?Qui¨¦n decide los nombres de los pueblos? La geograf¨ªa, la historia o la pol¨ªtica
La toponimia que llena de palabras cualquier mapa del mundo es el resultado de un conjunto de decisiones en general an¨®nimas por las que un espacio se ha bautizado con un nombre y ha sido simult¨¢neamente acotado en su frontera
El reciente debate en torno al nombre del pueblo que debe resultar de la uni¨®n de Villanueva de la Serena y Don Benito, en Extremadura, ha revelado la enorme dificultad que supone dar de forma expl¨ªcita y democr¨¢tica nombre a un lugar. Ni Concordia del Guadiana ni Mestas del Guadiana han parecido gustar a los habitantes de las localidades que quisieron fusionarse hace meses y que, en cambio, no tienen tan claro qu¨¦ nombre com¨²n otorgar a la uni¨®n.
La toponimia (de topos, lugar, y onoma, nombre) que llena de palabras cualquier mapa del mundo es el resultado de un conjunto de decisiones en general an¨®nimas por las que un espacio se ha bautizado con un nombre y ha sido simult¨¢neamente acotado en su frontera. En ambos sentidos, un top¨®nimo es el resultado de una limitaci¨®n: se determina un conf¨ªn, una divisoria respecto a otros lugares vecinos y se establece una caracter¨ªstica que da nombre al lugar por encima de otras. Nuestros antepasados nombraron su entorno atendiendo en general a razones descriptivas muy b¨¢sicas: el paisaje, el paisanaje y el administrador del terreno han sido los principales elementos que han quedado codificados en los nombres de lugar que nos rodean.
As¨ª, los ¨¢rboles que predominan en un lugar terminan cedi¨¦ndole su nombre: Almendricos (Murcia), Almendralejo (Badajoz), El Olmo (Segovia), Olmedo (Valladolid), Alameda (M¨¢laga) o Encinas de Abajo (Salamanca) conviven con otros nombres que, aunque tambi¨¦n de ¨¢rboles, nos son menos reconocibles: La Felguera (Asturias, por su entorno de helechos, en lat¨ªn filictum), Albolote (Granada, en ¨¢rabe Qaryat al-Bollu o alquer¨ªa de las encinas), Uceda (Guadalajara, por el nombre del urce o brezo). Las caracter¨ªsticas del terreno que se pisaba terminaban dando nombre al propio lugar: Laredo (Cantabria) se construy¨® sobre la tierra arenosa que se nombraba con el lat¨ªn glaretum, derivado de glarea (arena), y Arnedo (La Rioja) fue tambi¨¦n arenal como se percibe en su origen, del lat¨ªn arenetum.
El paisaje que se queda caracterizado en el top¨®nimo puede ser tambi¨¦n el humano: lugares llamados Godojos (Zaragoza), Godos (Oviedo, Teruel) o Revillagodos (Burgos) nos informan de que los germanos visigodos que invadieron la Pen¨ªnsula en torno al siglo V no siempre se mezclaron con la poblaci¨®n local y que tuvieron poblaciones vistas desde fuera como lugares de godos, al igual que otras eran lugares de latinos (Romanos, en Zaragoza; Romanillos de Medinaceli, en Soria; Romanones, en Guadalajara). El top¨®nimo suele ser creado por los propios habitantes del lugar, pero otras veces parece ser establecido desde fuera y en general hay mucha toponimia sobre los pobladores que han llegado a un lugar. As¨ª, en la Pen¨ªnsula fueron muy comunes los movimientos de poblaci¨®n tras las campa?as militares contra los musulmanes, y la repoblaci¨®n dio lugar a muchas migraciones del norte al sur que dieron nombre a pueblos llamados, por ejemplo, Villagallegos (en Le¨®n), Moz¨¢rbez (Salamanca, por los moz¨¢rabes o cristianos en territorio musulm¨¢n) o Vizca¨ªnos (en Burgos).
En ese mismo contexto de cambio entre la Espa?a musulmana y la cristiana, la toponimia se fue llenando de marcas que hoy interpretamos en clave hist¨®rica: los top¨®nimos que en Andaluc¨ªa y Extremadura remiten a Le¨®n (Ca?averal de Le¨®n, Arroyomolinos de Le¨®n, en Huelva) o los muchos que en La Mancha cuentan con el apellido ¡°de Calatrava¡± (Bola?os de Calatrava, Torralba de Calatrava) nos informan de c¨®mo en el siglo XIII la encomienda de Le¨®n o la orden de Calatrava asumieron, respectivamente, el control de estos territorios. La frontera entre los dos grupos humanos es dibujada en una parte de la toponimia de Andaluc¨ªa entre C¨¢diz y Sevilla: Chiclana de la Frontera, Jerez de la Frontera, Arcos de la Frontera o Mor¨®n de la Frontera testimonian con su nombre su antigua condici¨®n de divisoria. Por otra parte, la fundaci¨®n de muchas poblaciones en esta ¨¦poca qued¨® marcada para siempre en nombres como ¡°puebla¡± (o pola, su variante asturiana) que significaban ¡°poblamiento, lugar establecido con nuevos habitantes¡± y que llenan la geograf¨ªa peninsular de Pueblas, Poblas, Pobras o Polas con diversos apellidos diferenciadores (La Puebla de Montalb¨¢n, en Toledo; Pola de Lena, en Asturias; Pobla de Vallbona, en Valencia; Puebla de Almenara en Cuenca...).
Otra toponimia, en cambio, es much¨ªsimo m¨¢s reciente: en ¨¦poca franquista se crearon 300 poblados en Espa?a, fundados por el Instituto Nacional de Colonizaci¨®n, que part¨ªan de peque?os poblamientos previos o que directamente se constru¨ªan sobre la nada: Conquista del Guadiana (perteneciente a Don Benito, por cierto), Guadalema de los Quintero (en Sevilla, inspirado por el nombre que los hermanos escritores ?lvarez Quintero daban al lugar donde se desarrollaban sus obras de teatro) o Sancho Abarca (en Zaragoza, en homenaje al conde de Arag¨®n del mismo nombre) muestran la diversidad de inspiraciones para esos nuevos nombres.
La suma de historia y lengua va conformando, pues, nuestra toponimia. Y esta es, para la filolog¨ªa, un recurso fundamental que sirve para estudiar aquellas partes de nuestra historia ling¨¹¨ªstica que nos son menos desconocidas. Sirvan algunos ejemplos. Aunque la palabra latina rubeu ha evolucionado en rubio en espa?ol (de ah¨ª Covarrubias, en Burgos, por sus cuevas rojizas), conoci¨® otra evoluci¨®n, royo, que se conserva sobre todo en top¨®nimos (Monroy, en C¨¢ceres; Monroyo, en Teruel; Pe?arroya, en C¨®rdoba, o Villarroya en La Rioja).
Los top¨®nimos nos informan de gram¨¢tica: aunque hoy la palabra valle es de g¨¦nero masculino, en lat¨ªn fue femenina, de lo que da cuenta el top¨®nimo Valbuena (Valladolid, Salamanca, Le¨®n...) y nos guardan palabras que se han perdido para el vocabulario general de nuestro idioma: el adjetivo pudio deriva de putidus (pestilente) y est¨¢ escondido dentro de Ampudia (Palencia), derivado desde el lat¨ªn Fonte Putida. La toponimia es tambi¨¦n un recurso fundamental para conocer las lenguas que se hablaron en la Pen¨ªnsula Ib¨¦rica. Para la etapa prerromana, los top¨®nimos son, metaf¨®ricamente, nuestros hablantes de celta, de ib¨¦rico o de tart¨¦sico. Sabemos, por ejemplo, que la terminaci¨®n briga (fortaleza, por ejemplo, Seg¨®briga, en Cuenca) pertenece a los celtas y siguiendo la pista de la toponimia vemos d¨®nde estaban situados o hasta d¨®nde llegaba su influencia.
El fundador de la historia de la lengua espa?ola, Ram¨®n Men¨¦ndez Pidal, dec¨ªa que los nombres de r¨ªos, montes y lugares eran legendariamente como los habitantes de una ciudad sumergida en un lago ¡°sobre cuyas aguas se siguen oyendo las voces de los habitantes all¨ª desaparecidos¡±. Junto con esas voces antiguas, debates como el nombre del nuevo top¨®nimo en Badajoz elevan voces modernas a la historia de nuestros nombres de lugar. Que una de las propuestas de nuevo nombre haya sido Concordia y que haya levantado tanta discordia es la m¨¢s reciente muestra de que los top¨®nimos ya no son arquetipos de los lugares a los que designan.
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