El hocico fascista
El 'establish?ment' cient¨ªfico alem¨¢n, con la excepci¨®n del profesorado jud¨ªo, se afili¨® mayoritariamente al nazismo
A las personas de vocaci¨®n ilustrada nos alarma reconocer que las mayores tiran¨ªas y matanzas del siglo XX se legitimaron no con el lenguaje de la religi¨®n ni el del fanatismo integrista, sino con el de la ciencia. Lenin, Stalin, Mao y Abimael Guzm¨¢n estaban convencidos de que actuaban en nombre del ¡°socialismo cient¨ªfico¡±, t¨¦rmino acu?ado por Marx al que todav¨ªa le d¨¢bamos vueltas en los seminarios de adoctrinamiento de mi primera juventud. Simone Weil, que ten¨ªa una formidable educaci¨®n cient¨ªfica, dec¨ªa que muchas personas abandonan la religi¨®n convencidas de la superioridad de la ciencia, y a continuaci¨®n abrazan la ciencia como una fe religiosa, con una reverencia hacia dogmas que no entienden tan incondicional como la que antes les llevaba a creer en los milagros o en la Sant¨ªsima Trinidad. Marx hab¨ªa le¨ªdo El origen de las especies, y estaba seguro de haber descubierto las leyes fundamentales del desarrollo de la historia igual que Darwin hab¨ªa descubierto las de la selecci¨®n natural.
Darwin, un hombre casero, familiar, parsimonioso, tan dotado para la literatura como para la observaci¨®n de los animales y las plantas, nunca acu?¨® la expresi¨®n ¡°la supervivencia del m¨¢s fuerte¡±. Pero ese t¨¦rmino muy pronto iba a formar parte de los vocabularios pol¨ªticos e ideol¨®gicos m¨¢s siniestros, y a justificar lo mismo la inferioridad de ciertas ¡°razas¡±, y por lo tanto el esclavismo y el colonialismo, como la subordinaci¨®n de las mujeres o la explotaci¨®n de los trabajadores. Los hallazgos de Mendel sobre la transmisi¨®n de los caracteres gen¨¦ticos o los de Pasteur sobre el origen microbiano de las enfermedades se utilizaron de inmediato para dar una legitimidad cient¨ªfica a los privilegios de clase, al racismo y al nacionalismo. En el sur de Estados Unidos hab¨ªa evang¨¦licos hostiles a la ciencia que justificaban la esclavitud y luego la segregaci¨®n con citas del Antiguo Testamento; y tambi¨¦n personas de mente avanzada que sustentaban prejuicios id¨¦nticos con argumentos tomados directamente de la ciencia. En las primeras d¨¦cadas del siglo XX, la eugenesia era una disciplina sanitaria y cient¨ªfica del todo respetable en los pa¨ªses m¨¢s esclarecidos de Europa. El nacionalismo progresivamente enrarecido que estall¨® como un tumor genocida en 1914 se alimentaba de fantas¨ªas hist¨®ricas, de leyendas de hero¨ªsmos y agravios colectivos, igual que de estudios experimentales sobre la fisiolog¨ªa de las razas humanas.
Nacionalismo, racismo, eugenesia, se funden en un brebaje mucho m¨¢s destructivo porque se manifiestan no con la estridencia ronca del fanatismo, sino con el aire razonado y ecu¨¢nime de los hechos cient¨ªficos. En las mejores universidades de Europa, investigadores con batas blancas med¨ªan cr¨¢neos, barbillas, distancias entre orejas, altura de frentes, para determinar con todo rigor emp¨ªrico las diferencias de los tipos raciales, as¨ª como la peculiar fisiolog¨ªa de las personas destinadas a la inferioridad o al delito. Para nosotros, la imagen de un nazi o de un fascista es la de un sujeto bronco, despechugado, con una camisa negra o parda o azul, rugiendo consignas ante una chusma ignorante: en una novela reciente de Mart¨ªn Dom¨ªnguez, y en un n¨²mero especial de la revista M¨¦tode, de la Universidad de Valencia, se nos recuerda que el establishment cient¨ªfico y acad¨¦mico alem¨¢n, con la excepci¨®n evidente del profesorado jud¨ªo, destinado muy pronto a la depuraci¨®n, se afili¨® mayoritariamente al nazismo. Las listas de libros destinados a la hoguera en las bibliotecas universitarias no las dictaron intrusos nazis, sino catedr¨¢ticos y profesores prestigiosos.
La disciplina del trabajo cient¨ªfico result¨® perfectamente compatible con la celebraci¨®n de la irracionalidad y el exterminio. Acaba de publicarse una biograf¨ªa de Josef Mengele ¡ªUnmasking the Angel of Death, de David Maxwell¡ª y en ella, para mi sorpresa inicial, los a?os de Auschwitz ocupan bastantes menos p¨¢ginas que los de su formaci¨®n acad¨¦mica y su carrera como cient¨ªfico. Imaginamos al doctor Mengele como una especie de doctor Jekyll o doctor Frankenstein, un demente entregado a experimentos de desenterrador de cad¨¢veres o de carnicero, un s¨¢dico de botas negras de montar y uniforme de las SS. Pero resulta que Mengele fue un estudiante aventajado desde ni?o y un disc¨ªpulo de algunas de las mayores eminencias de la biolog¨ªa y la medicina alemanas de su tiempo. Publicaba art¨ªculos en las mejores revistas de investigaci¨®n gen¨¦tica, y sus experimentos con gemelos id¨¦nticos en Auschwitz contaban con el aval de los mejores laboratorios universitarios de Berl¨ªn. Mengele hab¨ªa dedicado su tesis de doctorado, altamente alabada, a ciertos pormenores de la fisiolog¨ªa de la barbilla que permit¨ªan detectar con m¨¢xima precisi¨®n la pertenencia de un individuo a la raza aria.
Pero el argumento nazi fundamental viene de la epidemiolog¨ªa. La raza, el pueblo originario, la pura naci¨®n inmemorial, es un organismo sano y robusto, que sin embargo puede verse invadido por g¨¦rmenes pat¨®genos, bacterianos o v¨ªricos. La ciencia alimenta la imbecilidad pol¨ªtica, pero la imbecilidad pol¨ªtica tambi¨¦n se contagia a la mirada de la ciencia: el cuerpo es una especie de fortaleza sitiada por invasores invisibles que aprovechar¨¢n la menor fisura de debilidad para apoderarse de ella. En toda la prensa antisemita europea, en los discursos nacionalistas de todos los pelajes, la epidemiolog¨ªa suministra una misma met¨¢fora letal: hay un nosotros sagrado, saludable, amenazado siempre, condenado en cuanto baja la guardia, un nosotros que es un cuerpo colectivo al que asedian microorganismos da?inos, bacterias, virus, par¨¢sitos. La tarea de la salud p¨²blica, pol¨ªtica o sanitaria, es la identificaci¨®n del organismo extranjero y traidor y su exterminio. El jud¨ªo es el microbio pat¨®geno que engloba a todos los dem¨¢s: al bolchevique, al ap¨¢trida, al comunista en ciertos sitios, o aquel a quien los comunistas designan como adversario en otros. En los a?os del terror en la Uni¨®n Sovi¨¦tica, los enemigos a eliminar son tambi¨¦n gusanos o par¨¢sitos, microbios traicioneros que chupan la sangre noble del pueblo.
Por eso provoca arcadas y esc¨¢ndalo que ahora vuelva a usarse con desenvoltura ese lenguaje . El hocico inmundo fascista asoma cuando el presidente del Gobierno de Catalu?a escribe que ¡°la raza del socialista catal¨¢n ha entrado en decadencia al mezclarse con la raza del socialista espa?ol¡±, o cuando Ortega Smith, dirigente de un partido legal en Espa?a que se financia con dinero p¨²blico, asegura que sus ¡°anticuerpos espa?oles¡± van a vencer al ¡°maldito virus chino¡±, o cuando Donald Trump dice que el Covid-19 es ¡°un virus extranjero¡±. No puede haber tolerancia, no hay t¨¦rmino medio.
Conceder un rango de normalidad a esa clase de afirmaciones es aceptar la infecci¨®n mental m¨¢s destructiva que ha conocido la especie humana.
Unmasking the Angel of Death. David Maxwell. W. W. Norton & Company, 2020. En ingl¨¦s. 448 p¨¢ginas.
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