Ligereza en tiempo de zozobra
Los actores Lluis Homar y Adriana Ozores muestran una inesperada sensualidad en ¡®Alba y palabra. San Juan de la Cruz¡¯
Domingo 18, Gerona, Temporada Alta. Un domingo cerrado (casi iba a escribir clausurado), tiendas con las puertas bajadas. Seis de la tarde. El Teatro Municipal, con perfume de misa sagradamente laica. Claridad de voces y luz. Dramaturgia de Jos¨¦ Carlos Plaza. Alba y palabra: San Juan de la Cruz, que el Cl¨¢sico madrile?o present¨® el pasado verano en el Festival de Almagro. A la derecha, Adriana Ozores. En el centro, Llu¨ªs Homar. Tras San Juan, el Cristo de Vel¨¢zquez. A la izquierda toca el piano el virtuoso Emilio Brugalla, desgranando una selecci¨®n de la M¨²sica callada, de Frederic Mompou. Escucho al poeta carmelita y el cruce entre la m¨²sica de Mompou y el eco de Casa sosegada me lleva, curiosamente, al Poema a la duraci¨®n de Peter Handke. San Juan no me resulta f¨¢cil de comprender, pero s¨ª acercarme a la piel de una de esas ¡°certidumbres inexplicables¡± que rastreaba Val¨¦ry. Al escuchar a Homar, que a menudo es un gran narrador, recuerdo su Teramene dirigido por Oll¨¦, relatando la muerte de Hip¨®lito con la fuerza tranquila de los viejos contadores de leyendas. Adriana Ozores puede ser feroz y desbordante de sonrisa y ligereza; pasar de personajes de Ch¨¦jov a La cantante calva. Su risa arde, como cuando el mejor Homar no busca o¨ªrse porque as¨ª nos hace escucharle.
Estaba equivocado con la losa del arte mayor. Tem¨ªa ecos pomposos o austeros y me han regalado la risa de la belleza del arte; el goce del placer, de la cercan¨ªa: la inesperada sensualidad de Homar y Ozores, ahora cara a cara en los altos del teatro. Se han perdido por un camino vertiginoso, hacia el silencio. No me cuesta imaginarles as¨ª, pero nunca lograr¨ªa saber c¨®mo lo han hecho. Despojarse de lo ajeno, de lo externo. Mira bien. Tampoco cuesta ver a ese hombre y esa mujer que pueden ser viceversa: ¡°amada en el amado transformada¡±.
Buscan la serenidad ¡°contra ese desasosiego que viene de lejos¡±. Brotan (o creemos percibir) m¨¢s sensaciones que conceptos. Un verso que tiene algo de engarce de adivinanzas; el C¨¢ntico espiritual unido a un trazo tao. Tres m¨²sicas. Una, en las voces, ecos como gotas de agua carnal: Amado, gemido, herido, dejaste, ciervo, ido. Segunda, la M¨²sica callada de Mompou, hermanando los esp¨ªritus del m¨²sico, el poeta, sus encarnaciones en las puntas de los dedos del gran Brugalla. Finura chopiniana. Y los silencios ?qu¨¦ bien levitan! Son una suma. M¨¢s que la m¨²sica callada, quiz¨¢s la melod¨ªa de la calma. De la intimidad. El silencio del p¨²blico, revivido. Alguien dice que el Cristo ha quedado como un testigo, planeando, calmo, en el templo solitario. ?Qu¨¦ hambre nos ha entrado! Una extra?a experiencia, una sonora soledad de medianoche. Y luego, ya en la calle, carcajadas gloriosamente brotadas, sin motivos aparentes, como el regalo de un cumplea?os sin fechas. La risa como una ventana reci¨¦n abierta. La risa de nuestra felicidad en el coche, de vuelta. Qui¨¦n nos lo iba a decir.
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