Comienzo de partida: nueva entrega de las cr¨®nicas de Emmanuel Carr¨¨re desde el juicio por los atentados de Par¨ªs
Esta semana, la ¡°personalidad¡± de los acusados
Cap¨ªtulo 11
1. ¡°?No estamos aqu¨ª un poco en los hechos?¡±
Se dice ¡°juicio de los atentados¡±, ¡°juicio del terrorismo¡±, pero estas expresiones no significan nada: un juicio es el de los acusados y ya est¨¢, nos entendemos. Durante cinco semanas hemos escuchado los relatos atroces y desgarradores de unas 250 v¨ªctimas, y a veces mir¨¢bamos hacia el banquillo para preguntarnos qu¨¦ pod¨ªan sentir esos catorce hombres en ch¨¢ndal que detr¨¢s del reflejo del cristal se miraban las zapatillas deportivas, a la espera de que esto pase, me imagino. Despu¨¦s les ha tocado el turno, durante una semana. Es poco tiempo, pero solo se trata de los interrogatorios llamados ¡°de personalidad¡±. ¡°Los hechos¡± los veremos en enero, y tambi¨¦n la religi¨®n, considerada el primer paso hacia los hechos. La prohibici¨®n de abordar la religi¨®n y los hechos est¨¢ justificada en esta fase por la arquitectura del juicio, que aun as¨ª nos induce a pensar en la historia del tipo que empieza un psicoan¨¢lisis diciendo: ¡°Estoy dispuesto a hablar de todo, salvo de mi vida privada¡±.
Al final de una audiencia todo el mundo ha interiorizado su arbitrariedad y sus efectos, en ocasiones c¨®micos. Si se habla de la afici¨®n de un acusado a los viajes, est¨¢ permitido decir que ha estado en Espa?a o en Inglaterra, pero no en Egipto: estar¨ªa cerca de Siria y por ende de los hechos. Otro acusado, inc¨®modo por una pregunta de los fiscales, puede responder: ¡°?No estamos aqu¨ª un poco en los hechos?¡±. Risas en la sala, sonrisa indulgente del presidente, el fiscal se bate en retirada: bravo. As¨ª que se habla del antes (infancia, hermanos y hermanas, estudios, amores, oficios eventuales...), del despu¨¦s (detenci¨®n), y al menos en el cap¨ªtulo de los antecedentes los acusados producen la impresi¨®n de buenos chicos un poco extraviados, moderadamente religiosos (aunque estemos al borde los hechos, es lo que sus abogados intentan establecer continuamente), inmoderadamente entregados a la droga (o al costo, matiz que el presidente domina cada vez mejor), que entran y salen de la c¨¢rcel al ritmo tranquilizador de la peque?a delincuencia. ¡°No hemos salido del vientre de nuestra madre con kalashnikovs¡±, ha dicho Mohamed Abrini. E incluso Salah Abdeslam que, estrella del juicio, ha punteado los primeros d¨ªas de r¨¦plicas, digamos intempestivas, con aire de encontrarse en una de esas entrevistas de empleo en las que se intenta minimizar peque?os problemas de juventud con la polic¨ªa: educado, sonriendo justo lo que conviene, y cada quien le agradece que respete las reglas aun cuando no haya nada que ganar ni que perder.
2. Malhechores terroristas, malhechores a secas
Como los autores de la matanza est¨¢n todos muertos, los acusados solo son, por definici¨®n, c¨®mplices, pero sus grados de complicidad son muy distintos. En lo m¨¢s alto de la cadena est¨¢ Salah Abdeslam, que formaba parte del comando, que tendr¨ªa que haberse explosionado como su hermano Brahim y que lo ¨²nico que podr¨¢ decir sobre el porqu¨¦ se abstuvo es porque su cintur¨®n era defectuoso o porque tuvo miedo o porque en el ¨²ltimo minuto pens¨® que lo que se dispon¨ªa a hacer no estaba bien. Si se estableciera este tard¨ªo escr¨²pulo moral podr¨ªa obrar en su favor, pero no impedir¨¢ que pase en la c¨¢rcel, sino el resto de su vida, largos, muy largos a?os. En lo m¨¢s bajo de la cadena est¨¢n peque?os delincuentes cuyos abogados tienen posibilidades razonables de probar que no participaron en el atentado, cierto, pero por chiripa y sin saberlo realmente. Es aqu¨ª donde se juega todo: ?qui¨¦n sab¨ªa qu¨¦? El que alquil¨® un coche o un piso ?lo hizo creyendo amparar buenos chanchullos no muy legales o para aportar a sabiendas su peque?a contribuci¨®n a la matanza de 130 personas? (1). Lo cual supone jur¨ªdicamente que o bien se trata de una asociaci¨®n de malhechores o de una asociaci¨®n de malhechores terroristas. En el primer caso no es demasiado grave: el culpable hasta podr¨¢ ser excarcelado al cabo de seis a?os en prisi¨®n. En el segundo, se le aplicar¨¢ la m¨¢xima pena, pase lo que pase.
3. Kamikaz
Salah Abdeslam jugaba al ajedrez en la c¨¢rcel, aunque dej¨® de hacerlo cuando cay¨® en la cuenta de que lo prohib¨ªa el Cor¨¢n. En los bancos de la prensa, todos nos precipitamos al tel¨¦fono para verificar si era verdad: no lo es. El Profeta solo proh¨ªbe los juegos de azar, cosa que sin duda no es el ajedrez. Es el gran muft¨ª de Arabia Saudita el que los ha declarado haram (prohibidos) porque hacen perder tiempo y dinero y provocan odio entre los jugadores. Yo no dir¨ªa odio, pero lo que vemos surgir en los primeros interrogatorios se parece mucho al comienzo de una partida de ajedrez, cuando los jugadores mueven sus primeros peones con una idea ya en la cabeza. La regla es que a cada acusado le interrogan sucesivamente el presidente y sus dos asesores, que se cuidan de permanecer neutrales y t¨¦cnicos, y luego los tres fiscales ¡ªj¨®venes, brillantes, avispados¡ª y a continuaci¨®n los abogados de las partes civiles, cuya intervenci¨®n en esta fase del juicio apenas cuenta, y por ¨²ltimo sus propios abogados. La partida, en realidad, la juegan los fiscales, que quieren convencer de que los acusados constituyen una asociaci¨®n de malhechores terroristas, y los abogados defensores que lo niegan, que dicen que son malhechores a secas.
Lo que est¨¢ en juego en algunos debates se nos escapa. Por ejemplo, han consagrado mucho tiempo a establecer si a Yassine Atar le apodaban Yass. Tras haber le¨ªdo todos los fiscales los SMS de su m¨®vil, encontraron bastantes ocasiones en las que le llaman Yass. ?l mismo insisti¨® en que hay otros muchos en que no le llaman Yass. Este se revuelve para defenderse, y con raz¨®n porque, seg¨²n me dice un colega que conoce mejor que yo el sumario, en el ordenador hallado en un cubo de basura en Bruselas, justo despu¨¦s de los atentados del 22 de marzo de 2016, se habla varias veces de un tal Yass, y esta historia del apodo en apariencia inocente es en realidad el ¨²nico punto importante del interrogatorio, el que inclinar¨¢ la balanza hacia un lado o hacia el otro para determinar la suerte de Yassine Atar.
Un poco m¨¢s tarde le toca el turno a Mohamed Amri que, acompa?ado de Hamza Attou, fue a Par¨ªs a buscar a Salah Abdeslam la noche de la matanza para llevarlo a Bruselas. Sus abogados, los letrados Negar Haeri y Xavier Nogueras, avanzan sus peones con la esperanza de demostrar m¨¢s adelante que no sab¨ªa muy bien lo que hac¨ªa, que fue a Par¨ªs para sacar a su amigo de un embrollo de veh¨ªculos o de drogas, no, desde luego, de un atentado terrorista, y que lo que le disuadi¨® de denunciar a Abdeslam cuando comprendi¨® de qu¨¦ se trataba no fue la solidaridad yihadista, sino simplemente el c¨®digo moral de los holgazanes de Molenbeek: haga lo que haga un colega, no lo dejas tirado.
A fuerza de peque?as preguntas muy atinadas, Haeri establece: 1) que su cliente es servicial y fiel, un chico en el que puedes confiar; 2) que le gusta circular en autom¨®vil, siempre pirado porque fuma su primer porro en cuanto se despierta, lo que evidentemente altera un poco su discernimiento. Aqu¨ª le releva su compa?ero Nogueras y avanza m¨¢s un pe¨®n preguntando a su cliente si, adem¨¢s de servicial, fiel y amante de circular pirado en autom¨®vil, le gusta hacerlo escuchando m¨²sica. Le vemos venir: a los musulmanes integristas se les permite jugar al ajedrez, al contrario de lo que cree Abdeslam, pero no escuchar m¨²sica. ¡°S¨ª, s¨ª¡±, confirma Amri, ¡°escucho m¨²sica¡±. ¡°?Qu¨¦ m¨²sica?¡±. ¡°Rap¡±. ¡°?Qu¨¦ grupos?¡±, insiste Nogueras, para meternos en la mollera que es verdad, que es cierto que escucha m¨²sica. ¡°Pues Kamikaz¡±, dice candorosamente Amri. La partida solo acaba de empezar.
(1) 131, si contamos a Guillaume Valette, el superviviente que se ahorc¨® dos a?os despu¨¦s de descender a los infiernos ps¨ªquicos.
? ¡®L¡¯obs¡¯. Traducci¨®n de Jaime Zulaika.
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