La condena de cumplir 40 a?os
?D¨®nde estabas aquella tarde del golpe de Tejero? Esta pregunta marc¨® un antes y un despu¨¦s en la pol¨ªtica y en la sociedad espa?ola
El d¨ªa en que Miguel cumpli¨® 40 a?os los almendros estaban en flor y el teniente coronel Antonio Tejero acababa de perpetrar un frustrado golpe de Estado. Estos dos sucesos fueron un parteaguas en la vida de nuestro h¨¦roe. Nada ser¨ªa igual en adelante. La lluvia caer¨ªa ya para siempre de este lado del tejado. Durante el Gobierno de Adolfo Su¨¢rez hubo un periodo de acracia en este pa¨ªs en el que nadie se atrev¨ªa a prohibir nada por miedo a que lo llamaran fascista. Prohibido prohibir, era la consigna que ven¨ªa del Mayo franc¨¦s. Como los compa?eros de su generaci¨®n, Miguel tambi¨¦n se hab¨ªa inventado una libertad a su medida, a caballo de una yegua que iba desbocada hacia ninguna parte. Pero aquel d¨ªa en que cumpli¨® 40 a?os se escrut¨® el rostro en el espejo mientras se afeitaba y aunque nada parec¨ªa haber cambiado por fuera, Miguel acept¨® con resignaci¨®n que hab¨ªa dejado de ser joven solo por el hecho de haber cumplido 40 a?os, una edad que marca una divisoria maldita en tu vida, en la que se descubren las primeras canas y un extra?o velo en la mirada. Ahora desde el cuarto de ba?o o¨ªa a su mujer que rega?aba a su hijo en la cocina y gritaba al padre que se apurara porque ten¨ªa que llevarlo al colegio.
?D¨®nde estabas aquella tarde del golpe de Tejero? Esta pregunta marcaba un antes y un despu¨¦s en la pol¨ªtica y en la sociedad espa?ola. Los reaccionarios lo hab¨ªan intentado todo para derribar la naciente democracia hasta llegar a recurrir al ej¨¦rcito; pero ante el fracaso del 23- F la extrema derecha decidi¨® entrar en pol¨ªtica no con los sables, sino a trav¨¦s de las urnas y las instituciones. Tejero, pistola en mano, hab¨ªa gritado en el Congreso: ¡°Quieto todo el mundo¡±. Los diputados se tiraron al suelo, pero pasado el peligro, como reacci¨®n a esa orden de que no se moviera nadie, en Madrid una peque?a tribu de j¨®venes artistas, pintores, dibujantes, escritores, fot¨®grafos, cineastas, modistos y dise?adores que se hab¨ªan negado a andar a cuatro patas inaugur¨® una nueva manera de ser y estar en este mundo. Eso fue la Movida, que en el fondo consist¨ªa en no estarse quieto.
De pronto, la modernidad irrumpi¨® como un oleaje con toda la furia contra las mohosas escalinatas de la patria. Las noches de Madrid se poblaron de j¨®venes tarzanes de lino, de lib¨¦lulas y de ciervos de 14 puntas, de cisnes y pavos reales que bajaban por el paseo de Recoletos a sentarse en las terrazas para reflejarse en la piel de otro. La cultura se hab¨ªa convertido en un c¨®mic. Una generaci¨®n de j¨®venes estaba haciendo estallar bragas y braguetas en las esquinas inici¨¢ticas, en los descampados de los pol¨ªgonos de extrarradio, en los t¨²neles, en el suburbano. Algo inaprensible hab¨ªa en el aire que pod¨ªa hundirte o salvarte.
La fiesta que hab¨ªa sucedido anta?o en la v¨ªa Veneto de Roma, en el bulevar Saint-Michel de Par¨ªs, en la Washington Square de Nueva York o en el Piccadilly Circus de Londres se hab¨ªa trasladado a Madrid como rebufo del golpe de Estado. Distintas bandadas de aves torcaces volaban por la ciudad a ras del asfalto y pon¨ªan de moda transitoriamente una discoteca, una plazoleta, una taberna, un pub, un abrevadero, cualquier lugar donde se posaban. A nuestro h¨¦roe la movida lo pill¨® con el pie cambiado. Tener 40 a?os le obligaba a contemplar ese desfile desde la orilla. De nuevo ten¨ªa la sensaci¨®n de que hab¨ªa nacido demasiado pronto.
Miguel hab¨ªa recibido el primer aviso de que estaba fuera de contexto cuando decidi¨® asistir al concierto de los AC/DC en el pabell¨®n del Real Madrid una noche de enero de 1981, donde fue arrollado por sucesivas oleadas de b¨²falos del sur con sus chupas de cuero duro llenas de chinchetas, garfios e imperdibles, que avanzaban hacia el norte del paseo de la Castellana y derribaban las vallas bajo las r¨¢fagas de luz cobalto de los furgones de la polic¨ªa. En ese tiempo Miguel se sent¨ªa alimentado todav¨ªa por el saxof¨®n de John Coltrane, por la trompeta de Miles Davis; asist¨ªa a los conciertos de Serrat, de Raimon, de Miguel R¨ªos, de V¨ªctor Manuel y de Aute con los que se sent¨ªa solidario. Por otra parte, a los 40 a?os hab¨ªa empezado a leer En busca del tiempo perdido y le estaba costando desenredar cada hilo interminable de aquel capullo de oro podrido. A los 40 a?os Miguel empez¨® a sentir en sus labios el sabor a la magdalena de Proust mojada en la infusi¨®n de manzanilla y, por primera vez, se vio subido en aquel tiovivo de la feria del pueblo y experiment¨® el suave placer que provoca la memoria fermentada de la ni?ez. Todos los d¨ªas, al llevar a su hijo al colegio, Miguel ten¨ªa la sensaci¨®n de que los buenos tiempos ya estaban en el otro lado del parteaguas. Eso pensaba mientras observaba al trasluz la pelusilla que le estaba creciendo al chaval en el bigote.
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