Bernard Haitink se marcha sin hacer ruido
El gran director de orquesta holand¨¦s, con una de las carreras m¨¢s ¨ªntegras y coherentes de su tiempo, muere en su casa de Londres a los 92 a?os
La imagen no pod¨ªa ser m¨¢s reveladora. Despu¨¦s de concluido el ¨²ltimo concierto que dirigi¨® en su vida, al frente de la Filarm¨®nica de Viena en el Festival de Lucerna, el 6 de septiembre de 2019, Bernard Haitink estaba sentado, solo, en una silla, con los ojos cerrados, la cabeza levemente ladeada hacia la derecha, un bast¨®n apoyado sobre su muslo y la mano derecha sosteniendo una copa de vino blanco que parec¨ªa a punto de caer al suelo en cualquier momento. Resulta f¨¢cil imaginar que la hab¨ªa cogido poco antes, m¨¢s por deferencia hacia quien se la hubiera ofrecido que por ganas de beber realmente su contenido. Su mujer, Patricia, hab¨ªa debido de cambiarle poco antes la parte superior del frac por una m¨¢s c¨®moda y sencilla chaqueta gris, pero el director segu¨ªa llevando la camisa y la pajarita blancas. Agotado y fr¨¢gil, su visi¨®n suscitaba ternura. Ten¨ªa entonces 90 a?os y meses antes, tras una ca¨ªda en un concierto en su ?msterdam natal, hab¨ªa tomado la dolorosa decisi¨®n de poner fin a una carrera que se hab¨ªa prolongado durante m¨¢s de seis d¨¦cadas. Aquella interpretaci¨®n de la S¨¦ptima Sinfon¨ªa de Bruckner, impregnada de sabidur¨ªa y emoci¨®n a partes iguales, fue su canto del cisne.
Su carrera alcanz¨® relevancia internacional cuando ascendi¨® a la titularidad de la Real Orquesta del Concertgebouw, tan amiga como ¨¦l mismo de las relaciones art¨ªsticas largas. Durante m¨¢s de un cuarto de siglo ofrecieron juntos centenares de conciertos y grabaron un repertorio inmenso para el sello Philips, aunque son especialmente recordadas sus grabaciones de las sinfon¨ªas de Bruckner y Mahler, perpetuando as¨ª una tradici¨®n heredada de Willem Mengelberg y Eduard van Beinum. En una entrevista concedida en exclusiva a EL PA?S en 2017, en el marco de una de sus numerosas visitas a nuestro pa¨ªs de la mano de Iberm¨²sica y Alfonso Aij¨®n, defin¨ªa en t¨¦rminos pict¨®ricos los logros de sus dos grandes antecesores en el hist¨®rico podio del Concertgebouw: ¡°Con Mengelberg, la orquesta ten¨ªa ese tono oscuro de Rembrandt, y Van Beinum le devolvi¨® la luz de Vermeer¡±.
M¨¢s tarde llegar¨ªa una nueva vinculaci¨®n estable, en este caso con la Filarm¨®nica de Londres y, de resultas de ello, con el Festival de Glyndebourne, donde hab¨ªa arrancado a?os atr¨¢s una fecunda, y por momentos dolorosa, dedicaci¨®n a la ¨®pera. Sus s¨®lidas actuaciones en el foso y su familiaridad con el gran repertorio, de Mozart a Richard Strauss, de Beethoven a Britten, le llevaron tambi¨¦n a tomar el tim¨®n musical de la Royal Opera House de Londres, donde puso orden y concierto en unos a?os convulsos. Su repertorio orquestal era virtualmente inagotable y sent¨® c¨¢tedra en compositores tan diferentes como Mozart, Schubert, Brahms, Wagner, Chaikovski y Shostak¨®vich, adem¨¢s, por supuesto, de sus adorados Bruckner y Mahler, cuya moderna resurrecci¨®n contribuy¨® decisivamente a impulsar.
En la ¨²ltima etapa de su carrera estrech¨® tambi¨¦n lazos con la Sinf¨®nica de Londres, que lo veneraba, y en Estados Unidos disfrutaron tambi¨¦n regularmente de su buen hacer la Sinf¨®nica de Boston y la Sinf¨®nica de Chicago. Descartados ya por su edad los puestos de responsabilidad y su inevitable componente burocr¨¢tico aparejado, Haitink frecuent¨® en los ¨²ltimos a?os solo las mejores orquestas (Filarm¨®nicas de Viena y Berl¨ªn incluidas, que ya han llorado su p¨¦rdida, como todas las instituciones musicales con que colabor¨® asiduamente) y la ense?anza a j¨®venes directores, sobre todo en Lucerna. Aunque este es un oficio en el que ¨¦l sab¨ªa perfectamente que existen pocas certezas: ¡°En la vida diaria, me siento asaltado por las dudas¡±, confes¨® en la larga conversaci¨®n que mantuvo con Hans Haffmans al final de su vida en su casa del sur de Francia y que se plasm¨® en un documental, donde vemos con claridad que Haitink no ten¨ªa dobleces, que su modestia y su bonhom¨ªa eran sinceras, que su actitud sobre el podio era exactamente la misma que fuera de ¨¦l.
Fue en la ciudad suiza donde, hace dos a?os, decidi¨® poner fin a su carrera y donde se present¨® un libro de conversaciones con el director holand¨¦s firmado por Peter Hagmann y Erich Singer. Haitink asisti¨® a gran parte del acto mezclado an¨®nimamente con el resto del p¨²blico y fielmente cuidado y protegido por la que fue estos ¨²ltimos a?os, al cuarto intento, su compa?era definitiva de vida, Patricia Bloomfield, una antigua violista de la Orquesta de la Royal Opera House. Fue a ella a quien me dirig¨ª hace un par de a?os para solicitarle un peque?o texto de su marido sobre Beethoven, destinado a formar parte del cat¨¢logo de la magna exposici¨®n sobre el compositor alem¨¢n que se inaugur¨® en diciembre de 2019 en la Bundeskunsthalle de Bonn. No est¨¢ de m¨¢s recordar ahora su contenido, que pocos conocer¨¢n: ¡°Beethoven es, para m¨ª, el portador del Gran Consuelo. Cuando dirijo o escucho las sinfon¨ªas, me resultan, por supuesto, tonificantes, la expresi¨®n del poder del esp¨ªritu humano. A excepci¨®n de la Sexta, quiz¨¢ la que m¨¢s amo, que es la m¨¢s grande evocaci¨®n de lo que siente el hombre en el seno de la naturaleza. Pero, para mi propio consuelo, escucho las sonatas para piano y la m¨²sica de c¨¢mara, especialmente los cuartetos y sonatas de ¨²ltima ¨¦poca, porque siento como si Beethoven estuviera observando directamente el interior de mi alma. Y entonces ya no me siento tan solo¡±.
En el mensaje en que me adjuntaba este texto, Patricia escribi¨®: ¡°Muy bien, aqu¨ª lo tiene. Breve, pero es su voz¡±. La misma que acaba de apagarse definitivamente en su domicilio londinense de Holland Park. Bernard Haitink, el Holand¨¦s Errante de la direcci¨®n de orquesta, se ha ido discretamente, sin hacer ruido, como hizo siempre en vida.
Babelia
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