Marisa Monte en Noches del Bot¨¢nico: la apoteosis de las diosas
La diva carioca celebra su 55 cumplea?os ante 3.000 devotos deslumbrados por su magnetismo
En el festival Noches del Bot¨¢nico presumen siempre, y hacen bien, de una puntualidad implacable, rigurosa, pero lleg¨® Marisa Monte y les tir¨® las buenas costumbres por la borda. No lo decimos como reproche, sino por aquello de constatar el poder¨ªo. La carioca es presumiblemente mortal, aunque no nos aventuremos a asegurarlo con toda certeza. No hab¨ªa m¨¢s que ver su traje, esa especie de t¨²nica negra con brillantes y diadema, tal que una Nefertiti en tratos con el Cristo del Corcovado, para comprender que rara vez volveremos a encontrarnos tan cerca de una deidad.
Hubo que esperar a la sacerdotisa hasta casi las 22.50, dec¨ªamos, pero irrumpi¨® ella tan resuelta y decidida, tan bien arropada con banda completa y secci¨®n de vientos (incandescentes en A lingua dos animais), que consultar el reloj se convirti¨® a partir de ese momento en una vulgaridad. Aunque las convenciones sociales invitaban a permanecer atentos a la medianoche, porque Marisa de Azevedo Monte comenzaba el concierto con 54 a?os y lo finiquit¨® habiendo ya cumplido con 55. O en eso insisten las biograf¨ªas: el o¨ªdo no le atribuir¨ªa a esa voz tan rutilante muchos m¨¢s de 30.
Hay dioses que conocieron crep¨²sculos y diosas que transitan, felices y exuberantes, por periodos de apoteosis. Anoten el nombre de nuestra protagonista como ejemplo pluscuamperfecto. Y puesto que los seres divinos no disimulan su indiferencia por los calendarios, Marisa nos ha tenido diez a?os de sequ¨ªa, sin una triste visita a un estudio de grabaci¨®n. Los pobres mortales solo hemos podido tragar saliva y disimular malamente la impaciencia y el desasosiego.
El todav¨ªa muy reciente Portas ¡ªque se escucha con devoci¨®n, aunque no sea mariana¡ª sirvi¨® de espina dorsal durante los primeros compases, desde la ardorosa Praia vermelha a la sensualidad medio moruna de Vento sardo, ese soplo de po¨¦tica vigorosa que en el elep¨¦ incorpora a Jorge Drexler. Pero el fondo de armario musical da para regodearse con la selecci¨®n. Propicia, por ejemplo, el rescate de Ainda lembro, t¨ªtulo primerizo que llevaba un siglo sin asomar por el escenario. O induce a alegrarle la vida a cualquiera con Mar¨ªa de verdade, una de esas ocasiones en que Carlinhos Brown, muy capaz de logros enormes pero tambi¨¦n de alguna que otra casta?a, tiene el d¨ªa bueno.
La elegancia aterciopelada de Marisa no se aferra a los lugares comunes. Hubo que situarse al filo ya de la hora de comparecencia para que Preciso me encontrar proporcionara una primera y t¨ªmida aproximaci¨®n a la bossa. (El samba no comparecer¨ªa hasta la hora y media, con Elegante amanhecer). Y justo cuando asomaba el peligro del sosiego reiterado llegar¨ªan ese arrebato de calor que lleva el parad¨®jico t¨ªtulo de Calma y el tropicalismo barnizado con llamaradas de soul que late en Eu sei.
En el momento en el que Cronos decret¨® la irrupci¨®n del viernes, los pobres mortales se conjuraron para corear el consabido Cumplea?os feliz. Pero el portugu¨¦s es un idioma tan condenadamente bello que el pueblo pronuncia en estas ocasiones Parab¨¦ns pra voc¨º y hasta entran ganas de cumplir a?os. Casualidades m¨¢gicas del directo: la diva estren¨® edad con Velha inf?ncia, una preciosidad de los tiempos de la banda Tribalistas que anhelaban cantar, y cantaron, casi 3.000 gargantas fascinadas por la visi¨®n de esa mujer ¡ªo se?ora todopoderosa¡ª alt¨ªsima, bella como solo los seres sobrenaturales pueden llegar a serlo, agraciada con ese magnetismo que los cient¨ªficos descubrieron en los cuerpos celestes.
Antes de todo eso, el argentino Gustavo Santaolalla hab¨ªa calentado motores a¨²n a plena luz del d¨ªa, con esa media entrada que distingue a los m¨¢s curiosos o enterados, adem¨¢s de los muy precavidos. ¡°Har¨¦ un repaso de mi vida, de pel¨ªculas y videojuegos, de todo un poco¡±, resumi¨® el interesado para explicar la naturaleza variopinta del men¨², aunque en sus fogones siempre est¨¢ presente el folclor sudamericano, la huella del pop progresivo ¡ªtan sofisticado e impredecible¡ª y un cierto misticismo o, como poco, ¨¢nimo de trascendencia. Le contemplan 71 a?os, pero, no se crean, la espiritualidad ya le ven¨ªa de serie.
Santaolalla es una eminencia de curr¨ªculo mareante, sobre todo en lo relativo a las bandas sonoras (hay un par de Oscar en su estanter¨ªa, ojo), aunque las peque?as suites instrumentales que esboz¨® son, en una gran explanada estival como esta, un plato osado y de digesti¨®n dif¨ªcil. Recab¨® mucha m¨¢s atenci¨®n, de hecho, cuando ejerc¨ªa como vocalista sorprendente, inesperado. De esos que parecen siempre en trance de resquebrajarse, pero luego acaban desga?it¨¢ndose o abrazando una suerte de new wave avanzada (Todo vale). O adentr¨¢ndose en el country-folk buc¨®lico de Ma?ana campestre, clasicazo de sus a?os mozos al frente del grupo Arco Iris y prueba de algod¨®n para diferenciar a ib¨¦ricos y latinos en el prado: es extremadamente popular en su pa¨ªs, casi un t¨®pico para irse de campamentos, pero desconocida por completo en esta otra orilla del oc¨¦ano.
Es emocionante aprender lo que la distancia tantas veces nos birla. Pero Santaolalla es mortal y Monte, no lo sabemos. Por lo pronto, no es ni medio normal finalizar un concierto de dos horas, muy cerquita ya de la una de la noche y con una fresca que ahuyentaba a los frioleros, mandando a sus ocho m¨²sicos a los camerinos para cantar Bem que se quis en riguroso a capela. Sea un cuerpo celeste o tan solo un ser humano celestial, a Marisa Monte no se le puede cuestionar el fulgor de las grandes estrellas.
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