El bisiesto m¨¢s funesto
Quiz¨¢s la pandemia d¨¦ oblicuamente la raz¨®n a Susan Sontag y cada ¨¦poca tenga la enfermedad que se merece. Pero me niego a asumirlo sin protestar
1. Sin met¨¢foras
Me encantar¨ªa poder atiborrar este desvencijado Sill¨®n de orejas de asuntos regocijantes, de mensajes positivos, de iron¨ªas, de mis habituales hip¨¦rboles sarc¨¢sticas sobre las circunstancias de nuestro encierro a cal y canto ¡ªlos ingleses han inventado el neologismo covidiots (¡°covidiotas¡±) para designar a quienes rompen el encierro para darse un garbeo y contagiar un poco¡ª. Me gustar¨ªa hacer sonre¨ªr al menos una sola vez al improbable lector/a que imagino del lado de all¨¢ de esta p¨¢gina (de papel o digital). Pero no s¨¦, ni puedo: no me sale, he perdido la gracia (si es que alguna vez) y las ganas.
S¨ª, ya s¨¦: esto pasar¨¢ (aunque muchos se queden por el camino), resistiremos, nos abrazaremos con alegr¨ªa, y hasta follaremos de nuevo sin guantes ni condones ni mascarillas ni geles alcoholizados; el capitalismo (si nada o nadie lo remedia) mutar¨¢ una vez m¨¢s para que todo siga igual; el ¨ªndice de miedo y codicia (Fear & Greed Index) de las Bolsas dejar¨¢ de hacer de coctelera de los llamados mercados, todo volver¨¢ a su ser (o estar) habitual, se acab¨® la ansiedad. Antes de que aqu¨ª y en Estados Unidos se llegue al tan esperado ¡°pico¡± (es decir, a la cumbre de la monta?a de muertos), leo unas declaraciones del ultrarreaccionario Dan Patrick, vicegobernador de Texas, acerca de su predisposici¨®n a inmolarse, como ¡°abuelo¡±, para salvar la econom¨ªa para sus hijos y nietos, un sacrificio que quiere extender a todos los viejos: de nuevo la criminal balanza entre la bolsa y la vida se inclina hacia la primera.
Solo tengo preguntas que intento disimular, no sea que Miguel ?ngel Oliver, el impresentable secretario de Estado de Comunicaci¨®n, ense?e de nuevo su patita de lobo y me reproche, como har¨ªan Zhd¨¢nov o Goebbels, mi ¡°tendencia enfermiza a preguntar¡±. Quiz¨¢s la actual pandemia d¨¦ oblicuamente la raz¨®n a Susan Sontag en La enfermedad y sus met¨¢foras (De Bolsillo, 1978) y cada ¨¦poca tenga la enfermedad que se merece (y cuyo simbolismo aprovecha): los rom¨¢nticos del XIX, la tuberculosis; los estresados de mediados del XX, el c¨¢ncer; los desencantados posmodernos de finales del XX, el sida; nosotros, tan est¨²pidos que cre¨ªamos que nos ¨ªbamos a ir de rositas, el Covid-19. Pero me niego a asumir sin protestar ese truismo aparentemente desinteresado y sublimador de que ¡°los contagios forman naturalmente parte de la vida en sociedad al robustecer la inmunidad de grupo¡±: me suena a coartada de una sociedad incapaz de hacerse cargo de sus mayores, aceptarlo ser¨ªa tan disparatado como asumir las orwellianas consignas de que la reclusi¨®n es la libertad (en 1984: ¡°La libertad es la esclavitud¡±); la ignorancia, la fuerza; la guerra, la paz.
2. Sector
Si hay algo en lo que todos estamos de acuerdo es que el d¨ªa despu¨¦s (suponiendo, etc¨¦tera) lo vamos a seguir pasando mal. El sector editorial, que es del que debo ocuparme, particularmente. Hay ERTE y ERE por doquier, y no solo en las peque?as editoriales y librer¨ªas de por aqu¨ª, que reci¨¦n acababan de recuperarse de la fanfarria de Lehman Brothers: hasta la m¨ªtica Strand neoyorquina, que no cerr¨® ni en la depresi¨®n de 1929, acaba de mandar al paro a 188 trabajadores. En su forzosa hibernaci¨®n, muchas librer¨ªas espa?olas ¡ªahora sin el horizonte de Sant Jordi o de la Feria del Libro de Madrid¡ª se preguntan si van a poder seguir sin ayudas, teniendo en cuenta que sus ventas han descendido m¨¢s del 80%.
Las ¡°apuestas¡± editoriales para la temporada se posponen o reconfiguran, y muchos libros estupendos que iniciaban su andadura ¡ªpienso, por ejemplo, en peque?as mujeres rojas, de Marta Sanz (Anagrama)¡ª han abortado su promoci¨®n en el mismo comienzo del recorrido. Libreros y editores se preguntan si la ¡°infodemia¡± de lectura gratuita o pirateada con la excusa del enclaustramiento no est¨¢ siendo perjudicial para un sector a¨²n convaleciente del palo anterior: ?regresar¨¢n f¨¢cilmente a las librer¨ªas supervivientes (y que tienen que pagar los alquileres) lectores acostumbrados a la gratuidad? El ecosistema del libro y de la informaci¨®n es una cadena: ?qu¨¦ pasar¨¢ con el empleo de los m¨¢s d¨¦biles? Por mucho que intento responder a los interrogantes ayudado por el Tarot de Dal¨ª (Taschen), las cartas permanecen mudas y m¨¢s arcanas que nunca.
3. Entretenimientos
Cada uno lleva su encierro como puede. Ayer, por ejemplo, me lo pas¨¦ bomba recorriendo de arriba abajo el exiguo pasillo de mi casa mientras escuchaba en la cada vez m¨¢s deteriorada e infantiloide Radio Cl¨¢sica sonatas de Beethoven, a quien Cort¨¢zar llamaba Ludwig Van, y un bob¨ªsimo comentarista de la emisora, ¡°genio sordo¡±. Luego, para deprimirme un poco rememorando la parte m¨¢s obtusa de mi pasado, rele¨ª la agotad¨ªsima hagiograf¨ªa Lenin por Gorki (Nostromo, 1974; traducci¨®n de Jos¨¦ Fern¨¢ndez S¨¢nchez, un ¡°ni?o de la guerra¡± emigrado a la URSS y autor de la tambi¨¦n inencontrable Mi infancia en Mosc¨²; El Museo Universal, 1988), en la que el fundador del Estado sovi¨¦tico afirma: ¡°No conozco nada mejor que la Apassionata, estoy dispuesto a escucharla todos los d¨ªas. Es una m¨²sica asombrosa, sobrehumana¡±. Pero a?ade, para estropearlo: ¡°Pero no puedo escuchar m¨²sica con frecuencia, me entran deseos de decir cari?osos disparates y de acariciar a la gente que, viviendo en un sucio infierno, es capaz de crear tal belleza. Y hoy no se puede acariciar a nadie, porque te pegan un mordisco, y hay que golpear las cabezas, golpear sin compasi¨®n¡¡±. Vaya con Ilich, qu¨¦ temple. Tambi¨¦n me entretengo intentando resolver paradojas. Les pongo una para que prueben: ?Puede Dios crear una piedra tan pesada que no pueda moverla? Si puede hacerlo, es que no es omnipotente; y si no puede crearla, tampoco. Pues apl¨ªquense el cuento.
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