El archivo brasile?o que reuni¨® en una prisi¨®n tatuajes de todo el mundo
El acervo del Museo Penitenciario Paulista incluye fotograf¨ªas y detalladas fichas de los dibujos en la piel de presos locales y llegados con la ola migratoria de principios del XX
A principios del siglo XX, el espa?ol Manuel H. R. pos¨® para un fot¨®grafo en una c¨¢rcel de S?o Paulo. Era una cobaya. El psiquiatra brasile?o Jos¨¦ de Mello?Moraes registr¨® los datos personales del recluso y los de su tatuaje. Aquel querub¨ªn en el brazo izquierdo del ayudante de alba?il nacido en 1895 fue estampado en Pensilvania (EE UU). Era obra de un tatuador italiano, a su vez tatuado, que us¨® tinta azul. Como era relevante para el m¨¦dico, tambi¨¦n sabemos que estaba preso por hurto, que era reincidente y agn¨®stico. Pero no consta qu¨¦ le llev¨® a Brasil o cu¨¢ndo lleg¨®, detalles irrelevantes para el investigador. La suya es una de las 2.600 detalladas fichas del archivo de tatuajes m¨¢s importante de Brasil, atesorado por Mello. Con fotograf¨ªas tomadas entre 1920 y 1940 para ¡°la secci¨®n de Medicina y Criminolog¨ªa¡± del complejo penitenciario de Carandir¨², el acervo se guarda desde entonces en el Museo Penitenciario Paulista levantado all¨ª mismo.
La historiadora Silvana Jeha pas¨® muchas semanas hojeando con guantes de l¨¢tex las fichas de los 26 vol¨²menes durante la investigaci¨®n de su libro Uma hist¨®ria da tatuagem no Brasil, que acaba de publicar. ¡°Este archivo es importante porque en los a?os veinte y treinta llegaron a S?o Paulo grandes oleadas de inmigrantes de todo el mundo y del nordeste de Brasil. Por eso aqu¨ª vemos tatuajes de Jap¨®n, de Siria, de Italia, de franceses de Argelia, de Bah¨ªa¡¡±, explicaba un viernes de octubre en el museo esta acad¨¦mica a la que el inter¨¦s en la historia mar¨ªtima le llev¨® a los marinos, y estos, a los dibujos para embellecer la piel.
La prisi¨®n naci¨® como laboratorio de vanguardistas experimentos y programas de reinserci¨®n, como recuerda el responsable del archivo, el historiador William Santiago. Entre los ilustres visitantes de aquella ¨¦poca, el antrop¨®logo Claude L¨¦vi-Strauss y una hija de Mussolini. Pero Carandir¨² ha pasado a la historia brasile?a como escenario de la peor masacre carcelaria de la historia de Brasil ¡ªen 1992 la polic¨ªa mat¨® a 111 presos para sofocar un mot¨ªn¡ª, que alumbr¨® adem¨¢s la facci¨®n criminal m¨¢s poderosa del pa¨ªs, el Primer Comando de la Capital (PCC).
El inter¨¦s del doctor Mello en la piel de los presos iba m¨¢s all¨¢ de la documentaci¨®n. Segu¨ªa los pasos del italiano Cesare Lombroso, autor del El hombre delincuente y padre de una escuela de la criminolog¨ªa que hace un siglo consideraba que el comportamiento criminal obedec¨ªa a caracter¨ªsticas f¨ªsicas o marcas del delincuente. Aquellos supuestos cient¨ªficos sosten¨ªan que el mestizaje predispon¨ªa al crimen. En ese contexto surgi¨® la minuciosa documentaci¨®n de los tatuajes de los presos.
Explica Jeha que las penitenciar¨ªas se convirtieron en laboratorios y la fotograf¨ªa, en un instrumento clave. Ah¨ª cristaliz¨® la iconograf¨ªa del delincuente, recuerda la investigadora, que insiste en que el tatuaje debe ser descriminalizado. ¡°Es una manifestaci¨®n de cultura popular, como la samba o el funk¡±. Y destaca que Carandir¨² es el lugar donde los protagonistas de este archivo coincidieron, pero sus tatuajes muestran una diversidad que va mucho m¨¢s all¨¢ de aquellos muros y torretas.
En aquellos a?os, las autoridades atrajeron a inmigrantes de todo el mundo para blanquear Brasil tras abolir la esclavitud. La mayor¨ªa de los sujetos retratados eran blancos, cat¨®licos; muchos asesinos, a menudo reincidentes, como muestran las fichas. Abundaban los agricultores, pero como dej¨® escrito el psiquiatra, tambi¨¦n hab¨ªa 12 barberos¡ ?y tres saltimbanquis! ¡°Por imitaci¨®n¡±, respondieron casi todos a la pregunta de por qu¨¦. Estos reclusos eran conejillos de indias, se expresaban con poca o ninguna libertad.
En el conjunto proliferan los "amor de madre", las siluetas de mujeres desnudas, los nombres femeninos ¡ªRita, Antonieta¡¡ª los crucifijos, las v¨ªrgenes dibujadas a veces con trazo firme, a veces vacilante, unos minimalistas, otros elaborad¨ªsimos¡ El archivo tambi¨¦n deja entrever algunas historias que dar¨ªan para una serie, como la fecha ¡ª1880¡ª que el italiano cat¨®lico Cesare C., se dibuj¨® en las falanges de la mano derecha en recuerdo de la ¨²ltima vez que pis¨® una iglesia. Se lo hizo en un templo de su pa¨ªs mucho antes de llegar a Brasil o ser condenado por asesinato.
O la del fontanero Leonid G., de Letonia, preso por robo, que requiri¨® tres fichas para sus nueve tatuajes, obra todos de marineros, incluidos un gale¨®n de tres m¨¢stiles y el rostro de un indio de Norteam¨¦rica. Los primeros se los hizo a los 14 a?os en una taberna de Riga (¡°botequim¡±, anot¨® en portugu¨¦s el m¨¦dico); los siguientes, a los 17 en un muelle de Montevideo (Uruguay). Globalizaci¨®n en los a?os treinta. O el barbero Antonio, al que otro preso le hizo en el pecho una efigie de Nuestra Se?ora de la Aparecida, patrona del pa¨ªs sudamericano.
Los brasile?os adoran los tatuajes. Pasear por las playas de R¨ªo o viajar en el metro de S?o Paulo equivale a presenciar un muestrario infinito de obras de arte (y alguna chapuza) sobre cuerpos que, como el clima acompa?a, exhiben mucha piel. Marcarse tras las rejas estaba ¨Cy est¨¢¨C prohibido en Brasil por motivos de higiene. Pero eso nunca fue impedimento para que a muchos de estos presos les decorara el cuerpo otro presidiario con rudimentarios instrumentos artesanales, incluso alguno el¨¦ctrico, expuestos todav¨ªa en este museo, que depende de la Secretar¨ªa de Asuntos Penitenciarios de S?o Paulo.
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