El gran teatro de la muerte
Cada convento es un escenario donde se celebra sin pausa y a puerta cerrada la ceremonia de la penitencia
En la tienda del Palacio Real, junto al cat¨¢logo de la exposici¨®n La otra corte, que se exhibe all¨ª ahora, se vende el CD del Officium Defunctorum, de Tom¨¢s Luis de Victoria, grabado hace tres a?os por el grupo Musica Ficta. He vuelto a escucharlo en las debidas condiciones nada m¨¢s volver a casa, y esa m¨²sica que me acompa?a con tanta frecuencia cobraba ahora una potencia m¨¢s sombr¨ªa porque sonaba como fondo de las terribles im¨¢genes que la acompa?aron en la ¨¦poca en que son¨® por primera vez. De Victoria fue capell¨¢n de Mar¨ªa de Austria en su retiro del convento de las Descalzas Reales en Madrid. El Officium Defunctorum lo compuso para el funeral de la emperatriz, que muri¨® en 1603, y lo public¨® en 1605. Que la primera parte de la mayor obra literaria de la lengua espa?ola y la composici¨®n m¨¢s alta de toda nuestra m¨²sica se escribieran al mismo tiempo es una coincidencia asombrosa. La m¨²sica a la vez austera y deslumbrante de Tom¨¢s Luis de Victoria invoca el temor a la certeza y la cercan¨ªa de la muerte, pero en ella hay tambi¨¦n una dulzura que no tiene que ver solo con la expectativa teol¨®gica de la resurrecci¨®n: es compasiva, y consoladora, y para mi o¨ªdo secular pero alerta a lo sagrado sugiere m¨¢s la serena aceptaci¨®n que la esperanza.
Ahora suena la m¨²sica y miro en el cat¨¢logo la cara de la emperatriz a la que estaba dedicada, y que nunca lleg¨® a escucharla. En una sala de la exposici¨®n, ideada por Fernando Checa, hay dos retratos de Mar¨ªa de Austria, el uno frente al otro, como espejos mutuos del paso del tiempo, separados por casi 50 a?os. En el primero, de 1551, pintado con sutil maestr¨ªa por Antonio Moro, Mar¨ªa es una princesa joven, rubia, atractiva, de piel clara y ojos muy claros, con un gesto de reserva y de inteligencia, con un traje suntuoso de corte. Medio siglo despu¨¦s, cuando la retrat¨® Juan Pantoja de la Cruz, con gran destreza pero con un pincel algo m¨¢s ¨¢spero que el casi imperceptible de Antonio Moro, la emperatriz es un espectro blanco, con cara de cera, que emerge de las tinieblas del fondo oscuro del cuadro y de las tocas negras de monja y de viuda en luto perpetuo que la envuelven. Es una monja de clausura, pero nadie debe olvidar que es tambi¨¦n una emperatriz: en una mano de muerta sostiene las cuentas enormes de un rosario, pero a su lado tiene la corona imperial, incrustada de piedras preciosas. En el cuadro la corona parece de oro macizo. En una vitrina, en la misma sala, entre los dos retratos, est¨¢ el modelo verdadero, que no tiene piedra alguna de adorno y resulta ser de bronce y lat¨®n sobredorados.
En Madrid, en el siglo XVII, lleg¨® a haber m¨¢s de 60 conventos, entre frailes y monjas
En Madrid, en el siglo XVII, lleg¨® a haber m¨¢s de 60 conventos, entre frailes y monjas, que ocupaban una tercera parte del espacio mezquino de la ciudad. El de las Descalzas Reales y el de la Encarnaci¨®n eran los principales entre los de mujeres, por su conexi¨®n directa con la Corona. Al de la Encarnaci¨®n los reyes llegaban directamente desde el Alc¨¢zar por un pasadizo subterr¨¢neo. En el de las Descalzas Reales tuvo su retiro desde 1583 la emperatriz Mar¨ªa, hermana del rey Felipe II y viuda del emperador Maximiliano II. Al quedarse viuda hab¨ªa viajado a Madrid desde Viena a trav¨¦s de una Europa devastada por las guerras de religi¨®n, eludiendo el peligro de los ej¨¦rcitos protestantes, recolectando en su camino la mayor cantidad posible de reliquias sagradas, la mayor parte de las cuales se encuentran todav¨ªa en las Descalzas. Tuvo un empe?o particular en adquirir tantas reliquias como fuera posible de las Once Mil V¨ªrgenes, entre ellas muchos de los cr¨¢neos separados del tronco por los verdugos, as¨ª como prendas de ropa empapadas de sangre de las m¨¢rtires. Gracias a un ensayo de Fernando Checa en el cat¨¢logo de la exposici¨®n he podido hacerme una idea del coleccionismo piadoso de la emperatriz Mar¨ªa y he aprendido la palabra ¡°lipsanoteca¡±, que es como una biblioteca o pinacoteca de reliquias santas. En los relicarios de orfebrer¨ªa o marqueter¨ªa, si uno se fija bien, hay peque?as ampollas de vidrio incrustadas en las que se distinguen cosas imprecisas y tambi¨¦n inquietantes: son trozos diminutos de hueso, o de madera, o residuos de tela, o pu?ados muy descoloridos de pelo. En la lipsanoteca de las Descalzas Reales se conservan, entre otros restos venerados, cinco de las espinas de la corona de Cristo, el cuerpo entero de uno de los Santos Inocentes y la mitad de otro, varios fragmentos del Lignum Crucis. De uno de ellos, por cierto, brotaron unas gotas de sangre cuando la emperatriz lo parti¨® de manera accidental.
Cada convento es un teatro donde se celebra sin pausa y a puerta cerrada la ceremonia de la penitencia y de la muerte. Aislado en un museo, un cuadro, hasta el m¨¢s t¨¦trico o m¨¢s sanguinario, es un objeto inocuo. Vistos en los lugares para los que fueron creados, en la atm¨®sfera cotidiana, visual, ceremonial, sonora a la que pertenec¨ªan, los cuadros, las esculturas, los tapices cobran una presencia aterradora, una furia inmediata de amenaza y castigo, de luto sin respiro. Los cristos reci¨¦n azotados por los sayones o reci¨¦n bajados de la cruz de Gregorio Fern¨¢ndez exhiben huellas de latigazos que les han desollado la piel y abierto las carnes, heridas abiertas en las que borbotea la sangre, llagas en carne viva como pulpa rojiza. Un cuadro de un pintor an¨®nimo del XVII simula un espejo en el que se mira una monja: pero debajo de las tocas lo que hay no es un rostro sino una calavera pelada. Aparte de la palabra lipsanoteca, en esta exposici¨®n he descubierto un g¨¦nero de pintura que no conoc¨ªa: los retratos de monjas en el ata¨²d, monjas de todas las edades, con crucifijos y rosarios en las manos, rodeadas de flores, algunas muy viejas, otras ni?as, infantas muertas amortajadas como monjas.
Aislado en un museo, un cuadro, hasta el m¨¢s t¨¦trico o m¨¢s sanguinario, es un objeto inocuo
Pero hasta los retratos de ni?os y personas m¨¢s o menos lozanas son funerarios. Las reinas mueren de parto y los herederos mueren de ni?os o en la primera juventud. Los retratos cuelgan en los muros del convento para que las monjas recen por las almas de los difuntos.
Nunca me ha aliviado tanto salir al aire libre de la plaza de Oriente, a la vista despejada del Campo del Moro y la Casa de Campo desde los miradores del palacio. Ahora he de esforzarme en escuchar a De Victoria sin que me vengan a la cabeza todos esos espectros.
La otra Corte. Mujeres de la Casa de Austria en los Monasterios Reales de las Descalzas y la Encarnaci¨®n. Palacio Real de Madrid. Hasta marzo.
Officium Defunctorum. Tom¨¢s Luis de Victoria. Musica Ficta. Ra¨²l Mallavibarrena (director). Enchiriadis, 2014.
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