Shirley Jackson: el hogar como campo de batalla
La vida en familia de los escritores, a menudo confinados por voluntad propia, es una guerra de guerrillas. Cualquier parecido con nuestra nueva realidad no es pura coincidencia

Siempre se han escrito libros sobre la maternidad. Lo que ha ocurrido es que la memoria del presente es corta ¨Csolo es memoria del presente¨C y se han olvidado. Han quedado enterrados entre cientos de miles de novedades y se han cre¨ªdo inexistentes. Pero ah¨ª han estado desde el principio. Porque los escritores, y sobre todo las escritoras, no han podido evitar, aqu¨ª y all¨¢, escribir sobre lo que pasaba a su alrededor mientras sus hijos crec¨ªan, y es que, teniendo en cuenta lo dado al confinamiento de nuestro oficio, una realidad se ha superpuesto a otra desde el principio de los tiempos.
Es decir, mientras se escrib¨ªa en casa ¨Cpiensen en los tres hijos de Ursula K. Le Guin, o en la hija con la que sal¨ªa a pescar Richard Brautigan, y hasta en el beb¨¦ que se balancea en su cuco en algunos momentos de Par¨ªs era una fiesta, del tambi¨¦n padre Ernest Hemingway¨C, se conviv¨ªa, como todos hoy mientras teletrabajamos, con ni?os y a menudo tambi¨¦n con maridos, o mujeres que o tambi¨¦n escrib¨ªan o no sal¨ªan de casa tanto como se esperar¨ªa que lo hicieran. ?Y c¨®mo afectaba eso a su trabajo? ?Hubiera sido el mismo sin esa convivencia?
Hay m¨¢s o menos ilustres ejemplos al respecto, como el relato Pareja de escritores del siempre aconsejable Raymond Chandler, en el que no hay ni?os pero s¨ª una pareja de escritores, ¨¦l y su mujer, desesper¨¢ndose ante una asfixiante convivencia en la que cada uno pretende llamar m¨¢s la atenci¨®n que el otro ¨Cy en el que, aunque la calle est¨¢ ah¨ª para pisarse, ninguno de los dos abandona la casa, porque la casa es el castillo de ambos, y s¨®lo puede quedar uno¨C, pero ninguno tan devorable como Life Among the Savages, de la reina del terror moderno Shirley Jackson.
Publicado en 1953, este memoir desopilante ¨Cno hay una p¨¢gina en la que no se invite al lector a estallar en carcajadas, o cuanto menos, esbozar una sonrisa c¨®mplice con la inexcusablemente inevitable realidad de los Jackson¨C funciona, casi, como una novela de aventuras al estilo de Mi familia y otros animales, de Gerald Durrell, cambiando, eso s¨ª, el poderoso exterior, y la aventura extravagante de la familia de zo¨®logos por un frondoso interior ¨Cel de la vieja casa familiar de la escritora, sus 5.000 libros, dos gatos, un perro¨C repleto de trampas maternofiliales.
As¨ª, no solo relata Jackson el parto de su segunda hija, Sarah ¨Cllamada cari?osamente Sally, en la ¨¦poca en la que sus dos hermanos mayores, Laurie y Jannie, le hac¨ªan comer todo tipo de cosas cuando su madre no miraba porque estaba, qui¨¦n sabe, tratando de teclear algo¨C, en el que por cierto, fue tratada de mera ama de casa por la enfermera que la atendi¨® ¨Cella dijo hasta en tres ocasiones, al ser ingresada, que era escritora, y la enfermera la correg¨ªa: ¡°Ama de casa¡±, dec¨ªa. ¡°No, escritora¡±, dec¨ªa ella. ¡°Eso es ama de casa¡±, dec¨ªa la enfermera¨C, sino su incombustible d¨ªa a d¨ªa.
La cosa arranca con el alquiler de la casa en cuesti¨®n, una vieja mansi¨®n que podr¨ªa haber inspirado cualquiera de sus novelas ¨Cen especial, Siempre hemos vivido en el castillo, porque no ten¨ªa tantos pasillos como la de La maldici¨®n de Hill House¨C, y que deja clara su obsesi¨®n por el espacio ¨Cno puede ser cualquier casa, tiene que ser una casa monstruosa¨C, y la condici¨®n de refugio, y a la vez, de laberinto en el que perderse, sobre todo, mentalmente, que le confiere. La Reina del Terror sab¨ªa que la necesitaba de su parte, iba a pasar en ella, como hoy todos, m¨¢s tiempo de la cuenta.
?Que de qu¨¦ manera influy¨® el campo de batalla en el que, a diario, se convert¨ªa su casa en lo que tecleaba en sus ratos m¨¢s o menos muertos si es que algo as¨ª es posible cuando tienes cuatro hijos? Se dir¨ªa que el campo de batalla fue lo que hizo de su ingenio a la vez un escudo ante la locura ¨Csus d¨ªas, pese a no salir de casa, eran de lo m¨¢s atareados, pues estuviese donde estuviese siempre llegaba tarde a alguna parte, incluidas las beckettianas obras de teatro que montaban sus hijos y que la ten¨ªan a ella como ¨²nica espectadora¨C y la fuente de su aparentemente despreocupada, y a ratos muy divertida y casi siempre juguetonamente terror¨ªfica, o terror¨ªfica sin m¨¢s, literatura.
Ray Bradbury escribi¨® Fahrenheit 451 en una m¨¢quina de escribir de alquiler, a diez centavos la media hora, en el s¨®tano de una biblioteca publica la primavera de 1950. Era ¨¦l tambi¨¦n un amo de casa desesperado ¨Ccomo Jackson, tuvo cuatro hijos, en su caso, todas ni?as, y le requer¨ªan todo el tiempo, porque era m¨¢s divertido jugar con pap¨¢ que sin ¨¦l¨C. Tard¨® exactamente nueve d¨ªas en tener listo el primer borrador, y otros nueve en completar el segundo. Hasta ahora, todos pod¨ªamos ser Ray Bradbury, pero estos d¨ªas, la imposibilidad de salir de casa nos ha convertido en Shirley Jackson.
A veces, que no exista frontera entre lo familiar, lo personal y lo laboral alumbra un yo necesariamente distinto. ?O acaso habr¨ªan tenido las casas la importancia que tienen en la ficci¨®n fant¨¢stica de Jackson, en la que las m¨²ltiples voces que se escuchan pod¨ªan ser las infinitas voces que llegaban a la mesa de la cocina mientras escrib¨ªa, de no haber sido sus casi mejores amigas? Como una ni?a m¨¢s, Jackson solo buscaba una salida, pero una que no dejaba fuera nunca a nadie, una en la que todas sus facetas eran bienvenidas. ¡°Una no deja ser escritora nunca¡±, dec¨ªa. Pero tampoco de ser madre. Ni lectora. Ni todo lo dem¨¢s.
Ahora que todos, escritores y no escritores, lo tenemos m¨¢s claro que nunca, quiz¨¢ podr¨ªamos echarle un vistazo a, por qu¨¦ no, La noche en que todos tuvimos gripe, uno de los cuentos juguetonamente aterradores que inspir¨® una noche cualquiera en casa de los Jackson, para descubrir de qu¨¦ manera esa frontera pudo no haber existido nunca, y con toda probabilidad quiz¨¢ nunca lo hizo, pero nos hemos empe?ado en edificarla, d¨ªa a d¨ªa, como quien edifica un muro que separa lo que somos. El relato, por cierto, est¨¢ incluido en Cuentos escogidos (Min¨²scula), y arranca as¨ª: ¡°Todos, en nuestra familia, somos muy aficionados a los juegos de ingenio¡±.
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