Ese sentimiento sin nombre que abras¨® el coraz¨®n de Simone de Beauvoir
'Babelia' adelanta el ep¨ªlogo de 'Las inseparables', una novela in¨¦dita firmada en 1954 que se inspira en la amistad apasionada entre la escritora francesa y ?lisabeth Lacoin, como relata la sobrina de la autora en este texto
Junto a Simone de Beauvoir, de nueve a?os de edad, alumna del centro escolar cat¨®lico Adeline Desir, aparece una morenita de pelo corto, ?lisabeth Lacoin, conocida por Zaza, que le lleva unos cuantos d¨ªas. Espont¨¢nea, divertida y atrevida, destaca en el conformismo reinante. Al comienzo del curso siguiente, Zaza no est¨¢. El mundo, taciturno y agobiante, se ensombrece cuando, de pronto, aparece la impuntual y, con ella, el sol y la felicidad. Su inteligencia despierta y sus m¨²ltiples talentos seducen a Simone; la admira, est¨¢ subyugada. Se disputan los primeros puestos, se vuelven inseparables. No es que Simone no sea feliz en su familia, entre su madre joven y muy querida, su admirado padre y una hermana peque?a y sumisa. Pero lo que le sucede a esa ni?a de diez a?os es la primera aventura del coraz¨®n: lo que siente por Zaza es pasi¨®n; la venera, teme desagradarla. No entiende, por supuesto, en la pat¨¦tica vulnerabilidad de la infancia, esa revelaci¨®n precoz que la fulmina; es a nosotros, sus testigos, a quienes resulta tan conmovedora.
Sus largas conversaciones a solas con Zaza tienen para ella un valor infinito. Su educaci¨®n, por supuesto, las encorseta, nada de confianzas, se llaman de usted; pero, pese a esa reserva, se hablan como Simone nunca hab¨ªa hablado con nadie. ?Cu¨¢l es ese sentimiento sin nombre que, con la etiqueta convencional de amistad, le abrasa el coraz¨®n a¨²n sin estrenar, maravillado y en trance, sino el amor? Simone se da cuenta enseguida de que Zaza no siente un apego an¨¢logo ni sospecha la intensidad del suyo, pero ?qu¨¦ m¨¢s da eso comparado con el deslumbramiento de amar?
Zaza muere de forma brutal un mes antes de cumplir los veintid¨®s a?os, el 25 de noviembre de 1929. Una cat¨¢strofe sobrevenida que perseguir¨¢ a Simone de Beauvoir. Durante mucho tiempo, su amiga regresa a sus sue?os, con la cara amarillenta bajo una capelina rosa, mir¨¢ndola con reproche. Para abolir el anonadamiento y el olvido no queda sino un recurso: el sortilegio de la literatura. Cuatro veces, en diferentes trasposiciones, en novelas de juventud in¨¦ditas, en su recopilaci¨®n Cuando predomina lo espiritual, en un pasaje suprimido de la novela Los mandarines, con la que gan¨® el Premio Goncourt en 1954; cuatro veces ya la escritora intent¨® en vano resucitar a Zaza. Insiste ese mismo a?o, en una novela corta, in¨¦dita hasta ahora, a la que no puso t¨ªtulo y que aqu¨ª publicamos. Esta ¨²ltima trasposici¨®n a la ficci¨®n no la satisface, pero la conduce, por un desv¨ªo esencial, a la conversi¨®n literaria decisiva. En 1958, integra en su obra autobiogr¨¢fica la historia de la vida y de la muerte de Zaza: son las Memorias de una joven formal.
Esta novela corta, que Simone de Beauvoir acab¨® y conserv¨® pese al juicio cr¨ªtico que le merec¨ªa, no por ello deja de ser muy valiosa: ante un misterio, las preguntas se exacerban, se multiplican los enfoques, las perspectivas, los puntos de vista. Y la muerte de Zaza sigue siendo en parte un misterio. Las luces que arrojan sobre ella los dos ¨²ltimos escritos de 1954 y 1958 no coinciden con exactitud. Es en la novela corta donde por primera vez se escenifica el tema de la gran amistad. De esas amistades enigm¨¢ticas como el amor que hicieron escribir a Montaigne acerca de La Bo¨¦tie y de s¨ª mismo: ?Porque ¨¦l era ¨¦l, porque yo era yo?. Al lado de Andr¨¦e, que encarna a Zaza en la novela, hay una narradora que dice ?yo?, su amiga Sylvie. ?Las dos inseparables? est¨¢n reunidas en el relato com¨²n lo mismo que en la vida, para enfrentarse a los acontecimientos, pero es Sylvie quien, a trav¨¦s del prisma de su amistad, los refiere, permitiendo, por el juego de los contrastes, desvelar su irreductible ambig¨¹edad.
El hecho de elegir la ficci¨®n implicaba trasposiciones varias y modificaciones que hay que descifrar. Los nombres de personajes y de lugares, y las situaciones familiares son diferentes a los reales. Andr¨¦e Gallard ocupa el lugar de ?lisabeth Lacoin y Sylvie Lepage, el de Simone de Beauvoir. En la familia Gallard (Mabille en las Memorias de una joven formal) hay siete hijos, de los que solo uno es chico; en casa de los Lacoin hab¨ªa nueve hijos vivos, seis chicas y tres chicos. Simone de Beauvoir solo ten¨ªa una hermana; su alias, Sylvie, tiene dos. Reconocemos, por supuesto, en el colegio Ad¨¦la?de el famoso centro Desir, sito en la calle de Jacob, en Saint-Germain-des-Pr¨¦s: all¨ª fue donde sus profesoras bautizaron a las ni?as como ?las inseparables?. Esta expresi¨®n, que tiende un puente entre la realidad y la ficci¨®n, da en adelante t¨ªtulo a la novela corta. Tras Pascal Blondel se oculta Maurice Merleau-Ponty (Pradelle en las Memorias), hu¨¦rfano de padre, muy apegado a su madre, con quien viv¨ªa, y tambi¨¦n con una hermana que en nada se parece a Emma. La finca de Meyrignac, en Limos¨ªn, se convierte en Sadernac, mientras B¨¦thary se corresponde con Gagnepan ¡ªdonde Simone de Beauvoir pas¨® dos temporadas¡ª, una de las dos residencias de los Lacoin en las Landas, junto con Haubardin. All¨ª est¨¢ enterrada Za?za, en Saint-Pandelon.
?De qu¨¦ muri¨® Zaza?
De una encefalitis v¨ªrica, seg¨²n la fr¨ªa objetividad cient¨ªfica. Pero ?qu¨¦ fatal concatenaci¨®n, que se remonta mucho m¨¢s en el tiempo, encerrando en sus redes la totalidad de su existencia, acab¨® poni¨¦ndola, debilitada, agotada y desesperada, en manos de la locura y la muerte? Simone de Beauvoir habr¨ªa contestado: ?Zaza muri¨® por haber sido excepcional. La asesinaron, su muerte fue un ¡°crimen espiritualista¡±?.
Zaza muri¨® porque intent¨® ser ella misma y porque la convencieron de que esa pretensi¨®n era algo malo. En la burgues¨ªa cat¨®lica militante en que naci¨® el 25 de diciembre de 1907, en su familia de tradiciones r¨ªgidas, el deber de una chica consist¨ªa en olvidarse de s¨ª misma, en renunciar a s¨ª misma, en adaptarse. Porque Zaza era excepcional, no pudo ?adaptarse?, palabra funesta que significa encajonarse en el molde prefabricado donde nos espera un alveolo al que rodean m¨¢s alveolos: lo que rebase lo comprimir¨¢n, lo aplastar¨¢n, lo tirar¨¢n como un desperdicio. Zaza no pudo encajonarse, trituraron su singularidad. Ese fue el crimen, el asesinato. Simone de Beauvoir recordaba con una especie de espanto c¨®mo tomaron una foto de familia en Gagnepan, con los nueve hijos colocados por orden de edad: las seis chicas uniformadas con un vestido de tafet¨¢n azul y, en la cabeza, un sombrero id¨¦ntico de paja adornado con acianos. Ah¨ª ten¨ªa su puesto Zaza, esper¨¢ndola desde tiempo inmemorial, el de la segunda de las hijas Lacoin. La joven Simone rechaz¨® fan¨¢ticamente esa imagen. No, Zaza no era eso, era ?la ¨²nica?.
Que una libertad pudiera emerger de forma imprevista era lo que negaban todos los credos de su familia: el grupo la asedia sin tregua, es presa de los ?deberes sociales?. Rodeada de un batall¨®n de hermanos y hermanas, de primos, de amigos, de una dilatada parentela, a Zaza la engullen tareas, obligaciones sociales, visitas o diversiones colectivas, y no le queda ni un momento libre, nunca la dejan a solas, o a solas con su amiga, no es due?a de s¨ª misma, no le conceden un tiempo privado ni para el viol¨ªn ni para los estudios; se le niega el privilegio de la soledad. Por eso los veranos en B¨¦thary son para ella un infierno. Se asfixia; tanto aspira a escapar de esa omnipresencia ajena ¡ªque recuerda a la mortificaci¨®n similar que se impone en algunas ¨®rdenes religiosas¡ª que llega incluso a cortarse con un hacha en un pie con tal de librarse de una tarea impuesta y particularmente aborrecible. De lo que se trata en ese ambiente es de no singularizarse, de existir no para s¨ª, sino para los dem¨¢s. ?Mam¨¢ nunca hace nada para ella, se pasa la vida dedicada a los dem¨¢s?, dice un d¨ªa.
Bajo la impregnaci¨®n constante de esas tradiciones alienantes, toda vida individualizada muere antes de nacer. Ahora bien, no hay nada que escandalice m¨¢s a Simone de Beauvoir y eso es lo que quiere mostrar la novela, un esc¨¢ndalo al que se puede calificar de filos¨®fico, puesto que atenta contra la condici¨®n humana. La afirmaci¨®n del valor absoluto de la subjetividad quedar¨¢ en el n¨²cleo de su pensamiento y de su obra, no del individuo, un simple n¨²mero relacionado con una muestra, sino de la individualidad ¨²nica que convierte a cada uno de nosotros en ?el m¨¢s insustituible de los seres?, como dec¨ªa Andr¨¦ Gide, la existencia de esa conciencia en concreto, hic et nunc. ?Valorad lo que nunca se ver¨¢ dos veces.? Con?vicci¨®n inquebrantable, originaria y que la reflexi¨®n filos¨®fica sustentar¨¢: lo absoluto ocurre aqu¨ª, en esta tierra, durante nuestra sola y ¨²nica existencia. Se entiende, pues, que en la historia de Zaza la apuesta era esencial.
?Cu¨¢les fueron los desencadenantes de la tragedia? Varios datos se trenzan en un haz en que algunos saltan a la vista: la adoraci¨®n por su madre, cuya desautorizaci¨®n la desespera. Zaza quiso con locura a su madre, un amor celoso y desdichado. Su ¨ªmpetu topaba contra cierta frialdad en esta, y su segunda hija se sent¨ªa ahogada en el conjunto de los hermanos, una entre los dem¨¢s. H¨¢bilmente, la se?ora Lacoin no recurr¨ªa a su autoridad para reprimir la turbulencia de sus hijos peque?os y la conservaba intacta para garantizar mejor su dominio cuando llegase el momento de lo esencial. El encarrilamiento de una hija lleva al matrimonio o al convento; no puede decidir su destino a tenor de sus gustos y sus sentimientos. Corresponde a la familia determinar las uniones, organizando ?entrevistas?, seleccionando a los candidatos en funci¨®n de intereses ideol¨®gicos, religiosos, sociales y econ¨®micos. Hay que casarse con alguien del propio ambiente.
Por primera vez, a los quince a?os, Zaza tropieza con esos dogmas mort¨ªferos: cercenan su amor por su primo Bernard con una separaci¨®n brutal y hete aqu¨ª que, por segunda vez, a los veinte a?os, amenazan con doblegarla. Su elecci¨®n del candidato sin oportunidades, Pascal Blondel, su esperanza de casarse con ¨¦l: otras tantas salidas de tono sospechosas e inaceptables desde el punto de vista del clan. El drama de Zaza es que en lo m¨¢s hondo lleva un aliado que secunda arteramente al enemigo: no tiene fuerzas para poner en tela de juicio a una autoridad sagrada y querid¨ªsima cuya sanci¨®n la mata. En cuanto la reprobaci¨®n materna le corroe la confianza en s¨ª misma y el gusto por la vida, la interioriza y llega casi a dar la raz¨®n al juez que la condena. La represi¨®n que ejerce la se?ora Lacoin es tanto m¨¢s parad¨®jica cuanto que se intuye una grieta en el bloque de su conformismo: de joven, al parecer, tambi¨¦n a ella la oblig¨® su madre a un matrimonio que la repugnaba. Tuvo que ?adaptarse? ¡ªah¨ª es donde aparece esa palabra atroz¡ª, reneg¨® de s¨ª misma y, convertida en una imperial matrona, decidi¨® reproducir el engranaje triturador. ?Qu¨¦ frustraci¨®n, qu¨¦ resentimiento se ocultaban tras ese aplomo?
La tapadera de la devoci¨®n, o m¨¢s bien del espiritualismo, fue un peso abrumador en la vida de Zaza. Estuvo sumida en un ambiente saturado de religi¨®n: nacida en una dinast¨ªa de cat¨®licos militantes, con un padre presidente de la Liga de Padres de Familia Numerosa y una madre que ocupaba un lugar important¨ªsimo en la parroquia de Santo Tom¨¢s de Aquino, uno de los hermanos, sacerdote, y una de las hermanas, monja. Todos los a?os, la familia iba en peregrinaci¨®n a Lourdes. Lo que Simone de Beauvoir denuncia con el nombre de espiritualismo es la ?blancura?, la mistificaci¨®n que consiste en cubrir con el aura de lo sobrenatural valores de clase muy terrenales. Por supuesto, los mistificadores son los primeros mistificados. La referencia autom¨¢tica a la religi¨®n lo justifica todo. ?No hemos sido m¨¢s que instrumentos en las manos de Dios?, dice el se?or Gallard tras la muerte de su hija. Doblegaron a Zaza porque interioriz¨® un catolicismo que, generalmente, no es sino una pr¨¢ctica c¨®moda y formal.
Su categor¨ªa excepcional la perjudic¨® una vez m¨¢s. Aunque cay¨® en la cuenta de la hipocres¨ªa, de las mentiras, del ego¨ªsmo y del ?moralismo? de su ambiente, cuyas acciones tanto como sus ideas interesadas y mezquinas traicionan constantemente el esp¨ªritu de los Evangelios, su fe, si bien se tambale¨® por un momento, persisti¨®. Pero sufre con un exilio interior, con la incomprensi¨®n de sus allegados, con su aislamiento ¡ªella, a la que nunca dejan a solas¡ª, con una soledad existencial. La autenticidad de sus exigencias espirituales solo vale para mortificarla en el sentido propio de la palabra, para torturarla, acorral¨¢ndola con sus contradicciones ¨ªntimas. Porque para ella la fe no es, como para muchos, una complaciente instrumentaci¨®n de Dios, un sistema para darse la raz¨®n, para autojustificarse y eludir sus responsabilidades, sino la puesta en entredicho de un Dios silencioso, oscuro, un Dios oculto. Verdugo de s¨ª misma, se destroza: ?hay que obedecer, hay que embrutecerse, hay que someterse, olvidarse de una misma, como le repite su madre? ?O hay que desobedecer, que rebelarse, que reivindicar los dones y los talentos que nos han correspondido, como la anima a hacer su amiga? ?Cu¨¢l es la voluntad de Dios? ?Qu¨¦ espera de ella?
La obsesi¨®n del pecado min¨® su vitalidad. Al contrario que su amiga Sylvie, Andr¨¦e/Zaza est¨¢ muy informada de las cuestiones sexuales. La se?ora Gallard, con una brutalidad casi s¨¢dica, ha avisado a su hija de quince a?os de las crudezas del matrimonio. No le ha ocultado que la noche de bodas es ?un mal rato que hay que pasar?. La experiencia de Zaza ha desmentido ese cinismo; est¨¢ al tanto de la magia de la sexualidad, de la turbaci¨®n; los besos que se dieron su amiguito Bernard y ella no fueron plat¨®nicos. Se burla de la simploner¨ªa de las j¨®venes v¨ªrgenes que la rodean, de la hipocres¨ªa de los biempensantes que ?blanquea?, niega o disimula la irrupci¨®n de las crudas necesidades de un cuerpo vivo. Pero, a la inversa, sabe que es vulnerable a la tentaci¨®n y un exceso de escr¨²pulos emponzo?a su c¨¢lida sexualidad, su temperamento ardiente, su amor carnal a la vida: sospecha que hasta en el menor de sus deseos hay un pecado, el pecado de la carne.
El remordimiento, el temor y la culpa la trastornan; y esa condena de s¨ª misma refuerza en ella la tentaci¨®n de renunciar, el gusto por el anonadamiento e inquietantes tendencias autodestructivas. Acaba por capitular ante su madre y Pascal, que la convencen del peligro de un noviazgo largo, y acepta desterrarse en Inglaterra, siendo as¨ª que todo su ser se niega a ello. Esa postrera imposici¨®n feroz a la que se somete acelera el desastre. Zaza muri¨® de todas las contradicciones que la descuartizaban.
En esta novelita, el papel de Sylvie, la Amiga, no es sino el de facilitar que comprendamos a Andr¨¦e. Como bien destaca ?liane Lecarme-Tabone, pocos recuerdos suyos aparecen, nada se sabe de su vida, de su lucha personal, de la turbulenta historia de su emancipaci¨®n y, sobre todo, del antagonismo fundamental entre los intelectuales y los biempensantes ¡ªtema que constituye el eje de las Memorias de una joven formal¡ª, que no est¨¢ aqu¨ª m¨¢s que esbozado. Pero vemos, pese a todo, que est¨¢ mal vista en el ambiente de Andr¨¦e, donde apenas la toleran. Mientras los Gallard disfrutan de una c¨®moda holgura, su familia, inicialmente de una burgues¨ªa acomodada, qued¨® arruinada y desclasada despu¨¦s de la guerra de 1914. No se le ahorran disimuladas humillaciones en la vida cotidiana de sus estancias en B¨¦thary: se?alan con el dedo su peinado, su ropa, y Andr¨¦e, discretamente, le cuelga un vestido bonito en el armario. Y hay m¨¢s: la se?ora Gallard no se f¨ªa de ella, de esa joven descarriada que estudia en la Sorbona, tendr¨¢ una profesi¨®n, se ganar¨¢ la vida y la independencia. La desgarradora escena en la cocina, en la que Sylvie revela a Zaza, que se queda boquiabierta, lo que fue para ella en el pasado ¡ªtodo¡ª, es el punto en que las relaciones de ambas amigas se invierten.
A partir de entonces, ser¨¢ Zaza la que m¨¢s quiera. Sylvie tiene por delante el infinito del mundo, mientras que Andr¨¦e se encamina hacia la muerte. Pero es Sylvie/Simone quien va a resucitar a Andr¨¦e, con ternura y respeto, va a resucitarla y hacerle justicia por la gracia de la literatura. No puedo por menos de recordar que cada una de las cuatro partes de las Memorias de una joven formal concluye con las palabras siguientes: ?Zaza?, ?contar¨ªa?, ?la muerte?, ?su muerte?. Simone de Beauvoir se siente culpable porque, en cierto modo, sobrevivir es una culpa. Zaza fue el rescate; lleg¨® incluso a escribir en unas notas in¨¦ditas ?la sagrada forma? de su evasi¨®n. Pero para nosotros, esta novela corta suya ?no cumple acaso esa misi¨®n casi sagrada que les encomendaba ella a las palabras: luchar contra el tiempo, luchar contra el olvido, luchar contra la muerte, ?hacerle justicia a esa presencia absoluta del instante, a esa eternidad del instante que ya es para siempre??
'Las inseparables'
Autor: Simone de Beauvoir
Traducci¨®n: Mar¨ªa Teresa Gallego Urrutia y Amaya Garc¨ªa Gallego
Editorial: Lumen. 2020
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