Dal¨ª a Gala: ¡°Te quiero como se quiere al dinero¡±
Albert Reynolds Morse fue el gran coleccionista y fiel cronista del pintor. Durante 40 a?os anot¨® sus intercambios con el exc¨¦ntrico artista en la intimidad. Ese material emerge ahora del olvido
Si Goethe tuvo a Eckermann y el doctor Johnson a Boswell, Dal¨ª tuvo en el millonario Albert Reynolds Morse a su cronista m¨¢s fiel. El industrial y coleccionista de Cleveland, fundador, con su esposa, Eleanor, del Dal¨ª Museum de Saint Petersburg en Florida, acometi¨® durante cuatro d¨¦cadas a partir de 1943, cuando se conocieron, la monumental tarea de anotar todo lo que el artista dec¨ªa, hac¨ªa, pintaba o proyectaba durante sus encuentros en Estados Unidos, Par¨ªs, Roma, Venecia, Barcelona o Cadaqu¨¦s. Un oc¨¦ano de informaci¨®n vertida en unos diarios que permanecen in¨¦ditos y que EL PA?S ha podido consultar en la copia microfilmada que guardan los Archives of American Art, Smithsonian Institution, gracias a la Biblioteca Nacional de Catalunya.
Son centenares de p¨¢ginas manuscritas en las que se asoma un retrato del Dal¨ª oportunista, eg¨®latra, antidem¨®crata y porn¨®grafo, pero tambi¨¦n el m¨¢s ¨ªntimo y cercano, sin disfraces ni m¨¢scaras, fabulador, bromista y genial seductor. Y en lo que consideraba su arte serio, un pintor empe?ado en corregir a su favor una historia del arte que, negando la l¨ªnea hegem¨®nica iniciada por C¨¦zanne y Picasso, justificaba su modernidad mediante una permanente actitud performativa y la traslaci¨®n en su pintura de los descubrimientos de la ciencia (bomba at¨®mica, ADN, computadoras, hologramas¡).
Ian Gibson no pudo utilizar para su gran biograf¨ªa de Dal¨ª de 1997 la mayor parte del diario. ¡°Morse¡±, dijo el pasado viernes Gibson, ¡°me dio permiso para leerlo, pero despu¨¦s el gerente que hab¨ªa entonces en el museo de St. Petersburg me impidi¨® seguir consult¨¢ndolo, de modo que solo pude acceder a los escasos fragmentos que hab¨ªa seleccionado antes del veto¡±. Correspond¨ªan a los ¨²ltimos a?os, cuando el pintor estaba ya seriamente enfermo. Gibson cree que ¡°es una obra de extraordinario valor y que, si se publica, se revelar¨¢ como nuestra fuente m¨¢s detallada y fiable para las grandezas y miserias de la vida cotidiana de Dal¨ª, Gala y su entorno¡±.
A Morse al principio le fascinaba Gala. Ella le cont¨® que no le hab¨ªa costado nada separarse de ?luard: ¡°?l quer¨ªa librarse del suicidio de la guerra en el frente occidental e insist¨ªa en casarse conmigo, a pesar de que yo le dije que no estaba enamorada de ¨¦l. Dilapidaba el dinero de su familia y compraba cuadros para ayudar a sus amigos, cuando yo, el ¨²ltimo a?o, ten¨ªa a mi padrastro muy enfermo en Italia y uno de mis hermanos hab¨ªa muerto de desnutrici¨®n en el frente¡±.
Pero pronto chocaron. ¡°Era para Dal¨ª una extra?a y compleja mezcla de tigresa, madre, m¨¢rtir y banquera, que no ten¨ªa amigos propios¡±. Sab¨ªa que vivir con Dal¨ª no era f¨¢cil, m¨¢s a¨²n cuando no pod¨ªa satisfacerla sexualmente. Lo que le reprochaba Morse es que no hubiera procurado que Dal¨ª buscara menos titulares sensacionalistas en la prensa y m¨¢s estudios prestigiosos sobre su obra. ¡°Yo considero m¨¢s importante mi personalidad que mi obra¡±, le hab¨ªa dicho Dal¨ª, y el industrial de Ohio, conservador hasta la m¨¦dula, que ya en 1956 pose¨ªa en su colecci¨®n 40 obras de ¨¦l, tem¨ªa que sus payasadas, sus acad¨¦micos retratos de gente rica y sus trabajos publicitarios destruyeran la valoraci¨®n de su arte.
Angustiado por esta idea, quiso sermonear a Dal¨ª: ¡°Tienes que aprender a separar las dos caras de Dal¨ª¡±, replic¨® el pintor. ¡°Mi mano izquierda no sabe lo que hace mi mano derecha¡±. Y le contaba que Miguel ?ngel hab¨ªa dise?ado los uniformes de la Guardia Suiza, cortinas y alfombras del Vaticano. ¡°Gracias a lo que t¨² reprochas¡±, sentenci¨® el artista, ¡°puedo vivir como quiero y pintar lo que me da la gana¡±.
El credo de Dal¨ª era muy simple: ¡°El valor de una obra de arte es un 99,9% opini¨®n¡±. ¡°?Ves esto¡± ¡ªgrit¨® en la habitaci¨®n del hotel St. Regis agitando una escobilla para limpiar v¨¢teres ante la cara del despavorido Morse¡ª ¡°?cu¨¢nto dir¨ªas que vale? ?Si alguien ofrece por ella 100.000 d¨®lares, vale 100.000 d¨®lares!¡±. Una vez le oy¨® decir, dirigi¨¦ndose a Gala: ¡°Te quiero como se quiere al dinero¡±, tal vez la declaraci¨®n de amor m¨¢s sincera que alguna vez sali¨® de los labios de Dal¨ª.
¡°No te enga?es, no somos sus amigos, solo sus clientes¡±, tuvo que alertar Eleanor a su marido en 1968, tras 25 a?os de amistad. Una de las broncas m¨¢s humillantes que recibi¨® fue cuando Salvador Dal¨ª se enter¨® de que hab¨ªa escrito al joyero argentino Carlos Alemany, rechazando una obra por considerarla demasiado cara en relaci¨®n al precio de mercado. ¡°?El precio de Dal¨ª est¨¢ en constante alza! Si ahora no es verdad, lo acabar¨¢ siendo¡±, empez¨® la rega?ina el pintor con su rudimentario ingl¨¦s. ¡°Es necesario mantener la leyenda de que los precios de Dal¨ª son fant¨¢sticos¡ La gente no sabe ni juzga la calidad. La gente solo sabe que si el precio es muy alto, la pintura es muy buena. Si el precio es bajo, la pintura no es buena¡±. La bronca surti¨® efecto a?os despu¨¦s, durante la subasta de El descubrimiento de Am¨¦rica por Crist¨®bal Col¨®n en la Parke-Bernet Gallery el 11 de marzo de 1971.
Por primera vez Morse sucumbi¨® a las s¨²plicas de Dal¨ª para que participara en una operaci¨®n destinada a subir la cotizaci¨®n de su obra. Su r¨¦cord estaba en 83.000 d¨®lares y ahora quer¨ªa alcanzar los 100.000. Morse consideraba que la obra val¨ªa como m¨¢ximo 65.000 y, sobreponi¨¦ndose a las l¨¢grimas de Eleonor, convino con el ayudante del pintor, el capit¨¢n Moore, que la comprar¨ªa la Knoedler Gallery por medio de una antigua modelo de Dal¨ª, Marion, con la promesa de que Moore le dar¨ªa 50.000 d¨®lares m¨¢s los beneficios de su reventa. Marion, que llevaba en su bolso un cheque de 106.000 d¨®lares, comenz¨® la puja con 15.000 d¨®lares, mientras otro c¨®mplice la sub¨ªa.
Morse asisti¨® a la subasta con el alma en un pu?o, lleno de remordimientos, sintiendo las miradas inquisitivas del p¨²blico y de los otros marchantes cuando otro cuadro de Dal¨ª no lleg¨® a los 17.000 d¨®lares. El New York Times titul¨® Pintura de Dal¨ª, 100.000$, un r¨¦cord. Dal¨ª le dijo que intentar¨ªa vend¨¦rsela al Gobierno espa?ol por 300.000 d¨®lares, ¡°ahora que S¨¢nchez Bella tiene m¨¢s poder que antes [era ministro de Informaci¨®n]¡°. Pero a Morse le gustaba la obra y decidi¨® qued¨¢rsela, a cambio de una rebaja en el precio de El concilio ecum¨¦nico y El torero alucin¨®geno ¡°con el fin de compensar el uso de nuestro dinero para sustentar el mito Dal¨ª. ?Viva Dal¨ª!¡±.
A Morse le escandalizaban los dobles contratos, la numeraci¨®n de copias de obra impresa superior al tiraje declarado, la masiva firma de hojas en blanco antes de imprimir los grabados, la firma de facs¨ªmiles como si fueran originales¡ o el embrollo judicial cuando Christine, una de sus ayudantes que hab¨ªa esculpido un busto de Dante bajo las consignas de Dal¨ª, reclam¨® la obra como de su autor¨ªa.
El caballo de Andr¨¦ Breton y los pianos flotantes
Salvador Dal¨ª hizo muchas confidencias al millonario Albert Reynolds Morse sobre las claves iconogr¨¢ficas de algunos de sus cuadros. Un chico de alterne de un club de la calle de Escudellers fue el modelo para el Cristo de La santa cena, mientras que otro del municipio gerundense de Cadaqu¨¦s pos¨® para Dos adolescentes. De esta ¨²ltima obra pint¨® los genitales de los personajes en Nueva York, porque, le dijo a Morse, "la aduana no me lo hubiera dejado pasar¡".
Una noche le llev¨® al coleccionista estadounidense a un concierto en el Palau de la M¨²sica catalana. "?Ves arriba a la derecha, aquella escultura de la columna?", le pregunt¨®. "Es el caballo de Bret¨®n". Se refer¨ªa a la pintura de 1930 Guillaume Tell, en poder de Andr¨¦ Breton, donde aparece un caballo de cuello alargado id¨¦ntico al esculpido por escultor Pablo Gargallo como homenaje a las valquirias de Wagner, un cuadro autobiogr¨¢fico sobre su relaci¨®n castradora con su padre. "Mis padres me trajeron cuando ten¨ªa 16 a?os y en mi imaginaci¨®n quedaron fijadas sus esculturas y su decoraci¨®n. Fue aqu¨ª", le explic¨® el pintor, "donde imagin¨¦ por primera vez los pianos flotantes y los violoncellos blandos".
El Cadillac, rodearse de personajes c¨¦lebres o la explotaci¨®n de la idea de la gente com¨²n que suele tener del genio exc¨¦ntrico y loco formaban parte de su estrategia publicitaria. Morse lo sab¨ªa, pero tambi¨¦n reconoc¨ªa que nunca pas¨® un momento de aburrimiento con ¨¦l. Uno de sus secretos le fue revelado cuando Mia Farrow entr¨® llorando desconsolada en la habitaci¨®n de Dal¨ª en el St. Regis. ¡°?Qu¨¦ puedo hacer para que Frank Sinatra me haga caso?¡±. Y Dal¨ª le contest¨® muy serio: ¡°Ponte por la ma?ana cada zapato en el pie contrario, por la noche sufrir¨¢s y ¨¦l ver¨¢ que sufres y que eres diferente a las otras chicas. Ll¨¢mame todos los d¨ªas y te dar¨¦ un consejo para que hagas cada vez algo inesperado y entonces caer¨¢ rendido a tus pies¡±. Sorprender es lo que hac¨ªa Dal¨ª cada vez que ten¨ªa p¨²blico y ¨¦l disfrutaba inmensamente al manejar a su antojo una corte tan variada que gravitaba hipnotizada en torno a ¨¦l.
En una visita de todo el clan Dal¨ª a Par¨ªs, los Morse charlaron con Pierre Roum¨¦gu¨¨re, el psicoanalista amigo del artista al que hab¨ªa tratado y proporcionado cobertura psicoanal¨ªtica para la fabulaci¨®n del doble del hermano muerto, desmentida por Gibson.
Roum¨¦gu¨¨re habl¨®, sin cautelas, de la intimidad de su paciente. Entre otras conjeturas, dijo que su fijaci¨®n escatol¨®gica pod¨ªa deberse a cuando presenci¨®, impactado, c¨®mo su padre, con mal de diarrea, defec¨® en plena plaza de Figueres y llam¨® a todo el pueblo para que la contemplara. Morse entendi¨® que insinuaba alguna inclinaci¨®n al incesto y que el problema de Dal¨ª era la peque?ez de su pene y que este no pasara de un estado tumescente. ¡°No creo que tuviera m¨¢s de una docena de relaciones con Gala¡±, dijo. Las confidencias quedaron interrumpidas al aparecer Dal¨ª.
Morse cuenta c¨®mo descubri¨® en la habitaci¨®n de Dal¨ª del St. Regis una extra?a m¨¢quina. ¡°Es una m¨¢quina para provocar erecciones. Funciona al vac¨ªo¡±, le dijo el pintor, y al coleccionista le qued¨® grabado el ¡°clang, clang¡±, que emit¨ªa la m¨¢quina cuando Dal¨ª le mostr¨® c¨®mo funcionaba. Otro d¨ªa, saliendo del cine tras ver La notte, de Antonioni, el cineasta que m¨¢s admiraba junto con Fellini, Reynolds Morse le dijo que no hab¨ªa entendido qu¨¦ le suced¨ªa al personaje encarnado por Marcello Mastroiani nada. ¡°Muy f¨¢cil¡±, le dijo Dal¨ª, ¡°no erecci¨®n¡±.
A lo largo del diario, Morse enumera algunos de los amantes que tuvo Gala con el benepl¨¢cito de Dal¨ª. ¡°Quien duerme con Gala es mi amigo¡±, le interrumpi¨® una vez Dal¨ª cuando criticaba por motivos econ¨®micos a un miembro del clan, y sus crisis cuando temi¨® que Gala le podr¨ªa abandonar por William Rothlein y despu¨¦s por Jeff Fenholt, a quien Morse llama Jes¨²s por su papel en la ¨®pera rock Jesus Christ Superstar,y a quien Andy Warhol fotografi¨® con su Polaroid junto a Gala.
Cuando Dal¨ª integr¨® en su corte a Amanda Lear a¨²n no se sab¨ªa que ella era transg¨¦nero y ambos jugaban con el morbo de la ambig¨¹edad. Durante una cena, Morse pregunt¨®. ¡°Amanda¡ ?es hombre o mujer?¡±. ¡°Yo la he visto desnuda¡±, respondi¨® el pintor, ¡°y te puedo asegurar que no tiene pene¡±. ¡°?Y vagina?¡±, volvi¨® a preguntar Morse. ¡°Vagina no s¨¦¡±, dijo Dal¨ª. Y Gala, rauda y maliciosa, intervino: ¡°?Por qu¨¦ no la buscas y la penetras y as¨ª saldr¨¢s de dudas?¡±.
El puritanismo conservador de Morse no le impide anotar con todo detalle los comentarios de Dal¨ª sobre temas sexuales, como la t¨¦cnica de utilizar una paja, encender su extremo y llevar a la mujer al cl¨ªmax justo cuando la humedad generada por la excitaci¨®n apaga la llama. El relato de estas escenas pon¨ªan de malhumor a Gala. ¡°A m¨ª¡±, dec¨ªa. ¡°no me gusta el sexo oral ni entiendo la masturbaci¨®n femenina¡±. Pero fue Gala y no Dal¨ª, seg¨²n los dos contaron a Morse, quien se opuso a que en 1958 se casaran por la Iglesia en Nueva York. Dal¨ª hab¨ªa temido morir por un ataque de apendicitis no detectado y su amigo, el antiguo p¨¢rroco de Cadaqu¨¦s, Francesc Vil¨¤, le convenci¨® de que era hora de un matrimonio religioso. Dal¨ª se imagin¨® una performance grandiosa en Nueva York, pero Gala se neg¨® en rotundo e impuso una boda secreta en el santuario de Els ?ngels, cerca de Girona.
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