Otro julio con Rufus Wainwright, uno de los nuestros
El descomunal cantautor, principal estrella internacional en Noches del Bot¨¢nico, dedica su himno ¡®Gay Messiah¡¯ a Samuel Luiz
Un mes de julio en Madrid ya no es lo mismo sin Rufus Wainwright. El de 2020 no lo fue; y no solo por ese motivo, pero tambi¨¦n. La malograda edici¨®n de las Noches del Bot¨¢nico del a?o pasado salt¨® por los aires como las agendas de cualquier terr¨ªcola sin vocaci¨®n de eremita, pero, puestos a rescatar a alguna figura internacional para este curso, nadie mejor que el canadiense neoyorquino. Y as¨ª fue que recuperamos nuestro particular ritual: al autor de The art teacher se le ve tan suelto y familiarizado con la capital que deber¨ªamos ir buscando plaza para bautizarla con su nombre. Pero en vida, claro, que a sus 47 a?azos queremos exprimirle todav¨ªa un buen pu?ado de discos m¨¢s.
Esto iba a ser otra cosa, claro. Deber¨ªa haber coincidido con el lanzamiento de Unfollow the rules, hace justo ahora un a?o; un disco adorable sobre amor sereno, hermoso y libre que, adem¨¢s, pon¨ªa fin a un prolongado periodo de dieta severa. Pero pas¨® lo que pas¨®, y bastante es que Rufus sea ya uno de los nuestros como para pretender que, adem¨¢s, se nos presentase con banda. ¡°Ya s¨¦ que no es lo mismo, aunque yo no est¨¦ mal del todo¡±, se carcajea ¨¦l antes de que nosotros hayamos terminado de procesar el disgusto. Madurar tiene un mont¨®n de cosas buenas: evolucionar del divismo a la sorna y la autoparodia, por ejemplo.
No, Rufus McGarrigle Wainwright no est¨¢ nada mal, incluso en la soledad cruda y severa de estas ocasiones. La desnudez y la parquedad se compensan sobradamente porque ¨¦l nos canta con esa voz may¨²scula, portentosa, que le han regalado o el mism¨ªsimo Dios o sus se?ores padres, Loudon Wainwright III y Kate McGarrigle, genuinas deidades paganas. Es la suya una voz sobrecogedora, no ya instalada en una vibraci¨®n sobrenatural, sino capaz en apariencia de emitir arm¨®nicos como un maldito Stradivarius. La hemos escuchado muchos otros julios, ya dec¨ªamos, y en meses de fr¨ªo tambi¨¦n, y no hay manera de cre¨¦rselo. Solo de considerarnos afortunados por haber coincidido en tiempo y lugar con esta criatura durante nuestras respectivas estancias en la Tierra.
Privado de su banda, Wainwright no quiso concederle excesivo protagonismo al repertorio del ¨²ltimo ¨¢lbum, aunque exprimi¨® las posibilidades expresivas de Early morning madness, cr¨®nica visceral de resacas ingratas, y se regode¨® con la ext¨¢tica Only the people I love: casi una oraci¨®n, lenta y cadenciosa, que propiciaba alg¨²n que otro am¨¦n en forma de grito entusiasta entre la parroquia. Pero qued¨® m¨¢s tiempo, en suma, para grandes ¨¦xitos y alguna curiosidad. Entre los primeros, el ineludible Gay Messiah, may¨²sculo himno de orgullo en caja alta o baja, dedicado esta vez expresamente a Samuel Luiz, el chaval asesinado a golpes en A Coru?a. Nosotros, que nos cre¨ªamos ya curados de espanto. Y qu¨¦ va.
Es entra?able corroborar la distancia sideral que sigue existiendo entre el Rufus pianista y el guitarrista; exquisito el primero, desastrado el segundo. Al piano, nadie como Wainwright para glorificar el amor en cualquier grado de filiaci¨®n: desde su hija Viva, destinataria de My little you, a ese Vibrate que es el amor sublimado: lo m¨¢s grande que puede cantar alguien que se haya fijado en ti (incluso aunque mencione a Britney Spears). A la guitarra, no importa que se trastabille alg¨²n acorde en Out of the game; a cambio, recupera la sensacional y visceral Go or go ahead, que llev¨¢bamos un siglo sin escucharle.
La dedicatoria a Samuel ti?¨® de gravedad y trascendencia el ¨²ltimo tramo, durante el que tampoco es frecuente que emerja Zebulon, canci¨®n compungida, extra?¨ªsima y condenadamente hermosa, m¨¢s abundante casi en silencios que en melod¨ªa, y seguida por los 1.800 espectadores con reverencia sepulcral. Regresar¨¢ Rufus el pr¨®ximo verano (en julio, evidentemente), para presentar su ¨®pera Hadrian en el Teatro Real, y entonces recuperar¨¢ ya toda el aura de grandeza casi imperial que merece. Mientras tanto, es maravillosa esa sensaci¨®n de familiaridad que se ha ido forjando con ¨¦l; con independencia de que marche de cabeza al hotel o haga escala en el Tony 2, ese bar inclasificable de piano karaoke, Rufus ya es para siempre uno de los nuestros.
Babelia
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