Vidas ejemplares (o no tanto)
Los llamados suministradores de contenidos pretenden que la ejemplaridad irradie no desde los hombres y mujeres admirables, sino desde los nuevos iconos populares
1. Olvidos
Cuando era muy peque?o y todav¨ªa cre¨ªa que los seres humanos eran buenos por naturaleza, me impresion¨®, en una visita con mi padre al Museo del Ej¨¦rcito ¡ªque entonces se alojaba en el palacio del Buen Retiro¡ª, admirar un impresionante cuadro del interesante pintor y cartelista fascista Carlos S¨¢enz de Tejada (1897-1958) junto al que hab¨ªa un letrero que rezaba: ¡°Espa?oles, perdonad pero no olvid¨¦is¡±. El enorme lienzo representaba de modo imaginativo los fusilamientos de Paracuellos, pero no me llam¨® tanto la atenci¨®n la imagen naturalista, heroica y vagamente goyesca de los que iban a ser fusilados por las ¡°hordas¡± rojas (en aquella ¨¦poca los vencedores no se cortaban un pelo), sino el amenazante lema que presid¨ªa la sala. Entonces ¡ªya he dicho que era muy ni?o¡ª, no conceb¨ªa el perd¨®n sin olvido, y solo mucho m¨¢s tarde he llegado a saber que, como Nietzsche proclam¨® en una de sus Intempestivas, se puede vivir sin recordar, pero es imposible vivir sin olvidar. Y, sin embargo, tal como afirma Diego S. Garrocho en Sobre la nostalgia. Damnatio memoriae (Alianza), ¡°estamos condenados a recordar por cuanto estamos forzados a no olvidar a voluntad¡±. Todo lo anterior viene a cuento de que, cuando todav¨ªa no nos hemos desfasado del todo y el n¨²mero de los infectados por la covid-19 sigue creciendo globalmente a muy buen ritmo, las televisiones se han puesto a obsequiarnos con reportajes acerca de la pandemia, como si todo fuera agua pasada. Nos lo recuerdan, al parecer, para que no olvidemos que tenemos que olvidar. Adem¨¢s de por la cualidad ambivalente de la memoria y el recuerdo (incluso de lo que a¨²n no ha terminado de pasar del todo), nuestra ¨¦poca se caracteriza porque los medios de masas se empe?an en ponernos como modelos a hombres y mujeres mediocres cuyo mayor talento consiste en no tenerlo en absoluto. Durante las largas tardes del confinamiento me he dejado hipnotizar alguna vez por esos realities de audiencia millonaria en los que el Rey de la Basura ¡ªal que se le concedi¨® inicuamente el Premio Ondas¡ª coordina y manipula a su troupe de famosos solo por serlo. Como afirma Charles P¨¦pin en La confianza en uno mismo. Una filosof¨ªa (Ariel), ¡°dar notoriedad a tanta gente sin calidad alguna es un fen¨®meno in¨¦dito en la historia de la humanidad¡±: as¨ª pretenden hermanarnos a todos. Ya ven, adem¨¢s de manipular nuestros recuerdos cuando a¨²n no pueden serlo, los suministradores de contenidos pretenden que la ejemplaridad irradie no desde los hombres y mujeres admirables, sino desde los nuevos iconos populares. Todo lo dem¨¢s, parecen decirnos, no puede ser entretenido.
2. Independientes
Finales del XIX. El optimismo victoriano ha perdido fuelle y una ola de difusa ansiedad ha ido calando en las clases medias de Occidente. El renacer del relato g¨®tico tiene su m¨¢xima expresi¨®n en el Dr¨¢cula (1897) de Bram Stoker, que, de modo m¨¢s o menos oblicuo, expresa algunos de los motivos de ese clima an¨ªmico: el miedo a la invasi¨®n extranjera (Dr¨¢cula llega a Inglaterra); el temor a la new woman, la mujer independiente encarnada por Lucy Westenra, amiga de la protagonista y primera v¨ªctima del vampiro; el miedo a la homosexualidad, a la ambig¨¹edad sexual y la fluidez en los papeles de g¨¦nero; el horror a la contaminaci¨®n de lo ¡°inferior¡± (murci¨¦lagos, ratas, moscas, pero tambi¨¦n a las ¡°razas inferiores¡±); la repugnancia a la mezcla racial; el temor a las consecuencias del ¡°progreso¡± (incluyendo la creciente rebeld¨ªa de las clases populares). Interesado por la imagen de la mujer independiente de aquella ¨¦poca, he vuelto a leer el estupendo relato de Thomas Hardy ¡®Una mujer so?adora¡¯, incluido en El brazo marchito y otros cuentos (Reino de Redonda y Penguin Cl¨¢sicos) en traducci¨®n de Javier Mar¨ªas, protagonizado por una mujer culta y rebelde, y en el que Hardy vierte su iron¨ªa respecto al matrimonio y el patriarcado. Al otro lado del Atl¨¢ntico, y unos a?os m¨¢s tarde (1920), Edith Wharton publica la sutil La edad de la inocencia, en la que Ellen Olenska representa a la mujer libre y desprejuiciada que, despu¨¦s de escapar de su desastroso marido, regresa a Estados Unidos (como tantos personajes de Henry James, tan amigo de la autora), e introduce el esc¨¢ndalo y la inquietud en la (alta) burgues¨ªa conservadora a la que pertenece. La novela, de la que este a?o se celebra el centenario, ha sido publicada por Alianza en una buena traducci¨®n de Carmen Calvo que supera la publicada por Tusquets en 1984.
3. Comunistas
A medida que se exploran archivos y correspondencias in¨¦ditas se van corrigiendo huecos y prejuicios inte?resados acerca de la historia del PCE. Desde la muy sesgada Historia del Partido Comunista espa?ol ?(Ediciones Sociales, Par¨ªs, 1960), redactada por altos cargos del partido (y muy le¨ªda por los militantes), a la muy franquista Historia del PCE (Editora Nacional, 1965), de Eduardo Com¨ªn Colomer, un polic¨ªa espe?cializado en masoner¨ªa y comunismo, se ha progre?sado mucho. En el prolijo Los otros camaradas; el PCE en los or¨ªgenes del franquismo, 1939-1945 ?(Prensas de la Universidad de Zaragoza), Carlos Fern¨¢ndez Rodr¨ªguez (CFR) proporciona una panor¨¢mica interna de sus a?os m¨¢s oscuros: los que transcurren desde la debacle y el exilio de 1939 hasta la fracasada ¡°invasi¨®n¡± del Valle de Ar¨¢n (novelada por Almudena Grandes en In¨¦s y la alegr¨ªa, Tusquets, 2010) y el ascenso a la c¨²pula de Santiago Carrillo. CFR se adentra en el turbulento periodo (represi¨®n, denuncias, detenciones, torturas, ajustes de cuentas y purgas) y proporciona un fresco a la vez desordenado y exhaustivo de los comunistas espa?oles durante el franquismo m¨¢s cruel. El libro hubiera requerido una elemental correcci¨®n de estilo.
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