El miedo del candidato ante el debate
Yo los llamar¨ªa duelos sin sangre antes que debates, pues toda la preparaci¨®n recuerda m¨¢s a los lances de honor que al arte de discutir
Yo los llamar¨ªa duelos sin sangre antes que debates, pues toda la preparaci¨®n (la negociaci¨®n de los detalles, la elecci¨®n de padrinos, la regulaci¨®n del papel de los ¨¢rbitros...) recuerda m¨¢s a los lances de honor que al arte de discutir. Que los duelos fueran un ritual r¨ªgido ten¨ªa su sentido: se trataba de disfrazar de civilizaci¨®n un acto de barbarie. Que los debates televisados lleven m¨¢s normas que el manual de un reactor nuclear solo se explica por un miedo cerval al propio debate. Miedo a que las palabras fluyan solas, miedo a no encontrar la r¨¦plica, miedo al rid¨ªculo, miedo a la propia lengua.
Dicen los polit¨®logos (Gallup los bendiga) que los debates televisados pueden cambiar el voto de entre el 1% y el 4% de los electores. Eso, en Estados Unidos, el modelo del que se tienen m¨¢s datos hist¨®ricos. En el caso espa?ol, con cinco candidatos en pantalla y un porcentaje de indecisos abrumador, la cuenta es mucho m¨¢s dif¨ªcil de sacar, y hay incluso quien dice que no se puede demostrar que los debates sirvan realmente para algo.
Si esto es verdad, los candidatos solo salen a escena para hablarle al 4% del censo, lo que equivale al p¨²blico de la poes¨ªa experimental, la danza contempor¨¢nea o la jota navarra, expresiones que nunca ocupar¨¢n el prime time de la tele. Una minor¨ªa que ni siquiera es inmensa, como dec¨ªa Juan Ram¨®n. Todo este l¨ªo se monta para un pu?ado de espa?oles que se rasca la cabeza ante el bostezo indiferente de la inmens¨ªsima mayor¨ªa. Por ello, mientras los llamados debates no sean en verdad debates, con su riesgo, su improvisaci¨®n, sus interrupciones y sus saltos al vac¨ªo, ser¨ªa un detalle que los pol¨ªticos identificasen a ese 4% del censo y quedasen con ellos en un caf¨¦, ahorr¨¢ndonos al 96% restante todo este tedio.
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