Javier Perianes, amor y muerte desde el coraz¨®n de la Alhambra
El pianista andaluz ofrece un recital exquisito y conmovedor en el Patio de los Arrayanes
El recital de Javier Perianes (Nerva, 42 a?os), anoche en el Patio de los Arrayanes de la Alhambra, fue un soplo de aire fresco. Lo fue por las condiciones clim¨¢ticas ideales en que se desarroll¨®, con una ligera brisa que hizo olvidar la calurosa noche del d¨ªa anterior. Por el entorno incomparable del piano adornado por los destellos acu¨¢ticos de la alberca y el p¨²blico ubicado al abrigo de los dos macizos de arrayanes. Pero especialmente por la concepci¨®n tem¨¢tica de un programa, de 90 minutos sin descanso, que gir¨® en torno al amor y la muerte, y que se elev¨® admirablemente entre los dedos del pianista.
Era la segunda de las tres actuaciones de Perianes en la presente edici¨®n del Festival de Granada, donde es artista residente. En su primera aparici¨®n, que tuvo lugar el pasado 22 de junio, actu¨® como solista en el Concierto para piano de Grieg, y recibi¨® la Medalla de Honor por su ¡°compromiso con el festival y la difusi¨®n de la m¨²sica espa?ola¡±. La tercera actuaci¨®n tendr¨¢ lugar esta noche, en el Patio de los M¨¢rmoles del Hospital Real, en que tocar¨¢e el quinteto con piano de Schumann junto al Cuarteto Quiroga.
Es bien sabido que el recital pian¨ªstico, tal como lo concibi¨® Liszt all¨¢ por 1840, a partir de los mon¨®logos teatrales y los recitales de poes¨ªa, reproduce una y otra vez un formato bastante predecible. El inter¨¦s se concentra en el virtuosismo y la musicalidad del protagonista, pues el repertorio suele ser bastante similar. Es verdad que en los ¨²ltimos a?os se han realizado experimentos interesantes que a?aden elementos po¨¦ticos, pl¨¢sticos y escenogr¨¢ficos, pero en la concepci¨®n del programa reside parte del ¨¦xito de un buen recital. Y el itinerario de escucha que propuso anoche Perianes lo demostr¨®.
Su t¨ªtulo, El amor y la muerte, procede de uno de los caprichos de Goya, que inspir¨® a Enrique Granados, entre 1909 y 1911, el pen¨²ltimo movimiento de la suite pian¨ªstica Goyescas. Pero tambi¨¦n se convirti¨® en la escena final de su ¨®pera hom¨®nima, donde Rosario sostiene a Fernando herido mortalmente tras su duelo con Paquiro. En torno a Granados, Perianes teji¨® una red de relaciones que conecta a Beethoven con Wagner pasando por Chopin y Liszt.
La primera parada en el programa fue la Sonata n? 12 en la bemol mayor opus 26, de Beethoven, cuyo tercer movimiento lleva la indicaci¨®n en italiano Marcha f¨²nebre a la muerte de un h¨¦roe. Aqu¨ª no parece que se aluda a ning¨²n personaje concreto sino a la desolaci¨®n del compositor. Beethoven estaba inmerso, en 1801, en una tormentosa relaci¨®n con Giulietta Guicciardi, pero tambi¨¦n en un proceso de reconsideraci¨®n de sus sonatas pian¨ªsticas. Ello le llev¨® a concebir una estructura poco convencional que arranca con un tema con variaciones y desemboca en un desenfadado rond¨®, tras un scherzo y la referida marcha f¨²nebre. Perianes ya grab¨® esta sonata, en 2011 para Harmonia Mundi, pero su lectura suena ahora mucho m¨¢s madura y cohesionada. Y no solo por la forma de individualizar cada variaci¨®n (verdaderas metamorfosis en sus manos), sino por el cariz sinf¨®nico que a?ade a la marcha f¨²nebre. Un movimiento que despu¨¦s Beethoven orquest¨®, dentro de la m¨²sica incidental para Leonore Prohaska, e incluso acompa?¨® su f¨¦retro, en marzo de 1827, por las calles de Viena.
Esta sonata de Beethoven fue la preferida de Fr¨¦d¨¦ric Chopin y le sirvi¨® como modelo para su Sonata n? 2 en si bemol menor opus 35. El compositor polaco parti¨® de su famosa marcha f¨²nebre, que hab¨ªa escrito en 1837, y ubic¨® dos a?os m¨¢s tarde como tercer movimiento de la obra. Perianes acaba de publicar su grabaci¨®n de esta sonata, tambi¨¦n en Harmonia Mundi, pero la versi¨®n escuchada anoche en el Patio de los Arrayanes fue superior. Nuevamente, el pianista hace bascular su interpretaci¨®n hacia la marcha f¨²nebre, a la que llegamos tras un Grave-Agitato, trazado con un imponente desarrollo, y un Scherzo ardiente, donde par¨® el tiempo en el tr¨ªo Pi¨´ lento. Fue un adelanto de lo que nos esperaba en la marcha f¨²nebre. No me refiero tanto al ritmo inquietante que abre ese movimiento, que es el prototipo sonoro de lo funerario, como al aria belcantista del tr¨ªo central, en re bemol mayor, donde Chopin parece emular la voz de Rubini, el gran tenor de su tiempo. Perianes lo transform¨® en algo vol¨¢til e inefable que fue lo mejor de la noche. El Presto final, con esos furiosos tresillos en octavas que barren el teclado, casi funcion¨® como una conexi¨®n con el resto del programa.
La balada El amor y la muerte, de Granados, se ubic¨® en el centro de las cinco composiciones, tras las dos sonatas, de Beethoven y Chopin, y antes de las dos piezas finales, de Liszt y Wagner. Perianes subray¨® el trazado dram¨¢tico de la balada, que representa el tr¨¢nsito de la vida a la muerte de un hombre en brazos de su amada. Y especialmente en la p¨¢gina final, con esa indicaci¨®n de ¡°felicidad en el dolor¡± que precede a ¡°la muerte del majo¡±, junto a las t¨¦tricas campanas que cierran la obra. Sigui¨® Fun¨¦railles, de Franz Liszt, incluido dentro de su colecci¨®n de Armon¨ªas po¨¦ticas y religiosas. Una composici¨®n, de octubre de 1849, el mismo mes y a?o en que falleci¨® Chopin, pero donde lo f¨²nebre adquiere perfil oficial al homenajear a las v¨ªctimas de la revoluci¨®n que hab¨ªa desgarrado Hungr¨ªa el a?o anterior. De hecho, hoy se piensa que Chopin escribi¨® con una finalidad similar su marcha f¨²nebre, en este caso para conmemorar el Levantamiento de Noviembre de 1830 en su Polonia natal. Las conexiones de este programa son infinitas. Sea como fuere, Perianes, que no suele frecuentar la m¨²sica de Liszt, revel¨® su v¨ªnculo natural con estos pentagramas. Encontr¨® tensi¨®n y bravura, pero tambi¨¦n un lirismo ideal, que subray¨® en el Pi¨´ lento casi al final.
El programa se cerr¨® con el arreglo de Liszt de La muerte de amor de Isolda, de 1867, el famoso final de la ¨®pera Trist¨¢n e Isolda de Wagner. Y escuchamos una versi¨®n exquisita, en el manejo de los planos sonoros y del rubato, aunque sin perder la voluntad sinf¨®nica. Al final, todo qued¨® arm¨®nicamente resuelto. No obstante, Perianes a?adi¨® dos propinas a su recital. La primera fue el Nocturno en do sostenido menor opus p¨®stumo que Chopin compuso, en 1830, y que se public¨® cuarenta a?os despu¨¦s. Una pieza bien conocida por pel¨ªculas como El pianista, de Roman Polanski, y donde Perianes despleg¨® su habitual magia expresiva.
Pero, para concluir, se reserv¨® un sorprendente colof¨®n. Y escuchamos la cuarta y ¨²ltima pieza que Liszt escribi¨® en relaci¨®n con la muerte de Wagner, tras las dos versiones de La l¨²gubre g¨®ndola y RW - Venecia. Me refiero a En la tumba de Richard Wagner, una breve composici¨®n de unos tres minutos para el 70? cumplea?os que Wagner no vivi¨® para cumplir. En ella, Liszt cita el tema Excelsior de su cantata Las campanas de la catedral de Estrasburgo, que Wagner hab¨ªa utilizado en el inicio de su ¨®pera Parsifal, pero le devuelve el cumplido al incluir, a continuaci¨®n, el tema de las campanas de esa ¨®pera. Casi como si fuera algo previsto, el inicio de la obra coincidi¨®, en el Patio de los Arrayanes, con las doce campanadas de medianoche. Y esa reiteraci¨®n del referido tema wagneriano, en manos de Liszt, a?adi¨® un matiz casi m¨ªstico al final de la velada: un do sostenido que se prolong¨® y qued¨® suspendido en el aire, como anhelando un m¨¢s all¨¢.
Babelia
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