As¨ª secuestr¨® el imperialismo japon¨¦s la flor de cerezo como s¨ªmbolo de los kamikazes
Naoko Abe relata en ¡®El hombre que salv¨® a los cerezos¡¯ la relaci¨®n de Jap¨®n un ¨¢rbol emblem¨¢tico, pero tambi¨¦n la historia del jardinero ingl¨¦s que rescat¨® a muchas especies de la extinci¨®n
Desde tiempos inmemoriales, los cerezos hab¨ªan ayudado a los campesinos japoneses a identificar el momento en el que se acercaba el fin de invierno. Durante siglos, estos ¨¢rboles fueron venerados en este pa¨ªs y su floraci¨®n, la sakura, se convirti¨® en un poderoso s¨ªmbolo de alegr¨ªa y paz, pero tambi¨¦n de la brevedad de la existencia. El hanami, la contemplaci¨®n de la floraci¨®n, se mantiene como una de las tradiciones m¨¢s importantes del calendario japon¨¦s. Sin embargo, en los a?os treinta, con el auge del imperialismo todo cambi¨®. ¡°En poco m¨¢s de una generaci¨®n¡±, escribe Naoko Abe en El hombre que salv¨® a los cerezos (Anagrama), ¡°los l¨ªderes japoneses hab¨ªan transformado secreta e imperceptiblemente las flores de cerezo ¡ªque llevaban siendo un s¨ªmbolo de paz m¨¢s de dos mil a?os¡ª en flores de destrucci¨®n¡±.
El secuestro de las flores del cerezo por la ideolog¨ªa imperial japonesa, hasta convertirlas en s¨ªmbolo de los kamikazes, los pilotos suicidas que se lanzaban contra los barcos estadounidenses, es una de las muchas historias que cuenta la periodista japonesa afincada en Londres Naoko Abe, de 63 a?os, en su libro El hombre que salv¨® a los cerezos (Anagrama, traducci¨®n de Juan Manuel Salmer¨®n Arjona). El t¨ªtulo hace referencia al protagonista del relato, Collingwood Ingram, un ingl¨¦s obsesionado por los cerezos silvestres de Jap¨®n que, en su jard¨ªn de Kent, lleg¨® a preservar especies que hab¨ªan desaparecido en su pa¨ªs de origen. Pero su relato va m¨¢s all¨¢ de la bot¨¢nica para convertirse tambi¨¦n en una reflexi¨®n sobre una de las ¨¦pocas m¨¢s negras de la historia de este pa¨ªs y sobre la reconstrucci¨®n de la memoria en la posguerra.
¡°Las flores de cerezo est¨¢n profundamente arraigadas en la mente de los japoneses¡±, explica Naoko Abe en una entrevista por v¨ªdeoconferencia desde Londres. ¡°Es algo muy emocional y hermoso. La gente ama las flores. Y las flores tienen muchos significados: son un s¨ªmbolo de la belleza, del amor, de la paz, pero tambi¨¦n tuvieron otras lecturas. El simbolismo puede ir desde lo positivo a lo negativo. Y eso fue lo que ocurri¨® durante la guerra: se transform¨® completamente sin que nadie se diese realmente cuenta por las circunstancias de entonces. Por eso creo que era importante mostrar c¨®mo ocurri¨®, porque es una transformaci¨®n que no se ha estudiado mucho¡±.
El libro reproduce un art¨ªculo de 1942, cuando Estados Unidos acababa de lanzar el primer ataque a¨¦reo contra Jap¨®n, escrito por el encargado de parques de Tokio que muestra perfectamente la metamorfosis definitiva de la flor de cerezo en s¨ªmbolo de la violencia y del militarismo. ¡°En la base de las victorias del Ej¨¦rcito imperial¡±, reza el texto, ¡°hay una inmensa reserva de ese esp¨ªritu inmemorial que representa la flor del cerezo. Con ese esp¨ªritu anhelan nuestros soldados morir valerosamente por nuestro emperador¡±.
Abe cree que esa etapa de la historia de Jap¨®n ha sido completamente superada, pero que una parte de la ideolog¨ªa sigue ah¨ª. ¡°Todav¨ªa hay gente que glorifica la idea de que los j¨®venes deben dedicar sus vidas a su pa¨ªs. Otra cosa es que no lo hagan de forma p¨²blica y oficial. Aunque, afortunadamente, lo contemplan con bastante distancia. La mayor¨ªa prefiere la paz a la guerra y son conscientes de lo que ocurri¨® en el pasado¡±.
A trav¨¦s de los cerezos, Naoko Abe narra la historia de Jap¨®n, un pa¨ªs que durante tres siglos estuvo totalmente cerrado al exterior hasta la restauraci¨®n Meiji de mediados del siglo XIX, as¨ª como la de su propia familia, que vivi¨® la ¨¦poca de los cerezos imperiales. Como si fuese un ¨¢rbol, es un libro del que surgen muchas ramas. Una de ellas es la historia de Collingwood Ingram. ¡°Cuando vine a vivir a Inglaterra entr¨¦ en contacto con jardineros y horticultores y r¨¢pidamente descubr¨ª la historia de ese hombre que, al principio del siglo XX, se enamor¨® de los cerezos ornamentales japoneses y los introdujo en Inglaterra¡±, explica Abe. ¡°Eso me despert¨® mucha curiosidad y quise investigar qu¨¦ tipo de persona era. Para ¨¦l, como darwinista, la diversidad era esencial. Y cuando viaja a Jap¨®n en 1926 se da cuenta de que muchas especies est¨¢n desapareciendo y advierte de los peligros de la p¨¦rdida de biodiversidad¡±.
De todas las historias de aquel viaje de Ingram a Jap¨®n en 1926 la m¨¢s extraordinaria tiene que ver con la variedad taihaku o akatsuki. El bot¨¢nico ingl¨¦s estaba visitando a Seisaku Funatsu, cerca del r¨ªo Arakawa. Se trataba de uno de los mayores expertos en estos ¨¢rboles del pa¨ªs y, escribe Abe, tras ense?arle una serie de acuarelas de flores de cerezos, le mostr¨® una especialmente bella. ¡°Este cerezo lo pint¨® mi tatarabuelo hace 130 a?os. Sol¨ªamos verlos cerca de Kioto, pero parece que se han extinguido. Ya no los encuentro por ninguna parte¡±, le explic¨® con nostalgia el sabio Funatsu a Ingram. Y este respondi¨®: ¡°?Ese cerezo crece en mi jard¨ªn de Kent!¡±. Cuando logr¨® hibridarlo tras encontrarlo en el jard¨ªn de una amiga, lo bautiz¨® como taihaku, ¡°gran cerezo blanco¡±, aunque descubri¨® durante aquella visita que el nombre en japon¨¦s era akatsuki.
Tard¨® casi cinco a?os en lograr que unos esquejes llegasen vivos a Jap¨®n (era un viaje largu¨ªsimo): lo consigui¨® gracias a que los mand¨® por el Transiberiano utilizando patatas cortadas para que sacasen el agua suficiente. Fue el principio de algo mucho m¨¢s importante: durante la Segunda Guerra Mundial casi todas las grandes ciudades japonesas fueron destruidas y, con ellas, los cerezos que formaban parte del paisaje urbano desde hac¨ªa siglos. En cambio, los cerezos que Ingram conservaba en su jard¨ªn de La Grange hab¨ªan sobrevivido al conflicto y sus 129 especies pod¨ªan multiplicarse por todo el mundo. De hecho, desde el National Mall de Washington hasta varios jardines reales albergan cerezos que existen gracias a la obsesi¨®n de aquel jardinero ingl¨¦s.
Antes de coleccionista de cerezos, Ingram fue observador de p¨¢jaros y se dio cuenta de que, cada a?o que pasaba (y muri¨® a los 101, en 1981, tuvo mucho tiempo para contemplar la naturaleza), menos especies anidaban en su jard¨ªn de La Grange, en el sur de Inglaterra. Sinti¨®, y le preocupaba mucho, que algo estaba ocurriendo en la naturaleza. Este a?o en Jap¨®n se ha producido la sakura m¨¢s temprana en 1.200 a?os (desde el a?o 812 existen documentos que se?alan la fecha). El adelanto de la floraci¨®n de los cerezos es un signo m¨¢s de la crisis clim¨¢tica que padece el planeta. ¡°Es sin duda un indicio del calentamiento global¡±, explica Abe. ¡°Para florecer, los cerezos necesitan que haga fr¨ªo por lo menos durante un mes. Para despertar necesitan haber pasado un invierno con temperaturas inferiores a cero. A largo plazo, si el calentamiento sigue avanzando, habr¨¢ un momento en que las flores de cerezo desaparezcan. Es un efecto a muy largo plazo: los cerezos florecer¨¢n cada vez m¨¢s tarde y es posible que un d¨ªa dejen de florecer del todo¡±. Habr¨¢n sobrevivido a ser un s¨ªmbolo de la barbarie imperial y de la muerte; pero no a la crisis clim¨¢tica que padece el planeta.
Babelia
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