Opiniones
Lo ¨²nico que un novelista tiene que sea verdaderamente suyo son las ficciones que inventa. Sus opiniones tambi¨¦n son de otros
A los escritores ya casi no les preguntan en las entrevistas por los libros que han escrito. Les preguntan por Catalu?a, si son espa?oles, o por el Brexit, si son brit¨¢nicos, o por Donald Trump, si vienen de Estados Unidos. Por Donald Trump les preguntan a los escritores americanos, y tambi¨¦n a los cineastas, y a los directores teatrales, y a los actores, y a los dise?adores de moda. El ¨²nico campo en el que parece existir verdadero inter¨¦s por el trabajo al que se dedican las personas entrevistadas es el f¨²tbol. El titular de una entrevista con un entrenador o un jugador alude siempre al partido que acaban de jugar, pero si el entrevistado es un escritor, dif¨ªcilmente se averiguar¨¢ su oficio leyendo el titular que la encabece. Javier Cercas se tom¨® el gran trabajo de escribir una novela con la que gan¨® el Premio Planeta, pero en las entrevistas que le hacen la novela merece si acaso referencias de paso, y los titulares se concentran en el Tema, el asunto ¨²nico, y en las opiniones que Cercas tenga sobre ¨¦l, y que a estas alturas ya estar¨¢ agotado de repetir, como estamos agotados todos, salvo los delirantes y los aprovechados que dan un nuevo sentido a aquella antigua expresi¨®n franquista ¡°inasequibles al desaliento¡±. John Le Carr¨¦ es uno de los grandes novelistas del ¨²ltimo medio siglo, y a los 88 a?os mantiene una admirable fertilidad literaria y una actitud de rebeld¨ªa que son un ejemplo doble para quien no quiera rendirse al desaliento y la conformidad de los a?os. Pero en las entrevistas que le hacen sobre su novela reci¨¦n aparecida, por lo ¨²nico que le preguntan con verdadero inter¨¦s es por su opini¨®n sobre el Brexit. Lo mismo le pasa a Ian McEwan, que tambi¨¦n acaba de publicar una novela, y que a estas alturas podr¨ªa responder a todas las entrevistas sin necesidad de que le formulen antes las preguntas.
La novela de Le Carr¨¦ solo he empezado a leerla, reconociendo de inmediato la m¨²sica y la atm¨®sfera de su prosa. A Ian McEwan, que me gust¨® mucho hasta un cierto momento, dej¨¦ de leerlo cuando me pareci¨® que sus novelas se convert¨ªan en disquisiciones pol¨ªticas o te¨®ricas apenas disimuladas bajo un envoltorio de ficci¨®n. En una novela puede haber exposiciones y debates de ideas, porque en las novelas puede haber de todo; pero, cuando los personajes dejan de ser criaturas vivientes para convertirse en portavoces del autor o en s¨ªmbolos de esto o de lo otro, la antigua ¡°suspensi¨®n de la incredulidad¡± en la que se basa la ficci¨®n queda cancelada: con las ideas y con las opiniones puede uno estar de acuerdo; a los personajes tiene que cre¨¦rselos. Como dice Fernando ?Pessoa, ¡°todas nuestras opiniones son de otros¡±.
Las cr¨ªticas que he le¨ªdo de las dos novelas se parecen mucho: a Le Carr¨¦ igual que a McEwan se les reprocha una cierta crudeza did¨¢ctica, un prop¨®sito demasiado evidente de mostrar el desastre indudable del Brexit y se?alar responsabilidades pol¨ªticas. En la novela de McEwan, una cucaracha descubre al despertar que est¨¢ en el n¨²mero 10 de Downing Street y que se ha convertido desagradablemente en un primer ministro que se parece mucho a Boris Johnson. Escribir una novela es un trabajo muy complicado, que requiere mucho tiempo, mucha concentraci¨®n, un esfuerzo sostenido de imaginar y de ir avanzando, sobre el papel o en la pantalla, al filo siempre de un espacio en blanco, un vac¨ªo en el que no hay nada, una frase y luego otra, un empezar innumerables veces, despu¨¦s del alivio breve de cada punto, del nuevo vac¨ªo al final de cada cap¨ªtulo. Uno comprende que leer un libro entero puede ser fastidioso, pero quiz¨¢ quien lo ha escrito, cuando va a ser entrevistado, merece la cortes¨ªa de que el entrevistador haya le¨ªdo con algo de atenci¨®n eso que a ¨¦l, al autor, le cost¨® tanto, y que sienta curiosidad por saber c¨®mo se hizo, por averiguar algo sobre los personajes, las voces, la historia. Al fin y al cabo, a los futbolistas y a los entrenadores se les pregunta, extenuadoramente, por cada detalle del juego, y a los pol¨ªticos, sobre las expectativas o los resultados de las elecciones.
Es verdad que la novela de Javier Cercas parece que tiene que ver, c¨®mo no, con el presente de Catalu?a, y que Le Carr¨¦ y McEwan han escrito las suyas urgidos por la sensaci¨®n de calamidad inminente que aflige a cualquier persona racional en el Reino Unido. Pero el valor de cada una de ellas depender¨¢ no de las posiciones pol¨ªticas de sus autores, sino de la capacidad que hayan tenido para crear personajes que vivan y hablen por s¨ª mismos, para levantar mundos que se parezcan a la realidad pero que a la vez se sostengan aparte de ella, como esas maquetas o modelos a escala de ciudades reales que nos seducen como ciudades inventadas: mundos completos hechos tan solo de palabras y de los espacios en blanco que quedan entre ellas.
Una novela no es un reportaje, ni una cr¨®nica, ni una diatriba. Llega a ser las tres cosas, y algunas m¨¢s, pero solo a trav¨¦s de la plenitud de la ficci¨®n, en el interior de su propia l¨®gica soberana, filtradas por las voces narradoras y por la experiencia vital de los personajes. Quiz¨¢ por eso la novela rara vez puede ser un instrumento de intervenci¨®n inmediata: sus materiales proceden de una larga maduraci¨®n en gran medida inconsciente, casi tan lenta como la que convierte en suelo f¨¦rtil la materia vegetal en el suelo de un bosque.
Es l¨ªcito, y hasta necesario, que uno tenga urgencia de denunciar lo que le escandaliza, y de participar con el m¨¢ximo de vehemencia y a ser posible de racionalidad en los asuntos p¨²blicos. Para esa rapidez de respuesta hay formas mucho m¨¢s eficaces que la novela: un ar?t¨ªculo, un ensayo, un panfleto. A los 88 a?os, John Le Carr¨¦ sigue escribiendo novelas con el mismo vigor con el que participa en manifestaciones contra el Brexit, y con la misma convicci¨®n deslenguada con la que critica a los farsantes y payasos pol¨ªticos que se est¨¢n apoderando del mundo. Sus opiniones son suyas, pero tambi¨¦n son de otros. Es importante que se compartan las opiniones sensatas cuando tantos embustes y creencias destructivas se extienden con tanta facilidad. Pero lo ¨²nico que un novelista tiene que sea verdaderamente suyo son las ficciones que inventa: habr¨¢ que preguntarle por ellas o, mejor todav¨ªa, dejar que las ficciones se expliquen por s¨ª mismas.
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