La despedida del productor musical que hac¨ªa milagros
El disco p¨®stumo de Hal Willner es un homenaje a Marc Bolan, el creador del ¡®glam rock¡¯
Fue uno de los primeros neoyorquinos en caer. El hurac¨¢n de la covid-19 se llev¨® a Hal Willner el 7 de abril, al d¨ªa siguiente de que cumpliera los 64 a?os. Desaparec¨ªa as¨ª uno de los grandes catalizadores del mundo art¨ªstico, el creador de imaginativos conceptos que llevaba a los escenarios y (a veces) se concretaban en discos. Cuesta describir adecuadamente a Hal Willner.
Para los enterados de los intr¨ªngulis de la televisi¨®n, brillaba como coordinador musical de uno de los programas m¨¢s admirados, Saturday Night Live. Cara a la industria, era un productor experto en trabajar con artistas, digamos que especiales: Marianne Faithfull, Lucinda Williams, Gavin Friday, Laurie Anderson, Lou Reed (con Lou tambi¨¦n realiz¨® un programa de radio, New York Shuffle). Personalmente, se consideraba un director de casting que reun¨ªa equipos inmensos alrededor de una idea.
Prohibido decir que montaba conciertos o discos de homenaje: el concepto se ha degradado desde que Willner comenz¨® en los a?os ochenta a reinventar los repertorios de Nino Rota, Thelonious Monk, Kurt Weill o (no era nada esnob), las canciones de las pel¨ªculas de Walt Disney. Todav¨ªa no se usaba la palabra ¡°mixologista¡±, pero eso es lo que hac¨ªa: mezclar a m¨²sicos de jazz de vanguardia con rockeros despiertos y cantautores inquietos. Odiaba los automatismos: solicitaba que se olvidaran de las versiones originales, y que aprovecharan la fricci¨®n inevitable al tocar con m¨²sicos a los que quiz¨¢ nunca hab¨ªa tratado antes.
Caminaba por el filo de la navaja de lo esot¨¦rico y lo resolv¨ªa sumando estrellas que daban visibilidad comercial a sus ocurrencias: Deborah Harry, Sting, James Taylor, Bono o Tom Waits. Estaba habituado a los retos log¨ªsticos: para incluir a los Rolling Stones en su saludo a Charles Mingus, Weird Nightmare, debi¨® viajar a Espa?a, buscar un estudio madrile?o, aprovechar un d¨ªa en el que no ten¨ªan actuaci¨®n y lograr que Keith Richards se despertara a (para ¨¦l) una hora intempestiva. Aunque, en realidad, estaba m¨¢s orgulloso de lograr que volviera a cantar Yma Sumac, la supuesta princesa inca de prodigiosa voz, que viv¨ªa retirada del mundo.
?C¨®mo lo hac¨ªa? Con el tipo de diplomacia que se aprende manejando regularmente a figuras en estudios de grabaci¨®n y en plat¨®s de televisi¨®n. Demostrando que estaba tan tarado como sus invitados, exhibiendo sus colecciones de discos obscuros y objetos imposibles. Hijo de un superviviente del Holocausto, miraba su pa¨ªs de acogida con curiosidad inagotable: connoisseur de la cultura basura, tambi¨¦n era un estudioso de la generaci¨®n beat; lleg¨® a hacer discos con William S. Burroughs, Gregory Corso o Allen Ginsberg.
De hecho, del Aullido de Ginsberg est¨¢ sacado el t¨ªtulo del disco p¨®stumo de Willner, Angelheaded Hipster (BMG), dedicado a las canciones de Marc Bolan. Y esto merece una explicaci¨®n: su grupo, T. Rex, domin¨® las listas de ventas entre 1971 y 1973, sobre todo en el Reino Unido. De alguna manera, el trextasy parec¨ªa duplicar la beatlemania, la histeria generada por los primeros Beatles, una comparaci¨®n simplona, pero facilitada por la conexi¨®n entre Bolan y Ringo Starr, que firm¨® como director de Born to Boogie, una pel¨ªcula a mayor gloria de ambos que fue lanzada por Apple.
Sin embargo, el trextasy no se reprodujo en Estados Unidos: consigui¨® alg¨²n ¨¦xito en listas, pero nada comparable con lo que ocurr¨ªa en su pa¨ªs. Resultaba demasiado chirriante para el p¨²blico gringo del rock. La ambig¨¹edad sexual, s¨ª, pero tambi¨¦n la voz tr¨¦mula, su arrogancia, la simplicidad musical, la combinaci¨®n en letras donde chocaban los mundos de Tolkien y las fantas¨ªas espaciales de la pulp fiction.
Marc Bolan muri¨® en 1977, con 29 a?os. Nada ¨¦pico: se estrell¨® en el Morris Mini que conduc¨ªa su pareja, la cantante de soul Gloria Jones. Llevaba a?os de frustraci¨®n: le hab¨ªa eclipsado el furor del punk rock, hab¨ªa sido superado por David Bowie, su competidor desde la ¨¦poca mod. No ayud¨® que, tras su defunci¨®n, salieran abundantes discos con rarezas e in¨¦ditos, armados sin demasiado cari?o.
El enfoque de Hal Willner pasaba por reivindicar a Bolan como compositor moldeable. Ya lo sab¨ªamos aqu¨ª: su Ballrooms of Mars se convirti¨®, por obra de Radio Futura, en uno de los primeros ¨¦xitos de la nueva ola madrile?a, bajo el t¨ªtulo de Divina. Willner no tuvo dificultad en juntar 25 canciones, desde los ¨¦xitos de T. Rex a piezas sueltas de su encarnaci¨®n hippy, Tyrannosaurus Rex, e incluso de su desmadrado grupo previo, John¡¯s Children.
La diferencia con anteriores discos: ya no pod¨ªa considerar cada grabaci¨®n como una aventura. Para Angelheaded Hipster procur¨® convocar en el estudio una formaci¨®n amplia de instrumentistas, capaces de recrear los arreglos de Steven Bernstein, Thomas Bartlett, J. G. Thirlwell o Steve Weisberg. Se intentaba que cada d¨ªa pasaran por all¨ª dos o tres cantantes, para dejar liquidados otros tantos temas y, si es posible, interactuaran entre s¨ª.
No falta el rock nervudo, en interpretaciones de Joan Jett, Kesha, King Khan o U2 (con Elton John). Pero la chicha del doble disco est¨¢ en la introspecci¨®n de Nick Cave haciendo Cosmic Dancer o las exploraciones mel¨®dicas de Devendra Banhart, Lucinda Williams, Emily Haines. Por insistencia del productor, se incluy¨® el clarinete bajo, instrumento caracter¨ªstico de la m¨²sica klezmer, como recordatorio del origen jud¨ªo de Bolan. Cosas de Willner.
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