El 23-F contado por un asaltante y un asaltado
El guardia civil Jos¨¦ Antonio Iglesias fue reclutado a ¨²ltima hora para participar en el golpe. Nicol¨¢s P¨¦rez-Serrano era el secretario general del Congreso
Entre los asaltantes del Congreso hab¨ªa, aquel 23-F, uno que deseaba con todas sus fuerzas que los que le hab¨ªan hecho recoger por primera vez la dotaci¨®n completa de armamento ¡ªpistola reglamentaria con dos cargadores y metralleta con ocho cargadores de 30 balas cada uno¡ª; subir a un autob¨²s ¡ªdonde escuch¨® a uno de sus compa?eros gritar: ¡°?prep¨¢rate, Carrillo!¡±¡ª e interrumpir a tiros la investidura del presidente Leopoldo Calvo Sotelo, perdieran aquella partida contra la democracia. ¡°A m¨ª, ese d¨ªa, lo que me daba miedo era que volviera la dictadura¡±, cuenta Jos¨¦ Antonio Iglesias, de 71 a?os. ¡°Yo ve¨ªa que si el golpe iba para adelante ¨ªbamos a perder la libertad¡±. Busc¨¢ndola se hab¨ªa ido de Espa?a muy joven. ¡°En Londres tuve la suerte de ver el mejor concierto de mi vida, los Rolling en Hyde Park, en 1969. Impresionante¡±. All¨ª conoci¨® a su mujer y naci¨® su hijo. Muerto Franco y tras una mala racha en Alemania, decidi¨® volver a Espa?a y dar una alegr¨ªa a su padre, guardia civil. Ingres¨® en el cuerpo e hizo el curso de tr¨¢fico.
Rodeado por metralletas como la de Iglesias, aquel 23-F otro hombre hab¨ªa seguido, tambi¨¦n, los pasos de su progenitor. Nicol¨¢s P¨¦rez-Serrano padre fue letrado de las Cortes con 22 a?os y asesor en la redacci¨®n de la Constituci¨®n de 1931, durante la Rep¨²blica. El r¨¦gimen franquista lleg¨® a abrirle un consejo de guerra, un juicio por responsabilidades pol¨ªticas y cinco expedientes de depuraci¨®n. La venganza de su hijo, llamado igual que ¨¦l, fue obtener, por oposici¨®n, a los 27, la plaza de letrado de las Cortes y participar en la elaboraci¨®n de la Constituci¨®n de 1978. El 23 de febrero de 1981 era secretario general de la C¨¢mara de los Diputados. Ten¨ªa 33 a?os, dos m¨¢s que el agente de tr¨¢fico, y se sentaba junto a la tribuna, de frente al hemiciclo. ¡°De repente o¨ª unos ruidos extra?os, que parec¨ªan disparos, y que proven¨ªan, parece ser, de la sala donde estaban los escoltas de los ministros. Instintivamente intent¨¦ ir a cerrar las dos puertas, pero me encontr¨¦ con un teniente de la Guardia Civil con una metralleta en bandolera y una pistola en cada mano. En ese momento es la refriega con Guti¨¦rrez Mellado, con Adolfo Su¨¢rez tir¨¢ndole de la levita, y se producen los disparos, atronadores¡±.
¡°Yo entr¨¦ el segundo, detr¨¢s de Tejero¡±, recuerda Iglesias. ¡°No le conoc¨ªa, pero hab¨ªa visto sus fotos en la prensa por la Operaci¨®n Galaxia¡±. Cuando, en uno de los primeros interrogatorios ante la justicia militar preguntaron al ejecutor del golpe cu¨¢l hab¨ªa sido el criterio para elegir a los 158 guardias civiles que le acompa?aron en el asalto, Tejero respondi¨®: ¡°Escogimos al personal m¨¢s f¨¢cil de localizar: tr¨¢fico y talleres¡±. ¡°Todav¨ªa hoy no me explico que no hubiera muertos¡±, asegura Iglesias. ¡°Ya antes de entrar en el hemiciclo dispararon. Y en la sala donde se llevaron a Guti¨¦rrez Mellado, Carrillo y otros, un sargento dijo que quer¨ªa fusilar a Carrillo. Tejero le respondi¨®: ¡®Haz lo que te d¨¦ la gana¡¯, pero el sargento no se movi¨®. Unos sab¨ªan m¨¢s que otros, pero creo que la mayor¨ªa eran mandados como yo. A¨²n me pongo muy nervioso cuando lo recuerdo y no me gustar¨ªa morirme sin que se supiera toda la verdad¡±.
¡°Los que estamos haciendo el rid¨ªculo somos nosotros¡±
¡°Un guardia civil me puso la rodilla en la espalda, con una mano me cacheaba y con la otra sosten¨ªa la metralleta, apunt¨¢ndome a la cabeza¡±, rememora Nicol¨¢s P¨¦rez-Serrano. ¡°Pens¨¦: esto es un golpe de Estado y me van a dejar aqu¨ª tieso. El coraz¨®n me lat¨ªa a 200. En el bolsillo ten¨ªa un librito de leyes pol¨ªticas y recuerdo que toda mi preocupaci¨®n era poder cogerlo a tiempo para utilizarlo de parapeto en la cabeza, pensando, iluso de m¨ª, que quiz¨¢ las balas no lo atravesar¨ªan. Se llevaron a Guti¨¦rrez Mellado, Su¨¢rez, Carrillo y parec¨ªa s¨ªntoma de pase¨ªllos. Fue una sensaci¨®n inaguantable. Tejero era rigurosamente alocado, era obvio que estaba perturbado. Predominaba la gente hosca, cuarteleros, sab¨ªan lo que hac¨ªan. Pero tambi¨¦n hab¨ªa gente que hab¨ªa ido enga?ada, capturada a ¨²ltima hora, entre ellos uno que me acompa?¨® al servicio alguna vez que fui y que me susurr¨®: ¡°Yo no tengo la culpa. Perd¨®neme, los que estamos haciendo el rid¨ªculo somos nosotros¡±.
Dentro de hemiciclo, Iglesias, natural de Monforte de Lemos (Lugo) reconoci¨® a un paisano y se acerc¨®. ¡°En vaya sitio nos vamos a ver¡±, le dijo a Juan Jos¨¦ Ros¨®n, ministro del Interior en funciones, tambi¨¦n lucense. ¡°Hablamos bastante a lo largo de esa noche. ?l estaba cerca del que ten¨ªa un transistor, Fernando Abril Martorell, y me ped¨ªa informaci¨®n sobre c¨®mo estaba la calle y c¨®mo estaban los que se hab¨ªan llevado fuera. Tambi¨¦n me dio dinero para que le comprara tabaco y lo hice. Fumamos mucho. ?l, sus Marlboro. Lo m¨ªo era Winston de batea [de contrabando]. El del transistor de vez en cuando soltaba cosas. Yo les dije que estuvieran tranquilos, que aquello iba al fracaso. Como no aparec¨ªa la anunciada autoridad militar competente, el famoso elefante blanco, pens¨¦ que la cosa se ir¨ªa acabando, pero a la vez, el nerviosismo era muy grande y la situaci¨®n, jodida¡±.
Los asaltantes dejaron una factura en el bar de 7.500 euros
Uno de los momentos de mayor tensi¨®n se produjo cuando P¨¦rez Serrano advirti¨® que los focos del hemiciclo no estaban preparados para pasar tanto tiempo encendidos y pod¨ªan incendiarse. ¡°Apareci¨® Tejero para decir que daba orden de disparar si cualquiera se mov¨ªa. Tambi¨¦n fue muy angustioso cuando nos iban a traer unas galletas para desayunar y Manuel Fraga empez¨® a gritar, ¡®?Disparen sobre m¨ª, nos est¨¢n tomando el pelo, hab¨ªan dicho que desayunar¨ªamos en casa!¡¯. Hubo una gran factura en el bar, que pag¨® el Congreso [258.421 pesetas de entonces, el equivalente a casi 7.500 euros hoy, incluidas cuatro botellas de Mo?t Chandon], porque los asaltantes bebieron centenares de botellas¡±. Juan Luis Herr¨¢iz, jefe de mantenimiento, da fe de ello: ¡°La bebida la pusimos nosotros. El bar qued¨® arrasado. Se lo bebieron todo¡±.
¡°?Qui¨¦n pod¨ªa querer un golpe de Estado? Solo un ignorante¡±, afirma hoy Iglesias. ¡°Yo solo pensaba que todo aquel esfuerzo, aquel trabajo, aquella filigrana de la Transici¨®n y el consenso se nos iba al garete¡±, recuerda el letrado, quien barruntaba que, de salir vivo, su ¨²nica salida era ¡°el exilio y trabajar haciendo traducciones¡±. Tras el golpe, el guardia civil escribi¨® una carta a Felipe Gonz¨¢lez. ¡°Despu¨¦s de aquello milit¨¦ una temporada en el PSOE. En la carta le dec¨ªa algo as¨ª como que las cosas ten¨ªan que cambiar y que m¨¢s val¨ªa defender la democracia cuando se ten¨ªa que llorarla cuando se perd¨ªa. Me respondi¨® Julio Feo, creo, dici¨¦ndome que el presidente tomaba buena nota¡±.
El regalo de Guti¨¦rrez Mellado a un ujier
P¨¦rez Serrano abandon¨® el Congreso a las diez, con un grupo de diputadas. ¡°Vi a guardias civiles que sal¨ªan a la calle por la ventana. Al llegar a casa era incapaz de dormir, estaba como una pila, y me puse a tomar notas de todo lo que hab¨ªa vivido¡±. Por ejemplo, el gesto de Guti¨¦rrez Mellado, que regal¨® su DuPont de oro al ujier que le prest¨® su mechero Bic cuando el suyo se qued¨® sin gasolina. O el abrazo de Su¨¢rez, despu¨¦s de cuadrarse ante el letrado. ¡°A¨²n lloro al recordarlo¡±. Iglesias cree que fue de los ¨²ltimos en salir. ¡°Tejero nos despidi¨® uno por uno. Nos dio la mano y nos dese¨® suerte. Luego nos llevaron al colegio de guardias j¨®venes de Valdemoro, donde nos tuvieron encerrados unos 20 d¨ªas. Recuerdo que en marzo muri¨® un ser querido y no pude ir al entierro porque no me dejaban salir¡±. Una vez aclarado su papel en el asalto, el guardia civil volvi¨® al servicio, pero muy desencantado. ¡°Aguant¨¦ dos a?os, hasta 1983. Y entonces Ros¨®n, que me hab¨ªa llamado un par de veces despu¨¦s de todo aquello, me consigui¨® trabajo en Sintel, donde ¨¦l era presidente ejecutivo¡±.
Iglesias volvi¨® al Congreso solo una vez m¨¢s, en 2001, como parte del grupo de trabajadores de Sintel que hab¨ªa acampado en La Castellana en protesta por los sueldos que les deb¨ªan. ¡°Como ese d¨ªa iban a hablar del asunto, nos invitaron a seguir la sesi¨®n desde la tribuna. Me impresion¨® ver los tiros en el techo, pero no se lo dije a nadie. Mis compa?eros sab¨ªan que hab¨ªa sido guardia civil, pero no que hab¨ªa estado en el 23-F y no me atrev¨ª a cont¨¢rselo. Me dio miedo que no entendieran¡±.
En 2011, cumplidas tres d¨¦cadas del asalto, se publicaron las actas secretas del 23-F en el Congreso. All¨ª se contaba, entre otros muchos episodios, c¨®mo uno de los guardias, por orden de un teniente, hab¨ªa quitado al socialista catal¨¢n Llu¨ªs Mar¨ªa de Puig Oliv¨¦ un libro, La poes¨ªa de Rafael Maso, del que arranc¨® la p¨¢gina en la que el diputado hab¨ªa tomado algunas notas. Era Iglesias. ¡°No s¨¦ por qu¨¦ la guard¨¦. La met¨ª en el bolsillo, me olvid¨¦, y cuando la volv¨ª a ver, tiempo despu¨¦s, la met¨ª en un pl¨¢stico. Cuando le¨ª el acta del Congreso, quise devolv¨¦rsela y llam¨¦ a EL PA?S, que organiz¨® un encuentro. No llegu¨¦ a dec¨ªrselo, pero de alguna manera, devolverle aquello era una forma de pedirle perd¨®n por todo lo que hab¨ªa pasado. Yo era un mandado, pero es verdad que hubo un momento, cuando nos formaron en el patio del parque automovil¨ªstico de Pr¨ªncipe de Vergara, donde nos dijeron algo as¨ª como que ya estaba bien de pintadas y que actu¨¢bamos en defensa del Rey, el capit¨¢n nos dijo: ¡®quien no est¨¦ de acuerdo, que d¨¦ un paso al frente¡¯. Yo no estaba de acuerdo, pero no di el paso. Era m¨¢s f¨¢cil dejarme llevar. Luego pens¨¦ que ten¨ªa m¨¢s posibilidades de hacer algo por la democracia estando dentro que fuera. Me pude ir un mont¨®n de veces, de hecho, hubo un momento que sal¨ª y llam¨¦ a mi mujer desde una cabina, para tranquilizarla, pero volv¨ª¡±.
P¨¦rez Serrano se jubil¨® en 2019. Es, con la ujier Paloma Santamar¨ªa, una de las personas m¨¢s queridas de la C¨¢mara. En unos d¨ªas, publicar¨¢ El d¨ªa que Godzilla tom¨® el Congreso, una recopilaci¨®n de testimonios de los diputados con los que comparti¨® 17 horas de secuestro. Hoy resta importancia a esos chats donde parece resurgir el ruido de sables. ¡°Despu¨¦s, fui letrado de la Comisi¨®n de Defensa durante 30 a?os. Y puedo decir que la evoluci¨®n de las Fuerzas Armadas ha sido espectacular; no tiene nada que ver con esa visi¨®n del militar golpista, metido en pol¨ªtica, de los siglos XIX y XX en Espa?a¡±. Iglesias tampoco cree que esos manifiestos y cartas donde viejos militares cuestionan la legitimidad del Gobierno vayan a ir a m¨¢s. Han pasado 40 a?os, pero los recuerdos de aquella noche larga siguen muy presentes, como una vacuna.
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