"No ten¨ªamos elecci¨®n. Mataban a los que trabajaban y a los que no"
Miembro de las brigadas que sacaban cad¨¢veres de las c¨¢maras de Auschwitz y los quemaban
Ha cumplido 87 a?os y los ojos se le siguen llenando de l¨¢grimas cuando cuenta lo que vivi¨® en Auschwitz-Birkenau. Shlomo Venezia, jud¨ªo sefardita, nacido en Sal¨®nica en 1923, pero de nacionalidad italiana, fue durante ocho meses y medio, desde abril de 1943 hasta diciembre de 1944, miembro de los Sonderkommandos, los comandos especiales formados por prisioneros jud¨ªos que se encargaban de aplicar la soluci¨®n final moviendo los engranajes de la m¨¢quina del exterminio nazi. "El mecanismo funcionaba como una cadena de montaje", recuerda. "Unos acompa?aban a los prisioneros que llegaban desde los trenes hasta las c¨¢maras de gas; los ayudaban a desvestirse y a entrar en aquel s¨®tano; cuando mor¨ªan, 10 o 12 minutos despu¨¦s, sacaban los cad¨¢veres, y otros les cort¨¢bamos el pelo, les quit¨¢bamos los dientes de oro y luego los met¨ªamos en los hornos crematorios".
"Me encontr¨¦ con mi primo Le¨®n. Me pregunt¨® c¨®mo iba a morir. Le acompa?¨¦ a la c¨¢mara de gas y luego lo saqu¨¦
"Nos metieron a 1.500 en un tren. Mi madre y dos de mis hermanas fueron asesinadas al llegar a Auschwitz"
"Te examinaban dos m¨¦dicos. Si ve¨ªan que ten¨ªas las carnes del culo flojas, te pon¨ªan aparte para pegarte un tiro"
La infernal rutina ideada por los jerarcas nazis para convertir en ejecutores a los propios jud¨ªos ha perseguido a Venezia durante toda su vida. "Nunca se sale del campo, todo te recuerda a aquello", explica en un perfecto castellano que en realidad es ladino, el dialecto de los jud¨ªos de origen espa?ol. "Da igual cualquier cosa que hagas, lo que sea que veas o pienses, todo devuelve tu esp¨ªritu al mismo lugar".
Shlomo Venezia fue uno de los 70 supervivientes de los comandos especiales. "Durante mi estancia mataron a 741 de los nuestros". Antes de que llegaran los rusos a Auschwitz, Venezia logr¨® escapar y llegar hasta Mauthausen. Desde all¨ª viaj¨® a Italia. Pas¨® siete a?os en el hospital, enfermo de los pulmones, y permaneci¨® 47 a?os en silencio, sin poder asumir su experiencia. Un d¨ªa de 1992, Venezia se dio cuenta, viendo en Roma una exposici¨®n de Anna Frank, de que volv¨ªa un clima antisemita. Animado por su alegre y valerosa mujer, Marika, una jud¨ªa h¨²ngara 15 a?os m¨¢s joven que ¨¦l, con la que tuvo tres hijos y que desde hace 21 a?os se ocupa de la modesta tienda de ropa y bolsos de la familia situada a 50 metros de la Fontana de Trevi, el superviviente empez¨® a narrar su historia.
Desde entonces no ha dejado de hacerlo; en cientos de escuelas italianas y en los Viajes de la memoria a Auschwitz que organiza el Ayuntamiento de Roma -gracias a una iniciativa de Walter Veltroni- desde hace un par de d¨¦cadas. "Shlomo ha ido ya 54 veces a Auschwitz", cuenta su esposa mientras esperamos en la tienda a que llegue su marido. "La primera vez que le invitaron dijo que no, pero al final se decidi¨® a ir con un amigo para darse fuerza mutuamente. Pas¨® casi 50 a?os en silencio... No fue f¨¢cil. Cuando ba?aba a los ni?os y le preguntaban qu¨¦ era ese n¨²mero tatuado en el brazo, les dec¨ªa: 'Es el tel¨¦fono de una novia que tuve".
En 2006, Venezia se decidi¨® a poner por escrito su testimonio, tan singular como crucial para desmentir a los negacionistas. Concedi¨® una larga entrevista a la periodista francesa B¨¨atrice Pasquier, publicada como libro en enero de 2007 por la editorial Albin Michel con un pr¨®logo de Simone Veil, ex ministra francesa y ex presidenta del Parlamento Europeo. Tras ser traducido a 19 lenguas, el alegato de este hombre honesto y limpio, injustamente acusado por otros supervivientes de haber colaborado con los nazis, llega ahora a Espa?a con el t¨ªtulo de Sonderkommando. En el infierno de las c¨¢maras de gas (RBA Editores).
Conociendo a Venezia, cobra m¨¢s sentido lo que escribi¨® en el pr¨®logo Simone Veil, superviviviente de Auschwitz: "La fuerza de este testimonio se debe a la irreprochable honestidad de su autor, que s¨®lo cuenta lo que ¨¦l mismo ha visto, sin omitir nada".
Pregunta. ?C¨®mo mantuvo su familia el ladino, viviendo en Grecia y siendo italianos?
Respuesta. No he reconstruido mi ¨¢rbol geneal¨®gico, pero s¨¦ que fuimos expulsados de Espa?a por los Reyes Cat¨®licos y que acabamos en Italia. Otros fueron a Marruecos. Los jud¨ªos de entonces no ten¨ªan apellidos. Se llamaban Isaac, hijo de Salom¨®n, por ejemplo. Muchos tomaron el nombre de las ciudades donde se instalaron. Por eso nosotros nos llamamos Venezia. En casa hablamos siempre ladino, aunque desde Italia se fueron a Sal¨®nica, no s¨¦ cu¨¢ndo. Yo lo habl¨¦ hasta que hace siete a?os muri¨® mi hermana. Una vez fui a Espa?a [adonde volver¨¢ el pr¨®ximo d¨ªa 26, con motivo de la publicaci¨®n de su libro [y para un homenaje organizado por Casa Sefarad-Israel] a hablar de mi historia y un hombre me dijo: "Ha usado usted palabras que no se o¨ªan aqu¨ª desde hace 500 a?os". Por ejemplo, 'condurias', que quiere decir zapatos.
P. ?C¨®mo era su vida en Grecia hasta que fue deportado?
R. ?ramos muy pobres. Los jud¨ªos viv¨ªamos en chabolas de hojalata en diversos barrios de Sal¨®nica. Mi hermano mayor estaba en Italia estudiando con una beca del consulado. Mis tres hermanas y yo estudi¨¢bamos en el Colegio Italiano. Mi padre muri¨® de repente cuando yo ten¨ªa 11 a?os. Entonces tuve que dejar de estudiar para ayudar a mi madre. En 1938, mi hermano volvi¨® a casa debido a las leyes raciales de Mussolini. Los alemanes hab¨ªan ocupado Grecia y yo me dedicaba al estraperlo de tabaco. Se lo cambiaba a los soldados por medicinas para la malaria. La mitad las vend¨ªa para comer y la otra mitad para comprar m¨¢s tabaco. Ah¨ª aprend¨ª un poco de alem¨¢n.
P. Le detuvieron en abril de 1944. ?Qu¨¦ pas¨®?
R. Est¨¢bamos en Atenas, bajo la ocupaci¨®n italiana. A primeros de marzo promulgaron una ley que obligaba a los hombres jud¨ªos a pasar cada viernes por la comunidad para firmar en un registro. Un viernes nos encerraron all¨ª y ya no pudimos salir m¨¢s. Luego nos llevaron a la c¨¢rcel de Haidiri y en el patio encontramos a la familia. Nos dijeron que nos iban a mandar a Alemania y que nos dar¨ªan una casa. Que los hombres tendr¨ªamos trabajo y las mujeres cuidar¨ªan de los ni?os. Una ma?ana nos llevaron al tren. No sab¨ªamos nada de Alemania. No ten¨ªamos radio ni nada. Era el 1 de abril.
P. ?C¨®mo fue el viaje?
R. Dur¨® 11 d¨ªas, no se acababa nunca. La Cruz Roja de Atenas nos dio unos paquetes con comida antes de salir y gracias a eso logramos llegar vivos. En mi vag¨®n ¨ªbamos 65 personas. En total ser¨ªamos 1.500. Cuando llegamos a la Rampa de los Jud¨ªos, un lugar desde el que no se ve¨ªa ni Auschwitz ni Birkenau, que era donde estaban los cuatro hornos, hicieron la selecci¨®n. Eligieron a 320 hombres para trabajar y a 113 ni?as para coser ropa. A los dem¨¢s no los volvimos a ver.
P. Su madre y sus tres hermanas murieron ese mismo d¨ªa.
R. Seg¨²n supe d¨ªas despu¨¦s, mi madre y mis hermanas menores, Marika, de 14 a?os, y Marta, de 11, fueron asesinadas con el gas Zyklon B a las dos horas de llegar. Al d¨ªa siguiente le pregunt¨¦ a un preso polaco y me dijo que no pensara en eso, que descansara y que ya me lo dir¨ªan. Le insist¨ª, me cogi¨® del brazo, me sac¨® fuera a ver la chimenea humeante y me dijo: "Todos los que vinieron contigo se est¨¢n liberando". No supe qu¨¦ pensar. D¨ªas despu¨¦s vi que ten¨ªa raz¨®n. Mi hermana mayor, Rachel, fue seleccionada para trabajar y se salv¨®. Ella nunca quiso hablar ni o¨ªr hablar del campo. Cuando todo acab¨®, tard¨¦ 12 a?os en encontrarla. Se fue a Grecia y luego a Israel porque estaba all¨ª su novio, un franc¨¦s al que conoci¨® en Auschwitz. Muri¨® hace siete a?os.
P. ?Y su hermano?
R. Cuando los rusos liberaron el campo no nos vimos. Supe que estaba vivo y que hab¨ªa ido a Roma. Tard¨¦ siete a?os en verle. Tampoco quiso contar nunca nada. Casi nadie quiso contar nada nunca. Tampoco mis primos. S¨®lo yo pude.
P. ?Empezaron enseguida a trabajar?
R. Al d¨ªa siguiente. Primero nos cortaron el pelo y nos afeitaron el cuerpo entero, para purificarnos, supongo. Cada vez que llegaba un tren era el mismo rito. Muchos d¨ªas llegaban cuatro o cinco trenes. Hab¨ªa dos m¨¦dicos que te examinaban: te miraban por detr¨¢s, y si ve¨ªan que ten¨ªas las carnes del culo flojas, te pon¨ªan aparte para darte un tiro en la nuca. A los dem¨¢s nos duchaban y nos pasaban a una mesa larga donde nos tatuaban el n¨²mero en el brazo. El m¨ªo es el 182.727. Despu¨¦s te daban la ropa de un muerto, por aquella ¨¦poca ya no quedaban uniformes. Ah¨ª le pregunt¨¦ a uno de Sal¨®nica por mi hermano y me dijo que se hab¨ªa salvado con dos primos.
P. ?Luego qu¨¦ pas¨®?
R. Nos metieron en el barrac¨®n de la cuarentena. Si estabas enfermo, te descartaban. Ten¨ªan menester de personas para trabajar. Un d¨ªa vinieron a buscar a 80 personas y yo dije que sab¨ªa hacer de barbero. No era verdad, pero todos dijimos lo mismo. Pasamos tres semanas en el campo de trabajo, barracones 9 y 11, rodeados por una alambrada de espino. Un polaco me explic¨® lo que pasaba. "Somos el comando especial y hacemos esto y esto". Mi obsesi¨®n era comer. Me dijo que los que trabajaban en el comando com¨ªan un poco m¨¢s que los dem¨¢s. Y que cada tres meses hac¨ªan la selecci¨®n para que no hubiera testigos.
P. Y empez¨® a trabajar de barbero.
R. Me dieron unas tijeras muy grandes, como de poda. Cortaba el pelo de las mujeres muertas. Usaban los cabellos para hacer ropa, y tambi¨¦n para fabricar moquetas para los submarinos. Un amigo dijo que era dentista y le dieron unas pinzas y un espejito para quitar el oro de la boca de los muertos. Trabaj¨¢bamos 12 horas al d¨ªa. Una semana de noche y otra de d¨ªa. Era uno de los mejores horarios.
P. ?Los que llegaban sab¨ªan que iban a morir?
R. Nadie lo sab¨ªa. Te dec¨ªan que ibas a la ducha y luego a la casa. Te asignaban una percha para la ropa con un n¨²mero, y te dec¨ªan que lo recordaras para que no te lo robaran. La capacidad de la c¨¢mara de gas era de 1.450 personas, pero muchas veces met¨ªan a 1.700. Los comandos les ayudaban a desvestirse y les acompa?aban hasta la ¨²nica puerta. El gas lo met¨ªan los alemanes desde fuera por unas trampillas del s¨®tano; ven¨ªan en un coche con el emblema de la Cruz Roja para enga?arles, sacaban una caja de metal, la abr¨ªan y met¨ªan en los agujeros las piedrecitas impregnadas de ¨¢cido cianh¨ªdrico. Con el calor de la gente, las piedras soltaban vapor, y por eso los m¨¢s fuertes trataban de trepar a lo m¨¢s alto para salvarse. Mor¨ªan como moscas. Desde fuera, un alem¨¢n miraba por la mirilla y encend¨ªa la luz para ver si todav¨ªa estaban vivos.
P. ?Y luego llegaba el turno de los barberos?
R. Primero ten¨ªan que sacar los cuerpos desde la c¨¢mara hasta el atrio, donde est¨¢bamos los barberos y los dentistas. Era dif¨ªcil sacarlos, porque los cuerpos estaban atenazados unos con otros. Cuando nosotros termin¨¢bamos el trabajo, se sub¨ªan los cuerpos en el ascensor hasta los hornos. Cada horno ten¨ªa tres bocas, y se met¨ªan los cuerpos de dos en dos en cada boca. Esos turnos duraban tambi¨¦n 24 horas.
P. Coincidi¨® usted en el campo de exterminio con Primo Levi [escritor jud¨ªo italiano autor, entre otros libros, de Si esto es un hombre, un relato sobrecogedor sobre su estancia en Auschwitz] . ?Qu¨¦ le parece lo que escribi¨® sobre los comandos especiales?
R. Primo Levi hizo cosas que no debi¨® hacer. Escribi¨® mal de los que trabaj¨¢bamos all¨ª. Dijo que ¨¦ramos los cuervos negros. ?Ojal¨¢ hubiera sido yo un cuervo negro para poder salir volando de all¨ª! Mejor eso que dejar de ser persona y convertirte en un n¨²mero. No ten¨ªamos elecci¨®n. Trabajando no pasabas fr¨ªo, dorm¨ªamos junto a los hornos, y com¨ªas un poco m¨¢s. Mientras yo estuve all¨ª, entre septiembre y noviembre de 1944, mataron a 741 sonderkommandos. Y antes de que yo llegara, a algunos cientos m¨¢s. De m¨¢s de 1.000, solo nos salvamos 70 u 80. Y con mucha suerte.
P. ?Y c¨®mo es posible soportar eso casi nueve meses, formar parte del engranaje?
R. La primera semana no entend¨ªas c¨®mo no te volv¨ªas loco. Ten¨ªas un pedazo de pan en la mano y pensabas: "Con esta mano he tocado a los muertos". Luego, el cerebro cambia, te conviertes en un aut¨®mata, no piensas, s¨®lo esperas no toparte con gente que conoces, cuando ve¨ªas un conocido era terrible. Yo me encontr¨¦ con mi primo Le¨®n cuando ya llegaban los rusos, el ¨²ltimo d¨ªa. Me llam¨® y casi no le reconoc¨ªa. Habl¨¦ con un alem¨¢n, le ped¨ª que lo salvara, me dijo: "Aqu¨ª no se salva nadie". "Le¨®n, no hay nada que hacer", le dije, y le pregunt¨¦ si ten¨ªa hambre. Sub¨ª a buscarle una lata de sardinas y se la comi¨® en un segundo. Me pregunt¨® c¨®mo iba a morir, si duraba mucho, le acompa?¨¦ a la c¨¢mara de gas y luego le saqu¨¦...
P. ?Usted se ha sentido o se siente culpable de haber sobrevivido?
R. No me siento culpable de nada... Tuve suerte. A los que no quer¨ªan trabajar los mataban, a los que trabajaban, tambi¨¦n. Para ellos, matar a 100 o 1.000 era la misma cosa. A veces llegaban tantos que los mataban a todos sin seleccionar a nadie. Otras veces hab¨ªa tantos trenes, que los dejaban all¨ª y se mor¨ªan dentro antes de salir.
P. ?C¨®mo fue el final?
R. Dieron orden de limpiarlo todo para no dejar pruebas. Empezaron a destruir los hornos, cada d¨ªa usaban a 1.000 ni?os para quitar las tejas. Cuando dieron la orden de evacuar, fuimos andando tres kil¨®metros desde Birkenau hasta Auschwitz, all¨ª la gente estaba loca de contenta. Los de los comandos ¨ªbamos juntos, nos metieron en un barrac¨®n, y a medianoche entr¨® un alem¨¢n preguntando qui¨¦n hab¨ªa trabajado en los comandos, pero nadie dijo nada. A las cinco empez¨® la marcha de la muerte. Al que se ca¨ªa, lo mataban. Solo quedaron atr¨¢s los enfermos, no los pod¨ªan enterrar. Anduvimos dos d¨ªas a pie, durmiendo al raso, hasta Mauthausen... Luego vine a Italia, conoc¨ª a Marika, tuve tres hijos estupendos...
P. Y finalmente se anim¨® a contarlo.
R. Nunca encontr¨¦ a nadie que me contara nada. Ni mi hermana, ni mi hermano, ni mis primos quisieron hablar... En Israel conoc¨ª al jefe del comando que nos salv¨® la vida, pero ya estaba muy mayor.... S¨®lo quedaba yo...
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