La covid cruza a trav¨¦s de las Term¨®pilas
La pandemia desluce la celebraci¨®n griega del 2.500? aniversario de la heroica derrota de Le¨®nidas y la victoria naval de Salamina, persistentes hitos de la civilizaci¨®n occidental pese a las nuevas lecturas de la guerra contra los persas
Se cumplen estos d¨ªas, finales de agosto y principios de septiembre ¡ªno hay acuerdo sobre la fecha exacta dada la disparidad de los antiguos calendarios griegos¡ª, 2.500 a?os redondos de la batalla de las Term¨®pilas, aquel muy desigual y celebrado combate de tres d¨ªas que enfrent¨® el verano del a?o 480 antes de Cristo, en un paso estrecho en la Grecia central, al poderoso ej¨¦rcito persa invasor, un verdadero Juggernaut, y a un reducido contingente heleno liderado por los legendarios 300 espartanos y su comandante, el rey Le¨®nidas. El choque, que se sald¨® como es sabido con la derrota de los griegos, no sin haber ofrecido una resistencia asombrosa que permiti¨® ganar tiempo al bando heleno, y la muerte de la pr¨¢ctica totalidad de esos tres centenares de guerreros ¡ªse salvaron dos, Pantitas que se ahorc¨® luego y Aristodemo el Tembl¨®n (vaya lacra el apodo), que trat¨® de redimirse en Platea¡ª, se ha visto como s¨ªmbolo de coraje, de sacrificio heroico y paradigma de la lucha, de pocos contra muchos, por la libertad frente a la tiran¨ªa, con ecos en otros sucesos posteriores como la defensa de El ?lamo.
El aniversario, que Grecia ha juntado con el de Salamina, la decisiva victoria naval junto a esa isla en el golfo Sar¨®nico pocos d¨ªas despu¨¦s (quiz¨¢ el 28 de septiembre), llega en horas bajas para la ¨¦pica y los festejos, a causa de la covid, aunque quiz¨¢ en la desigual lucha de los sanitarios contra el virus resuene el valeroso ejemplo espartano. De manera que las celebraciones, aparte de la acu?aci¨®n de una moneda de dos euros conmemorativa o la representaci¨®n en Epidauro de Los persas de Esquilo, han debido constre?irse en su mayor¨ªa a lo virtual o aplazarse al a?o que viene, incluida una prevista marcha internacional de paracaidistas en las Term¨®pilas (Spartan March). A la frustraci¨®n hay que a?adir, en el ¨¢mbito de la antig¨¹edad cl¨¢sica, el drama del incendio del 30 de agosto pasado en Micenas, que afortunadamente parece no haber da?ado los monumentos, aparte de ahumarlos como si hubieran vuelto los Pueblos del Mar que destruyeron en su d¨ªa, se cree, las ciudadelas mic¨¦nicas.
El escenario de la batalla, a unos 200 kil¨®metros al norte de Atenas, ese paso de las Term¨®pilas, las Puertas Calientes ¡ªpor las tres estrecheces o puertas, pylai, que presentaba en el camino hacia el coraz¨®n de Grecia y la presencia de manantiales termales¡ª, est¨¢ en la actualidad muy desvirtuado. En realidad, no se entiende nada de su antiguo sentido estrat¨¦gico (el ¨²ltimo corredor defendible por encima del istmo de Corinto), pues donde antes el mar casi se juntaba con los montes Kalidromos, dejando apenas 20 metros entre ambos, se extiende una larga planicie de cinco kil¨®metros creada por los dep¨®sitos aluviales del r¨ªo Esperqueo. Adem¨¢s, la carretera nacional, surcada de camiones, pasa sobre el antiguo camino, as¨ª que hay que tener alma de P¨ªndaro para evocar in situ el combate. Lo m¨¢s emotivo y sugerente son los monumentos, sobre todo el moderno (1955) memorial de los 300 coronado por la cicl¨®pea estatua de bronce de Le¨®nidas desnudo y desafiante, y el posterior (1996) a los 700 tespios, el contingente aliado olvidado que pele¨® no solo a la sombra de las flechas persas sino a la de los espartanos. Tambi¨¦n hay una placa en la cercana peque?a colina de Kolonos, que se ha identificado con el sitio del last stand de los griegos en la batalla y que celebra el lac¨®nico ethos de los lacedemonios con las sobrias palabras de Sim¨®nides de Ceos: ¡°Caminante, ve y di a los espartanos que aqu¨ª yacemos, obedientes a sus leyes¡±. Es dif¨ªcil no emocionarse, aunque no seas muy valiente.
Si se suman los 700 soldados de la polis de Tespia, en Beocia, a los 300 espartanos (que iban acompa?ados de periecos, habitantes de Esparta sin derechos de ciudadan¨ªa, y de sus esclavos ilotas) ya se ve que no hab¨ªa tan pocos griegos en las Term¨®pilas. Pero es que, adem¨¢s, hay que a?adir otros contingentes ¡ªmil de Tegea y Mantinea, 120 de Orc¨®meno y mil m¨¢s del resto de Arcadia, 400 de Corinto, 200 de Fliunte, 80 de Micenas, 400 tebanos, y mil focenses, entre otros¡ª. Lo que da una fuerza nada despreciable de quiz¨¢ hasta 7.000 hoplitas, sobre todo si se tiene en cuenta que la panoplia de ese soldado griego de infanter¨ªa pesada revestido de bronce ¡ªcasco, armadura, escudo (el famoso aspis que hab¨ªa de servirte de camilla), grebas, lanza y espada¡ª superaba con mucho todo lo que pudieran enfrentarle los persas. Si combinamos la estrechez del paso, defendido adem¨¢s recuperando una vieja muralla en la Segunda Puerta, con el muro humano de la falange hoplita, que presionaba y empujaba (el famoso othismos, ?uh, ah!) como un tanque de carne y bronce, no es tan raro que detuvieran tres d¨ªas al embotellado ej¨¦rcito persa. Jerjes, confiando en el n¨²mero, lanz¨® contra ellos tropas muy desiguales (llevaba gente tan rara como los paflagonios, los et¨ªopes y los meonios) hasta hartarse y enviar a la ¨¦lite, los Inmortales, que tampoco pod¨ªan hacer mucho ante el superior armamento y la resoluci¨®n de los griegos encabezados por los espartanos. El descubrimiento a cargo del traidor Epialtes de un paso en las monta?as ¡ªla senda Anopea¡ª que permit¨ªa flanquear a los griegos y atacarlos por detr¨¢s puso punto final a las esperanzas de estos. Le¨®nidas dio permiso para marcharse a los que prefirieron no morir (como siempre una preclara mayor¨ªa) y se qued¨® a cubrir la retaguardia con los espartanos, animados por un pundonor suicida, los fieles tespios (con su h¨¦roe Ditirambo) y los al parecer renuentes tebanos (que se rindieron al final). Pelearon ¡ª?y lanzaron contrataques!¡ª hasta romper lanzas y espadas y seguir luchando con manos y dientes y retrocedieron, tras caer el sesent¨®n Le¨®nidas (ese Custer de manto rojo), a la colina donde los persas los liquidaron con una lluvia de flechas que cay¨® como un afilado tel¨®n sobre su valor.
La historia de Le¨®nidas y sus hombres est¨¢ llena de mito y f¨¢bula, que no han dejado de acrecentarse con el correr de los siglos y el aprovechamiento del episodio en aras de motivaciones ideol¨®gicas o art¨ªsticas, incluyendo la admiraci¨®n de los nazis por los espartanos y su musculada marcialidad (Goering compar¨® Stalingrado con las Term¨®pilas), numerosos cuadros (como el de David), novelas (Puertas de fuego de Steven Pressfield o Talos de Esparta de Valerio Manfredi, ambas en De Bolsillo), poemas (Cavafis: ¡°En la roca batida por las olas, los espartanos se sientan y se arreglan el cabello¡±) y, entre otros varios filmes ¡ªcomo el El le¨®n de Esparta (1961)¡ª, ese ampuloso y violento canto a los pectorales que fue la pel¨ªcula 300 (2006), de Zack Snyder, adaptaci¨®n a la pantalla del c¨®mic de Frank Miller. Por cierto, se contaba con la participaci¨®n ahora en alg¨²n acto del actor Gerald Butler, el Le¨®nidas de 300, que ya estuvo en Esparta en marzo para hacer un relevo de la antorcha ol¨ªmpica y soltar el inevitable ¡°?esto es¡ Esparta!¡±, frase que compite ya en popularidad, y en el lema en camisetas, con la hist¨®rica ¡°Molon labe¡±, ven a cogerlas, que le contest¨® Le¨®nidas al rey persa Jerjes cuando le exigi¨® entregar las armas, seg¨²n Plutarco.
Tambi¨¦n se ha buscado comparar la rivalidad de griegos y persas con la muy actual de Grecia y Turqu¨ªa; y, como ha hecho recientemente alg¨²n alto militar griego, al presidente turco Erdogan con Jerjes.
Hoy se acepta ampliamente que las fuentes griegas (no las hay persas), con el genial Her¨®doto a la cabeza, cargaron las tintas en su glorificaci¨®n de la batalla de las Term¨®pilas, en su desproporci¨®n (los few griegos no eran tan pocos, los persas desde luego no los 5.283.220 hombres , sin contar a los eunucos, que menciona Her¨®doto) y en la descalificaci¨®n del enemigo, para enfatizar el enfrentamiento de las polis contra el imperio persa, enmarc¨¢ndolo en una lucha por la supervivencia de la fr¨¢gil e incipiente democracia occidental frente a la autocracia y el despotismo orientales. La verdad, tiene bemoles presentar a los espartanos, una de las sociedades m¨¢s militarizadas y crueles que han existido, adelantados practicantes de la eugenesia (Hitler los alab¨® por eso) y la guerra total, como defensores de las libertades (adem¨¢s en las Term¨®pilas los 300 llevaban a sus eclavos), mientras que los otros grandes protagonistas de la resistencia contra los persas, los atenienses, como los dem¨¢s griegos, eran unos mis¨®ginos, esclavistas y colonialistas del cop¨®n, y a menudo unos demagogos y corruptos. La ¨²nica mujer con un papel significativo en la guerra luchaba del lado persa: Artemisia, que ejerc¨ªa de tirano de Halicarnaso tras la muerte de su marido, y que tom¨® parte en la invasi¨®n como almirante aportando cinco naves ¡°impulsada por su bravura y arrojo¡±, como dice, con admiraci¨®n, Her¨®doto.
La pretendida unidad griega frente a la invasi¨®n es falsa: las ciudades griegas estaban a la gre?a unas con otras, muchas se sometieron ¡ªalgunas de buen grado¡ª, entregando los simb¨®licos tierra y agua, a los persas, en cuyo Gran Ej¨¦rcito hab¨ªa numerosos hoplitas griegos colaboracionistas, otras se declararon neutrales (como Argos) y en realidad solo 30 de las 700 polis se opusieron a la invasi¨®n de Jerjes, seg¨²n recalca uno de los grandes expertos en las guerras m¨¦dicas, Paul Cartledge, autor de Term¨®pilas, la batalla que cambi¨® el mundo (Ariel, 2007). Jerjes incluso llevaba como asesor a un exrey espartano, Demarato, que trataba de explicarle el car¨¢cter de sus compatriotas.
Pocos personajes hist¨®ricos han sido tan vilipendiados como el Gran Rey persa, del que los ¨²nicos detalles simp¨¢ticos que nos da Her¨®doto (que, por cierto, no acredita que se perforara los pezones como en 300) es que llor¨® de emoci¨®n al contar a sus ¡°innumerables¡± tropas y que se enamor¨® de un ¨¢rbol, un pl¨¢tano. Curiosamente, pese a la imagen afeminada con que se le muestra en el filme, su nombre significa literalmente ¡°rey machote¡±, Se le muestra, ayer como hoy, como un tirano asi¨¢tico atroz y decadente, que consideraba esclavos hasta a sus muchos parientes comandantes del ej¨¦rcito, cortaba cabezas a mansalva, azotaba al Helesponto, hac¨ªa sacrificios humanos, y comet¨ªa verdaderas monstruosidades: cuenta Her¨®doto que al pedirle el anciano lidio Pitio que eximiera de sus deberes militares a uno de sus cinco hijos que marchaban con los persas, para asegurar su descendencia, indignado ante la petici¨®n, el rey hizo cortar en dos al chico y poner una mitad a cada lado del camino por el que desfilaba el ej¨¦rcito, para que sirviera de ejemplo. Tambi¨¦n demostr¨® escaso fair play al ordenar decapitar el cad¨¢ver de Le¨®nidas y clavar la cabeza en una pica, aunque probablemente con el embotellamiento perdi¨® los nervios y no hay que olvidar que los espartanos le hab¨ªan matado en la batalla quiz¨¢ hasta 20.000 hombres, y a dos hermanastros.
En realidad, Jerjes parece haber sido un gran monarca, capaz de llevar las riendas del mayor imperio que hab¨ªa conocido la humanidad hasta entonces y planificar concienzudamente, tras los pasos de su padre Dar¨ªo (derrotado en Marat¨®n una d¨¦cada antes), una campa?a tan incre¨ªblemente compleja como la invasi¨®n de Grecia. Es cierto que no le sali¨® muy bien y el territorio no se convirti¨® como ¨¦l proyectaba en una nueva satrap¨ªa persa, pero algunos autores apuntan que el rev¨¦s no fue tan tremendo como quieren hacernos creer los historiadores griegos y desde luego no hubo tal cosa como un declive de los aquem¨¦nidas ¡ªsu dinast¨ªa¡ª o una tragedia como muestra Los persas. Mucho de lo que no logr¨® Jerjes con el hierro lo consigui¨® despu¨¦s con oro. Y no olvidemos que 50 a?os tras la fracasada invasi¨®n, Grecia se abismar¨ªa en la fratricida Guerra del Peloponeso que abrir¨ªa luego la puerta a la conquista maced¨®nica.
Sea como fuera, pese a todos los peros, las exageraciones y mitificaciones, la moda de lo pol¨ªticamente correcto y las nuevas perspectivas de historiadores pro-persas (como Pierre Briant), es innegable que Jerjes, a la cabeza de un inmenso imperio de 70 millones de habitantes, no conquist¨® la peque?a Grecia (dos millones), lo que no dej¨® de ser sorprendente, y que pervivi¨® la llama de una idea, ex¨®tica para su tiempo, de sociedad en la que el concepto de libertad era importante y en la que todo era susceptible de ser discutido (aunque luego te condenaran a muerte como a S¨®crates o al ostracismo o te lapidaran como a L¨ªcides y su familia: nadie es perfecto). En Matanza y cultura, batallas decisivas en el auge de la civilizaci¨®n occidental (Turner, 2004), el profesor de lengua y cultura cl¨¢sicas Victor Davis Hanson subraya que los atenienses en Salamina llevaban trirremes con nombres como Demokratia, Elehuteria (libertad) y Parrhesia, denominaciones que hubieran supuesto la decapitaci¨®n de sus capitanes en la flota persa. ¡°La idea de que un nav¨ªo persa se llamase Libertad de expresi¨®n (que es m¨¢s o menos lo que significa parrhesia), resulta inconcebible¡±, apunta. Mientras Jerjes ve¨ªa la batalla desde un trono de oro, Tem¨ªstocles empu?aba un remo junto a sus hombres y lanzaba una de las grandes frases de la democracia (a su rival en el mando de la flota, Eurib¨ªades): ¡°P¨¦game pero esc¨²chame¡±. Por mucha imperfecci¨®n que tuviera su sistema (el propio Tem¨ªstocles acab¨® tiempo despu¨¦s buscando refugio junto a Jerjes), y tanto que progresar (la democracia ten¨ªa solo 27 a?os), los griegos ¨¦ramos nosotros, y los persas, todo y su multiculturalidad, no. La victoria de los segundos hubiera supuesto aplastar en su origen la mayor¨ªa de lo que nos define a Occidente como civilizaci¨®n (como dijo S¨®focles, ¡°los hombres libres tienen lenguas libres¡±), aparte de que hubi¨¦ramos llevado pantalones mil a?os antes.
Las Term¨®pilas no fue la batalla decisiva en esa perspectiva que fue Salamina (rematada al a?o siguiente en Platea, donde destac¨® S¨®fanes, ese Cocles ateniense, que llevaba un ancla de hierro para asegurar que no retroceder¨ªa nunca), pero es un episodio esencial de nuestro imaginario colectivo que contribuy¨® a forjar las ideas de sacrificio, tes¨®n, valor individual, disciplina y hero¨ªsmo que asociamos, junto con la mayor destreza tecnol¨®gica, con el esp¨ªritu occidental, para lo bueno y lo malo (como toda la ¨¦pica colonial, incluyendo Zinderneuf y Rorke¡¯s Drift). En las Term¨®pilas un pu?ado ¡ªo no tan pu?ado, pero indiscutiblemente un contingente mucho menos numeroso¡ª plant¨® cara a un ej¨¦rcito que infund¨ªa pavor y ven¨ªa en plan rodillo. ¡°?Qui¨¦n no admirar¨ªa el valor de estos hombres?¡±, escribi¨® Diodoro de Sicilia. ¡°Solo ellos, entre los hombres que recuerda la historia, han conseguido de su derrota una gloria mayor que la que otros han obtenido por las m¨¢s brillantes victorias¡±. A?adi¨® que ¡°ser¨ªa, pues de justicia considerar a estos hombres como los verdaderos creadores de la libertad de todos los griegos¡±. El luego Nobel de Literatura William Golding, tras una visita a las Term¨®pilas, lo remat¨® ¡ªen The Hot Gates and other ocasional pieces (1965)¡ª de manera que nos implica a¨²n m¨¢s en aquella lejana escabechina: ¡°Hay un poco de Le¨®nidas en el hecho de que puedo ir adonde quiera y escribir lo que quiera. ?l contribuy¨® a liberarnos¡±.
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