El duelo es ley de vida para las personas negras
La poeta Claudia Rankine analiza los tics racistas del imaginario estadounidense en un ensayo incluido en la antolog¨ªa 'Esta vez, el fuego', que se publica este mes dentro de la Biblioteca Afroamericana de Madrid
Una amiga me dijo hace poco que cuando dio a luz a su hijo, antes de ponerle nombre, antes de darle el pecho siquiera, lo primero que pens¨® fue: tengo que sacarlo de este pa¨ªs. Nos echamos a re¨ªr. Puede que nuestro humor negro tuviera que ver con la conciencia de que sacarlo no era ni una opci¨®n ni un deseo real. As¨ª es nuestra vida. Trabajamos en este pa¨ªs, tenemos la nacionalidad estadounidense, pensiones, seguro m¨¦dico, familia, amigos, etc¨¦tera, etc¨¦tera. Mi amiga no pod¨ªa irse y no se fue. A?os despu¨¦s del nacimiento de su hijo, cada vez que este sale de casa, su condici¨®n de madre de un ser humano vivo sigue siendo tan precaria como siempre. A los miedos naturales de cualquier progenitor que afronta la aleatoriedad de la vida se suma este otro conocimiento de los mecanismos del racismo institucional en nuestro pa¨ªs. La nuestra fue una risa de vulnerabilidad, miedo, reconocimiento y un atoramiento absurdo.
Le pregunt¨¦ a otra amiga c¨®mo es ser madre de un hijo negro. ¡°El duelo es ley de vida para las personas negras¡±, dijo sin rodeos. Para ella, el duelo exist¨ªa en tiempo real dentro de su realidad y la de su hijo: en el momento menos esperado, ella pod¨ªa perder la raz¨®n de su vida. Aunque al imaginario blanco liberal le gusta sentirse temporalmente mal ante el sufrimiento negro, no existe realmente un modo de empat¨ªa que pueda reproducir la tensi¨®n diaria que experimentas como persona negra cuando sabes que pueden matarte simplemente por ser negra: nada de manos en los bolsillos, nada de escuchar m¨²sica, ni movimientos bruscos, ni conducir tu coche, ni caminar de noche, ni caminar de d¨ªa, ni torcer por esa calle, ni entrar en aquel edificio, ni ponerte firme, ni quedarte aqu¨ª de pie, ni quedarte ah¨ª de pie, ni responder, ni jugar con pistolas de juguete, ni vivir siendo negro.
Once d¨ªas despu¨¦s de que yo naciera, el 15 de septiembre de 1963, cuatro chicas negras murieron en el atentado de la Iglesia Baptista de la calle 16 en Birmingham, Alabama. Ahora, cincuenta y dos a?os m¨¢s tarde, seis mujeres negras y tres hombres negros han sido acribillados durante una reuni¨®n de estudio de la Biblia en la hist¨®rica Iglesia Episcopal Metodista Africana Emanuel de Charleston, en Carolina del Sur. El asesino es un terrorista del pa¨ªs, que se ha identificado como supremacista blanco, que tambi¨¦n podr¨ªa ser un ¡°joven hombre perturbado¡± (como lo describieron varias agencias de noticias). Se sabe que una mujer negra y su nieta de cinco a?os sobrevivieron al tiroteo haci¨¦ndose las muertas. Son dos de los tres supervivientes del atentado. La familia blanca del sospechoso dice que para ellos es un momento dif¨ªcil. Esto es indiscutible. Sin embargo, para las familias afroamericanas, vivir en un estado de duelo y miedo permanente es lo normal.
El espect¨¢culo del tiroteo sugiere un suceso extempor¨¢neo, como si el asesinato de personas negras con ¡°justificaci¨®n de supremacista blanco¡± solo interrumpiera la programaci¨®n televisiva habitual. Sin embargo, Dylann Storm Roof no se cre¨® a s¨ª mismo de la nada. Creci¨® con la ret¨®rica y la orientaci¨®n del racismo. Ha visto a hombres blancos como Benjamin F. Haskell, Thomas Gleason y Michael Jacques declararse culpables, o ser condenados, por incendiar la Iglesia Macedonia de Dios en Cristo en Springfield, Massachusetts, tan solo unas horas despu¨¦s de que Obama fuera elegido presidente. Cada una de sus declaraciones racistas pudo haberlas o¨ªdo a lo largo de toda su vida. ?l, como todos nosotros, ha estado viviendo en compa?¨ªa de cuerpos negros asesinados.
Aunque al imaginario blanco liberal le gusta sentirse temporalmente mal ante el sufrimiento negro, no existe realmente un modo de empat¨ªa que pueda reproducir la tensi¨®n diaria que experimentas como persona negra
Vivimos en un pa¨ªs donde los americanos asimilan cad¨¢veres en sus idas y venidas diarias, donde los negros muertos forman parte de la vida normal. Pereciendo en las bodegas de los barcos, arrojados al Atl¨¢ntico, colgados de ¨¢rboles, golpeados, tiroteados en iglesias, acribillados por la polic¨ªa o hacinados en prisiones: hist¨®ricamente, no existe lo cotidiano sin el cuerpo negro esclavizado, encadenado o muerto sobre el que posar la mirada, del que se oye hablar o contra el que uno se posiciona. Cuando el trastorno de nuestra cultura abruma a las personas negras y estas salen a protestar (a la larga, en perjuicio nuestro, porque las protestas dan una justificaci¨®n a la polic¨ªa para militarizarse, como sucedi¨® en Ferguson), la pregunta err¨®nea que se formula es: ¡°?Qu¨¦ clase de salvajes somos?¡±. Cuando deber¨ªa ser: ¡°?En qu¨¦ clase de pa¨ªs vivimos?¡±.
En 1955, cuando el cuerpo mutilado e hinchado de Emmett Till fue rescatado del r¨ªo Tallahatchie y colocado para su sepultura en una caja de pino cerrada con clavos, su madre, Mamie Till Mobley, pidi¨® que trasladaran su cuerpo desde Misisipi, donde Till hab¨ªa ido a visitar a sus parientes, a su casa en Chicago. Cuando la funeraria de Chicago recibi¨® el cuerpo, la madre tom¨® una decisi¨®n que abrir¨ªa un nuevo camino al modo de reflexionar sobre un cuerpo linchado. Solicit¨® que el ata¨²d permaneciera abierto y permiti¨® que tomaran y publicaran fotograf¨ªas del cuerpo desfigurado de su difunto hijo.
La negativa de Mobley a que el duelo privado fuera privado permiti¨® presentar como prueba un cuerpo que no significaba nada para el sistema de justicia penal. Al colocarse ella y colocar el cad¨¢ver de su hijo en posiciones que rechazaban la etiqueta del duelo, Mobley se desidentific¨® de la tradici¨®n de la figura linchada expuesta a la visi¨®n p¨²blica como una advertencia a la comunidad negra, y utiliz¨®, de esta forma, la tradici¨®n del linchamiento contra s¨ª misma. En sus manos, el espect¨¢culo del cuerpo negro publicit¨® la injusticia grabada en el cuerpo in¨¢nime de su hijo. ¡°Que la gente vea lo que yo veo ¨Ddijo, y a?adi¨®¨D: Creo que todo Estados Unidos est¨¢ de luto conmigo¡±.
Es muy poco probable que el duelo nacional se cumpliera plenamente, como ella cre¨ªa, pero su deseo de introducir el duelo en nuestro mundo cotidiano era una nueva clase de l¨®gica. Al negarse a apartar la mirada de la carne de nuestros asesinatos nacionales, al insistir en que mir¨¢semos con ella a los muertos, reformul¨® el duelo como un m¨¦todo de conocimiento que ayud¨® a reactivar el movimiento de los derechos civiles en los a?os 1950 y 1960.
La decisi¨®n de no publicar fotograf¨ªas del escenario del crimen en Charleston, acaso por deferencia a las familias de los fallecidos, no frustra nuestro duelo. Pero con esta decisi¨®n, los cuerpos que demuestran tr¨¢gicamente que ¡°la piel negra no es un arma¡± (como rezaba un cartel en una protesta del a?o pasado) son transformados en una abstracci¨®n. Una cosa es imaginar nueve cuerpos negros sangrando en el suelo de una iglesia y otra, verlos. La falta de pruebas visuales contrasta con lo que vimos en Ferguson, donde la polic¨ªa, en su negativa a mover el cuerpo de Michael Brown, acaso cogi¨® el testigo de la madre de Till sin saberlo.
El imaginario americano nunca se ha recuperado completamente de sus comienzos supremacistas blancos. Nuestras leyes han venido presionando contra la devaluaci¨®n del cuerpo negro
Despu¨¦s de dispararle seis veces, dos de ellas en la cabeza, los agentes de polic¨ªa abandonaron el cuerpo de Brown bocabajo en la calle. Fueran cuales fueran sus razones, con la decisi¨®n de no mover el cad¨¢ver de Brown durante cuatro horas despu¨¦s de dispararle, la polic¨ªa convirti¨® el duelo de su muerte en una parte de lo que implicaba asimilar los detalles de su historia. Nadie pod¨ªa considerar los hechos de la interacci¨®n entre Michael Brown y el agente de polic¨ªa de Ferguson, Darren Wilson, sin pensar tambi¨¦n en el cuerpo acribillado a balazos que sangraba en el asfalto. Ser¨ªa un error presumir que todo el que vio la imagen llor¨® la muerte de Brown, pero una vez expuesta a esta imagen, una persona deb¨ªa decidir si el cuerpo negro muerto importaba lo suficiente como para ser llorado. (Sin duda, otra opci¨®n es que el cuerpo deviene un espect¨¢culo para la pornograf¨ªa blanca: el cuerpo muerto como un objeto que satisface un deseo il¨ªcito. Tal vez aqu¨ª es donde encaja Dylann Storm Roof).
Black Lives Matter, el movimiento fundado por las activistas Alicia Garza, Patrisse Cullors y Opal Tometi, parti¨® de la premisa de que la experiencia inconmensurable del racismo sist¨¦mico crea un terreno de juego desigual. El imaginario americano nunca se ha recuperado completamente de sus comienzos supremacistas blancos. En consecuencia, nuestras leyes y actitudes han venido presionando contra la devaluaci¨®n del cuerpo negro. Pese a las buenas intenciones, las asociaciones de la poblaci¨®n negra con una delincuencia inarticulada y bestial persisten bajo la apariencia del civismo blanco. Esta suposici¨®n enmarca tanto como determina nuestras interacciones y experiencias individuales como ciudadanos.
La tendencia estadounidense a normalizar situaciones colocando en el centro la blanquitud se puso de relieve una vez m¨¢s, consciente o inconscientemente, cuando ciertos blancos, como el presidente del Smith College, quisieron modificar la expresi¨®n Black Lives Matter (¡°Las vidas negras importan¡±) por All Lives Matter (¡°Todas las vidas importan¡±). Lo que en su superficie pretend¨ªa pasar por un movimiento humanista ¨D¡±?pero es que no somos todos personas?¡±¨D no tuvo en cuenta un sistema acostumbrado a la existencia de cad¨¢veres negros en los espacios p¨²blicos. Cuando el juez en la audiencia de fianza de Charleston pidi¨® apoyo para la familia de Roof, tambi¨¦n fue una forma sutil de desplazar la valoraci¨®n del cuerpo negro en nuestros tiempos de honda desesperaci¨®n.
El racismo contra los negros est¨¢ en la cultura. Est¨¢ en nuestras leyes, en nuestros anuncios, en nuestras amistades, en nuestras ciudades segregadas, en nuestras escuelas, en nuestro Congreso, en nuestros experimentos cient¨ªficos, en nuestra lengua, en internet, en nuestros cuerpos sea cual sea nuestra raza, en nuestras comunidades y, acaso m¨¢s devastadoramente, en nuestros sistema judicial. Los cuerpos negros inermes asesinados en espacios p¨²blicos convierten el dolor en nuestra sensaci¨®n cotidiana de que algo anda mal en todas partes y a todas horas, aunque a nuestro alrededor las cosas aparenten normalidad. Tomarse un caf¨¦, pasear al perro, leer el peri¨®dico, subir en el ascensor a la oficina, dejar a los ni?os en el colegio: toda esta vida amable est¨¢ envuelta en la sensaci¨®n ambiental de que en cualquier momento una persona negra est¨¢ siendo asesinada en la calle o en su casa por el odio armado de un conciudadano estadounidense.
El movimiento Black Lives Matter puede entenderse como el intento de que el duelo siga siendo una din¨¢mica abierta en nuestra cultura, porque las vidas negras existen en un estado de precariedad. El duelo comporta entonces la vulnerabilidad inherente a las vidas negras y tambi¨¦n la inestabilidad relativa a un futuro para estas vidas. A diferencia de los primeros movimientos black power, que intentaron combatir o segregar por su supervivencia, Black Lives Matter se alinea con los muertos, contin¨²a el duelo e impide nuestro olvido. Si el movimiento de los derechos civiles del reverendo Martin Luther King, Jr. hizo demandas que alteraron el curso de las vidas estadounidenses y respald¨® estas demandas con la buena voluntad de dar la vida en servicio de los derechos civiles, con Black Lives Matter se est¨¢ pidiendo un cambio m¨¢s interiorizado: el reconocimiento.
La verdad, tal como yo la veo, es que si los hombres y las mujeres negras, si los ni?os y las ni?as negras importaran, si nos vieran como vidas, no estar¨ªamos muriendo simplemente porque no les gustamos a los blancos. Nuestras muertes dentro de un sistema racista exist¨ªan antes de que hubi¨¦ramos nacido. El legado de los cuerpos negros como propiedad y, posteriormente, como tres quintas partes de un ser humano, sigue contaminando el imaginario blanco. Para habitar plenamente nuestra ciudadan¨ªa, tenemos no solo que entender esto, sino tambi¨¦n sostenerlo. En palabras de la dramaturga Lorraine Hansberry: ¡°El problema es que tenemos que encontrar la forma, mediante estos di¨¢logos, de decirle al liberal blanco que deje de ser un liberal y se transforme en un radical estadounidense, y de animarle a que lo haga¡±. Y, como ha escrito mi amigo el cr¨ªtico y poeta Fred Moten: ¡°Creo en el mundo y quiero estar en ¨¦l. Quiero estar en ¨¦l hasta el final, porque creo en otro mundo y quiero estar en ese mundo¡±. Este otro mundo, ese mundo, ser¨¢ probablemente uno donde las vidas negras importen. Pero no podremos llegar a ¨¦l si no reconocemos plenamente lo que hay aqu¨ª, en este.
El odio crudo de Dylann Storm Roof a las personas negras; Black Lives Matter; vecinos que graban los asesinatos de negros; el Departamento de Polic¨ªa de Ferguson que deja el cuerpo de Brown tirado en la calle; todas estas acciones prueban lo que Mamie Till Mobley cre¨ªa: que necesitamos ver o escuchar la verdad. Necesitamos saber la verdad de c¨®mo murieron los cuerpos para interrumpir el curso de la vida normal. Pero si mantener a los muertos en primera l¨ªnea de nuestra conciencia es crucial para nuestro cuerpo pol¨ªtico, ?qu¨¦ hay de las familias de los muertos? ?C¨®mo debe sentarle a un pariente del fallecido que este sea m¨¢s importante como prueba que como individuo al que dar sepultura o dejar descansar en paz?
A diferencia de los primeros movimientos black power, Black Lives Matter se alinea con los muertos, contin¨²a el duelo e impide nuestro olvido
A la madre de Michael Brown, Lesley McSpadden, la mantuvieron alejada del cuerpo de su hijo porque era una prueba. Le negaron sus derechos de madre, un hecho penoso que recuerda los tiempos anteriores a la Guerra Civil, cuando, como esclava, no habr¨ªa tenido ning¨²n derecho legal hacia su v¨¢stago. McSpadden se enter¨® de su nueva identidad como madre de un hijo muerto por los transe¨²ntes: ¡°Hab¨ªa unas chicas all¨ª que lo hab¨ªan grabado todo¡±, dijo a los reporteros. Una chica, dijo, ¡°me ense?¨® una foto en su tel¨¦fono. Me dijo: ¡®?No es este su hijo?¡¯. Grit¨¦ a¨²n m¨¢s fuerte, tener que ver algo as¨ª, a mi hijo all¨ª tirado sin vida, sin ninguna raz¨®n aparente¡±. Rodeando el per¨ªmetro alrededor del cuerpo de su hijo, McSpadden intent¨® dispersar al gent¨ªo: ¡°Lo ¨²nico que quiero es que recojan a mi ni?o¡±.
McSpadden, a diferencia de Mamie Till Mobley, parec¨ªa tener pocos deseos de exponer el cad¨¢ver de su hijo a los medios de comunicaci¨®n. Su hijo no era un cuerpo hu¨¦rfano que debiera exponerse a todas las miradas. Ella quer¨ªa que lo cubrieran y lo apartaran de la vista. Le pertenec¨ªa a ella, era su ni?o. Despu¨¦s de que se llevaran finalmente el cad¨¢ver de Brown, tuvieron que pasar dos semanas antes de que su familia pudiera verlo. Esta p¨¦rdida de control y de autoridad podr¨ªa explicar por qu¨¦, tras la muerte de Brown, McSpadden se vio supuestamente en la situaci¨®n precaria de increpar a los vendedores callejeros que vend¨ªan camisetas exigiendo justicia para Michael Brown utilizando el nombre de su hijo. No solo los procedimientos en torno al cad¨¢ver de su hijo estaban fuera de su control; su nombre hab¨ªa sido mercantilizado y asimilado a nuestros modos de capitalismo.
Algunos vecinos de McSpadden en Ferguson tambi¨¦n quisieron marcar distancia entre ellos y la vida p¨²blica de la muerte de Brown. No necesitaban un recordatorio constante de que en su barrio los cuerpos negros no son importantes para las fuerzas policiales. A petici¨®n de la comunidad, el padre de Brown retir¨® finalmente las ofrendas originales improvisadas ¡ªcon flores, fotograf¨ªas, notas y ositos de peluche¡ª en el que habr¨ªa sido su cumplea?os y las sustituyeron por una placa oficial instalada en la acera junto al lugar donde hab¨ªa muerto Brown. Seg¨²n su deseo, los transe¨²ntes pueden interactuar con el recordatorio permanente o pasar de largo.
A fin de alejarse del lugar donde fue asesinado su hijo Tamir Rice, Samaria dej¨® su casa en Cleveland y se fue a vivir a un albergue para indigentes (al final, su familia se la llev¨® de nuevo a casa). ¡°El mundo entero ha visto el mismo v¨ªdeo que yo¡±, dijo del v¨ªdeo en el que se ve a un agente de polic¨ªa disparando a Tamir. Este v¨ªdeo, que los medios de comunicaci¨®n retransmitieron sin descanso, documentaba los dos segundos que marcaron el final de la vida de su hijo y se convirtieron en un documento al alcance de cualquiera. Es posible que este escrutinio compartido explique por qu¨¦ la polic¨ªa retuvo el cuerpo de su hijo de doce a?os durante seis meses despu¨¦s de su muerte. Todo el mundo pudo ver eso que la polic¨ªa habr¨ªa tenido que justificar. El sistema judicial no fue capaz de hacerlo, y un juez hall¨® causa probable para acusar de asesinato al agente que dispar¨® a Rice, mientras que el gran jurado rehus¨® procesar a ninguno de los agentes involucrados. Entretanto, para Samaria Rice, el recuerdo de su hijo insepulto hizo que su barrio le resultara insoportable.
¡°Quiero ver que un polic¨ªa le dispara a un adolescente blanco desarmado por la espalda. Entonces, cuando me pregunt¨¦is '?Se acab¨®?', dir¨¦ que s¨ª ¡±, dej¨® dicho Toni Morrison
Con independencia de los deseos de estas madres ¡ªmadres de hombres como Brown, John Crawford III o Eric Garner, y tambi¨¦n madres de mujeres y ni?as como Rekia Boyd y Aiyana Stanley-Jones, todos ellos asesinados por la polic¨ªa¡ª, las muertes de sus hijos permanecer¨¢n en el discurso p¨²blico. Aquellos que creen que el mismo comportamiento que les cost¨® la vida, caso de haber sido exhibido por un hombre o un ni?o blanco, no habr¨ªa terminado en su muerte, defienden tambi¨¦n que el duelo p¨²blico debe continuar y seguir presente indefinidamente porque los agentes involucrados en estos casos no fueron acusados o condenados posteriormente. ¡°Quiero ver que un polic¨ªa le dispara a un adolescente blanco desarmado por la espalda¡±, dijo Toni Morrison en abril. Y prosigui¨®: ¡°Quiero ver a un hombre blanco condenado por violar a una mujer negra. Entonces, cuando me pregunt¨¦is ¡®?Se acab¨®?¡¯, responder¨¦ que s¨ª¡±. Morrison est¨¢ en lo cierto cuando sugiri¨® que esta acci¨®n se?alar¨ªa un cambio, pero el cambio real necesita ser una reorientaci¨®n de la fe interior. Para que cualquier acci¨®n de un sistema de justicia pol¨ªtico implique un verdadero cambio social, primero es preciso un reto individual.
Los asesinatos de Charleston nos alertaron de la realidad de un sistema muy enraizado en el racismo contra los negros, tanto que el d¨ªa menos pensado puede abrirse la veda sobre cualquier persona negra; anciana o joven, hombre, mujer o ni?o. No existe una realidad equivalente para los estadounidenses blancos. Podemos distanciarnos de esta certeza hasta el siguiente asesinato horrendo, pero no seremos capaces de dejarla atr¨¢s. La autoridad que la Historia ejerce sobre nosotros no se quebrar¨¢ si seguimos silenciando sus efectos constantes.
Es necesario un estado continuado de duelo nacional por las vidas negras si queremos se?alar la innegable devaluaci¨®n de estas vidas. Nuestro deseo es que el reconocimiento rompa una inercia que las leyes no han alterado. Susie Jackson; Sharonda Coleman-Singleton; DePayne Middleton-Doctor; Ethel Lee Lance; el reverendo Daniel Lee Simmons, Sr.; el reverendo Clementa C. Pinckney; Cynthia Hurd; Tywanza Sanders; y Myra Thompson fueron asesinados porque eran negros. Es extraordinario con qu¨¦ normalidad se asienta nuestro dolor en este hecho. Una amiga me dijo: ¡°Estoy muy asustada, todos los d¨ªas¡±. La infancia de su hijo le parece un imposible, porque el hijo tendr¨¢ que ser ¨Dtiene que ser¨D mucho m¨¢s cuidadoso. Nuestro duelo, este duelo, transcurre al comp¨¢s de nuestras vidas. No hay vida fuera de nuestra realidad en este pa¨ªs. ?Es esto algo que los padres de los ni?os blancos pueden ver y conocer? Esta es la pregunta que me ronda sin cesar. El duelo nacional, como defiende Black Lives Matter, es un modo de intervenci¨®n e interrupci¨®n que podr¨ªa asimilarse a la categor¨ªa de exasperaci¨®n ciudadana. Todo esto es posible; pero tambi¨¦n es posible reconocer que nuestro problema estriba en la falta de sentimientos hacia el otro. As¨ª pues, el dolor por esos otros fallecidos podr¨ªa poner a algunos de nosotros, por primera vez, del lado de los vivos.
Traducci¨®n de Mar¨ªa Enguix Tercero.
Claudia Rankine (Kingston, Jamaica, 1963) es poetisa, dramaturga y ensayista estadounidense, autora del libro de poes¨ªa Ciudadana (Pepitas de Calabaza). Este texto est¨¢ incluido en Esta vez, el fuego: Una nueva generaci¨®n habla de la raza, antolog¨ªa editada por Jesmyn Ward que Ediciones del Oriente y del Mediterr¨¢neo publica el 22 de junio dentro de su colecci¨®n BAAM (Biblioteca Afro Americana Madrid), codirigida por Mireia Sent¨ªs y Jos¨¦ Luis Gallero..
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