¡®El d¨ªa de la bandera¡¯: el remilgo como director de Sean Penn

A Sean Penn le han pateado en el festival de Cannes sus dos ¨²ltimas obras como director: la cursi y falsaria Dir¨¦ tu nombre (2016), protagonizada por Charlize Theron y Javier Bardem, y el drama familiar El d¨ªa de la bandera, que se estrena en los cines espa?oles. No es seguramente esta ¨²ltima una pel¨ªcula del todo desde?able ni objeto de bronca¡­ si la ves en tu casa una tarde cualquiera de domingo; quiz¨¢ tampoco si se acude a las salas sin esperar mucho m¨¢s que un producto de aire independiente americano que llevarse a al est¨®mago (y al olvido) durante el fin de semana. Ahora bien, tanto Penn como el propio certamen tienen la culpa de que algo en el fondo tan nimio ¡ªpor mucho que en la forma al director se le escapen en cada plano las ¨ªnfulas, m¨¢s que las intenciones¡ª se cuele en la secci¨®n oficial del templo donde se viene a presentar buena parte del mejor cine del mundo cada a?o.

En el transcurso de los primeros minutos de proyecci¨®n de El d¨ªa de la bandera, basada en hechos reales, se corre el riesgo de pensar que la pendenciera actitud de los pateadores oficiales de Cannes haya sido injusta. Hay cierto estilo en la puesta en escena, una fotograf¨ªa espectacular en su hermosura de colores contrastados y en su textura con grano, unas tomas nocturnas bell¨ªsimas y unas ganas de salirse de lo convencional muy respetables. Eso s¨ª, el relato no acaba de fluir tras el pr¨®logo ambientado en el a?o 1992, con una mujer joven que, ante la polic¨ªa, recibe tr¨¢gicas noticias de los delitos de su querido padre, lo que da paso a un largo flashback que ocupa casi todo el metraje. Se acumulan entonces las secuencias cortas y de supuesta intensidad familiar, en su amor, su ternura y su drama, con poco texto, mucha m¨²sica y exceso de gritos, pero a la historia la acogotan los recursos formales de Penn. Al principio, vistosos; m¨¢s tarde, acumulativos; por ¨²ltimo, cansinos por reiteraci¨®n y porque, contradiciendo la huida de lo convencional, se tornan tan de uso com¨²n en el cine indie americano de los ¨²ltimos 30 a?os que caen irremisiblemente en el clich¨¦.

El d¨ªa de la bandera habla sobre todo del legado, del saco de piedras que queda en el lomo de una hija indefensa tras haber convivido con una madre alcoh¨®lica con la que no desea estar y con un padre simp¨¢tico, cr¨¢pula, cari?oso, mentiroso, impulsivo, temerario, menos misterioso de lo que se pretende y ladr¨®n con encanto, al que no deja de querer. Tambi¨¦n se habla, incidiendo en el t¨ªtulo y en el mensaje de idiosincrasia del pa¨ªs, del lado oscuro del sue?o americano, del reverso tenebroso de la cultura del emprendimiento asociada a Estados Unidos desde la ¨¦poca de los pioneros. A Penn, magn¨ªfico actor, no le cuesta meterse en la piel del personaje paterno. Su hija Dylan (y de la tambi¨¦n actriz y directora Robin Wright) tiene belleza cinematogr¨¢fica y, pese a estar a¨²n en sus comienzos, tablas interpretativas.

Sin embargo, el director Penn quiere hacer demasiadas cosas todo el tiempo, particularmente en los primeros 45 minutos. Desde la notable El juramento (2001), basada en la novela de Friedrich D¨¹rrenmatt que ya adapt¨® la espa?ola El cebo, su carrera ha ido en declive por su obstinaci¨®n con los detalles presuntamente art¨ªsticos. La bella m¨²sica de Fr¨¦d¨¦ric Chopin y las preciosas canciones de Glen Hansard y Eddie Vedder acaban ilustrando una pel¨ªcula con una exasperante tendencia hacia el adorno, de buc¨®licas y vacuas im¨¢genes en s¨²per 8 mm, de remilgadas tomas con manos acariciando trigales entre las puestas de sol. Los artistas pueden tener un aura l¨ªrica, ser poseedores de un universo po¨¦tico dentro de una obra s¨®lida. Pero es casi imposible resultar brillante en cada verso, en cada plano. Y Penn no lo es.