La escuela de escritores acostados
Gran n¨²mero de autores debe su vocaci¨®n literaria a aquella enfermedad que en la adolescencia les tuvo durante meses, incluso a?os, postrados en el lecho
Dijo Blaise Pascal: ¡±Todas las desgracias del hombre se derivan del hecho de no ser capaz de estar tranquilamente sentado y solo en una habitaci¨®n". Existe en la historia de la literatura una serie de escritores que siguieron el consejo de Pascal y optaron por hacer de su dormitorio el reducto de su actividad creativa. Dorm¨ªan, com¨ªan, escrib¨ªan y recib¨ªan visitas alrededor de la cama donde permanec¨ªan tumbados sin enfermedad alguna ni raz¨®n aparente. En el lecho produjeron gran parte de su obra, entre otros Voltaire, Mark Twain, Marcel Proust, George Orwell, Truman Capote y los espa?oles Valle Incl¨¢n, el tard¨ªo P¨ªo Baroja, Vicente Aleixandre y el uruguayo Juan Carlos Onetti. Podr¨ªa llamarse la escuela literaria de escritores acostados.
Valle Incl¨¢n dec¨ªa en la tertulia de la Granja del Henar que tirado en el lecho descubri¨® boca arriba el misterio de la escritura, pero nadie consigui¨® saber si dorm¨ªa con su luenga barba dentro o fuera del embozo. Cuando Hemingway fue a hacerse la foto con Baroja agonizante, don P¨ªo, que aparece con un gorro de lana en la cama, pregunt¨® a su sobrino Julio Caro: ¡±?Qui¨¦n es ese se?or de la sonrisa de arroz con leche?¡± Vicente Aleixandre gan¨® el premio Nobel de Literatura sin levantarse de la cama de su casa de la calle Velintonia en Madrid donde recibi¨® a varias generaciones de poetas con una manta en las rodillas.
Existe una cultura m¨¢s espont¨¢nea e imaginativa que se adquiere leyendo boca arriba en la cama o tumbado en un sof¨¢ o en la hamaca tardes enteras como hac¨ªamos en aquellos largos y tediosos veranos de la adolescencia
¡°Mucho tiempo he estado acost¨¢ndome temprano¡±, esta es la primera frase de En busca del tiempo perdido, de Marcel Proust, quien, sin duda, lo encontr¨® en aquella habitaci¨®n forrada de corcho, putrefacta de perfume gordo y vapor de sahumerio con que aliviaba el asma. Despu¨¦s de una vida disoluta, durante una d¨¦cada desde los 35 a?os hasta su muerte, pas¨® los d¨ªas dentro de la cama con abrigo, tres bufandas y mitones para hilar como un gusano el capullo de oro. Solo abandonaba la habitaci¨®n alguna noche para visitar los prost¨ªbulos masculinos de la plaza de Clichy.
Dec¨ªa Truman Capote: ¡°Soy alcoh¨®lico. Soy drogadicto. Soy homosexual. Soy un genio¡±. Le falt¨® a?adir que tambi¨¦n era un escritor horizontal, acostumbrado a escribir tumbado. Un d¨ªa ley¨® en The New York Times que en Kansas una familia de granjeros, los Cutter, hab¨ªa sido asesinada con un extra?o y met¨®dico satanismo. Capote recort¨® con unas tijeras aquella noticia. Algo le sacudi¨® por dentro. Se acabaron las fiestas, el mundo hab¨ªa dejado de ser divertido. Propuso a la revista The New Yorker escribir una historia por entregas con los pormenores de aquel asesinato. Como un corresponsal en el infierno viaj¨® a Kansas con su amiga Harper Lee y usando los recursos literarios de la ficci¨®n describi¨® todos los detalles del crimen, el ambiente, los polic¨ªas, los vecinos, los testigos. Cuando los asesinos, Dick Hickock y Perry Smith, fueron detenidos, su inter¨¦s por escarbarlos hasta el fondo de su alma se convirti¨® en una obsesi¨®n. Aquellas criaturas eran mucho m¨¢s excitantes que las celebridades de Nueva York y ahora estaban a disposici¨®n de su talento. Truman Capote se refugi¨® con su novio en la Costa Brava, primero en Palam¨®s y despu¨¦s en Platja d¡¯Aro y all¨ª escribi¨® A sangre fr¨ªa durante tres veranos. Existe una foto en la que se ve a Truman Capote tumbado en un sof¨¢ en su casa frente al mediterr¨¢neo acogido a una contradicci¨®n diab¨®lica. Sent¨ªa una gratitud infinita a los asesinos, pero se debat¨ªa entre la compasi¨®n y la necesidad de que fueran ejecutados, puesto que si a los asesinos le conmutaban la pena de muerte el final de la novela quedar¨ªa arruinado. Solo as¨ª sale una obra maestra.
Gran n¨²mero de escritores deben su vocaci¨®n literaria a aquella enfermedad que en la adolescencia les tuvo durante meses, incluso a?os, postrados en el lecho. Mientras o¨ªan los gritos de otros ni?os que jugaban en la calle, ellos le¨ªan con placer y voracidad, so?aban con formidables aventuras por mares lejanos y probaban a enhebrar los primeros versos. Hay dos clases de cultura creativa: la que se recibe boca arriba y la que se adquiere boca abajo. Cuando uno lee, estudia o escribe sentado a una mesa a la luz de un flexo puede asumir una cultura muy s¨®lida. Pero existe tambi¨¦n una cultura m¨¢s espont¨¢nea e imaginativa que se adquiere leyendo boca arriba en la cama o tumbado en un sof¨¢ o en la hamaca tardes enteras como hac¨ªamos en aquellos largos y tediosos veranos de la adolescencia.
Los ciudadanos perciben la confinaci¨®n como una limitaci¨®n de la libertad, pero la cama ha producido grandes avances en el pensamiento y muchas conquistas literarias. Durante la epidemia de peste de 1665, Newton huy¨® de Cambridge y se confin¨® en su pueblo durante dos a?os entre los muros de su casa de Woolsthorpe. En ese periodo perfeccion¨® el c¨¢lculo y las derivadas integrales, describi¨® la fuerza de la gravedad y escribi¨® el gran tratado de la ciencia del universo, conocido como Philosophiae naturalis principia mathematica. Todo desde la cama.
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