Las castellanas que vencieron al Ej¨¦rcito ingl¨¦s
En 1388, las mujeres de Palencia resistieron solas el asedio de las tropas del duque de Lancaster que intentaba quedarse con la corona de Castilla


A lo mejor ha menester de papel y boli, no es obligatorio, mas aconsejable. Catalina era nieta de Pedro I de Castilla, un rey al que su hermano Enrique II, mejor dicho su ayudante Bertrand du Guesclin, mat¨® por la espalda. En 1369, la madre de Catalina (la hija del asesinado Pedro), que se llamaba Constanza, se cas¨® con el heredero del rey Eduardo III de Inglaterra, Juan de Gante, tambi¨¦n conocido por la historia como duque de Lancaster. Por eso, el de Lancaster se consideraba a s¨ª mismo monarca de Castilla. El problema estribaba en que solo lo cre¨ªa ¨¦l (bueno, su mujer tambi¨¦n), porque el reino castellano permanec¨ªa en manos de otro Juan, Juan I, hijo de Enrique II, el asesino de Pedro I.
Cuando el monarca Eduardo III dej¨® este lioso mundo din¨¢stico europeo, no nombr¨® rey de Inglaterra al duque, tal y como estaba previsto, sino a un sobrino llamado Ricardo. As¨ª que el de Lancaster, despechado, decidi¨® buscarse su propio reino y qu¨¦ otro mejor que el de Castilla, el que hab¨ªa heredado a trav¨¦s de su mujer. Pero claro, Juan I de Castilla no iba a dejarse arrebatar el reino f¨¢cilmente por el marido de su prima. Por eso, el duque tuvo que trasladarse personalmente a Espa?a con un potente ej¨¦rcito y con su hija Catalina por si al final las cosas no sal¨ªan como estaba previsto y ten¨ªa que nombrarla reina a ella. En las guerras, tener un plan B es conveniente. Todo esto lo cuenta la historiadora Isabel Pastor Bodmer, en un art¨ªculo de la Real Academia de la Historia, pero sin bromitas y con mucho m¨¢s personajes que complican la historia.
Finalmente el duque, que desembarc¨® en A Coru?a en 1388, avanz¨® y avanz¨® por las tierras de Juan I sin encontrar apenas resistencia, hasta que lleg¨® a Palencia. Bien es verdad que el primo de su mujer hab¨ªa mandado antes una flota llena de soldados con malas intenciones a Londres, porque todos los reinos europeos estaban, en ese momento, enzarzados en la llamada Guerra de los Cien A?os: un embrollo b¨¦lico y din¨¢stico en el que participaban Inglaterra, Francia, Bohemia, Escocia, Arag¨®n, Navarra, Borgo?a, Portugal¡ De hecho, la flota del rey castellano se adentr¨® ¡°en el r¨ªo Artemisa [T¨¢mesis] fasta cerca de la cibdad de Londres, a do galeas de enemigos nunca entraron¡±, dej¨® escrito el cronista Pedro L¨®pez de Ayala. Juan I, finalmente, cuando estaba a punto de arrasar la urbe, se dio la vuelta. Vete a saber por qu¨¦. Los espa?oles nunca hemos tenido mucha suerte con eso de invadir Inglaterra.
Como Juan I no pod¨ªa estarse quieto, tambi¨¦n se enzarz¨® en otra guerra, pero esta vez con los vecinos portugueses. Y la perdi¨®, la conocida como batalla de Aljubarrota (Portugal, 1385), que impidi¨® que Castilla y el reino luso formasen una misma naci¨®n hasta dos siglos despu¨¦s. Por supuesto, los portugueses tras su victoria se unieron a las errantes tropas del ingl¨¦s Lancaster (tuvieron que atravesar la zona donde desde siempre se cultiva el excelente Ribera del Duero) y decidieron tomarse la venganza, pero esta vez, en suelo castellano. As¨ª que Juan I, con los hombres que le quedaban, se aprest¨® a una nueva y desesperada batalla contra sus dos enemigos. Como en Aljubarrota hab¨ªa perdido m¨¢s de 10.000 soldados, tuvo que reclutar hombres de todas partes. En Palencia, por ejemplo, no dej¨® ni uno en casa. Y con su improvisado ej¨¦rcito parti¨® hacia las riberas del Duero a buscar a portugueses e ingleses, que por all¨ª deb¨ªan de estar, sobre todo estos ¨²ltimos. Lo cuenta Javier Santamarta del Pozo, divulgador hist¨®rico, en su libro Ellas (Edaf, 2019). ¡°No quedaron hombres para segar las meses. Ni para recoger el fruto de las vides. Parten para segar vidas. Para proteger las suyas¡±.
Mientras tanto, Lancaster segu¨ªa avanzando y avanzando, hasta que Palencia aparece en el horizonte. Suenan, asustadas, las campanas de la ciudad. Los pendones azules con la flor de lis del duque est¨¢n a sus puertas. Indefensas mujeres frente a soldados armados hasta los dientes. Sorprendentemente, la alcaldesa decide que deben resistir y que la ciudad no se rinde. Env¨ªa un mensajero a buscar al Ej¨¦rcito de Juan I. ?Por d¨®nde estar¨¢n? Mientras, se aprestan a la resistencia. ¡°Seguramente¡±, grita la regidora a sus convecinas, ¡°los ingleses no esperan otra cosa, sino paso franco por nuestras puertas. ?Pero yo os digo que ni por la de la Puente por donde se les atisba, ni por la de Monz¨®n, ni por la del Paniagua, ni por la de San L¨¢zaro! ?Por ninguna puerta pasar¨¢ hombre que no sea castellano¡±, recrea las palabras de la regidora Santamarta en su libro.
Entretanto, los rastreadores ingleses descubren que no hay hombres en la ciudad, solo mujeres y ni?os. Risas y burlas de las tropas brit¨¢nicas que hab¨ªan atravesado la Ribera del Duero haciendo paradas. As¨ª que env¨ªan negociadores a la puerta principal para que se rindan. Las mujeres les dan con ella en las narices. Comienza entonces el ataque directo a las murallas. Pero las defensoras -armadas con hachas, hoces, cuchillos y guada?as- rechazan las sucesivas embestidas, no sin antes verter aceite hirviendo desde las troneras, adarves, saeteras o cualquier otra abertura de los muros. Lancaster no da cr¨¦dito y, adem¨¢s, para empeorar la situaci¨®n, los mensajeros de la ciudad ya hab¨ªan alcanzado a las tropas de Juan I. Este vuelve grupas y acude en socorro de sus mujeres, hermanas, madres e hijas. Lancaster se ve entre dos fuegos. No puede refugiarse en la maldita ciudad y, adem¨¢s, el rey castellano retorna con ganas de venganza. ?Qu¨¦ hacer entonces? Pues sacar el comod¨ªn de Catalina. ¡°?Qu¨¦? ?Casamos a Cata con Enrique [hijo de Juan]¡±, vino a decirle a su futuro cu?ado. ¡°Venga, vale, pero te vas para siempre de mi reino parando donde quieras¡±, le responder¨ªa el castellano.
Por cierto que Catalina trajo como dote para su boda un reba?o de ovejas merinas, seg¨²n relata el periodista Pedro Garc¨ªa Luaces, ¡°entonces muy apreciadas por el fino tacto de su lana, lo que dio un impulso decisivo al comercio espa?ol de ganado y a sus f¨¢bricas de pa?os, que empezaron a competir con las centroeuropeas¡±.
?Y qu¨¦ pas¨® con las asediadas? Pues que Juan I les concedi¨® el llamado derecho de toca. De esta forma, no tendr¨ªan que inclinarse nunca ante el rey. Por eso, en el vestido tradicional palentino, las damas lucen una banda de color rojo y oro que les confiere este derecho. Cosas de los asedios, que tienen su parte buena.
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