Martha Argerich y Mieczys?aw Weinberg, dos eternos
La legendaria pianista argentina toca Bach y Liszt en una gira espa?ola con la Kremerata Baltica que incluye m¨²sica del renacido compositor jud¨ªo-polaco
Obras de Bach-Busoni, Weinberg, Bach y Liszt. Martha Argerich, piano. Kremerata Baltica. Sociedad Filarm¨®nica de Bilbao. Teatro Campos El¨ªseos, 21 de noviembre.
No es que Martha Argerich no envejezca, es que no puede envejecer. La frase es de Piero Rattalino. Y puede leerse dentro de un elocuente retrato de la pianista argentina tocando el Primer concierto de Liszt, incluido en Pianisti e fortisti (Riccordi, 1990), donde el music¨®logo italiano la compara con Oscar Matzerath, el protagonista de El tambor de hojalata, de G¨¹nter Grass, que parec¨ªa un enano porque se neg¨® a crecer. Treinta a?os despu¨¦s, Argerich (Buenos Aires, 78 a?os) sigue negando el paso del tiempo. Y la anomal¨ªa se percibe tanto con los ojos como con los o¨ªdos. Su inicio no ha perdido un ¨¢pice de ¨ªmpetu en ese vertiginoso despliegue de octavas de Liszt, admirablemente atacadas desde dedos, mu?ecas, brazos y hombros, tal como demostr¨® en la noche del jueves en el Teatro Campos El¨ªseos de Bilbao. La pianista porte?a declaraba este mes, en la revista francesa Classica, que tem¨ªa por sus legendarias octavas, tras haber perdido un 10% de masa muscular seg¨²n sus m¨¦dicos. Tambi¨¦n afirmaba que ha perdido amargura y acidez en sus interpretaciones, en favor de equilibrio y redondez. Pero cuando se le pregunta por la causa acude a un famoso dicho argentino: ¡°La experiencia es un peine que se regala a los calvos¡±.
Argerich ha convertido su cuarta colaboraci¨®n con la Kremerata Baltica, la famosa orquesta de c¨¢mara que fund¨® el violinista Gidon Kremer, en una gira espa?ola que comenz¨® el jueves en Bilbao. Pasar¨¢ por San Sebasti¨¢n (el s¨¢bado) y Oviedo (el domingo), para terminar en el Auditorio Nacional de Madrid, el pr¨®ximo martes, 26 de noviembre, como clausura del ciclo de la Fundaci¨®n Scherzo. Inicialmente se hab¨ªa anunciado el Concierto n? 1 de Chopin, pero la pianista decidi¨® volver al Primero de Liszt, que ya toc¨® con esta formaci¨®n, en abril de 2018, y en el mismo arreglo acompa?ado por orquesta de cuerda del compositor Gilles Colliard.
La novedad fue a?adir en solitario la Partita n? 2 de Bach, como calentamiento previo a Liszt, en la segunda parte del concierto. La pianista elev¨® la temperatura de la sala nada m¨¢s aparecer sobre el escenario. Se sent¨® y atac¨® la sinfon¨ªa inicial casi sin dar tiempo para extinguir los aplausos del p¨²blico. El solemne arranque a la francesa le permiti¨® imponer su dominio y, en las dos partes restantes, a desenfundar sus armas de seducci¨®n. Esa combinaci¨®n de fraseo vien¨¦s y articulaci¨®n napolitana que hered¨® de sus maestros, Friedrich Gulda y Vicente Scaramuzza, y que hoy forman parte de su propio legado. Argerich concibe la obra de Bach como un tapiz donde tejer sin pausas sus seis movimientos. Y la fluidez de la sinfon¨ªa contagi¨® a la alemanda, cuyo canon inicial se elev¨® a la categor¨ªa de una conversaci¨®n, al igual que la courante subsiguiente. El verdadero oasis de la obra lleg¨® en la zarabanda. Pero la intimidad creada no hizo decaer la tensi¨®n en los movimientos finales, rondeau y capricho, que la pianista abord¨® con la misma audacia y frenes¨ª de anta?o.
Comparecieron, a continuaci¨®n, los integrantes de la Kremerata Baltica. Y, tras el famoso y enigm¨¢tico tema inicial que abre el Concierto en mi bemol mayor de Liszt, amoldado por Colliard a las posibilidades de una orquesta de cuerda, se desat¨® el cicl¨®n Argerich. Empez¨® con el referido pasaje inicial en octavas y la tremenda cadencia convertida en una improvisaci¨®n arrebatadora. Pero tambi¨¦n escuchamos esa capacidad para insuflar aire en los pasajes l¨ªricos. Esas frases donde el sonido del piano adquiere ingravidez mientras dialoga con los solos de viola (aqu¨ª en lugar del clarinete) y de viol¨ªn. Quiz¨¢ lo mejor de la noche lleg¨® en el quasi adagio con el primer solo del piano convertido en canto po¨¦tico y el segundo en enf¨¢tica declamaci¨®n. La pianista tir¨® de la orquesta b¨¢ltica, que empez¨® con algunos desajustes, y se rehizo tras la entrada del tri¨¢ngulo. Argerich traz¨® idealmente con ellos el movimiento final que convirti¨® en una tensa y alocada recapitulaci¨®n que desat¨® la ovaci¨®n del p¨²blico. Y la pianista termin¨® tal como hab¨ªa empezado: rindiendo pleites¨ªa a Bach. En esta ocasi¨®n por medio de la gavota I y II de la Suite inglesa n? 3, que toc¨® como propina. Fue otra lecci¨®n de articulaci¨®n, ret¨®rica y hasta de iluminaci¨®n con esa difuminada musette central.
La Kremerata Baltica acapar¨® todo el protagonismo en la primera parte del concierto. Pero la impresi¨®n inicial fue bastante pobre en el arreglo de Gidon Kremer para orquesta de cuerda de la versi¨®n pian¨ªstica de Busoni de la famosa Chacona de Bach. Se inicia con un piano grabado al que sustituye enseguida la orquesta explotando todos los juegos posibles de solo y tutti. El trazado de las numerosas variaciones resulta t¨ªmbricamente muy imaginativo, aunque hubo varios desajustes, pasajes desafinados y hasta un momento donde la interpretaci¨®n estuvo a punto de despe?arse. Fue una simple lectura que culmin¨®, al final, con otra grabaci¨®n (en este caso de viol¨ªn solo y seguramente del propio Gidon Kremer) que expone por ¨²ltima vez el tema inicial de la obra antes de la conclusi¨®n. No ayud¨® mucho la seca ac¨²stica del Teatro Campos El¨ªseos, que ocupa esta temporada la Sociedad Filarm¨®nica de Bilbao por obras en su hist¨®rica sede.
Pero todo mejor¨® mucho en la Sinfon¨ªa de c¨¢mara n? 4, de Mieczys?aw Weinberg. Un compositor de origen jud¨ªo-polaco, fallecido en 1996, que vive en la actualidad su esperado renacimiento internacional, coincidiendo con su centenario en diciembre pr¨®ximo. Se trata del verdadero tercer hombre de la m¨²sica sovi¨¦tica, tras Prok¨®fiev y Shostak¨®vich, y tambi¨¦n uno de los compositores m¨¢s injustamente desconocidos del siglo XX. Esta obra, de 1992, se ubica al final de su cat¨¢logo, como su ¨²ltima creaci¨®n completada. La propia Kremerata Baltica ha ayudado a recuperarla y difundirla por medio de una sensacional grabaci¨®n en ECM que incluye los mismos solistas aqu¨ª escuchados, tanto el clarinetista Mate Bekavac como el tri¨¢ngulo de Andrei Pushkarev, pero que a?ade la direcci¨®n de Mirga Gra?inyt?-Tyla. Y eso fue lo que falt¨® aqu¨ª, a pesar del competente liderazgo del violinista lituano Dzeraldas Bidva.
Conviene aclarar que Weinberg separ¨® la numeraci¨®n de sus cuatro sinfon¨ªas de c¨¢mara, del corpus de veintid¨®s sinfon¨ªas para orquesta, por tratarse de obras elaboradas a partir de composiciones propias anteriores. De hecho, esta Sinfon¨ªa de c¨¢mara n? 4 es un impresionante collage que se inicia con un coral en pianississimo de la cuerda que es una canci¨®n de cuna (aparece dentro de su pen¨²ltima canci¨®n del ciclo Meciendo al ni?o). Le sigue la entrada del clarinete solista en estilo klezmer, con un fragmento del movimiento final de su Sinfon¨ªa n? 17, donde una madre jud¨ªa parece ahuyentar a los dybbuks o esp¨ªritus malignos. La obra se envuelve de un aura m¨¢gica que no decae en sus m¨¢s de treinta minutos de duraci¨®n, aunque alterne con pasajes tensos y fren¨¦ticos. Al final habla de la oscuridad y de c¨®mo combatirla. Ya sea silbando una canci¨®n popular, como hace el clarinete, o buscando destellos de luz que aportan los cuatro toques de tri¨¢ngulo. La obra termina con un calder¨®n sobre un silencio que simboliza la eternidad, aunque en Bilbao fuera acompa?ada por el tambi¨¦n eterno soniquete de un m¨®vil.
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