Tres asientos delante del banquillo: nueva entrega de las cr¨®nicas de Emmanuel Carr¨¨re desde el juicio por los atentados de Par¨ªs
Tres hombres perdidos al borde de una historia que les sobrepasa
Cap¨ªtulo 15
Siempre es de noche cuando Abdellah Chouaa sale del juzgado. Desde que est¨¢ en Par¨ªs proyecta ir a ver los Campos El¨ªseos, pero est¨¢ lejos, no se atreve, tiene miedo de perderse o de que le reconozcan, y por el momento se limita a este ¨²nico trayecto: la l¨ªnea 14 hasta Saint-Ouen, la 13 hasta Basilique-de-Saint-Denis y luego el autob¨²s 53 para llegar a su casa. Su casa es un cobertizo detr¨¢s del chal¨¦ de una se?ora mayor cuyo sal¨®n est¨¢ obligado a atravesar. Diez metros cuadrados, 600 euros al mes. Solo, sin familiares, sin n¨®mina y con apuros dif¨ªciles de confesar, no habr¨ªa encontrado nada as¨ª sin la ayuda de su abogado, y se puede decir que al menos en este sentido tiene suerte. Pero tiene que pagar otro alquiler de 700 euros en B¨¦lgica, al cual hay que a?adir la gasolina para ir y venir cada fin de semana, y tambi¨¦n la comida aunque haga las compras en B¨¦lgica, donde es m¨¢s barato, y los gastos de una familia con tres hijos. Su madre y sus hermanas le ayudan un poco, cada una le da 50 euros mensuales, pero eso no va a durar indefinidamente.
Antes ten¨ªa un aut¨¦ntico oficio, suministraba en el aeropuerto los bloques de hielo que se meten en la bodega de los aviones, hoy malvende los domingos en los mercadillos ropa de dudosa procedencia. En negro, ha confesado ante el tribunal, que no ha tenido ¨¢nimos para reproch¨¢rselo. El d¨ªa en que conversamos acaba de vender su coche: 3.700 euros con los que tendr¨¢ que apa?arse hasta el final del juicio en mayo. Suponiendo, por supuesto, que al final del juicio no le encarcelen de nuevo: ser¨ªa una cat¨¢strofe tal que prefiere no pensarlo.
Como Hamza Attou y Ali Oulkadi, Abdellah Chouaa comparece en el viernes 13 bajo control judicial, acusado pero no detenido y obligado a estar presente en todas las audiencias. D¨ªa tras d¨ªa, estos tres vecinos treinta?eros de Molenbeek, que practican la muy peque?a delincuencia y perseguidos sobre todo por la mala suerte, se sientan delante del banquillo acristalado donde est¨¢n los catorce ¡°verdaderos¡± acusados. ?l, Abdellah Chouaa, no se vuelve nunca para mirarlos ni hablarles. No quiere tener nada que ver con ellos, y menos a¨²n con su ex amigo Mohamed Abrini, pieza gruesa del sumario, por culpa del cual se encuentra aqu¨ª.
Abdellah Chouaa tuvo la desgracia de transportarle en su coche al aeropuerto bruselense de Zaventem el 23 de junio de 2015, y despu¨¦s la de recogerle en Par¨ªs el 16 de julio. En ese intervalo, recibi¨® de ¨¦l frecuentes llamadas de tel¨¦fono procedentes de n¨²meros ex¨®ticos de Laos, de But¨¢n, de Guinea, de Rusia, en realidad de locutorios de Siria. Durante la instrucci¨®n ha jurado que no sab¨ªa que Abrini viajaba a Siria, que cre¨ªa que ¨¦l estaba de vacaciones en Turqu¨ªa. Pero Abrini, en lugar de minimizar su participaci¨®n, como podr¨ªa haber hecho f¨¢cilmente, no ha dejado de resaltarla: ?C¨®mo pod¨ªa ignorar Chouaa el motivo de ese viaje y su radicalizaci¨®n, notorios en todo Molenbeek? No quiero pronunciarme sobre el fondo, pero que hayan puesto en libertad a Chouaa y a los otros dos al cabo de unos meses detenidos, significa que sus fechor¨ªas no son tan graves. Son suficientes, sin embargo, para que comparezcan en el Viernes 13 y para que sus vidas se hayan convertido en una pesadilla.
Abdellah Chouaa le dice a su hijo mayor, de diez a?os, que vuelve a casa ¨²nicamente los fines de semana porque ha encontrado un trabajo seguro en Par¨ªs, pero teme continuamente que un compa?ero de escuela vea su foto en el peri¨®dico y le suelte al peque?o, delante de todo el mundo: ¡°?As¨ª que tu padre es un terrorista?¡± Quiz¨¢ deber¨ªa hacer como Ali Oulkadi, que ha reunido el valor para explicar a su hija primog¨¦nita, tambi¨¦n de diez a?os, que unos se?ores han hecho grandes tonter¨ªas y que pap¨¢ conoce a uno de ellos y por eso tiene serios problemas.
Ali Oulkadi es el hombre del ¨²ltimo kil¨®metro, el que la ma?ana del 14 de noviembre de 2015 llev¨® de un lugar a otro de Bruselas a Salah Abdeslam, al que Hamza Attou (junto con el tercero en discordia, Mohamed Amri) hab¨ªa transportado desde Par¨ªs durante la noche. Nadie sospecha realmente que son terroristas, pero es innegable que han ayudado a huir, por amistad, a uno de ellos. Hamza Attou y Ali Oulkadi frecuentaban en Molenbeek el famoso caf¨¦ Les B¨¦guines, propiedad de Brahim Abdeslam. Pasaban la mayor parte de su tiempo fumando hierba, y de forma ocasional vendi¨¦ndola, y Abdellah Chouaa, aunque tenga como ellos modestos antecedentes penales, se empe?a en desmarcarse discretamente de sus dos compa?eros de infortunio. Mientras que todos los acusados cultivan el mismo atuendo de ch¨¢ndal y zapatillas de deporte, ¨¦l lleva un traje de color claro, demasiado ligero para la estaci¨®n, y debajo de la camisa blanca un jersey con cuello de cisne, tambi¨¦n blanco: el aspecto de un empleado respetable, no el de la chusma.
Todos los d¨ªas los tres se encuentran a las 11.30 delante del juzgado, donde entran escoltados por gendarmes y seguidos por miradas de curiosidad que les atemorizan. Ali Oulkadi no tiene la suerte de un techo fijo, como Abdellah Chouaa. Va de un hotel Formule 1 a otro, a tenor de las ofertas promocionales, y a veces, cuando no aguanta m¨¢s, Abdellah Chouaa le hospeda en su cobertizo. Recalientan un plato de pasta, Abdellah se pone la inyecci¨®n de insulina, porque es diab¨¦tico, y despu¨¦s los dos se tumban en la cama y se cuentan la vida con que sue?an cuando todo esto haya terminado: una casa, un empleo m¨¢s o menos fijo, ver crecer a sus hijos, los porros solo el fin de semana. S¨¦ menos de Hamza Attou, el ¨²nico de los tres que se ha negado a hablar conmigo, no por recelo, creo, sino m¨¢s bien porque sufr¨ªa uno de esos terribles accesos depresivos que les aquejan a los tres por turnos.
En este momento el juicio atraviesa una etapa aburrida: quiz¨¢ por eso, porque yo ya estaba harto de mirar los Power Point comentados en voz en off por los investigadores belgas, yo haya querido saber m¨¢s de estos tres hombres perdidos al borde de una historia que les sobrepasa. Aburridos para nosotros, estos momentos son una tregua para ellos, despu¨¦s de las cinco semanas de testimonios de las partes civiles. Trescientos cincuenta v¨ªctimas o allegados de las v¨ªctimas, un tsunami de horror y de sufrimiento. Casi todos los d¨ªas, un padre o una madre de luto, se dirig¨ªa al banquillo de los acusados y les increpaba meti¨¦ndolos a todos en el mismo saco, como si ellos, Abdellah Chouaa, Ali Oulkadi y Hamza Attou, hubiesen ametrallado con Kalachnikovs a sus hijos. Hab¨ªa que reprimir el impulso de levantarse y gritar: ¡°?Pero yo no estoy con ellos! ?Yo no he hecho nada!¡±
El otro d¨ªa, Ali Oulkadi y yo aprovechamos una suspensi¨®n de audiencia para hablar sentados en un banco en el pasillo del juzgado. ?l me explicaba que para aguantar le ayuda seguir los debates y tomar en una libreta notas lo m¨¢s minuciosas posible. Una se?ora se nos acerc¨® para decirme que le¨ªa y apreciaba mis cr¨®nicas. Parte civil, quer¨ªa saber si yo me acordaba de su testimonio. No, por desgracia, seguramente hab¨ªa coincidido con alguno de mis raros d¨ªas de ausencia. Confiando en refrescarme la memoria, dijo: ¡°Vine al estrado con mis dos nietos¡±. Entonces intercal¨® Ali Oulkadi: ¡°Nino y Marius¡±. No s¨¦ si la se?ora le reconoci¨® o no, pero en todo caso ella le sonri¨® y lo confirm¨®: ¡°S¨ª: Nino y Marius¡±. Mientras ella se alejaba, un resplandor de pura alegr¨ªa ilumin¨® la cara de Ali porque alguien le hab¨ªa hablado normalmente, y repiti¨® en voz baja ¡°Nino y Marius¡±, como si los nombres de esos peque?os cuyo padre fue asesinado en el Bataclan fuesen los de sus propios hijos y como si le concedieran fugazmente, tal vez por error, pero ya era algo, el derecho de llorar por ellos como todo el mundo.
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