras y a?adieron grupos de acompa?amiento.
Se trataba de un int¨¦rprete magn¨¦tico. Solo as¨ª se explica que el productor Don Law aprovechara dos de sus viajes a Dallas (Tejas) para que Johnson grabara, en 1936 y 1937, un total de 29 canciones en cinco d¨ªas. Para entonces, el blues rural estaba perdiendo gancho comercial en un negocio ¨Cel de la race music- que todav¨ªa estaba recuper¨¢ndose de la Gran Depresi¨®n. Law, habituado a trabajar con todo tipo de m¨²sicos, seguramente advirti¨® que Robert ¨Ccomo los mejores de sus colegas- era un formidable sintetizador de ideas que flotaban en el aire. Tampoco se buscaba la originalidad, tal como ahora la entendemos. Al tratarse de una m¨²sica minoritaria, consumida por negros situados en la base de la pir¨¢mide social, no se planteaban problemas de copyright: cada artista firmaba como autor lo que interpretaba; t¨¦cnicamente, eran productos del proceso de la evoluci¨®n de la m¨²sica del pueblo.
Todo eso cambi¨®, claro, cuando esos temas se integraron en ¨¢lbumes de rock que vend¨ªan millones de ejemplares. A partir de los a?os sesenta, folcloristas e investigadores aficionados comenzaron a explorar el Sur Profundo, siguiendo pistas de colegas y compa?eros de aventuras de Robert. Aparecieron dos certificados de sendos matrimonios, aunque ¨Cpara a?adir m¨¢s misterio- no coincid¨ªan las fechas declaradas del nacimiento del contrayente. M¨¢s tarde, se localiz¨® el certificado de defunci¨®n. No citaba la causa, aunque una nota a?adida a posteriori especulaba que el hombre muri¨® de s¨ªfilis.
Fue Steve LaVere, un especialista en reediciones, qui¨¦n encontr¨® a una hermanastra de Robert, que pose¨ªa dos fotos del difunto (hasta entonces, un artista sin cara). Consciente de haber hallado la mina de oro, LaVere se ocup¨® de registrar las creaciones de Johnson a nombre de sus descendientes¡y cobrar su 50 % como gestor. Dado que estaban en juego millones de d¨®lares, lleg¨® una avalancha de querellas y controversias.
Aunque las grabaciones pertenec¨ªan al domino p¨²blico y pod¨ªan ser editadas por cualquier compa?¨ªa, LaVere convenci¨® a Columbia Records, propietaria del archivo del sello original, para que publicara en 1990 The complete recordings, una lujosa caja con dos ced¨¦s que juntaba las 29 canciones que constitu¨ªan el canon m¨¢s 11 tomas alternativas. La brillantez de su m¨²sica ¨¢spera y la fuerza de su f¨¢bula consiguieron que aquel lanzamiento despachara m¨¢s de dos millones de copias.
Ahora Robert es la base de una verdadera industria: contamos con discos de homenaje, documentales, libros de autores que pelean entre s¨ª. Pueden elegir qu¨¦ Robert Johnson prefieren: el artista t¨ªmido y atormentado o el profesional vividor. Tenemos una visi¨®n incompleta de su repertorio: se sabe que tambi¨¦n tocaba ¨¦xitos del momento. Tiene l¨®gica: sol¨ªa actuar en bailes, lo que supon¨ªa combinar sus blues intensos con canciones animadas (una faceta que solo qued¨® enlatada en?They¡¯re red hot, en onda ragtime). Muri¨® con 27 a?os, sin imaginar que se transformar¨ªa en una leyenda. Lo dice hasta el New York Times.
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