La alegr¨ªa de leer ¡®Tres tristes tigres
Es un libro mayor, ins¨®lito, en el que Guillermo Cabrera Infante recorre La Habana de noche.
Guillermo Cabrera Infante (Gibara, Cuba, 1929-Londres, 2005) vivi¨® con su mujer, Miriam G¨®mez, actriz, un largo exilio ingl¨¦s. Expulsado de Cuba, la ra¨ªz y la esencia de su humor, de su m¨²sica y de su literatura, tampoco fue bien acogido en la Espa?a de Franco, y fue finalmente Londres el lugar en el que reconstruy¨®, minuciosamente, la tierra que no le pudo borrar Fidel Castro.
El libro sali¨® censurado hasta en los m¨ªnimos detalles que entonces asustaban a las autoridades
Esa tierra, que es sobre todo La Habana en su obra, fue reconstruida hasta el ¨²ltimo latido de su esp¨ªritu por un hombre que jam¨¢s volvi¨®, pero que jam¨¢s se fue de Cuba. El monumento mayor, el m¨¢s irrebatible, el que de una manera m¨¢s impresionante refleja su pasi¨®n por el lugar que le fue arrebatado, es La Habana para un infante difunto. Para escribir ese libro reconstruy¨® el mapa f¨ªsico, real, de la ciudad, lo coloc¨® en la mesa grande su casa de Londres y, con la asistencia sin descanso de Miriam G¨®mez, fue volviendo a los sitios, los cines, los bares, las calles, hasta lograr un precipitado espiritual de todos los santuarios golfos por los que transit¨® en sus ¨¦pocas de periodismo, de m¨²sica y de noches, desde la adolescencia.
La Habana para un infante difunto fue el reposo de la memoria de Guillermo Cabrera Infante. Un libro grande anterior, y decisivo, Tres tristes tigres, fue su recuerdo andando, sobre todo de noche, por esa Habana que en la citada memoria general de la ciudad est¨¢ retratada a plena luz y de cuerpo entero.
Tres tristes tigres fue un libro mayor, ins¨®lito, del boom¡, pero su autor no lleg¨® a los c¨¢nones de aquella explosi¨®n. Para que esa anulaci¨®n ocurriera, en 1964, cuando gan¨® el premio Biblioteca Breve y vio, de inmediato, censurada su obra por el l¨¢piz rojo espa?ol, actuaron los tristes t¨®picos de entonces: ya era Cabrera un desafecto en marcha del r¨¦gimen de Castro. Entonces fue un apestado para los que consideraban que quienes estaban en el lado de ac¨¢ eran los buenos y eran malos los que se hab¨ªan ido al lado de all¨¢.
El libro sali¨®, en 1967, censurado hasta en los m¨ªnimos detalles que entonces asustaban a las autoridades (ni la palabra sost¨¦n pod¨ªa decirse), y se fue abriendo paso como una carta clandestina de la Cuba que en Cuba ya era clandestina. Viv¨ªa dos censuras paralelas, pero tanta cerraz¨®n fue incapaz de impedir el r¨ªo musical, abrumador, feliz, que supon¨ªa Tres tristes tigres. Hubo entonces quienes lo le¨ªan para memorizar su m¨²sica, pues m¨²sica era y es todav¨ªa, m¨¢s de medio siglo m¨¢s tarde, esta bachata que Cabrera Infante interpreta como un o¨ªdo absoluto del Caribe. Cre¨® un lenguaje que se repet¨ªa como claves de un conocimiento mayor de la Cuba que aqu¨ª no se dec¨ªa, y que en la propia Cuba se trataba de borrar.
La novela contiene burla de los escritores fatuos y de las solemnidades patrias
Es, lo sigue siendo sin desmayo, un libro al aire, o a la noche libre, o a La Habana libre que ¨¦l vivi¨® en aquellas noches que aqu¨ª se cuentan desde todos los ¨¢ngulos del arte de la golfer¨ªa. La Habana para un infante difunto fue luego una toma de la temperatura cuando ya la tierra no tiembla, para recordar el temblor, mientras que Tres tristes tigres segu¨ªa siendo el sism¨®grafo en marcha, la diversi¨®n y la alegr¨ªa, el recuento de la noche mientras se va haciendo la ma?ana.
A Cabrera Infante le ampar¨® una cita gloriosa, inolvidable, que marca su libro como un tim¨®n. Es la de Lewis Carroll: ¡°Y trat¨® de imaginar c¨®mo se ver¨ªa la luz de una vela cuando est¨¢ apagada¡±. ?l consigue apresar esa luz; la aplica sobre todos los asuntos que entonces, antes que la Revoluci¨®n mandara a parar, estaban de pie o bailando en la geograf¨ªa habanera. El term¨®metro escrito contiene burla de los escritores fatuos, de las solemnidades patrias, y la luz alumbra imitaciones memorables, discursos psiqui¨¢tricos que combinan el humor de Groucho Marx con el de Buster Keaton.
El dominio del lenguaje que se habla en La Habana y del lenguaje que el padre De las Casas llev¨® a la isla convierten la novela, y hacen de Guillermo Cabrera Infante, un h¨¦roe civil de la alegr¨ªa. Leer Tres tristes tigres, o volverlo a leer, es regresar a una m¨²sica que s¨®lo se oye de vez en cuando en un siglo.
Babelia
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