Visita a Cristino de Vera, tocando el sue?o profundo
El pintor canario, con 88 a?os, busca la verdadera luz con sus maestros invisibles para la obra que vendr¨¢
Celestino de Vera se qued¨® horas, mirando las estrellas, bajo el silencio de Segovia. Su mujer, Aurora Ciriza, le pregunt¨® qu¨¦ pas¨® tanto tiempo al raso. ¡°Hice cuatro a?os de universidad¡±. Ahora mira las estrellas desde dentro, camina por un pasillo que preside un ¨¢ngel de sombras. Es la casa de un m¨ªstico que a los cuarenta a?os ya inquietaba a sus amigos sobre la inminencia de la muerte.
El 15 de diciembre cumpli¨® 88. Ninguna de aquellas enfermedades que amenazaban las noches de su juventud se hizo presente. Ahora tiene ojo y medio, y con ellos se ocupa de los mensajes de las estrellas y del sue?o profundo que hay en las cosas y en los libros. Pas¨® el tiempo en que interrogaba a las taquilleras sobre lo que ven¨ªa a sus cabezas al final del d¨ªa (¡°bocas, bocas, fila doce, fila trece¡±) o cuando interpelaba a los transe¨²ntes (¡°?sigue usted haciendo el amor?¡±).
Ya la calle no le dice nada. Sus dedos est¨¢n como fueron los de su padre, ¨¢rboles en las manos grandes que abrazan el aire. Su cabeza, coronada con un pelo negro que no ha podido clarear el tiempo, retiene nombres y frases y versos que recita como si estuviera en un p¨²lpito. Ahora tiene sobre una mesilla hacia la que viaja con la lentitud de un p¨¢jaro cansado un ejemplar breve, Sobre el desprecio de la muerte, de Cicer¨®n, su maestro, su libro de estilo. Su padre tambi¨¦n le indic¨® de qu¨¦ manera hab¨ªa que esperar el tiempo de la muerte: ¡°Cree en la bondad, s¨¦ bueno y lo dem¨¢s vendr¨¢ por a?adidura¡±.
Le pregunt¨¦, pues, si hab¨ªa sido bueno. No ha envejecido realmente; en sus ojos da?ados sigue habiendo la picard¨ªa de un chico de barrio (de Santa Cruz de Tenerife), y gui?¨¢ndolos simula no recordar si fue o no bueno de chiquillo. Era la edad irresponsable. La influencia de su padre seguro que lo hizo bueno. Ser bueno, en esa filosof¨ªa que ¨¦l desenvuelve como si fuera una carta, es no hacer da?o a nadie ni tener envida de nadie, no enjuiciar, cuidar el ego y la vanidad. Adem¨¢s, ser silencioso, no excesivamente mundano.
A veces recupera la virtud de la queja. Pudo hacer m¨¢s, pero la fallaron la pierna, la vista¡ Tiene un 60% de visi¨®n. Pero no da para pintar. A veces se va a parajes desiertos a hablar con su padre, y el viento le devuelve las respuestas. Ah, el libro de Cicer¨®n lo lleva a Plat¨®n, otro sabio, que dijo: ¡°La muerte y el sue?o profundo son hermanos gemelos¡±. Se ha escudado en grandes sabios para ver qu¨¦ opinaban de la muerte y no sufrir mucho. Cicer¨®n le ayuda: ¡°La muerte es un fen¨®meno al que todo el mundo teme¡±. La muerte no es el fin, es el principio, ley¨®. Sus lecturas son innumerables, como si hubiera sido insomne durmiendo. Cita y cita a sabios griegos y latinos. Sobre la mesa, donde solo hay agua del tiempo, surgen nombres: Stefan Zweig, Somerset Maugham, Juan Ram¨®n Jim¨¦nez. Pintores como don Mariano de Coss¨ªo, Giotto, Piero de la Francesca, ¡°mis maestros invisibles¡±, que le llevan a Dios, una nebulosa que ha ido tomando forma entre las estrellas de Segovia o en el sonido que su padre le devuelve en los desiertos acu¨ªferos por donde pasea. ¡°Ah, y Fra Ang¨¦lico, y no olvides el Greco y Zurbar¨¢n¡±.
El padre le dijo que estuviera preparado para el cambio, cuando ya las pasiones sean tambi¨¦n parte del dolor. Le oyes y parece que lo habitara un drama, pero al lado tiene a Aurora, que estimula sus horas, y la cabeza, que le devuelve m¨²sica o versos. ?l insiste en las p¨¦rdidas. Y esta es la que m¨¢s le aturde: ¡°Que los tiempos mejores ya han pasado. La vejez no lo es. Dec¨ªa Plat¨®n que es una larga y penosa enfermedad¡±.
Con la pintura busca el silencio, ¡°la mejor armon¨ªa, la callada luz. Mi ¨²ltimo cuadro ser¨¢ buscando la verdadera luz con mis maestros invisibles que no ver¨¦ nunca¡±. Hacia el ascensor le puso en las manos al periodista esta frase de Einstein que guarda en su cartera, en m¨²ltiples fotocopias, y que comienza as¨ª: ¡°La emoci¨®n m¨¢s hermosa y profunda que podemos experimentar es la sensaci¨®n de lo m¨ªstico. Es la fuente de toda ciencia verdadera. El que sienta esta emoci¨®n como extra?a, que no pueda ya maravillarse y estar ensimismado en el respeto, est¨¢ pr¨¢cticamente muerto¡±. Luego regresa a su puerta y se adentra en el silencio en el que irrumpe, hacia el pasillo donde est¨¢ el misterioso ¨¢ngel de sombras, la sonrisa de Aurora.
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