Jorge Mara y un jerez con Onetti
El galerista uruguayo recuerda sus tardes de conversaci¨®n literaria con el escritor
Uruguayo autodidacta, criado entre gitanos, busc¨® en Italia y en Francia toda la luz que no le alcanz¨® en la escuela. Fue sereno en Par¨ªs, donde hizo amistad y genio con Giuseppe Ungaretti. Aprendi¨® en Italia que hay tanto misterio en un cuadro de Piero della Francesca como en un soneto de Rilke. En la adolescencia escolar se hizo amigo de Juan Carlos Onetti, tomando un jerez. Un d¨ªa le habl¨® ¡°con entusiasmo¡± a Dionys Mascolo, gur¨² de Gallimard, de los cuentos de su paisano y pas¨® a ser lector de la editorial francesa.
Esa sucesi¨®n de conocimientos representa el alma de Jorge Mara. Galerista (¡°galerista es el que ama el arte y respeta a los artistas; marchante es otra cosa¡±) herido feliz por la literatura, ha hecho de la conversaci¨®n una convocatoria de la inteligencia. Lo he visto hacer hablar con la mirada, cuando ya no pod¨ªa con las palabras, a su amigo Eduardo Arroyo, y fue el polemista m¨¢s eficaz del mayor conversador argentino despu¨¦s de Borges, Ricardo Piglia, al que anim¨® a escribir hasta el ¨²ltimo suspiro de su mirada herida por la ELA.
Acaba de cumplir 75 a?os en Buenos Aires. Cuando viene a Espa?a (donde vivi¨® desde los 80 y fue galerista de 1990 a 2000; Arco, destino suyo todos los febreros, lo tiene ahora en el limbo, ¡°all¨¢ ellos¡±) se lleva librer¨ªas completas a su casa, que es tambi¨¦n una inmensa librer¨ªa. Hablar es su arte personal. Prolonga lo que se le pregunta con una gentileza rara, solo hace gala si le hurgas.
Por ejemplo, ?c¨®mo conoci¨® usted a Onetti? Entonces vienen los detalles. ¡°Yo hab¨ªa le¨ªdo fervorosamente todas sus novelas. En secundaria (era 1963) tuve un profesor de Literatura, Guido Castillo, ¨ªntimo amigo de Onetti. Le cont¨¦ que yo hab¨ªa le¨ªdo todo Onetti, y al d¨ªa siguiente tuvo la generosidad de invitarme a comer con Juan Carlos. Cuando llegu¨¦ ¨¦l estaba comando un jerez. Yo iba a tomar un cortado, pero Guido, tan simp¨¢tico y agradable, me dijo: ?Si tanto te gusta, por lo menos toma lo que toma Onetti`. Nunca hab¨ªa bebido alcohol. Tom¨¦ un jerez y nos fuimos a almorzar, tambi¨¦n con Dolly. Cuando nos despedimos Onetti me dijo: ?Venga a verme ma?ana por la tarde`. Cuando llegu¨¦ ¨¦l dorm¨ªa la siesta. Cuando se despert¨® nos sentamos en la cama. Era 30 de diciembre. Y hablamos sin parar de literatura y de libros, hasta que son¨® la medianoche. Conoc¨ªa de memoria muchos de sus libros. Eso le hac¨ªa gracia. A veces citaba de sus personajes y ¨¦l me daba la r¨¦plica¡ Cuando me fui a vivir a Espa?a iba semanalmente a su casa. Le dejaba un paquete de libros. Y una semana despu¨¦s me llamaba Dolly: ?Ven¨ª a buscar los libros y traele otros`. Yo iba, como el lechero, a reemplazar unas botellas por otras¡ Onetti fue equivalente a otros que quiz¨¢ tienen m¨¢s notoriedad, pero no m¨¢s arte. Era un grande. De la estirpe de Proust, Balzac o Sartre o Faulkner: crea un mundo propio, con leyes, personajes, con m¨²sica propia. A un joven como yo le abri¨® una persiana. Para siempre¡±.
¡ª?Qu¨¦ estado de ¨¢nimo le produce ahora hablar de Onetti?
¡ªOnetti es saturnino y melanc¨®lico. De esos escritores que escriben siempre a partir de una p¨¦rdida. Tiene la condici¨®n de rescate y de celebraci¨®n. La melancol¨ªa es inevitable hablando de ¨¦l.
Mara sigue bebiendo jerez en Buenos Aires, ¡°ahora con m¨¢s conocimiento, ja ja ja¡±. Cuando quedamos para que nos contara esos espacios de su vida estaba como Onetti, melanc¨®lico y saturnino. ¡°?Claro! Nos rodea una realidad conflictiva. Me sacan de ello la lectura, el arte, los amigos, la familia. Pero c¨®mo no estar preocupado, c¨®mo ser indiferente al mundo en que vivimos¡±.
?Y Ungaretti, Mara? ¡°Ah Ungaretti. Yo era sereno en un hotel de Par¨ªs, el Pont Royal, al lado de Gallimard. Lo hab¨ªa sido en Florencia, en Londres, en Copenhague¡ Un d¨ªa apareci¨® Ungaretti. Ten¨ªa 78 a?os y parec¨ªa m¨¢s viejo, era 1966. Gracias a una cita de Cort¨¢zar yo hab¨ªa descubierto su poes¨ªa. Mientras le llevaba la maleta le recit¨¦ I fiumi, su poema, que sab¨ªa de memoria. A ¨¦l le sorprendi¨® que aquel joven uruguayo, sereno de un hotel, supiera de su poes¨ªa. A partir de ah¨ª cultivamos un di¨¢logo diario. Me invitaba a tisana y habl¨¢bamos de G¨®ngora, de Mallarm¨¦, de Shakespeare, de Blake¡ Deber¨ªa de haberme asombrado, pero en la juventud nada te asombra¡ Un d¨ªa ¨¦l vino acompa?ado de un hombre que result¨® ser Mascol¨®¡ A ¨¦l le habl¨¦ de Onetti y¡¡±
Mara esuna conversaci¨®n incesante, como Rayuela. Es una madrugada con Oliveira o con Piglia. Una vida entera, por ejemplo, tomando jerez con Onetti.
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