R¨¦quiem por los muertos: una ¡®playlist¡¯ para el periodo de luto

La muerte es siempre una presencia constante en nuestras vidas, aunque pocas veces la hemos sentido tan cercana, tan alerta, tan reiteradamente cotidiana como en las ¨²ltimas semanas. Nos haya tocado o no en nuestro c¨ªrculo m¨¢s ¨ªntimo, quien m¨¢s quien menos tiene desde la llegada del coronavirus a nuestras vidas a una o varias personas a las que a?orar, o de las que despedirse cuando el adi¨®s cercano e individual no ha sido posible, nombres de los que ya solo podr¨¢ hablarse en pasado y recordados colectivamente a partir de hoy con la declaraci¨®n de diez d¨ªas de luto oficial. Pero la muerte ha sido tambi¨¦n una fuente feraz de inspiraci¨®n durante siglos y muchas m¨²sicas ligadas inextricablemente a ella han brindado alivio en su duelo a quienes las escuchaban. O han servido de homenaje sonoro y muestra de admiraci¨®n, una hermosa costumbre, por ejemplo, entre las sucesivas generaciones de compositores renacentistas: Johannes Ockeghem llor¨® la muerte de Gilles Binchois en Mort, tu as navr¨¦; una de las obras m¨¢s justamente famosas de Josquin des Prez es su motete f¨²nebre Nymphes des bois, que lleva por subt¨ªtulo D¨¦ploration sur la mort d¡¯Ockeghem; y, para completar al menos un tri¨¢ngulo, Nicolas Gombert escribi¨® Musae Jovis como un lamento por la muerte del gran Josquin, inspiraci¨®n directa asimismo de la Missa pro defunctis compuesta por su disc¨ªpulo Jean Richafort.

Al otro lado del Canal de la Mancha, las musas que hab¨ªan alentado en vida la inspiraci¨®n del fallecido reaparecen en la eleg¨ªa f¨²nebre de William Byrd en recuerdo de su maestro, Thomas Tallis, Ye Sacred Muses. Thomas Weelkes record¨® a Thomas Morley en una obra cuyo primer verso no puede ser m¨¢s expl¨ªcito: Death hath deprived me of my dearest friend (La muerte me ha arrebatado a mi querid¨ªsimo amigo). Y el que fuera calificado de Orpheus Britannicus, Henry Purcell, no pod¨ªa quedar fuera de estos homenajes p¨®stumos: John Blow, su compa?ero en la Capilla Real, compuso una larga Oda por la muerte del Sr. Henry Purcell en la que dos flautas dulces y dos contratenores rivalizan como la alondra y el pardillo para ver qui¨¦n emula mejor las melod¨ªas de Purcell, que hab¨ªa compuesto a su vez pocos meses antes de morir una de las m¨²sicas f¨²nebres m¨¢s justamente celebradas, esta vez en memoria de la reina Mar¨ªa, que hab¨ªa muerto de viruela (uno de los muchos virus a¨²n mort¨ªferos de la ¨¦poca) el 28 de diciembre de 1694.

Son muchas las obras nacidas para honrar la memoria de monarcas europeos tras su muerte. La misa de difuntos que compuso Eustache de Caurroy y que se interpret¨® en las exequias de Enrique IV tras su asesinato en 1610 sigui¨® interpret¨¢ndose en los funerales de muchos futuros reyes franceses. Poco antes, Tom¨¢s Luis de Victoria public¨® en 1605, en la Tipograf¨ªa Regia de Madrid, su Officium Deffunctorum, inspirado por la muerte de la emperatriz Mar¨ªa, hija de Carlos V y viuda de Maximiliano II, retirada, al igual que el propio compositor, en el Monasterio de las Descalzas Reales en sus ¨²ltimos a?os de vida. Un texto latino al que tambi¨¦n hab¨ªa puesto m¨²sica Victoria, Versa est in luctum, inspir¨® una de las m¨²sicas que se interpretaron en 1598 en las exequias de su hermano Felipe II: el motete Versa est in luctum, de Alonso Lobo. Su absoluta perfecci¨®n ha hecho que trascendiera con mucho aquella circunstancia puntual y se haya convertido, a pesar de su extrema concisi¨®n, en una m¨²sica inmortal. Menos conocida es, en cambio, la m¨²sica que compuso George Frideric Handel tras la muerte de la reina Carolina en 1737, The Ways of Zion do mourn, una de las posibles fuentes de inspiraci¨®n de Mozart para la presurosa composici¨®n de su inconcluso R¨¦quiem.

Las m¨²sicas f¨²nebres pueden ser tambi¨¦n, por supuesto, estrictamente instrumentales, sin un texto que explicite su finalidad primordial. En la Francia del siglo XVII abundaron los homenajes f¨²nebres titulados gr¨¢ficamente tombeaux, nacidos en muchos casos a la manera renacentista, esto es, como un homenaje p¨®stumo a amigos, maestros u, ocasionalmente, protectores o mecenas. Es el caso del m¨¢s famoso quiz¨¢ de todos ellos, el Tombeau de Monsieur de Sainte-Colombe, de Marin Marais, que ha trascendido los c¨ªrculos de los iniciados por haber formado parte de la banda sonora de la pel¨ªcula Tous les matins du monde. Menos frecuentado, pero no menos doliente, es el planto f¨²nebre de Marais por otro de sus maestros, el Tombeau pour Monsieur Lully, y otro tanto puede decirse del Tombeau pour Monsieur le Comte de Logy, de Sylvius Leopold Weiss, un compositor cuyo genio sigue siendo tristemente ignorado por muchos, a pesar de que el contacto con cualesquiera de sus obras provoca indefectiblemente asombro y admiraci¨®n.

M¨¢s informaci¨®n

El b¨¢lsamo de la m¨²sica cl¨¢sica (1)

El laudista Charles Fleury, Sieur de Blancrocher, muri¨® en 1652 tras caer por unas escaleras y muchos de sus colegas ¨Claudistas y clavecinistas por igual? escribieron tumbas en su memoria, como Denis Gaultier, Fran?ois Du Fault, Louis Couperin (el m¨¢s hermoso, abstracto y emocionante de todos ellos) y Johann Froberger. Este ¨²ltimo, un alem¨¢n que viaj¨® infatigablemente por todos los centros musicales europeos y que acab¨® sus d¨ªas en Francia, escribi¨® lamentos para teclado de una originalidad ¨²nica, como la Lamentation faite sur la mort tr¨¨s douloureuse de Sa Majest¨¦ Imp¨¦riale, Ferdinand le troisi¨¨me o el Lamento sopra la dolorosa perdita della Real Maest¨¤ di Ferdinando IV, Re de¡¯ Romani. El final de ambas piezas es extraordinario: la primera se cierra con la nota Fa (F en la notaci¨®n alemana, la inicial del nombre del emperador, Fernando III) repetida simb¨®licamente en solitario tres veces; el resto es silencio. La segunda lo hace, en cambio, con un largo ascenso diat¨®nico de tres octavas completas hasta el l¨ªmite superior del teclado, deteni¨¦ndose, c¨®mo no, en un Do (la ¨²ltima s¨ªlaba del nombre del difunto). Pero donde Froberger riz¨® el rizo fue en la ins¨®lita decisi¨®n de componer una pieza que anticipaba su propia muerte: M¨¦ditation, faite sur ma mort future.

Hay r¨¦quiems musicales justamente famosos, como los de Mozart, Berlioz, Brahms o Verdi, pero conviene no dar la espalda a otros. Qued¨¦monos con algunos capaces de aportar id¨¦ntico solaz que los m¨¢s difundidos. El primero, por supuesto, el del ya citado Johannes Ockeghem, la primera misa de difuntos polif¨®nica que ha llegado hasta nosotros. Las Exequias musicales de Heinrich Sch¨¹tz no son un r¨¦quiem propiamente dicho, sino casi la antesala de lo que ser¨ªa dos siglos despu¨¦s Un r¨¦quiem alem¨¢n de Brahms: una visi¨®n luterana de la muerte como tr¨¢nsito hacia una vida mejor. Dos excelentes opciones barrocas posteriores son el R¨¦quiem de Jan Dimas Zelenka, un compositor al alza y cada vez m¨¢s justamente considerado, y la Messe des Morts, de Jean Gilles, que son¨® tanto en los funerales de Jean-Philippe Rameau en 1764 como en los de Luis XV diez a?os despu¨¦s, rompiendo con ello la regia tradici¨®n francesa de interpretar en las exequias de sus soberanos el ya citado r¨¦quiem de Eustache du Caurroy.

De Mozart conviene reescuchar siempre su M¨²sica para un funeral mas¨®nico, esta s¨ª completa y, en su brevedad, un prodigio de contenci¨®n expresiva. Un r¨¦quiem rom¨¢ntico apenas recordado es el de Robert Schumann y pocos pueden rivalizar en el siglo XX con la ambici¨®n, la intensidad y la carga po¨¦tica y filos¨®fica del R¨¦quiem por un joven poeta, de Bernd Alois Zimmermann, que se suicidar¨ªa pocos meses despu¨¦s de concluir la obra en 1969 y que se vali¨®, entre otros muchos textos, de los versos escritos por tres poetas que tambi¨¦n decidieron quitarse la vida: Vlad¨ªmir Mayakovski, Konrad Bayer y Sergu¨¦i Yesenin. Desgraciadamente, no hay ninguna grabaci¨®n de esta obra portentosa en Spotify y su lugar lo ocupan en esta lista el final del War Requiem de Britten (otra sabia confluencia del texto secular latino de la misa de difuntos y varios poemas de Wilfred Owen) y el Lacrimosa del R¨¦quiem de Gy?rgy Ligeti, escrito desde presupuestos muy diferentes, pero no menos reflexivo y perturbador que el del alem¨¢n.

No faltan tampoco los duelos musicales por los seres queridos m¨¢s cercanos, como el Klag-Lied de Dieterich Buxtehude, que le sirvi¨® para despedirse de su padre: ¡°Duerme bien, amad¨ªsimo¡±, reza la ¨²ltima estrofa, ¡°adi¨®s, bendita alma; / yo, tu hijo, traspasado por la aflicci¨®n, / escribo ahora sobre tu tumba: / ¡®Aqu¨ª yace aquel cuyo talento musical / llen¨® de dicha a Dios mismo; / por ello su alegre esp¨ªritu forma ahora parte / del coro celestial all¨¢ en lo alto¡¯¡±. O las canciones inspiradas en Auf meines Kindes Tod (En la muerte de mi hija), un ciclo de tres poemas de Joseph von Eichendorff escritos tras la muerte de su hija Anna a los dos a?os en 1832. La m¨²sica del suizo Othmar Schoeck para uno de ellos rezuma soledad, incredulidad y dolor: ¡°Los relojes resuenan desde lejos, / ya es noche profunda, / la l¨¢mpara arde tan tenue, / est¨¢ hecha tu camita. [...] Es como si estuvieras a punto / de llamar suavemente a la puerta, / como si solo te hubieras perdido, / y regresaras ahora cansada¡±. Estas im¨¢genes recuerdan inevitablemente a los Kindertotenlieder, en los que Gustav Mahler puso m¨²sica a tan solo cinco de los m¨¢s de cuatrocientos poemas que escribi¨® Friedrich R¨¹ckert tras la muerte de sus hijos Luise y Ernst en el lapso de unos pocos d¨ªas de diciembre de 1833 y enero de 1834. Dif¨ªcilmente pod¨ªa imaginar el compositor que tres a?os despu¨¦s morir¨ªa su propia hija, Maria, tambi¨¦n de escarlatina.

?Y m¨¢s all¨¢ de la muerte? La transfiguraci¨®n, como propuso Richard Strauss en uno de sus mejores poemas sinf¨®nicos, el mismo destino que, a su manera, reserv¨® Richard Wagner para Isolde tras ver morir a su amado Tristan en sus brazos. Otra opci¨®n ¨Cy que habr¨ªa que tener muy presente estos d¨ªas¨C es la metamorfosis: la muerte como p¨®rtico o invitaci¨®n a un tiempo nuevo, diferente, y nadie la ha retratado mejor ni con mayor melancol¨ªa que el propio Richard Strauss en sus Metamorphosen para 23 instrumentos de cuerda. Al final de su vida, viejo y cansado, el compositor alem¨¢n, que ya hab¨ªa sobrevivido a muchas guerras y pandemias, se despidi¨® del mundo que hab¨ªa conocido y del que solo quedaban ruinas humeantes, citando reiteradamente, como no pod¨ªa ser de otra manera, la marcha f¨²nebre de la Sinfon¨ªa ¡°Heroica¡± de Beethoven. La ¨²ltima opci¨®n es la de los creyentes: el para¨ªso que escuchamos en la Cantata BWV 106 de Bach, en la ant¨ªfona final del R¨¦quiem de Gabriel Faur¨¦ y que sonaba tambi¨¦n cantado por el coro infantil al final del War Requiem de Britten. O, en t¨¦rminos espec¨ªficamente cristianos, la resurrecci¨®n, y nadie la ha inmortalizado mejor musicalmente que el cat¨®lico Olivier Messiaen en Et exspecto resurrectionem mortuorum o, de manera m¨¢s gr¨¢fica y asequible, el luterano Heinrich Sch¨¹tz en su sobria y luminosa Historia de la resurrecci¨®n de Nuestro Se?or Jesucristo. En su ¨²ltimo coro, los emocionantes gritos de ¡°?Victoria!¡± suenan ahora muy acordes con las frecuentes met¨¢foras b¨¦lico-sanitarias tan reiteradas durante las ¨²ltimas semanas por los dirigentes pol¨ªticos de muchos pa¨ªses.