Tras la muerte del senador Juan Antonio Ar¨¦valo, la hu¨¦rfana fiesta de los toros no tiene quien le escriba
La tauromaquia del siglo XXI es una triste caricatura de la que el pol¨ªtico castellano imagin¨® tras la aprobaci¨®n de la ley de 1991

La muerte, a los 87 a?os, el pasado 8 de agosto de Juan Antonio Ar¨¦valo, el que fuera senador socialista por Valladolid entre 1979 y 2000 y gran impulsor de la Ley de Potestades Administrativas sobre Espect¨¢culos Taurinos del 5 de abril de 1991, ha pasado desapercibida para el mundo del toro. Quien se hizo acreedor de un merecido homenaje nacional por ser el principal regenerador de la fiesta de los toros a finales del siglo XX ha hecho mutis por el foro entre el atronador silencio de los taurinos ¡ªempresarios, ganaderos, toreros y, por supuesto, aficionados¡ª, lo que es tan descaradamente injusto como indicativo de la especial idiosincrasia del colectivo.
Claro que es verdad que Ar¨¦valo sac¨® los colores a todos los que viven de este negocio. Hombre serio y honesto, pol¨ªtico comprometido y aficionado cabal, promovi¨® desde la C¨¢mara Alta la elaboraci¨®n de un libro blanco sobre la fiesta de los toros, y para ello invit¨® a todos los interesados a expresar su parecer en esa radiograf¨ªa nacional que evidenci¨® que los toros estaban necesitados de una regeneraci¨®n interna que los colocara en el escenario de la modernidad.
Hasta entonces, la ¨²nica cobertura legal de la fiesta era una Orden del Ministerio de la Gobernaci¨®n del 15 de marzo de 1962, texto refundido del Reglamento de Espect¨¢culos Taurinos de 1930 y varias veces modificado.
Hoy no se analiza un pit¨®n, existe la creencia de que se afeita m¨¢s que nunca, y han desaparecido los reconocimientos ¡®post mortem¡¯
El empe?o de Ar¨¦valo, con la inestimable ayuda de Joaqu¨ªn Vidal, cr¨ªtico taurino de este peri¨®dico, desemboc¨® en la primera ley taurina de la historia, cuyo objetivo fundamental era defender la integridad de la fiesta de los toros desde el reconocimiento expreso de que es una manifestaci¨®n de la cultura tradicional de este pa¨ªs. La normativa de 1991, aprobada por el Parlamento y firmada por el Rey Don Juan Carlos y Felipe Gonz¨¢lez como presidente del Gobierno, consta de solo 24 art¨ªculos, legisla sobre aspectos ya recogidos en la orden en vigor hasta entonces, y establece una m¨¢xima que suena a revolucionaria: ¡°Los espectadores tienen derecho a recibir el espect¨¢culo en su integridad¡±, seg¨²n recoge el art¨ªculo 8.
Para tal fin hace hincapi¨¦ en unos pocos aspectos que van a acarrear serios dolores de cabeza a los protagonistas del sector: inviste de autoridad a la presidencia de los festejos, determina que, reglamentariamente, se estipular¨¢n las condiciones del traslado de las reses desde las dehesas hasta las plazas ¡°con el fin de garantizar la seguridad e impedir la realizaci¨®n de cualquier operaci¨®n fraudulenta¡±, fija los reconocimientos post mortem de las reses para comprobar la integridad de sus astas y si han sido objeto de tratamiento o manipulaci¨®n para modificar su actitud durante la lidia, y dedica todo el cap¨ªtulo tercero al r¨¦gimen sancionador para las infracciones administrativas derivadas del incumplimiento de la ley.
Aquella norma modific¨® sustancialmente el escenario de impunidad en el que, hasta entonces, se mov¨ªan los taurinos, de modo que se cre¨® un centro para la investigaci¨®n de los presuntos fraudes en materia de afeitado, se publicaron las listas de ganaderos sancionados e inhabilitados, y no fueron pocas las figuras que no pudieron evitar el sonrojo al demostrarse que hab¨ªan lidiado reses afeitadas.

La ley protegi¨® y dignific¨® la fiesta de los toros, la hizo cre¨ªble, intent¨® limpiarla de elementos perturbadores y p¨ªcaros y defendi¨®, por encima de todo, los derechos y los intereses de los espectadores; ¡°es decir, que el toro sea ¨²til para la lidia, ni claudique ni se caiga, ¨ªntegro en sus defensas y en la casta, que se puedan presenciar los tercios completos y que se cumplan los preceptos reglamentarios¡±, escrib¨ªa a?os m¨¢s tarde el propio Ar¨¦valo en este peri¨®dico.
Pero aquella norma, aquel soplo de aire nuevo, no ech¨® ra¨ªces; la frontal oposici¨®n del sector, la interminable tramitaci¨®n de los expedientes sancionadores, las reiteradas sentencias a favor de los presuntos infractores, la galopante indolencia de la autoridad responsable de hacer cumplir la ley y la reducci¨®n incesante de aficionados exigentes han conseguido que la ley, a¨²n vigente, sea hoy papel mojado.
La fiesta de los toros de 2022 es una burda caricatura de la que Juan Antonio Ar¨¦valo y Joaqu¨ªn Vidal, uno desde el Senado y el otro desde EL PA?S, so?aron para el siglo XXI. Hoy no se analiza un pit¨®n, existe la creencia generalizada de que se afeita m¨¢s que nunca, y que no sale un toro al ruedo que no haya sido tocado por los barberos profesionales; ya no existen reconocimientos post mortem ni expedientes sancionadores y el sector taurino trabaja en un escenario de abuso y arbitrariedad que jam¨¢s hab¨ªa so?ado.
La tauromaquia es el ¨²nico espect¨¢culo que carece de un organismo p¨²blico o privado que la represente, integre, dirija y estructure
Esta es la consecuencia, claro, de que la tauromaquia importa muy poco a los gobiernos central y auton¨®micos, de que los presidentes de los festejos no se sienten respaldados por quienes los nombran, de que los pocos aficionados de verdad est¨¢n dispersos, que no hay ning¨²n pol¨ªtico ¡ªel ¨²ltimo fue Juan Manuel Albendea, diputado del PP por Sevilla, tambi¨¦n fallecido¡ª dispuesto a jug¨¢rsela por la fiesta, y de que no existe empresario, ganadero o torero con las agallas suficientes para liderar una nueva regeneraci¨®n del sector que permita afrontar el futuro con cierta esperanza.
La tauromaquia quiz¨¢ sea el ¨²nico espect¨¢culo de masas que no cuenta con un organismo p¨²blico o privado que la represente, integre, dirija y estructure. Una instituci¨®n que defienda el orgullo de ser aficionado, vigile el buen comportamiento de todos los protagonistas, persiga el fraude, exija a los gobiernos el cumplimiento de las leyes taurinas, y fuerce a TVE a difundir el espect¨¢culo taurino del mismo modo que promueve otras actividades culturales.
Desaparecidos Juan Antonio Ar¨¦valo, y el popular Albendea, la tauromaquia moderna no tiene quien le escriba. A ella dedicaron una gran parte de su esfuerzo los dos pol¨ªticos ya fallecidos, y ambos se marcharon entre el silencio desleal de los taurinos.
As¨ª navega la fiesta, a la deriva; y sobre un terreno abonado por el desagradecimiento, la cobard¨ªa y la picaresca que no auguran el mejor porvenir.
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