Malditos no, gracias
En la distancia, los personajes marcados por el malditismo est¨¢n muy bien, sobre el papel son muy atractivos, pero de cerca resultan del todo in-so-por-ta-bles.
La est¨¦tica del marginado y del perdedor indudablemente es cautivadora. Los malotes son divertidos, atrapan por insospechadas causas. Leopoldo Mar¨ªa Panero fue el ¨²nico poeta espa?ol con vida can¨®nica, muy acorde con los poetas decimon¨®nicos como Paul Verlaine, Arthur Rimbaud, seg¨²n F¨¦lix de Az¨²a, a quien parafraseo de memoria. Leopoldo se asemeja al Verlaine de Mis hospitales o Mis prisiones.
Fue el cr¨ªtico Rafael Conte quien escribi¨® que el maldito es aquel que sufre ignorancia o desconocimiento por parte de la sociedad, que se niega a reconocerle, que le impone barreras, que le destruye o margina definitivamente expuls¨¢ndole de su seno. Maldito es antag¨®nico a publicaciones abundantes, frecuentes apariciones en los medios de comunicaci¨®n, todo tipo de honores, homenajes¡ Sin embargo el autor de Teor¨ªa public¨® mucho, coprotagoniz¨® un par de pel¨ªculas (El desencanto y Despu¨¦s de tantos a?os), fue contertulio de radio, apareci¨® innumerables veces en televisi¨®n, prensa¡ En la literatura espa?ola hay un pu?ado de malditos, aunque he terminado por aborrecer el manoseado t¨¦rmino y prefiero llamarles raros o perif¨¦ricos: Mario Roso de Luna, Pedro Luis de G¨¢lvez, Felipe Alfau, Agust¨ªn G¨®mez Arcos, Gonzalo Torrente Malvido, An¨ªbal N¨²?ez, Eduardo Haro Ibars, Eduardo Herv¨¢s, Antonio Maenza, Aliocha Coll, F¨¦lix Francisco Casanova¡
Cuando el alcohol hac¨ªa mella en Eduardo Haro Ibars, se transformaba en un ser iracundo, falt¨®n y agresivo, de dif¨ªcil trato
Con ocasi¨®n de la serie Mis malditos favoritos que escrib¨ª para la difunta Radio Cadena Espa?ola (RCE) y emitida en 1988, tuve relaci¨®n con algunos de ellos. Trat¨¦ con Panero en varias ocasiones durante su estancia en Mondrag¨®n y confieso que me agotaba; sablazos aparte, no ten¨ªa momento de sosiego, me llevaba al trote de barra en barra por las herriko tabernas. Carcajeante, se?alaba en p¨²blico como etarras a algunos de los parroquianos y estos se limitaban a vociferar: ¡°Panerooooo¡¡±. Medroso y exasperado, uno no dejaba de mirar el reloj en espera de la hora de devolverlo al manicomio, momento de alivio.
Con el novelista Torrente Malvido fui muy advertido por sus cong¨¦neres: ojo, no lo lleves a tu casa que te desplumar¨¢. Su historial delictivo era ¨¦pico en el gremio de las letras. Fue inquilino en diversas c¨¢rceles nacionales y extranjeras; buscado por Interpol, el autor de Cuentos de la mala vida arrastr¨® leyendas tremendas. Su padre, don Gonzalo, le dedico ¡®El se?or llega¡¯, primer volumen de Los gozos y las sombras: ¡°A quien m¨¢s dolor me causa¡±. C¨®mo ment¨ªa Gonga ¡ªas¨ª llamado por su familia¡ª, con qu¨¦ arte y convicci¨®n lo hac¨ªa. Ese fue el motivo por el que desist¨ª de escribir su biograf¨ªa, sus confesiones no eran de fiar.
El novelista y dramaturgo G¨®mez Arcos era otra cosa: una persona educad¨ªsima, reservada, humilde y complaciente, de firmes convicciones republicanas. Tuvo que huir de la miseria del campo almeriense y harto de la censura decidi¨® el exilio en Francia, donde trabaj¨® de camarero y escribi¨® en aquella lengua; finalista dos a?os del Premio Goncourt, reconocido como caballero de la Orden de las Artes y las Letras, sus restos descansan en el cementerio de Montmartre.
A Haro Ibars siempre lo vi en la distancia: entre la algarab¨ªa del barrio de Malasa?a, en las bulliciosas terrazas de la plaza del Dos de Mayo. Le segu¨ªa en sus columnas del semanario Triunfo y me cautivaban sus exc¨¦ntricas declaraciones: ¡°Soy homosexual, drogadicto y delincuente¡±, emulando a su admirado Truman Capote. Me cit¨¦ con ¨¦l por tel¨¦fono con la idea de grabar una conversaci¨®n, pero su estado era calamitoso; decidimos aplazar el encuentro en espera de una ligera mejor¨ªa. Volv¨ª a llamar, pero ya era tarde, hab¨ªa muerto esa misma madrugada. Un interlocutor desconocido as¨ª me lo comunic¨®. Los peores momentos de Eduardo quiz¨¢ los soportaron sus amigos.
El novelista Mariano Antol¨ªn Rato y el pintor tangerino Jos¨¦ Hern¨¢ndez, ya fallecido, dieron buena cuenta de las tropel¨ªas del poeta, por muchos conocidas, pero solo ellos las sufrieron, dos personas que trabajaban para ganarse la vida, con horarios, con vida ordenada, frente a la ca¨®tica existencia de Eduardito, como le llamaba Hern¨¢ndez. Antol¨ªn m¨¢s de una vez tuvo que ponerle de patas en la calle para evitar sus excesos, como tambi¨¦n su padre, Eduardo Haro ?Tecglen, le prohibi¨® la entrada en casa. Cuando el alcohol hac¨ªa mella, se transformaba en un ser iracundo, falt¨®n y agresivo, de dif¨ªcil trato.
Tanto Eduardo como Leopoldo no se consideraban malditos. Ambos poetas coet¨¢neos se sent¨ªan a disgusto en el papel de marginados. Haro insisti¨® en su aura de heterodoxo o raro. ¡°Uno no se siente nunca maldito, sino que se le maldice¡±, acostumbraba a decir. El eutrap¨¦lico Panero no encajaba con comodidad cuando le preguntaban por su malditismo, abominaba de ¨¦l y en cualquier caso no era un poeta novel, pues llevaba publicando desde los 19 a?os; debut¨® con la plaquette Por el camino de Swann.
Cargado de raz¨®n, Fernando Savater sostiene que en la vida real ¡°los malditos suelen ser inaguantables¡±. En la distancia est¨¢n muy bien, sobre el papel son muy atractivos ¡ªv¨¦ase el caso del sablista G¨¢lvez¡ª, de cerca resultan del todo in-so-por-ta-bles.
Tu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo
?Quieres a?adir otro usuario a tu suscripci¨®n?
Si contin¨²as leyendo en este dispositivo, no se podr¨¢ leer en el otro.
FlechaTu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PA?S desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripci¨®n a la modalidad Premium, as¨ª podr¨¢s a?adir otro usuario. Cada uno acceder¨¢ con su propia cuenta de email, lo que os permitir¨¢ personalizar vuestra experiencia en EL PA?S.
En el caso de no saber qui¨¦n est¨¢ usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contrase?a aqu¨ª.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrar¨¢ en tu dispositivo y en el de la otra persona que est¨¢ usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aqu¨ª los t¨¦rminos y condiciones de la suscripci¨®n digital.