Barbara Kruger, el arte pol¨ªtico que nunca se apaga
La artista conceptual estadunidense vuelve a poner el dedo en la llaga de la conciencia colectiva con su trabajo reciente, que eleva todav¨ªa m¨¢s, si cabe, su relevancia en el debate p¨²blico
Debajo de cada imagen siempre hay otra imagen. A veces son tan transparentes como haces de luz y tan endebles como las calcoman¨ªas que se disuelven en agua. En el campo visual funcionan como el texto seg¨²n lo entend¨ªa Roland Barthes: un espacio multidimensional en el que una diversidad de escritos, ninguno de ellos originales, se combinan y se enfrentan. Esa idea de textualidad expandida encaj¨® como anillo al dedo en una Barbara Kruger (Nueva Jersey, 1945) de 35 a?os que andaba persiguiendo un nuevo sentido a la idea de representaci¨®n de la imagen. Junto a ella estaban Sherrie Levine y Louise Lawler, con las que apenas se llevaba dos a?os, y Cindy Sherman, algo m¨¢s joven, una cuadrilla de mujeres artistas dispuestas, tambi¨¦n, a desmitificar los entresijos del arte contempor¨¢neo.
En la Metro Pictures de Nueva York encontraron en 1980, justo hace ahora 40 a?os, el lugar desde el que cuestionarlo todo, especialmente la imagen fotogr¨¢fica y c¨®mo se mov¨ªa entre las noticias, la publicidad y la moda. Lo serial y lo simulado ganaba la partida ante la idea de que hab¨ªa una verdad s¨®lida y ¨²nica. Sus fotos eran encontradas o apropiadas, rara vez originales, y se colaban por las rendijas de la cultura de masas complicando las reivindicaciones de autor¨ªa y autenticidad tan importantes para la est¨¦tica moderna, de Picasso a Pollock, tirando por tierra el mito del maestro, siempre hombre, que se hab¨ªa impuesto hasta entonces. Esa brecha feminista tan importante hoy.
No es casualidad que se reivindique a estas artistas justo ahora, un momento en que de nuevo vivimos una transformaci¨®n cualitativa en los medios de comunicaci¨®n de masas que cambiar¨¢ todo el contexto de la producci¨®n, la distribuci¨®n y la recepci¨®n de la informaci¨®n. Momento, tambi¨¦n, de colapso de una sociedad de consumo que parece haber explotado y de un capitalismo que actualmente parece no ofrecer futuro. Una ¨¦poca que se pregunta por sus l¨ªmites como nunca y donde el arte pol¨ªtico pide paso: Barbara Kruger gritando hace unos d¨ªas desde las p¨¢ginas de The New York Times que ¡°un cad¨¢ver no es un cliente¡±. Un pu?etazo en la nariz ideol¨®gica de Trump. Ya en febrero pasado, Kruger ocup¨® las calles de Los ?ngeles en ocasi¨®n de la celebraci¨®n de la feria Frieze en la ciudad estadounidense con 20 preguntas en blanco y verde (el color del dinero, la envidia y los malos) que ocupaban pancartas, carteles publicitarios y vinilos en el suelo hablando de un mundo del arte sufriendo otro encierro: el de su propia jerarqu¨ªa. ?Qui¨¦n compra la estafa?, se le¨ªa a pocos metros de la feria. Un mensaje tan prof¨¦tico como aquel Es s¨®lo cuesti¨®n de tiempo de F¨¦lix Gonz¨¢lez-Torres colocado tambi¨¦n en vallas publicitarias durante el ¨²ltimo Arco.
A sus 75 a?os, Barbara Kruger sigue sacando pulm¨®n en busca de nuevas coordenadas para la acci¨®n lejos del cors¨¦ que tiene el campo cultural, aunque haciendo malabares con los dilemas de lo pol¨ªtico, lo cotidiano y lo econ¨®mico. Es poco amiga del mercado del arte, aunque es f¨¢cil ver lotes con sus obras circulando por casas de subastas. Hasta 902.500 d¨®lares alcanz¨® una de sus fotograf¨ªas en 2011, en un r¨¦cord de Christie¡¯s. Siempre se ha sentido inc¨®moda con el capital, aunque hace unos meses ha firmado con la galer¨ªa David Zwirner de Nueva York relativizando un poco su inquietud con las maquinaciones del poder. De hecho, suele decir que prefiere ir al infierno que a las cenas e inauguraciones de sus exposiciones, pese a tener una en puertas, el pr¨®ximo noviembre en el Art Institute de Chicago si la pandemia lo permite. Ser¨¢ su mayor retrospectiva de los ¨²ltimos 20 a?os, un repaso exhaustivo a cuatro d¨¦cadas de cr¨ªtica a los estereotipos, a las desigualdades sociales y a las realidades pol¨ªticas que otros muchos han engullido, copiado y reformateado desde muy diferentes frentes, de la marca de ropa Supreme al videoclip de Hip de las Mamamoo.
De esas contradicciones vive el arte. Solo si los artistas activistas son capaces de conservar una mirada cr¨ªtica y sin componendas sobre s¨ª mismos y las intenciones de su trabajo, lo que no siempre es f¨¢cil, podr¨¢n probar que el apoyo por parte del mundo del arte no es el beso de la muerte para las pr¨¢cticas de arte cr¨ªticas. Dice Barbara Kruger que hay estrategias de consumo que mutan en formas de resistencia, como el rap contra la obediencia o la novela rosa como un espacio para la fantas¨ªa. Que el arte es una v¨ªa de escape lo sabemos. Tambi¨¦n que es un espacio de libertad, una forma de relacionarse, una manera de superar el miedo. ?Por qu¨¦, entonces, hay tan poca conciencia pol¨ªtica? Lo pensaba Kruger cuando se apunt¨® a las clases de Diane Arbus en la escuela de dise?o Parsons de Nueva York y lo sigue haciendo hoy, disparando mensajes en busca de esa verdad enf¨¢tica del gesto en las grandes circunstancias de la vida, algo que no puede ser m¨¢s pertinente ahora mismo. La esfera p¨²blica como el gran tesoro del arte.
Tal vez ah¨ª est¨¦ la calve. Llevamos a?os escuchando decir que el papel del arte es recontextualizar su statu quo e igual ha llegado el momento de pensar que igual el problema viene de c¨®mo estamos acostumbrados a ver y evaluar el arte. Tendemos a olvidar que el mundo profesional no est¨¢ exento de la alegr¨ªa y el sentido de hacer y de comunicar, sin ser aut¨®matas del telecontrol. A veces es as¨ª de simple y poderoso.
Tu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo
?Quieres a?adir otro usuario a tu suscripci¨®n?
Si contin¨²as leyendo en este dispositivo, no se podr¨¢ leer en el otro.
FlechaTu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PA?S desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripci¨®n a la modalidad Premium, as¨ª podr¨¢s a?adir otro usuario. Cada uno acceder¨¢ con su propia cuenta de email, lo que os permitir¨¢ personalizar vuestra experiencia en EL PA?S.
En el caso de no saber qui¨¦n est¨¢ usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contrase?a aqu¨ª.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrar¨¢ en tu dispositivo y en el de la otra persona que est¨¢ usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aqu¨ª los t¨¦rminos y condiciones de la suscripci¨®n digital.