Cioran: como un libro de arena
Cioran escribe en la vena m¨¢s honda de la tradici¨®n francesa justo cuando los intelectuales nativos han renegado de ella
En los Cuadernos de Emil Cioran, dispersas entre los exabruptos, las divagaciones obsesivas sobre el suicidio, los aforismos y los desplantes filos¨®ficos, el lector encuentra breves im¨¢genes cotidianas, anotaciones de diario que son como fotos instant¨¢neas, polaroids de la vida ¨ªntima de este hombre insomne y hura?o que sin embargo disfrutaba muy a conciencia de unos cuantos placeres a la vez espirituales y terrenales. Perpetuo enfermo del est¨®mago, propenso a la depresi¨®n y al insomnio, Cioran parec¨ªa que estaba reflexionando a cada momento sobre el suicidio, pero en las p¨¢ginas de sus cuadernos da cuenta con un profundo regocijo de su amor por las caminatas de muchas horas a trav¨¦s de los campos, por la m¨²sica, sobre todo la de Bach, y por la pintura. Un d¨ªa de 1966 anota una visita a una exposici¨®n en la que se detiene mucho rato ante la Vista de Delft, de Vermeer: ¡°Esta luz, esta gloria ¨ªntima en Vermeer, le hacen a uno olvidar todo lo que puede haber de infernal aqu¨ª abajo¡±. Lo infernal no desaparece, pero la belleza ofrece sustento y consuelo. Simone Bou¨¦, su compa?era de toda la vida, que pasaba a m¨¢quina todos sus manuscritos y los preserv¨® despu¨¦s de su muerte, contaba la afici¨®n de Cioran a caminar, a montar en bicicleta, a la jardiner¨ªa y al bricolaje. En un apunte de un d¨ªa de invierno Cioran dice que alza los ojos hacia las nubes que se deslizan por el cielo y le parece que pasan rozando su cerebro. De vez en cuando se cansa de Par¨ªs y echa a andar por un camino rural y solo se detiene al cabo de seis o siete horas: ¡°A cada momento la sensaci¨®n de estar colmado, de no desear nada m¨¢s, nada de las cosas ni de las personas, ya que todo me hab¨ªa sido dado¡±.
Cuando no puede perderse por los senderos del campo, Cioran recorre los de los jardines de Luxemburgo, muy cerca de su casa. Un d¨ªa soleado ve de lejos, sentado en un banco, a su amigo Samuel Beckett, que est¨¢ absorto leyendo el peri¨®dico. Otras veces se ha encontrado con ¨¦l y han ido a tomar algo a la barra de un bar: en esta ocasi¨®n ve a Beckett tan concentrado en s¨ª mismo, con esa cara esculpida de halc¨®n que ten¨ªa, que no se acerca a ¨¦l. Leemos las p¨¢ginas de los Cuadernos y nos estremece asistir a un presente que qued¨® abolido hace mucho tiempo, preservado en esas anotaciones como un l¨ªquido raro y valioso en una ampolla de cristal. Cioran vive en el Barrio Latino, en el coraz¨®n espeso de Par¨ªs, en lo m¨¢s enrarecido de la vida intelectual y pol¨ªtica de la ciudad en sus tiempos de relumbre m¨¢ximo: pero se siente y se declara tan solo como si viviera en mitad de un desierto, como esos eremitas antiguos que despiertan su admiraci¨®n, un san Antonio Abad o un Sim¨®n Estilita, rodeado no por las piedras peladas y los escorpiones, sino por el espect¨¢culo de la pedanter¨ªa intelectual francesa en su apogeo, todos aquellos fantasmas prestigiosos rondando al mismo tiempo unas cuantas calles, aulas, librer¨ªas, caf¨¦s. Cioran entra en las oficinas de una editorial y le parece inmundo verse rodeado casi exclusivamente por libros de ling¨¹¨ªstica. Lee en una revista un ensayo de Maurice Blanchot y lo encuentra de una oscuridad tan impenetrable como si pudiera ahogarse en ¨¦l. Vive la libertad y tambi¨¦n la melancol¨ªa de un casi anonimato, y de una pobreza que es m¨¢s grave porque con sus medios tan escasos ha de arregl¨¢rselas para mandar dinero a su madre y a sus hermanos en Rumania. Camina mucho y se fija en la gente conocida con la que se cruza. Jean-Paul Sartre pasa a su lado del brazo de una mujer mucho m¨¢s joven y m¨¢s alta, vestido con un abrigo a la moda y unos zapatos de piel de punta afilada como de seductor italiano. Un d¨ªa de 1966 ve que le han dejado debajo de la puerta un telegrama: su madre, a la que no ha visto desde 1941, acaba de morir en Rumania. Dos o tres d¨ªas despu¨¦s recibe una postal que su madre le hab¨ªa mandado un poco antes de morir, y le parece que le ha llegado del otro mundo.
Sobre el escritorio de Cioran, recordaba Simone Bou¨¦, hab¨ªa siempre un cuaderno, que ella vio siempre cerrado. Parec¨ªa siempre el mismo, pero Bou¨¦ descubri¨®, cuando ¨¦l hab¨ªa muerto, que hab¨ªan sido 34 cuadernos, exactamente iguales, escritos de principio a fin y luego guardados, uno tras otro, desde 1957 a 1972. Son un diario y no lo son. La mayor parte de las entradas no tienen fecha. Son apuntes r¨¢pidos, notas de lecturas, recuerdos de sue?os, fragmentos a veces tan breves como aforismos y a veces de hasta media p¨¢gina, o una p¨¢gina, como borradores de ensayos. Cioran, el rumano que no pod¨ªa volver a su pa¨ªs, el ap¨¢trida que nunca tuvo un trabajo fijo en Francia y nunca adquiri¨® la nacionalidad francesa, escribe en la vena m¨¢s honda de la tradici¨®n literaria y filos¨®fica de ese idioma, se apodera de ella, la usurpa, la vindica y la mantiene viva justo cuando los intelectuales nativos han renegado de ella para entregarse al hermetismo de las jergas, a la palabrer¨ªa marxista, estructuralista, psicoanal¨ªtica. Escribi¨®, con su mezcla habitual de truculencia y humorismo: ¡°La lengua francesa me ha apaciguado como una camisa de fuerza calma a un loco¡±.
Los Cahiers, rescatados y transcritos por Simone Bou¨¦, se publicaron por primera vez en Gallimard en 1997, en un volumen formidable de casi 1.000 p¨¢ginas. Yo los tengo desde hace a?os encima de mi mesa, una presencia tan invariable como la que ten¨ªan los cuadernos manuscritos en el escritorio de Cioran. Son como aquel libro de arena del que habla Borges en uno de sus ¨²ltimos cuentos: en cualquier p¨¢gina por la que se abran puede dar comienzo una lectura de cinco minutos o de una hora, tan rica que cada vez ser¨¢ como si nunca antes se hubiera visto esa p¨¢gina, y nunca se volver¨¢ a abrir por ella. Ahora se publican ¨ªntegros por fin en espa?ol, en una traducci¨®n de Mayka Lahoz. El viejo mis¨¢ntropo que celebr¨® con tanta vehemencia las virtudes del fracaso y del olvido tambi¨¦n era sensible al reconocimiento. Muri¨® de alzh¨¦imer en 1995, pero su voz suena m¨¢s clara y verdadera que nunca, ahora que est¨¢n ya olvidados tantos fantasmones gloriosos que se cruzaban con ¨¦l por el Barrio Latino sin saber qui¨¦n era.
Cuadernos. 1957-1972. Emil Cioran. Traducci¨®n de Mayka Lahoz. Tusquets, 2020. 1.056 p¨¢ginas. 29 euros.
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