¡°Putin y Lukashenko son los herederos de Stalin¡±
El bielorruso exiliado Sasha Filipenko ha novelado el duro destino de los soldados sovi¨¦ticos apresados por los nazis. La URSS nunca los quiso
Son d¨ªas para estar atentos a la literatura que viene del Este y hay un autor, Sasha Filipenko, se?alado por la Nobel Svetlana Aleksi¨¦vich como interesante portavoz de una nueva generaci¨®n: ¡°Si quieres saber lo que piensa la Rusia joven y moderna, ?lee a Filipenko!¡±. Y ah¨ª estamos, descubriendo a un escritor y periodista nacido en Minsk en 1984 (38 a?os), que estudi¨® Letras en San Petersburgo y que, tras la represi¨®n de la disidencia por parte del dictador Lukashenko, ha tenido que huir.
Filipenko ha novelado los recuerdos de una superviviente de la represi¨®n estalinista que logran atravesar las brumas del alzh¨¦imer que sufre en el final de su vida. Lo hace en Cruces rojas (Alianza), traducido por Marta Reb¨®n.
¡°Hay historias que, cuando las conoces, debes contarlas¡±, cuenta Filipenko desde su exilio en ?msterdam. ?l estaba trabajando en otra novela cuando su amigo Kostya le llam¨® y le cont¨® un hallazgo explosivo: se trataba de documentos sobre las cartas que la Cruz Roja hab¨ªa enviado a la Uni¨®n Sovi¨¦tica durante la II Guerra Mundial sobre los presos rusos capturados por los alemanes y a las que Mosc¨² no contest¨®. ¡°Despu¨¦s de la conversaci¨®n fui al ba?o, me met¨ª bajo la ducha, se me ocurri¨® todo el argumento, llam¨¦ a Kostya con la cabeza enjabonada y le ped¨ª que no se lo contara a nadie¡±. Hab¨ªa nacido esta novela.
En ella, la anciana Tatiana Aleks¨¦ievna va relatando a su joven vecino ¡ªamargado por otras duras circunstancias¡ª los trazos de esa historia: fiel al r¨¦gimen, ingenua y entregada, de joven trabajaba como mecan¨®grafa del Gobierno. Su propio marido fue a combatir, cay¨® prisionero y nunca volvi¨® a saber nada. La b¨²squeda de su paradero le va llevando y nos va llevando a ese entramado de cartas y silencios que sol¨ªa acabar en un campo de concentraci¨®n. Filipenko busc¨® esa correspondencia y no la encontr¨® en una Rusia que a¨²n pone el velo sobre el estalinismo, pero s¨ª en Suiza. ¡°Nos pusimos en contacto con los archivos de Cruz Roja en Ginebra y accedieron a mostrarnos todo. Desafortunadamente para la URSS y afortunadamente para m¨ª, los suizos ten¨ªan un registro de cada carta¡±, cuenta el autor. El hallazgo fue demoledor: la correspondencia sobre presos sovi¨¦ticos que guarda Cruz Roja en Ginebra se limita a tres carpetas; la que mantuvieron con la Alemania nazi, tres enormes salas enteras. ¡°Desde el primer d¨ªa de guerra, los alemanes se preocuparon por el destino de cada prisionero de guerra, mientras que a la URSS no le importaban sus propios soldados y los trataron como carne de ca?¨®n¡±. No lograron entrar en los archivos rusos, dice, ¡°pero logramos jugar al ajedrez con ellos de manera inteligente. Despu¨¦s de todo, cuando conoces los movimientos de las blancas no es dif¨ªcil predecir los de las negras¡±.
Claves para el presente
La combinaci¨®n de realidad y ficci¨®n, o la construcci¨®n de una ficci¨®n a partir de documentos hist¨®ricos que ponen los pelos de punta, ha hecho de Cruces rojas una novela en varias capas donde al leer sobre el pasado en realidad estamos leyendo sobre el presente. Los ecos de la represi¨®n de Lukashenko, la amenaza rusa que se cierne sobre Ucrania y los encarcelamientos de opositores tanto en Bielorrusia como en Rusia reaniman los aires del estalinismo, que nunca se ha difuminado del todo. ¡°Tatiana est¨¢ contando los horrores e inhumanidad de la Rusia del siglo XX. Y ahora Lukashenko y Putin son definitivamente los herederos de Stalin. Piensan como ¨¦l, usan sus m¨¦todos, son los rojos en el peor sentido de la palabra. Putin considera el colapso de la Uni¨®n Sovi¨¦tica la principal tragedia geopol¨ªtica del siglo XX. Ha liquidado a la organizaci¨®n de derechos humanos Memorial, que recordaba a los rusos los cr¨ªmenes del r¨¦gimen sovi¨¦tico. Sue?a con restaurar la URSS y por ello est¨¢ desatando una represi¨®n en vivo y ante nuestros propios ojos contra aquellos que hablan de los horrores de esa ¨¦poca¡±.
Filipenko emigr¨® de Bielorrusia por primera vez en 2004, cuando la Universidad Europea de Humanidades en la que ¨¦l estudiaba, de orientaci¨®n liberal, fue cerrada ¡°por la fuerza¡± por las autoridades, relata. Desde entonces ha vivido entre San Petersburgo, de donde es su esposa, y su Minsk natal. En agosto de 2020 particip¨® en las protestas por la libertad, estuvo grabando im¨¢genes para un documental y tras dar numerosas entrevistas a la prensa extranjera, ¡°me aconsejaron encarecidamente que me fuera¡±. Se march¨® el 5 de septiembre con su familia hacia Suiza, donde ha sido hu¨¦sped de la Fundaci¨®n Jan Michalski, m¨¢s tarde a Alemania y hoy a Pa¨ªses Bajos como invitado de la Fundaci¨®n Holandesa para la Literatura. ¡°Desde el a?o pasado la prensa oficial de mi pa¨ªs me vilipendia. El peri¨®dico oficial Bielorrusia Hoy ha aconsejado quitarme mi ciudadan¨ªa. Y todo empeor¨® cuando empec¨¦ a escribir cartas abiertas sobre el desastre humanitario en Bielorrusia. Entonces fui amenazado abiertamente¡±. La prensa oficial lleg¨® a citar varios art¨ªculos del C¨®digo Penal que pueden conllevar 12 a?os de c¨¢rcel al acusarle de ¡°subversi¨®n para socavar los intereses del Estado¡±. ¡°Estoy en riesgo no solo de ser detenido en Bielorrusia, sino tambi¨¦n extraditado a Rusia. Por ello busco la forma de continuar mi trabajo de forma pac¨ªfica y segura en Europa¡±.
Filipenko cree que Europa no entiende a Putin ni sus intenciones y que apenas vive interesada en el gas ruso. ¡°Muchos luchamos contra Lukashenko, pero el problema es que no solo luchamos contra ¨¦l, sino contra la enorme Rusia que apoya a Lukashenko igual que Hitler apoy¨® a Franco con su fuerza a¨¦rea¡±, asegura. ¡°Las c¨¢rceles de Bielorrusia est¨¢n llenas de nuestros amigos y parientes, de gente que no ha violado la ley, que solo han pedido elecciones honestas en las que su voto cuente¡±. La gente contin¨²a siendo secuestrada y torturada y Europa solo sabe ¡°expresar preocupaci¨®n¡± porque en realidad, concluye, entre la libertad de 10 millones de personas y las dificultades de abastecimiento del gas ruso, ¡°a Europa le da igual Bielorrusia. Calentar sus casas le resulta m¨¢s importante¡±.
Su novela, Cruces rojas, es un testimonio de un pasado que tambi¨¦n se hace presente.
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