Vivir como un rastacuero
Hace 80 a?os fue asesinado Walter Serner, una de las figuras m¨¢s ins¨®litas de las vanguardias europeas
?Recuerdan ¡°Lola Rastaquou¨¨re¡±? Uno de los ¨²ltimos ¨¦xitos de Serge Gainsbourg, grabado originalmente en Jamaica para Aux armes et caetera (1979), tuvo vida posterior en clave dub y con versiones como la de Marianne Faithfull. Es Gainsbourg de lo m¨¢s pegajoso, el relato de un encuentro er¨®tico, potenciado adem¨¢s por un hallazgo polis¨¦mico: conect¨® el doble sentido de rasta, como seguidor de la fe rastafari y como ap¨®cope de rastaquou¨¨re, nombre de una fauna urbana de principios del siglo XX, bien conocida en Par¨ªs o Berl¨ªn: el buscavidas, el farsante, el enga?ador de alto copete.
Rastacuero pas¨® al DRAE como un pr¨¦stamo del franc¨¦s. En realidad, tiene origen sudamericano: deriva del apodo de Jos¨¦ Antonio P¨¢ez, caudillo venezolano de la Guerra de la Independencia. Una de sus estratagemas consist¨ªa en que sus lanceros ataban a la cola de sus caballos pieles secas de reses; lanzados al galope, el estruendo y la polvareda aterraban a los soldados mon¨¢rquicos. Primer presidente de Venezuela, P¨¢ez hizo muchos enemigos, que le sol¨ªan llamar El Arrastracueros.
Con el tiempo, rastacuero pas¨® a denominar a los notables latinoamericanos que viajaban a Europa con mucho boato, viviendo incluso por encima de sus posibilidades. Termin¨® designando a p¨ªcaros de cualquier nacionalidad que, aprovech¨¢ndose de las convenciones sociales, seduc¨ªan y estafaban sin mayores escr¨²pulos.
Responsable de introducir al rastacuero en el santoral de la vanguardia fue Walter Serner. Nacido en 1889 en Karlovy Vary, entonces parte del Imperio Austroh¨²ngaro, estudi¨® derecho con aprovechamiento. Al comienzo de la Gran Guerra, debi¨® huir de Berl¨ªn tras falsificar un documento de exenci¨®n del servicio militar para un amigo. Termin¨® en Z¨²rich, entonces refugio de exiliados de todo tipo; aseguraba que trat¨® entonces con Lenin, aunque su pandilla preferida eran los dada¨ªstas, que se juntaban en el fugaz Cabaret Voltaire.
Serner se sum¨® con entusiasmo a la revuelta dad¨¢, colaborando en revistas y alentando diversas iniciativas. Sin embargo, se descolg¨® pronto y eso explica que apenas figure en las historias oficiales del movimiento, a pesar de haber escrito uno de sus primeros manifiestos. A veces, su ruptura se ha razonado como reacci¨®n al hecho de que Tristan Tzara plagiara algunos de sus ocurrencias (Francis Picabia tambi¨¦n escribir¨ªa un ensayo titulado Jesus-Christ Rastaquou¨¨re). Sencillamente, puede que a Serner se le quedaran chiquitos los c¨ªrculos de la avant-garde y apostara por aplicar sus intuiciones a la sociedad entera.
Tras el par¨¦ntesis de la guerra, vida y obra de Serner se confunden. Viaj¨® constantemente (lleg¨® hasta Madrid y Barcelona), acumulando experiencias para sus libros, colecciones de relatos y novelas, pobladas por mujeres fatales, chulos, esp¨ªas. Pero su obra capital, frecuentemente reimpresa y traducida, es Letze luckerung, literalmente ?ltima relajaci¨®n, que ofrec¨ªa su manifiesto de 1918 con ¡°rasta¡± sustituyendo a la palabra ¡°Dad¨¢¡±. Un texto delirante, cargado de referencias culturales y comerciales (que hoy requieren notas a pie de p¨¢gina), animado por interjecciones que frecuentemente niegan lo que justo acaba de declarar.
Ocho a?os despu¨¦s, engord¨® el breve tomo con una bater¨ªa de 600 aforismos, chispazos verbales y consejos pr¨¢cticos, conformando as¨ª lo que en espa?ol, en la cuidada versi¨®n de El Desvelo Ediciones, se titula Manual de embaucadores (o para aquellos que pretendan serlo). Imaginen una contraparte del famoso C¨®mo ganar amigos e influir sobre las personas, de Dale Carnegie. Obviamente, Serner no se dirig¨ªa a los viajantes de comercio: apuntaba a los aspirantes a rastacueros. Y la crudeza de sus afirmaciones hace que no sea una lectura adecuada para los actuales militantes de lo pol¨ªticamente correcto.
Manual de embaucadores se puede paladear como misivas de la vida burguesa en el periodo de entreguerras, cuando cualquier viajero sab¨ªa que ser¨ªa recibido con curiosidad en la buena sociedad de la ciudad que visitara, siempre que tomara precauciones con el hotel que eligiera y conservara a mano el horario de ferrocarriles, para una eventual huida.
Serner part¨ªa de un descreimiento b¨¢sico: ¡°H¨¢bil es aquel que no infringe la ley. M¨¢s h¨¢bil el que no conf¨ªa en ella. Y el m¨¢s h¨¢bil quien continuamente recuerda que solo los funcionarios estatales pueden quebrantarla impunemente.¡± Sab¨ªa que sus apetitos tend¨ªan a colocarle fuera de la ley: ¡°Si no sabes parar all¨ª donde comienza el mal gusto y termina la normal codicia de dinero, pronto estar¨¢s entre rejas y con raz¨®n¡±.
Entend¨ªa los lubricantes de las relaciones humanas: ¡°Elogia con frecuencia. Admira rara vez. No critiques nunca¡±. Recomendaba la moderaci¨®n en todo, incluidas las artima?as: ¡°Un truco que te ha salido mal no debes repetirlo en la misma ciudad y uno que ha salido bien, b¨¢sicamente tampoco¡±.
Desconfiaba de las armas, aunque sus andanzas le acercaran a los bajos fondos: ¡°Jam¨¢s lleves un arma contigo: caer¨¢s en la tentaci¨®n de usarla.¡± Con todo, entend¨ªa el poder afrodis¨ªaco de las pistolas: ¡°Puedes ganar el favor de una esnob si le env¨ªas dentro de una bombonera una peque?a Browning. En ning¨²n caso olvides, tan pronto como hayas conseguido todo, quit¨¢rsela en secreto¡±.
Desdichadamente, Sermer descuid¨® una de sus recomendaciones m¨¢s reiteradas: preparar siempre un plan de fuga. En los a?os treinta, se cas¨® con su novia berlinesa y se instal¨® en Praga como profesor de idiomas. Pero los nazis le hab¨ªan fichado: aparte de ¡°autor inmoral¡±, ten¨ªa origen jud¨ªo, aunque oficialmente era cristiano. En 1942, ¨¦l y su esposa fueron detenidos y ¡°enviados al Este¡±. Su rastro termina en Lituania, asesinados y enterrados en el bosque de Bi?ernieki.
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