Zig zag Peckinpah
Regres¨¦ a una tarde de 1970 en San Sebasti¨¢n en la que el director de cine confundi¨® la barra de recepci¨®n del Hotel Mar¨ªa Cristina con la de un bar
?ltimamente algunos vemos cine como si lo ley¨¦ramos, con zigzagueos mentales, con tics adquiridos de nuestras lecturas en la Red, donde nos hemos vuelto expertos en pasar de un texto plano, lineal, a uno abierto, plural, que se desdobla en otros textos, llev¨¢ndonos hasta el hipertexto, que abre todo tipo de nuevos caminos a la lectura tradicional, lineal, permiti¨¦ndonos, con los nuevos procesos de lectura, ampliar zonas difuminadas del discurso central.
Este tipo de desplazamientos en torno a un hiperv¨ªnculo quiz¨¢s expliquen que ayer, nada m¨¢s empezar a ver Suite Peckinpah ¡ªjusto cuando Lupita Peckinpah entraba en el Murray Hotel, de Livingston, y se apoyaba en la barra de la recepci¨®n para pedir las llaves de la suite donde vivi¨® su padre y que da t¨ªtulo al documental¡ª, me dedicara casi de inmediato a viajar por mi memoria, como si esta fuera el buscador de Google. Y regres¨¦ de pronto a una tarde del verano de 1970 en San Sebasti¨¢n en la que Sam Peckinpah confundi¨® la barra de recepci¨®n del Hotel Mar¨ªa Cristina con la de un bar del Far West y exigi¨®, con autoridad et¨ªlica, un whisky en vaso corto.
De aquel remoto festival de cine creo que podr¨ªa estar hablando toda la vida, porque fui testigo conmovido del comienzo de la amistad de Gonzalo Su¨¢rez con Peckinpah y porque no he olvidado lo injustamente mal recibida que fue Aoom, aquella pel¨ªcula del gran director y novelista asturiano, pel¨ªcula todav¨ªa hoy ninguneada, pero en su momento elogiada hasta la extenuaci¨®n por Peckinpah, que lleg¨® a llevarla a Londres para defenderla ante los ejecutivos de la Universal. ¡°La vieron y tardaron una semana en recuperarse¡±, comentar¨ªa luego Gonzalo Su¨¢rez.
Volvamos a la hija mexicana, volvamos a Lupita. Nada m¨¢s entrar en la suite del Murray Hotel, a la busca de su padre (de su Pedro P¨¢ramo particular), nos informaba de que no percib¨ªa que all¨ª quedara ¡°algo¡± de ¨¦l. Me pregunt¨¦ qu¨¦ habr¨ªa sucedido si ella hubiera tenido noticia de lo que son capaces algunos cuando buscan una mol¨¦cula de su mito favorito. Y pens¨¦ en el caso del narrador de La parte recordada, de Rodrigo Fres¨¢n, que, al entrar en el despacho de la Cornell University donde Nabokov escribiera Pnin y Lolita, se desnudaba y abr¨ªa sus piernas y extend¨ªa sus brazos en una versi¨®n fren¨¦tica del Uomo vitruviano de Leonardo da Vinci, iniciando una sesi¨®n aer¨®bica-at¨®mica que buscaba que algo del talento de Nabokov siguiese all¨ª, es decir que alguna mol¨¦cula residual de su paso por el lugar a¨²n zigzaguease rebotante entre aquellas paredes y pudiese entrar en su organismo y se convirtiese en una nueva c¨¦lula que por fin lo nabokovizara¡
A todo esto, como es natural, el documental Suite Peckinpah se resist¨ªa a ser ralentizado por tics de lecturas googleanas y segu¨ªa su trayecto rectil¨ªneo, avanzando implacable. Y era como si quisiera evidenciar su incapacidad ¡ªno se sab¨ªa si innata¡ª de captar las posibilidades del rel¨¢mpago y verse proyectado incluso m¨¢s all¨¢ de las lecturas de Red, hasta el mism¨ªsimo infinito.
Babelia
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