Dentro de Auschwitz
Con motivo del 75? aniversario de la liberaci¨®n de Auschwitz, el autor de ¡®KL¡¯, una monumental historia de los ¡®lager¡¯ nazis, traza el retrato de la vida y la muerte en el campo m¨¢s mort¨ªfero y simb¨®lico del Holocausto
"Querido lector, escribo estas palabras en mis momentos de mayor desesperaci¨®n¡±. As¨ª comienza un texto de Zalmen Gradowski, redactado en Auschwitz-Birkenau en la primavera de 1944 y descubierto poco despu¨¦s de la liberaci¨®n del campo metido en una lata, cerca de los crematorios destruidos. Hab¨ªan deportado a Gradowski al campo de exterminio a finales de 1942. Su esposa Sonia, su madre y sus dos hermanas murieron asesinadas al cabo de solo unas horas, junto con otros centenares m¨¢s de jud¨ªos polacos que iban en el mismo tren. A Gradowski lo incluyeron en un grupo mucho m¨¢s reducido, escogido para hacer trabajos forzosos, y las SS pronto lo enviaron al temido Sonderkommando: los presos que ten¨ªan que colaborar en el asesinato en masa de otros presos.
Hasta su muerte en el propio campo, Gradowski escribi¨® en secreto la cr¨®nica de la interminable procesi¨®n de los condenados a las c¨¢maras de gas, desde sus l¨¢grimas cuando se desnudaban hasta las cenizas que se llevaban en carretillas. Esperaba fervientemente que alg¨²n d¨ªa se encontraran sus escritos y que pudieran ayudar a las futuras generaciones a ¡°formarse una imagen¡± del ¡°infierno de Birkenau-Auschwitz¡±. Incluso lleg¨® a dirigirse a esos posibles lectores y a hacer este llamamiento: ¡°Ustedes tendr¨¢n que imaginarse la realidad¡±.
Auschwitz no ha ca¨ªdo en el olvido, como tem¨ªa Gradowski. El campo m¨¢s mort¨ªfero del Holocausto, en el que las SS asesinaron a casi un mill¨®n de jud¨ªos, ocupa un lugar central en la memoria colectiva. Pero el Auschwitz de la imaginaci¨®n popular, muchas veces, guarda poca relaci¨®n con el Auschwitz en el que vivi¨® y muri¨® Gradowski. Como s¨ªmbolo mundial del mal, el campo se ha separado de su realidad. Las im¨¢genes populares flotan alejadas de su contexto hist¨®rico y gravitan hacia el mito y la confusi¨®n.
?C¨®mo podemos cumplir con el llamamiento de Gradowski a ¡°imaginar la realidad¡± de Auschwitz? Una manera de hacer m¨¢s reconocible el campo es examinar lo que el antrop¨®logo Clifford Geertz llam¨® la ¡°vida sentida¡±, descubrir las experiencias inmediatas de los prisioneros, los criminales y los espectadores y c¨®mo las interpretaron ellos en su momento. Mostrar estas texturas de la vida cotidiana, lo ordinario dentro de lo extraordinario, puede desmitificar Auschwitz y hacerlo m¨¢s tangible.
Los documentos contempor¨¢neos y los testimonios posteriores est¨¢n llenos de huellas de la experiencia vivida. Unas huellas tan abundantes, de hecho, que necesitamos filtrarlas, ampliar los aspectos fundamentales para verlos con m¨¢s nitidez. Entre esos aspectos se encuentra el paisaje material de la persecuci¨®n. Una relaci¨®n m¨¢s estrecha con los lugares y los espacios, con sus dimensiones emocionales y sensoriales, ayuda a hacer realidad el campo y revela elementos de la experiencia vivida que suelen permanecer ocultos en los m¨¢rgenes de la visibilidad hist¨®rica, empezando por la topograf¨ªa de Auschwitz.
Despu¨¦s de la invasi¨®n alemana de Polonia en el oto?o de 1939, los oficiales de las SS empezaron a buscar enseguida sitios para un nuevo campo de concentraci¨®n en el que reprimir la resistencia polaca. Se decidieron por la ciudad de O?wi?cim (que los ocupantes llamaron Auschwitz), en la Alta Silesia, atra¨ªdos por las buenas comunicaciones y un enorme complejo cuartelario a las afueras que iba a ser el n¨²cleo inicial del nuevo campo. Pero el ambiente local no era demasiado hospitalario y, en a?os sucesivos, los hombres de las SS se quejar¨ªan a menudo de las malas condiciones de trabajo ¡ªde los insectos y las infecciones¡ª, de las que responsabilizaban, en su mentalidad colonial, al ¡°primitivo Este¡±.
Lo que para los ocupantes era una molestia demostr¨® ser una amenaza existencial contra los prisioneros debilitados por los malos tratos de las SS. Hambrientos y enfermos, para ellos el mundo natural era un adversario m¨¢s. Cada ma?ana, angustiados, comprobaban c¨®mo estaba un tiempo impredecible, porque cada estaci¨®n acarreaba su propia tortura. En primavera y oto?o, las lluvias copiosas y los fuertes vientos empapaban a los que trabajaban al aire libre y creaban un espeso mar de barro. ¡°Cuando llueve, tenemos ganas de llorar¡±, escribi¨® Primo Levi.
Cuando la tierra se hab¨ªa secado bajo el sol estival, varias secciones del campo se volv¨ªan desoladas y polvorientas. El calor aplastaba a los presos quemados por el sol, que sufr¨ªan a los mosquitos e insectos en general. Lo peor era la sed enloquecedora. Pero tambi¨¦n ten¨ªan miedo al fr¨ªo. Los finos uniformes y los barracones rudimentarios ofrec¨ªan poca protecci¨®n contra la nieve y el viento helado. El invierno, sab¨ªan los presos, era la estaci¨®n de las congelaciones y las amputaciones.
Mientras tanto, las SS se dedicaban a transformar el paisaje natural empleando a los presos como esclavos: plantas y ¨¢rboles para embellecer los despachos de los oficiales y ocultar sus cr¨ªmenes. Y esos cambios en el panorama fueron acompa?ados de una transformaci¨®n total de entorno construido.
Los edificios y las ruinas que, junto con los 13 kil¨®metros de verja, componen hoy el Memorial de Auschwitz-Birkenau son los restos de lo que fue una enorme ciudad del terror. Cuando hoy visitamos el lugar, parece inm¨®vil y est¨¢tico. Para imaginar el pasado, debemos darle vida. Hombres de las SS en bicicleta, moto y coche cruzaban el campo a todas horas. Los presos tambi¨¦n estaban todo el tiempo de un lado para otro, y los trenes y camiones llegaban cargados de nuevos prisioneros d¨ªa y noche. Adem¨¢s, los soldados recib¨ªan suministros, desde materiales de construcci¨®n hasta gas venenoso, y enviaban un sinn¨²mero de cosas, desde materiales militares fabricados por los presos hasta pertenencias de los jud¨ªos asesinados. El campo estaba en actividad constante: las personas, las mercanc¨ªas y los propios espacios que recorr¨ªan. Porque Auschwitz era una enorme zona de obras.
Los SS no deb¨ªan mostrar empat¨ªa hacia los prisioneros. Las manifestaciones de desolaci¨®n estaban prohibidas
El campo cambiaba de aspecto de un d¨ªa para otro, a medida que se derribaban, se ampliaban y se constru¨ªan edificios. Las nuevas estructuras, una vez terminadas, se incorporaban al tejido de la vida diaria. Los crematorios de Birkenau, construidos en 1942-1943, eran recordatorios implacables de lo que aguardaba a muchos presos seleccionados para los trabajos forzosos. Aunque pocos ve¨ªan directamente los edificios, siempre los ten¨ªan presentes: los prisioneros ol¨ªan la carne quemada y ve¨ªan el destello rojo de noche y el humo espeso de d¨ªa.
Ahora bien, las obras no solo serv¨ªan para consolidar el dominio de las SS. Tambi¨¦n creaban, involuntariamente, espacios para que los prisioneros se buscaran la vida. Cuantos m¨¢s contratistas civiles trabajaban en el campo, m¨¢s oportunidades hab¨ªa de trueques y sobornos. Todo el abigarramiento y toda la agitaci¨®n hac¨ªan m¨¢s dif¨ªcil el control, porque los obst¨¢culos en las l¨ªneas de visi¨®n permit¨ªan llevar a cabo actividades ilegales. Los presos siempre intentaban lo que el historiador Tim Cole denomin¨® ¡°estrategias espaciales de supervivencia¡±, fijar lugares clandestinos para hablar, rezar y cocinar, e incluso para emborracharse.
Los aspectos materiales del asesinato de masas ponen de relieve la importancia de los sentidos en el campo
Algunos investigadores creen que los campos como Auschwitz fueron lugares de dominio total de las SS. Desde luego, eso era lo que los criminales?quer¨ªan que fueran. Pero sus dise?os monumentales, muchas veces, se parec¨ªan poco a la realidad terminada. Las prioridades cambiaban una y otra vez, y los arquitectos de las SS ve¨ªan sus planes desbaratados por el desabastecimiento, el mal tiempo y (lo m¨¢s importante de todo) las muertes masivas de sus trabajadores esclavos. A la hora de la verdad, las visiones grandiosas ten¨ªan que dejar paso a chapuzas. Es un error pensar en Auschwitz como una m¨¢quina totalitaria que avanzaba en l¨ªnea recta y por una v¨ªa ¨²nica.
Los movimientos y la fluidez tambi¨¦n configuraban los l¨ªmites que divid¨ªan Auschwitz en zonas diferenciadas. En general, dichos espacios eran creaciones de las SS, pensados para aislar a los presos con arreglo a criterios como el estado de salud, la edad y los or¨ªgenes. Pero, a pesar de su poder, las SS no eran omniscientes. Los oficiales sol¨ªan evitar el contacto estrecho con los presos, por temor a que los atacaran o les contagiasen enfermedades. Las verjas no solo estaban para impedir huidas; tambi¨¦n para que los prisioneros se mantuvieran lejos de los oficiales.
El l¨ªmite m¨¢s importante era el que separaba el campo del exterior. Auschwitz era ¡°un campo de concentraci¨®n alem¨¢n¡±, advirti¨® el obersturmf¨¹hrer Karl Fritzsch a los primeros presos polacos en junio de 1940, sin ¡°m¨¢s salida que la chimenea del crematorio¡±. Sin embargo, la mayor¨ªa de los presos estaba en su recinto solo de noche. De d¨ªa traspasaban las alambradas para hacer trabajos forzosos, estrechamente vigilados por guardias armados. Otros guardias observaban desde unas torretas que formaban largas cadenas alrededor de la ¡°zona de inter¨¦s¡± de las SS. Por la noche, despu¨¦s de que los presos hubieran vuelto, las cadenas de puestos de vigilancia se retiraban. Es decir, los l¨ªmites del campo de Auschwitz se extend¨ªan y contra¨ªan a diario.
Los testimonios de los presos dan fe de la compleja vida emocional de Auschwitz, llena de amistad y amor
Para las SS, el objetivo del l¨ªmite exterior era controlar a los prisioneros, adem¨¢s de la circulaci¨®n de las mercanc¨ªas y el conocimiento. Pero el hecho de que los presos trabajaran fuera hac¨ªa inevitablemente que resultara m¨¢s poroso y creaba espacios de contactos clandestinos entre ellos y la poblaci¨®n polaca. Adem¨¢s, los habitantes locales, esposas de los soldados, trabajadores del ferrocarril y polic¨ªas alemanes transmit¨ªan noticias sobre los cr¨ªmenes de las SS. Como consecuencia, pronto empezaron a extenderse por la ciudad de Auschwitz rumores y algunas pruebas. Ninguna valla pod¨ªa impedir que soplaran vientos pestilentes desde Birkenau hasta la estaci¨®n de tren y m¨¢s all¨¢. Un d¨ªa, en alg¨²n momento despu¨¦s de su llegada a Auschwitz desde Berl¨ªn, una profesora alemana volvi¨® a casa y se encontr¨® su mesa cubierta en algo que parec¨ªa ceniza de cigarro. Su casera explic¨® que eran ¡°cenizas humanas¡± del campo, donde estaban ¡°otra vez quemando a algunos en el crematorio¡±.
Los aspectos materiales del asesinato de masas ¡ªel olor, el humo, los restos quemados¡ª ponen de relieve la importancia de los sentidos en Auschwitz. Para los prisioneros, algunos de los cuales hablaban de c¨®mo se les hab¨ªan agudizado el olfato y el o¨ªdo, los sentidos eran esenciales para su propia supervivencia. Por ejemplo, el ritmo diario del campo se med¨ªa en funci¨®n de los gongs, los timbres, las sirenas y los silbatos. A falta de relojes, esos sonidos del poder de las SS eran los que marcaban el ritmo de su vida y gobernaban sus movimientos. Cualquiera que perdiera el comp¨¢s estaba en peligro.
No obstante, los sentidos, pese a toda la importancia que ten¨ªan para los prisioneros, no suelen figurar en los estudios sobre Auschwitz. En los setenta, el investigador pionero sobre el Holocausto Terrence Des Pres advirti¨® que ¡°tendemos a olvidar c¨®mo ol¨ªan y qu¨¦ aspecto ten¨ªan los presos de los campos¡±. Pocos historiadores han seguido sus huellas para examinar los elementos m¨¢s viscerales de la vida diaria en los campos, tal vez por miedo a empa?ar la dignidad de las v¨ªctimas. Pero ocultar la realidad corporal de los malos tratos de las SS no sirve m¨¢s que para esterilizar los campos y santificar a las v¨ªctimas, lo que crea todav¨ªa m¨¢s mitos.
Para imaginar Auschwitz, hay que imaginar una agresi¨®n constante a los sentidos. En su obra, Des Pres describ¨ªa la ¡°agresi¨®n excrementicia¡± de los campos, con los prisioneros y los recintos impregnados en heces y orina. Des Pres se equivoc¨® al pensar que esta era una estrategia deliberada de las SS para degradar a los prisioneros; en realidad, la diarrea descontrolada era consecuencia de unas raciones de hambre y la superpoblaci¨®n. Pero s¨ª hizo bien en explorar los aspectos olfativos de un lugar como Auschwitz. Al fin y al cabo, los excrementos estaban en todas partes, y la diarrea ¡ªque obligaba a algunos presos a vaciar los intestinos m¨¢s de 20 veces al d¨ªa¡ª humillaba y debilitaba profundamente a las v¨ªctimas.
Peligro constante de ser enviado a la c¨¢mara de gas
El olor tambi¨¦n era un fuerte indicador de las jerarqu¨ªas de los prisioneros y las reforzaba todav¨ªa m¨¢s. Unos pocos privilegiados ten¨ªan acceso a agua, medicinas, ropa limpia, a veces incluso perfume, que ¡°organizaban¡± en los almacenes donde se guardaban las propiedades de los jud¨ªos asesinados. En cambio, los presos que ocupaban el escal¨®n inferior eran los que desprend¨ªan el olor m¨¢s penetrante, viv¨ªan con el rechazo de los dem¨¢s y estaban en peligro constante de que los enviaran a la c¨¢mara de gas.
En cuanto a los guardias y sus c¨®mplices, el olor confirmaba su imagen de los prisioneros como seres infrahumanos: peligrosos, sucios y llenos de enfermedades. Hab¨ªa muy pocas excepciones. Los presos que trabajaban en los despachos pod¨ªan lavarse con m¨¢s frecuencia y ten¨ªan mejores uniformes, para ahorrar a los jefes de las SS los olores m¨¢s ofensivos y las posibles enfermedades. Pero no todos se quedaban tranquilos. El unterscharf¨¹hrer Bernhard Kristan, del Departamento Pol¨ªtico, ten¨ªa terror a tocar el picaporte de un despacho en el que trabajaban jud¨ªos como administrativos, y lo abr¨ªa con el codo. Es evidente que el miedo era omnipresente no solo entre los prisioneros sino tambi¨¦n entre los oficiales.
Lo cual dirige nuestra atenci¨®n hacia el rico paisaje emocional del campo, otro elemento de la experiencia vivida que sigue siendo, en gran parte, una p¨¢gina en blanco. Un estudio sistem¨¢tico de las emociones en Auschwitz podr¨ªa empezar por el concepto de ¡°comunidades emocionales¡± de Barbara Rosenwein, unos grupos que distinguen los sentimientos deseables de los que no lo son y prescriben formas espec¨ªficas de expresarlos. Las SS de los campos eran una comunidad emocional de ese tipo, y una de sus reglas era que el personal no deb¨ªa mostrar empat¨ªa hacia los prisioneros. El desasosiego ocasional sobre la suerte de alguna v¨ªctima concreta, como un ni?o que lloraba, pod¨ªa tolerarse en privado. Pero las manifestaciones abiertas de malestar o desolaci¨®n estaban estrictamente prohibidas.
En sus memorias, el comandante de Auschwitz Rudolf H?ss habla de c¨®mo reprim¨ªa sus sentimientos de malestar durante los asesinatos. Su distorsionado ideal emocional era el del ¡°soldado pol¨ªtico¡± que actuaba con sangre fr¨ªa, coraz¨®n de piedra y pu?o de hierro, pero sin que el sufrimiento de los prisioneros le produjese ning¨²n placer. Desde luego, muchos de sus hombres actuaban con furia. Algunos hac¨ªan despliegues teatrales de odio para avanzar en sus carreras, en espacios que pronto pasaron a estar asociados con la violencia m¨¢s extrema, como la plaza en la que se pasaba lista.
Compleja vida emocional
Toda esta violencia de las SS establec¨ªa normas emocionales para los presos. Estos aprendieron pronto que cualquiera que destacara se convert¨ªa en un blanco. Por consiguiente, cualquier expresi¨®n de las emociones se volv¨ªa peligrosa, porque un gesto de ira o angustia pod¨ªa llamar la atenci¨®n. As¨ª que, en sus momentos de contacto con los guardias, los presos trataban de permanecer impasibles. Una jud¨ªa que estaba trabajado de administrativa y tramitaba los certificados de defunci¨®n en Auschwitz se encontr¨® con la documentaci¨®n de la muerte de su hermano, y entonces se derrumb¨® y se ech¨® a llorar con el rostro en las manos. Pero entonces oy¨® voces de soldados en el despacho de al lado, e hizo todo lo que pudo para calmarse. ¡°Dej¨® de llorar¡±, recordaba una amiga. ¡°La ¨²nica huella de su dolor eran los ojos rojos y los temblores que estremec¨ªan su cuerpo¡±. Aun as¨ª, el control de las SS no hizo de v¨ªctimas como ella ¡°espantosas marionetas de rostro humano¡±, como suger¨ªa Hannah Arendt. Al contrario, los testimonios de los prisioneros dan fe de la compleja vida emocional en Auschwitz, llena de verg¨¹enza y envidia, amistad y amor.
En su ruego desesperado, escrito frente a una muerte casi segura, Zalmen Gradowski nos pide que hagamos algo imposible: imaginar todo el horror de Auschwitz. Auschwitz, en su totalidad, est¨¢ fuera del alcance de nuestra imaginaci¨®n. Pero debemos intentarlo. Si no, el vac¨ªo resultante seguir¨¢ llen¨¢ndose de mitos. Para parafrasear a Tony Judt: dado que no es posible recordar Auschwitz exactamente como era, existe el peligro de recordarlo como no era. Y una forma de comprender mejor la experiencia del campo es prestar m¨¢s atenci¨®n a sus aspectos espaciales, sensoriales y emocionales y a c¨®mo se entrecruzaban. Entonces, hasta los espacios m¨¢s peque?os pueden revelar muchas cosas.
Pensemos en el dormitorio, que tanta importancia ten¨ªa en las vidas de los prisioneros pero tan poco inter¨¦s acad¨¦mico ha suscitado. Los presos que regresaban a su barrac¨®n hab¨ªan sobrevivido a otro d¨ªa. Pero no era frecuente que pudieran descansar. Api?ados en unos espacios asfixiantes, muchos tem¨ªan que llegara la noche. Los colchones estaban llenos de pulgas y las ri?as los manten¨ªan despiertos, igual que la peste que emanaba de los cubos. Todas las emociones y sensaciones vinculadas a las literas nos recuerdan que la agon¨ªa de Auschwitz era constante, interminable, una hora tras otra.
Aun as¨ª, para algunos presos, las literas tambi¨¦n supon¨ªan un poco de calor. Para Zalmen Gradowski, era un lugar en el que el dolor pod¨ªa disolverse a veces en sue?os breves y felices, repletos de dulces sensaciones, aunque eso hac¨ªa que el despertar fuera todav¨ªa m¨¢s aterrador. Semidormido, escribe Gradowski, un prisionero pod¨ªa ver los rostros de sus seres queridos, o¨ªr su risa y sentir su toque de cari?o. Pero entonces se daba cuenta, con un miedo insondable, de d¨®nde estaba y de que su familia hab¨ªa desaparecido hac¨ªa mucho tiempo. ¡°Ah, ?por qu¨¦, con qu¨¦ prop¨®sito le hab¨ªa despertado el gong? Ojal¨¢ pudiera quedarse en ese id¨ªlico sue?o eternamente, siempre dormido. Entonces morir¨ªa feliz¡±.
Nikolaus Wachsmann es profesor de historia en el Birkbeck College de Londres y autor de ¡®KL. Historia de los campos de concentraci¨®n nazis¡¯ (Cr¨ªtica).
Traducci¨®n de Mar¨ªa Luisa Rodr¨ªguez Tapia
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