Un amor y algunas bernardinas
Siempre me ha fascinado esa forma de disparate que consiste en el uso atropellado de expresiones incoherentes y absurdas
1. Escozor y deseo
Al comienzo de Un amor (Anagrama), Nat estrena un tubo de pasta de dientes. Pocos meses, y ciento sesenta y tantas p¨¢ginas despu¨¦s, cuando la novela se acerca a su fin, la protagonista del ¨²ltimo libro de Sara Mesa reflexiona, ante el tubo a¨²n a medias, sobre lo que le ha sucedido en ese tiempo: ¡°Es incre¨ªble, se dice: removerse por dentro por completo, sacudirse, darse la vuelta y volv¨¦rsela a dar, en menos de lo que se tarda en gastar 125 mililitros de dent¨ªfrico¡±. Y lo que le pasa y, de modo especial, c¨®mo se cuenta lo que le pasa es precisamente lo que constituye el meollo de esta novela excepcional.
Vaya por delante, por tanto, mi agradecimiento de lector a una novelista extraordinariamente coherente que mejora ¡ªy c¨®mo¡ª a cada libro que publica. Dicho esto, me gustar¨ªa recomendar al lector/a que se enfrenta a esta novela algo parecido a lo que ped¨ªa (con un sentido muy distinto) W. H. Auden en su Funeral Blues ¡ª¡°paren todos los relojes, corten el tel¨¦fono / impidan con un jugoso hueso que el perro ladre¡±¡ª porque este libro, cuya lectura est¨¢ al alcance de todos los que aman la literatura, requiere tranquilidad y concentraci¨®n: s¨®lo as¨ª se aprecian todos sus matices, todo lo que tiene que entregar. Su protagonista, Nat, una mujer solitaria de cuya vida anterior se nos dice muy poco, llega como una especie de intrusa a un mundo cerrado y rural: un antipara¨ªso casi abstracto en su dureza en el que moran personajes con los que Nat debe confrontarse y que la ¡°remover¨¢n y sacudir¨¢n por completo¡±, oblig¨¢ndola a descubrir aspectos de su personalidad que ignoraba o tem¨ªa.
La novela se construye en escenas m¨¢s o menos sueltas (como en Mientras agonizo, de Faulkner) que se ordenan como un puzle en el que las piezas que faltan son elipsis que al lector no le cuesta rellenar. Nat huye de algo, quiz¨¢s de s¨ª misma, y se refugia en La Escapa para traducir, obsesionada por ¡°los nombres exactos¡± de las cosas. En ese ¨¢mbito casi ominoso (y a veces cercano al g¨®tico) Nat conoce ¡ªcomo les ocurre a otros personajes de Sara Mesa¡ª una forma diferente de amor: algo ¡°inagotable y adictivo¡± en el que se mezcla ¡°escozor y deseo, ansia y v¨¦rtigo¡±. Mesa, que maneja con maestr¨ªa el estilo libre indirecto, nos cuenta todo lo que hay que saber acerca de Nat, de sus vecinos, de su perro y de su amante. Ley¨¦ndola he pensado en Camus, en Faulkner, en el Coetzee de Desgracia (con cuyo pesimismo tiene m¨¢s de un punto de contacto). No quiero, ni puedo contarles m¨¢s acerca de esta estupenda novela. Pero, si a¨²n se f¨ªan algo de m¨ª, no se la pierdan.
2. Ch¨¢chara
Encuentro en ¡®El p¨ªcaro hablador¡¯ y otros estudios sobre prosa narrativa del siglo XVII (C¨¢tedra), una recopilaci¨®n de art¨ªculos del llorado Gonzalo Sobejano, un divertido trabajo acerca del uso de las bernardinas en los textos del Siglo de Oro. Siempre me ha fascinado esa forma elaborada de disparate que consiste en el uso atropellado de expresiones incoherentes y absurdas que se dicen para enga?ar o desconcertar a quien las escucha: Cantinflas era un maestro de la bernardina, digno sucesor de aquellos p¨ªcaros auriseculares que las pronunciaban para distraer y robar, o de los enamorados loquinarios y tontivanos que pretend¨ªan deslumbrar con su labia a la amada. Vivimos un aut¨¦ntico renacimiento del g¨¦nero; escuchen las declaraciones de ciertos tod¨®logos y pol¨ªticos, y comprobar¨¢n que no hacen de menos a Lisardo, uno de los protagonistas de la divertid¨ªsima comedia urbana El acero de Madrid (C¨¢tedra, edici¨®n de Juli¨¢n Gonz¨¢lez-Barrera), de Lope de Vega. Lean, por ejemplo, lo que le dice a su amada Belisa cuando, disfrazado de m¨¦dico, le toma el pulso: ¡°Algo est¨¢ febricitante, / intercadente y dudoso¡±, y comparen con el llamativo cantinflear (en el DRAE desde 1992) de algunos de los iconos televisivos de nuestros d¨ªas.
3. C¨¢mara Gesell
Vayan por delante todos mis respetos para lo que cada quien piense acerca de las ¨²ltimas decisiones del Gobierno de coalici¨®n, sobre todo en un momento en que la derecha y sus socios ultramontanos (junto a sus a menudo agresivas terminales medi¨¢ticas) se est¨¢n empleando a fondo para derribarlo. Pero me ha parecido impresentable que, m¨¢s de cinco meses despu¨¦s de que la pandemia adquiriese rango oficial, y con una acongojante n¨®mina de muertos e infectados, el Gobierno se quite de encima y transfiera a las autonom¨ªas la responsabilidad de algunas de las decisiones cruciales acerca de lo que se nos viene encima. La estructura de nuestro Estado est¨¢ m¨¢s o menos felizmente descentralizada, pero tampoco hay que pasarse dando la impresi¨®n de que el Gobierno quiere quitarse el marr¨®n (posibles estados de alarma, vuelta a las aulas) con el prop¨®sito de concitar apoyos para un hipot¨¦tico consenso presupuestario.
Asist¨ª por medio de la tele a la conferencia de prensa del martes, con la sensaci¨®n de que utilizaba la pantalla como una c¨¢mara Gesell de las que emplean los polizontes de CSI para observar ¡°an¨®nimamente¡± a los acusados, y no me gustaron ciertas respuestas del presidente, ni tampoco su modo de evadirse de algunas cuestiones que preocupan a grandes sectores de la opini¨®n p¨²blica y que pueden llegar a alimentar ¡°p¨¢nicos morales¡±. En cierto sentido, me dio la impresi¨®n de que a todos, pero especialmente al Gobierno, ¡°la historia nos est¨¢ mordisqueando la nuca¡±, seg¨²n la feliz expresi¨®n empleada por Daniel Bensa?d en su autobiograf¨ªa Una lenta impaciencia (Sylone y Viento Sur, 2018), unas memorias militantes que pueden interesar tanto a los que lucharon por cambiar el mundo en el ¨²ltimo tercio del siglo XX como a sus hijos (o nietos) pol¨ªticos del XXI.
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