En la vida real
Mientras los pol¨ªticos cultivan discordias est¨¦riles, muchas personas mantienen el esfuerzo cotidiano de mejorar el mundo
Para vacunarse contra las tentaciones del esencialismo, del tremendismo, del fatalismo, del cinismo pol¨ªtico, en estos tiempos tan propicios a la desolaci¨®n, un recurso posible es visitar alguno de esos espacios p¨²blicos que funcionan bien, incluso admirablemente bien, a pesar de todos los pesares innumerables de la vida espa?ola. En vez de escuchar tantas tertulias, o de leer m¨¢s columnas o largas informaciones sobre las nimiedades internas de los partidos pol¨ªticos, es un alivio, y un consuelo, encontrarse, por ejemplo, en un buen centro sanitario p¨²blico o en una biblioteca, o en uno de esos museos donde la riqueza de las obras expuestas solo es comparable a la calidad y al rigor del trabajo de las personas dedicadas a su preservaci¨®n, a su estudio y a su difusi¨®n p¨²blica.
El espect¨¢culo que la clase pol¨ªtica espa?ola est¨¢ dando en estos ¨²ltimos meses es tan vergonzoso que se requieren grandes esfuerzos de energ¨ªa c¨ªvica para no capitular de la responsabilidad del voto. Pero igual de desolador, y de tedioso, es el otro espect¨¢culo complementario de la informaci¨®n, la opini¨®n, la chismolog¨ªa pol¨ªtica. Parece que la realidad no le interesa a nadie: me refiero a esa parte inmensa de la realidad que est¨¢ m¨¢s all¨¢ de lo que ha declarado o tuiteado este o aquel, de las infinitas elucubraciones de soci¨®logos o polit¨®logos de quinta fila acerca de maniobras y diatribas partidistas que no tienen otro motor que la vanidad, la egolatr¨ªa y la ambici¨®n de poder. Yo miro a estos figurones de la pol¨ªtica rodeados de micr¨®fonos y me asombro de que, hablando tanto, nunca tengan nada que decir sobre las cosas fundamentales de esa vida p¨²blica a la que al parecer se dedican, y de la cual viven. Tambi¨¦n me asombro, y me entristezco, de mi propia ingenuidad, porque fui a votar con ilusi¨®n y con un gran sentimiento de urgencia el 28 de abril, en un colegio electoral lleno de ciudadanos de todas las edades y aspectos, y he visto a lo largo de los meses que habr¨ªa sido mucho m¨¢s sensato manteni¨¦ndome descre¨ªdo y esc¨¦ptico.
Pero siempre ser¨¢ preferible la moderada ingenuidad a la negaci¨®n c¨ªnica de todo, a ese nihilismo de sal¨®n que a veces se confunde con radicalismo o lucidez, pero que no es m¨¢s que una pose, ya que nadie es nihilista en su vida real. Y tambi¨¦n es importante que el esp¨ªritu cr¨ªtico y el esc¨¢ndalo ante el abuso y la incompetencia no lo lleven a uno a decir tonter¨ªas. Visitar un centro de salud o una biblioteca o un laboratorio lo enfrenta a uno a la evidencia irrefutable de las cosas bien hechas, del m¨¦rito de quienes se entregan con solvencia y generosidad a trabajos muy dif¨ªciles y muy necesarios, y casi nunca bien pagados. Tambi¨¦n se aprende en lugares as¨ª a constatar la naturalidad de algo que parece imposible en el ¨¢mbito de la pol¨ªtica: el talento de la mayor parte de las personas para dejar temporalmente a un lado sus diferencias innumerables de car¨¢cter y creencias y trabajar juntas en un empe?o pr¨¢ctico com¨²n, ejerciendo una mezcla valiosa de idealismo y de pragmatismo. En muchos casos, adem¨¢s, toda esa eficacia se logra teniendo en contra, y no a favor, las circunstancias oficiales; arregl¨¢ndose con presupuestos escasos, con condiciones laborales casi siempre angustiosas o inciertas; teniendo que defenderse de la intromisi¨®n, el capricho o man¨ªas doctrinarias de altos cargos que act¨²an como comisarios pol¨ªticos.
Entro a la biblioteca p¨²blica del Retiro, la m¨¢s cercana a mi casa, con la misma gratitud ciudadana con la que voy a una consulta o a ver a un amigo m¨¦dico en el hospital Gregorio Mara?¨®n, o como cuando tengo la suerte de visitar los talleres de restauraci¨®n del Museo del Prado. Tambi¨¦n he sentido lo mismo entrando en un aula o en el sal¨®n de actos de un instituto donde los profesores y los alumnos han sabido conjurarse para no rendirse al deterioro planificado de la ense?anza p¨²blica. Y, ahora que lo pienso, tengo siempre una sensaci¨®n parecida cuando voy a votar. Me conmueve ¨ªntimamente la seriedad con que los miembros de una mesa electoral se toman su trabajo, la solvencia con que ejercen ese ritual sereno de la ciudadan¨ªa.
Mientras los pol¨ªticos y sus comparsas se dedican a cultivar una discordia est¨¦ril y un ruido que lo confunde todo, hay ¨¢mbitos de la vida real en los que se mantiene silenciosamente el esfuerzo cotidiano de mejorar el mundo, sin que merezcan ni una parte m¨ªnima de la atenci¨®n que se derrocha en lo mentiroso o lo superfluo. Hay profesores que tienen que dar sus clases en barracones prefabricados y alumnos que no pueden prestar atenci¨®n en clase porque no han desayunado. Algunos de los libros que consulto en la biblioteca est¨¢n tan gastados por el uso que las p¨¢ginas se me descuadernan entre las manos. M¨¦dicos y enfermeros sobrecargados de trabajo sienten p¨¢nico al ver que vuelven a gobernar la sanidad en Madrid los mismos halcones que hace unos a?os intentaron desmantelarla y privatizarla.
Observar con los ojos abiertos la realidad tambi¨¦n puede ser un remedio contra esos desplantes apocal¨ªpticos que son tan ¨²tiles a los medios para eso que llaman ¡°dar titulares¡±. Alguien declara que los espa?oles estamos condenados al cainismo, o a la guerra civil, como si lo llev¨¢ramos en la sangre, y tiene asegurado el titular. Es una especie de noventayochismo esencialista que siempre tiene mucho ¨¦xito, un nacionalismo al rev¨¦s que nos condena a la perpetuaci¨®n de una calamidad originaria, a una discordia a la que siempre es adecuado a?adir el adjetivo ¡°fratricida¡±. El actor Karra Elejalde, maquillado y disfrazado de Miguel de Unamuno, dice solemnemente: ¡°Parecer¨ªa que en Espa?a no nos hemos movido un mil¨ªmetro en 83 a?os¡±. La frase ha debido de gustar mucho porque la veo repetida en muchos sitios. El actor, unamunianamente seguro de s¨ª mismo, a?ade: ¡°Los espa?oles somos raritos de cojones¡±.
?De verdad no nos hemos movido en todo este tiempo? Y la Guerra Civil, ?de verdad brot¨® de una condena o de una rareza tan org¨¢nica, y tan hombruna, que puede ser localizada en regi¨®n testicular? Miro a la gente con la que me cruzo cada d¨ªa. Me fijo en el trabajo de much¨ªsimas personas que sostienen nada menos que la trama formidable de la vida, igual que me fijo los d¨ªas de elecciones en el modo en que la gente va a votar y en que los encargados de las mesas cumplen sus tareas. Decir que un pa¨ªs as¨ª es id¨¦ntico al de hace 80 a?os, o al de hace 50, o 30, ser¨ªa un insulto si no fuera una frivolidad.
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