Una estrella que no ciega, un actor de reparto que deslumbra
No experimento ninguna sensaci¨®n especial ante la lamentable muerte de Jean-Paul Belmondo, pero s¨ª me emocionaba el talento del tambi¨¦n fallecido Michael K. Williams
No experimento ninguna sensaci¨®n especial ante la lamentable muerte de Jean-Paul Belmondo. Nunca me ha dado por revisar sus pel¨ªculas, ni recuerdo que me marcaran especialmente sus interpretaciones. Simplemente, se me hab¨ªa borrado de la memoria. Pero informan de que el luto por su desaparici¨®n y el apasionado homenaje a su historia cinematogr¨¢fica son colectivos en Francia, que todo el p¨²blico de este pa¨ªs amaba su arte y su personalidad. Reconozco que desprend¨ªa cierta simpat¨ªa, que imprim¨ªa un toque canalla a su inequ¨ªvoca apariencia de joven de familia bien, que se mov¨ªa con desparpajo en el cine de aventuras, el policiaco y en la pretendida autor¨ªa de la Nouvelle vague, tambi¨¦n que sus exuberantes morros como los de Mick Jagger ten¨ªan poder para alborotar la libido del g¨¦nero femenino.
Pero se me escapan las incontestables razones de su estrellato absoluto en Francia. Les queda Alain Delon, ese antiguo bellez¨®n que a m¨ª solo me resulta enigm¨¢tico y magn¨¦tico en el cine de Jean-Pierre Melville. Y el cada vez m¨¢s gordo, pasado y previsible Depardieu, y la elegante y sofisticada madame Deneuve. Y esa tan excelente como antip¨¢tica llamada Isabelle Huppert. Los int¨¦rpretes franceses que m¨¢s he admirado desaparecieron hace tiempo. Eran Simone Signoret, Jean Gabin, Philippe Noiret, Romy Schneider, gente que permanecer¨¢ eternamente en mi retina y en mi o¨ªdo. Sin embargo, las ¨²nicas im¨¢genes que sobreviven en m¨ª de Belmondo son la de aquel existencialista kamikaze que persegu¨ªa loco de amor a la preciosa Jean Seberg por los Campos El¨ªseos en Al final de la escapada, la ¨²nica pel¨ªcula que soporto del insoportable Godard y la de aquel rom¨¢ntico (?o masoquista?) indesmayablemente colgado de su mujer, sabiendo que ella le enga?¨® y que le sigue envenenando. Ocurr¨ªa en La sirena del Misisipi, que dirigi¨® Truffaut.
Me ocurre todo lo contrario que con Belmondo ante la muerte de un actor de reparto (habr¨ªa que desterrar esa etiqueta y hablar solo de grandes interpretaciones, largas o cortas) llamado Michael K. Williams. Es uno de los muchos e inolvidables actores y actrices que habitan la serie de televisi¨®n m¨¢s inteligente, compleja, honda y fascinante que he visto nunca. Se titula The Wire y habla de muchas cosas trascendentes o ¨ªntimas con un lenguaje incomparable. Del monstruoso tr¨¢fico de drogas en la ciudad de Baltimore, de los agonizantes sindicatos portuarios y su complicidad con la gran mafia para intentar sobrevivir, de los yonquis m¨¢s tirados, del transparente o subterr¨¢neo fango que inunda la pol¨ªtica, la abogac¨ªa, la polic¨ªa, y el periodismo, de la educaci¨®n de los ni?os negros provenientes del gueto o del desamparo absoluto, de profesionales de la ley y gente honesta intentando en vano frenar al invencible mal, de la iniciaci¨®n de los capos de la hero¨ªna en el universo de la alta econom¨ªa y de la construcci¨®n inmobiliaria, de una batalla tan permanente y feroz como perdida. Todo est¨¢ inmejorablemente descrito y narrado en The Wire.
Y, por supuesto, cada espectador de esta serie tiene su personaje favorito. Hay muchos y memorables donde elegir. Y no es tarea f¨¢cil. El que m¨¢s me enamora y me conmueve a m¨ª se llama Omar Little. Lleva su homosexualidad con naturalidad y arrogancia en el mundo m¨¢s machista. Es el atracador m¨¢s viril, osado, listo, valiente, chulo y legendario de Baltimore. Funciona a su aire, lejos de clanes, roba la droga a los jefes del gran mercado, mantiene intransferibles c¨®digos de conducta, el pueblo le quiere y los poderosos le temen. Es un Robin Hood urbano en el universo m¨¢s peligroso. Desaf¨ªa con sorna y atrevimiento a los monarcas del crimen, al poder. Solo ataca a los fuertes, otorga un valor inmenso a su ancestral amistad con un anciano ciego, es amoroso y tierno con sus novios, su palabra es sagrada, es un t¨ªo de ley, es pura calle. Y afronta un permanente duelo a muerte que nunca podr¨¢ ganar. Se lo cargar¨¢n. Lo hace un ni?o ambicioso para buscarse su improbable lugar en el sol. Pero antes, todos los cr¨ªos desarrapados de Baltimore pronuncian con devoci¨®n su nombre cada vez que sale para ajustar cuentas o dar un palo. Gritan embelesados: ¡°Es Omar, ha llegado Omar con su escopeta¡±.
A este le¨®n solitario, a este outsider m¨ªtico, le pon¨ªa rostro, gestualidad, movimientos y voz el admirable Michael K. Williams. Le dotaba de encanto, fiereza, sutileza y credibilidad. Te hac¨ªa comprender y querer a su personaje. Y me pongo muy triste con su desaparici¨®n. Me ha regalado momentos inolvidables. Tambi¨¦n era convincente, el¨¦ctrico y daba mucho miedo interpretando al jefe de la comunidad negra de Atlantic City, a un tipo dur¨ªsimo destruido por un amor en otra serie magn¨ªfica titulada Boardwalk Empire. Ya no le veremos m¨¢s. Su Omar Little, como Tony Soprano, es un personaje inmortal. Siempre tendr¨¢n ambos un lugar privilegiado entre mis mejores recuerdos cin¨¦filos.
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